La cinta del francés Robert Guédiguian muestra la cotidianidad y el detalle fino del racismo. A partir de una anécdota sencilla y común, se muestra un retrato de los mecanismos sociales que diariamente se aplican para vivir el racismo de una manera sútil y, a veces, despiadada.
Basada libremente en la novela Si Beale Street pudiera hablar, de James Baldwin, el director se translada a la ciudad francesa de Marsella, ciudad que conoce muy bien por ser la de su nacimiento. De esta forma, Guédiguian puede recorrer la ciudad para encontrar sus sitios íntimos, sus personajes anónimos, sus puentes, en donde se crea el detalle fino de un racismo soterrado y actuante aún en las más profundas esferas familiares, aún de persona a persona, de conocido a conocido.
Guédiguian narra la vida de dos adolescentes que se conocen desde niños y cuyas familias son vecinas del mismo barrio. Clim (Laure Raoust) es una muchacha blanca, de profundos ojos negros, que despunta a la vida. Francois / Bebé (Alexandre Ogou) es un joven artista negro como el ébano, un poco problemático pero con sensibilidad.
A partir del encuentro amoroso de estos dos jóvenes se establece la reacción de su medio social en el detalle fino. Lejos están los discursos del derechista Le Pen: lo que observa el espectador es el mecanismo social de la discriminación racial y la incomprensión aún entre miembros de la misma familia, que se impone dia a día a sus víctimas.
La narración se hace a partir de Clim, la chica que es consciente de que todos sus amigos de la infancia han terminado mal, sea muertos o hundidos en la drogadicción; solamente ella y Bebé han sobrevivido porque se agarraron uno al otro para no hundirse.
El mutuo enamoramiento se manifiesta en la entrega de los dos jóvenes, muy alejada del erotismo hollywoodiano o las complicaciones europeas. Es de una sencillez tal dicha escena, como la narra Guédiguian, que resulta ser fresca y tierna. Las cosas son, a veces, más sencillas de lo que uno cree.
El conflicto de su unión y del embarazo de Clim se expande primero hacia las familias de ambos. La familia de Clim, blanca, es la que reacciona más favorablemente, porque conoce la calidad humana y sinceridad del joven y por lo tanto acepta la relación sin tantos problemas y dan su apoyo.
La película empieza a decaer luego de este planteamiento cuando se introducen los personajes de la familia de Francois. El y su hermana negra son hijos adoptivos de una pareja blanca, pero este rasgo liberal se pierde totalmente al aparecer el personaje de la madre, dibujada como una católica más allá de lo medieval. De allí que el conflicto entre Franck y su esposa resulte fuera de lugar. Si ambos fueran así todo el tiempo, ya se hubieran separado desde hace mucho.
A pesar de los problemas internos entre las familias y la mutua expresión de solidaridad con los jóvenes, que provienen hasta de su mismo casero que les perdona la renta, la sociedad no les perdona el hecho de amarse siendo de distintas razas. La intolerancia racial, el fascismo soterrado y el racismo afloran en la actitud de un policía. El detentador del poder presiona para perjudicar a la pareja.
El policía obliga a una víctima de violación a culpar falsamente a Francois y lo hunde en la cárcel, hace un intento de torpe seducción a Clim, y sigue repartiendo su estupidez en las calles de Marsella. Como contrapartida está el padre de Francois, que sufre la incomprensión de la esposa e hija pero encuentra la solidaridad y amistad del padre de Clim.
En ese sentido, el retrato de la realidad social de Marsella, con su fondo oscilante entre la solidaridad y el racismo diario está perfectamente expuesto. El problema de la cinta es que Guédiguian insiste en repasar una y otra vez las mismas situaciones, en una repetición que alarga innecesariamente la película y quita contundencia a su relato.
Mientras que acierta presentando la solidaridad entre los grupos vulnerados -en este caso árabes, negros y blancos- con las escenas en el restaurante árabe, y que están medidas en su aparición en la pantalla y con variaciones en la trama dramática, falla cuando insiste en las entrevistas en la cárcel entre la pareja. En dichas entrevistas no hay gran variación dramática y la desesperación de Francois sumada al embarazo de Clim se vuelven repetitivos hasta no aportar nada a la cinta. Este punto negativo también se repite en otras escenas de la cinta. Así, el proceso de integración de la pareja está dibujado a saltos. Las buenas secuencias y hallazgos se mezclan con momentos fallidos y situaciones repetidas. Sin embargo, hay que rescatar lo valioso, que es el hecho de la solidaridad humana ante el racismo, la violación, el sufrimiento.
Las familias se unen para salvar a la pareja, por lo que la madre de Clim emprende un viaje a Sarajevo para buscar que la mujer, víctima de violación, se retracte de las acusaciones a Francois inducidas por el policía. El encuentro enmedio de la devastada Sarajevo es un indicativo de la destrucción física y emocional que causan los conflictos étnicos. Es un recordatorio del punto al que se llega cuando no se frena el racismo cotidiano. Sin embargo, aún dentro del caos de la postguerra hay reacciones solidarias, como la del bosnio Piet.
Esto es lo valioso de Un lugar en el corazón. El recordar como la acción pequeña de un pérfido racista puede llevar a la destrucción de las dos familias afectadas, a hacer pedazos la felicidad normal de una comunidad. Y, a la vez mostrar que si hay recursos para que se sobreviva a estos problemas echando mano de la solidaridad entre individuos, familias y comunidades. Lo fallido de la cinta está en el alargamiento de la narración al repetir escenas con situaciones ya vistas en la misma película, y en el uso de cierta retórica en la edición como es el montaje paralelo entre el parto de Clim y la creación de una escultura de Francois. Todo hubiera sido casi perfecto si a Un lugar en el corazón le hubieran quitado 20 minutos.
Participación en Festivales: Toronto, Canadá - 1998.
PREMIOS: Festival Internacional de Cine San Sebastián, España - 1998: Premios Alma y Mención Honorífica del Guión; Premio de la OCIC; Premio Especial del Jurado, Concha de Plata (Robert Guédiguian).