“Mi nombre es Anna. Estás preocupado porque no puedes confiar en mí porque no sabes quién soy. Entiendo, eso lo puedo comprender.” – Anna (Mélanie Laurent).
Beginners, así se siente el amor, es una joya muy disfrutable para los amantes del buen cine. El film, dirigido y escrito por Mike Mills, equilibra con delicadeza temáticas poco usuales con una realización que recrea las mejores visualizaciones del cine independiente norteamericano. Artísticamente el resultado está muy por encima de la línea de flotación del insípido cine comercial hollywoodense. Es una delicia para el público que gusta de los retos en pantalla tanto para su inteligencia como para su gusto visual. En síntesis, es una cinta que hay que ver.
Por la parte temática Beginners, así se siente el amor, seduce al espectador al interrelacionar tres mundos en apariencia inconexos: las relaciones amorosas de una pareja heterosexual; la diversidad sexual cuando un esposo, después de 44 años de matrimonio, revela que es gay y se acerca a la cultura de la diversidad sexual para vivir su preferencia; el mundo de los adultos mayores que confrontan enfermedad y muerte.
Planteado así suena como una película muy “dramática”, pero una de las múltiples virtudes de Beginners (“Principiantes”, su título en España) es plantear la relación de estos temas en forma muy humana y accesible.
El crisol donde se entrelazan las temáticas en el film es la familia como protagonista conjunta, que atraviesa por distintas etapas fuertemente condicionadas por la Historia, los cambios sociales una comunidad y los paradigmas ideológicos que la “definen”, y que son promovidos por los medios de comunicación y el sistema político. Así la familia Fields, en apariencia, es una familia “normal” de acuerdo a los paradigmas ideológicos de los años 50 en la sociedad estadounidense: sus miembros son heterosexuales, blancos, protestantes y anglosajones. Al “cumplir” con estos paradigmas sólo ellos “tienen derecho” a la felicidad tal y como es descrita en los medios de comunicación y publicidad (en 1955). Pero la cinta se ubica en 2003 como su presente, con paradas históricas en 1948, 1963, 1975 como marcas de cambios sociales decisivos en Estados Unidos.
El contexto cultural e histórico que marcan esos años (1948, 1955, los años 60, 1975, 2003) se refleja en el microcosmos familiar de los Fields, finalmente condicionados por los paradigmas ideológicos de cada época en la que creció cada generación. De esta forma, el padre Hal (Christopher Plummer), la madre Georgia (Mary Page Keller) y el hijo Oliver (Ewan McGregor) viven en apariencia la “felicidad y armonía” de una familia con ideales de los 50’s.
Pero la realidad es otra. No hay tal cosa como una “familia normal” sino una forma de vida “mayoritaria” –que no es única- y que esconde otros múltiples tipos de familia que son invisibles. La familia “normal” Fields oculta sus propias contradicciones internas aún entre sus propios miembros y resulta ser, en el fondo, tan “anormal” como cualquier otra familia humana en cualquier país del mundo.
Ya en 2003, después de la muerte de Georgia, la madre, las contradicciones familiares salen a flote. A los 75 años, Hal Fields confiesa a su hijo Oliver que es gay, que es un hombre homosexual que ha tenido un matrimonio por 44 años y que a partir de ese momento decide asumir pública y socialmente su homosexualidad de manera activa. No sólo eso, sino que busca de manera activa una pareja masculina para ser feliz a pesar de las condicionantes derivadas de su propia edad.
Oliver tiene sus propios problemas sentimentales con las mujeres, con una larga fila de fracasos, derivados de su infancia y adolescencia en esa familia. Así es como “siente el amor” y es la revelación de su padre (de que es gay) la que lo pone en camino de confrontarse a sí mismo, entenderse, darse una oportunidad real de amar a una mujer y ser feliz.
Sólo que la mujer de la que Oliver se enamora en 2003 es Anna (Mélanie Laurent), que también viene de una familia “normal” perfectamente “disfuncional”. La chica también “siente el amor” de forma heterodoxa: su relación con su medio social se resuelve con una migración constante entre varios cuartos de hotel en diferentes ciudades. La huída de Anna de sí misma es externa… geográfica; la huida de sí mismo de Owen es interna… psicológica.
Con estos cuatro personajes la cinta de Mike Mills se embarca en un interesante e inteligente cuestionamiento social y presenta varias ideas interesantes para que los espectadores obtengan sus propias respuestas.
*La familia “normal” es sólo una “ilusión ideológica” sustentada en la cotidianeidad, en “dulces costumbres”. Por ejemplo, Mills la presenta en una edición compactada de los diferentes besos de despedida entre Hal y Georgia cuando él sale al trabajo y que Owen observa. Poco a poco ve que entre los padres hay cariño, quizás un amor amistoso pero algo falta. La repercusión en Georgia es un alcoholismo controlado y soledad, en Hal es distanciamiento de su esposa e hijo, en Owen en inseguridad (como tener que salvar a su madre de situaciones sociales inconvenientes sin entender la causa profunda). Es decir, la familia tiene miembros con una psicología diversa entre sí que no corresponde al “ideal ideológico”.
*En ese sentido, todo el film tiene una atmósfera “extraña” (weird) que remarca continuamente la distancia entre realidad e “ilusión ideológica – mito histórico” de una época determinada. Eso se logra por medio de resúmenes históricos con imágenes y monólogo de Owen, que se repiten con variaciones en distintos puntos de la película y que señalan dicha confrontación:
Owen: “Este es 2003, así se ve el Sol (a color)… y las estrellas. Este es el presidente (foto de Bush hijo). Y este es el Sol en 1955 (en blanco y negro)… y las estrellas… y el presidente (foto de Eisenhower). Mis padres se casaron en 1955 (varias fotos de parejas heterosexuales blancas, protestantes en sus bodas y con pastel, muy sonrientes, besándose, en blanco y negro). Tuvieron un hijo y estuvieron casados 44 años (enfermera y recién nacido b&n) hasta que mi madre murió (los besos cotidianos de despedida en color)…”
A lo largo de la cinta, se observa como los miembros de la familia son diversos pero están condicionados por el ambiente de su momento histórico, y la discriminación social cuyas manifestaciones también se van transformando a lo largo de los años. Tan es así que cada uno de ellos ha manejado su vida con la preocupación de ser víctimas de la discriminación abierta y soterrada que permea la sociedad estadounidense.
En el armado de la narración el público descubre que Georgia ocultó que era judía por temor a la discriminación laboral, familiar (sólo le dice a Owen que es ¼ judío) y social (el desprecio de las amigas adolescentes) que podría sufrir en su vida por el solo hecho de ser judía. Hal oculta 44 años que es gay por los mismos motivos de discriminación (razzias policíacas en los 50 contra los gays) y sólo lo sabe su mujer Georgia. El que Georgia lo sepa y lo acepte también se debe a un “paradigma ideológico” cuya justificación es “científica”: en 1955 la homosexualidad era considerada una “enfermedad”, pero que además era “curable” (desde tandas interminables de electroshocks en el cerebro hasta curaciones psicoanalíticas). En el momento de su matrimonio, Georgia consideraba que Hal estaba “enfermo” y ella podía “curarlo” y cambiar su sexualidad, incluso le dice “Yo lo arreglaré – I’ll fix that”. Georgia y Hal sólo actuaron conforme a las “ilusiones ideológicas” y “científicas” de su momento.
Por su situación familiar, cuyas raíces profundas desconoce hasta la confesión de su padre, Owen crece con su propia inseguridad frente a las mujeres, y enfrenta otro tipo de discriminación social menos aparente que la de sus padres: sus amigos y amigas le cuestionan su inestabilidad emocional y su falta de pareja, lo que lo margina en eventos sociales. Pero Owen es producto de otro momento histórico por lo que acepta la confesión de su padre, lo trata como persona y lo alienta en su nueva relación. En la juventud de Owen se da el nacimiento del movimiento de protesta gay. En 1975 surge la Bandera del Arcoíris y ocurren los asesinatos de Harvey Milk y el alcalde Moscone en San Francisco, por un homofóbico desequilibrado (Universal también distribuyó la excelente cinta Milk, 2008, de Gus van Sant, con Sean Penn, visible en DVD). Estos acontecimientos también tienen su resumen en pantalla (Este es el presidente… con foto a color de Jimmy Carter), por lo que se relacionan claramente con Owen como un producto de su tiempo.
Así que la familia no es “normal”; ni Hal, Georgia, Owen o Anna son “normales”. Mills, como guionista y realizador muestra a su público que todo ser humano –todos y todas- somos diversos, y que la Igualdad, entre otras cosas, se refiere a tener opción a la felicidad en igualdad de condiciones que el resto de la población, lo que implica igualdad de derechos como se presenta con claridad en la cinta Milk. La otra vertiente de la Igualdad se da en los sentimientos y emociones, que se pueden manifestar de distintas formas pero que esencialmente todos y todas compartimos: amar y ser amados, por ejemplo, son rasgos que todos compartimos, y en ese sentido no somos tan diferentes en lo referente a las necesidades básicas de todo ser humano.
En el film, el caso más claro de lucha por la Igualdad se da en el personaje de Hal, el padre gay. A partir del acto de sinceridad con su hijo respecto a su homosexualidad, y en contra de “la ilusión ideológica” de que el adulto mayor ya no tiene utilidad social, Hal se embarca en una actitud vital que lo lleva a buscar su pareja gay por el tiempo que le quede de vida. Se une al movimiento gay y toma parte activa en éste, descubre nuevas amistades y las disfruta, trabaja y se organiza. Finalmente Owen lo observa y comenta, sin dejo de amargura u homofobia, que ve a su padre enamorado y feliz como merece todo ser humano.
En cambio, Owen establece una sana relación con su padre no sólo en su carácter de gay sino también de adulto mayor. La confesión de su padre, en lugar de alejarlo lo acerca. Durante el período de su enfermedad consigue reestablecer el vínculo afectivo y eso lo lleva a verse a sí mismo, darse la oportunidad de cambiar y tener una relación sentimental con una nueva compañera. El cimiento de este cambio motivado es la honestidad del padre y la comprensión del matrimonio de sus padres.
A lo largo de sus encuentros y desencuentros, Anna se revela como una gente que escapa de la relación con su padre y su hogar “normal” en una constante huída hacia adelante por medio de distintas ciudades y cuartos de hotel. Al ser el personaje más joven es evidente que ya no tiene actitudes discriminatorias ni las sufre; sin embargo, sigue en la búsqueda de la igualdad. Ya no se trata de una igualdad de derechos y leyes sino de trato de género en sus facetas emocionales. La pareja de la cual se enamore Anna, para la cual “sienta amor”, debe primero respetar su irrestricta libertad de ser cómo es. Cualquier compromiso sentimental que ella acepte debe estar acompañado por parte de su compañero de una aceptación plena de su forma de ser.
Anna no sólo no habla en buena parte de la cinta (por motivos naturales, no por pose snob) sino que marca la frontera en los primeros acercamientos: aceptar pasar la noche en el departamento de Oliver pero sin tocarse. Dormir es dormir. Owen pasa la prueba y, a su vez, Anna cede libremente una parte de sí misma: habla.
A partir de ese momento Anna convive con Owen en múltiples situaciones cotidianas que para el cine hollywoodense superficial no tienen valor (es más, ni siquiera aparecen con frecuencia en pantalla: desayunar, comer, mostrar la casa, platicar lo ocurrido en el día). A lo largo de estas situaciones cotidianas Anna va calibrando el carácter y sentimiento de Owen hacia ella; percibe su inseguridad, que aunada a la propia, la lleva a un aparente punto de no retorno. Sin embargo, la cotidianeidad es lo que le permite a Anna ser el personaje más libre, más cómico y humano de la narración. Es así como ella deja atrás la desconfianza y se acerca más a Owen tomando siempre la iniciativa en los momentos más significativos. Tal pareciera que Anna ejecuta la dialéctica de “La Zorra y el Principito” (en "El Principito", de Saint-Exúpery) donde, para que la zorra y el principito sean amigos, ella se acerca un poco más cada día hasta estar juntos; cosa que sería imposible si el principito se juntara de golpe a ella sin una previa construcción de la mutua confianza.
En ese sentido, lo que pide Anna es una equidad de género emocional y real, no construida en un falso discurso “igualitario” donde lo que se dice no corresponde a las acciones reales. Desea que Owen la tome como es para ella, a su vez, tomarlo como él es en igualdad de condiciones. Cuando ella percibe que la relación no camina y Owen la despide, puede marcharse… aunque con la intuición de que la relación podría renovarse si Owen se renueva a sí mismo.
En ese sentido, el padre Hal y la chica Anna comparten y convergen en algo, cada quién a su manera: el ejercicio de la libertad personal y la búsqueda de la igualdad afectiva. La liberación del primero permitirá que la chica encuentre a un verdadero compañero y, quizás a partir de ese encuentro sincero con Owen, dejar de migrar incesantemente y quedarse en un solo lugar con una sola pareja. En ese sentido, Anna es una chica postmoderna y postfeminista; ahora la meta parece estar en otra parte: en la igualdad de género, en la igualdad afectiva.
Eso no implica que Anna haya renunciado a sus convicciones, de lo cual Owen es testigo –sufrido en ocasiones- en varios momentos de la narración. Ella es actriz y se debe a su carrera, es libre y no se deja amarrar por los chantajes emocionales del padre, es libre y no se deja someter, no acepta ataduras emocionales sino mutua aceptación. En síntesis, Anna es el personaje más rico y satisfactorio del film de Mike Mills.
Todas estas interrelaciones de los personajes (sus características emocionales, psicológicas e ideológicas) no serían tan disfrutables por parte del espectador si no estuvieran acompañadas de una excelente factura cinematográfica.
Por principio de cuentas parte del gran atractivo del film, distribuido por Universal, es que el público tiene un papel activo en el armado de la historia de la familia Fields y en los procesos amorosos de Owen y Anna; de Hal, Georgia y a la muerte de esa, de su nueva pareja Andy (Goran Visnjic). Esto se debe a que la forma narrativa del film es modernista (¡ya nos hacía falta ver algo así!) y por lo tanto no es lineal. Sus tiempos están fragmentados y a partir del presente de 2003 hay flashbacks a las distintas épocas del pasado. Pero no sólo eso, hay flashbacks dentro de los flashbacks. Todos los saltos temporales, algunos de ellos realizados con una extraordinaria edición a cortes directos (otro de los atractivos del film) van aportando datos históricos, sociales y, sobre todo, psicológicos y existenciales de los personajes.
El público activo, cinéfilo, que sabe que el Cine puede ser y es el Séptimo Arte, va estructurando la narración y las imágenes alternadas para descubrir una historia rica en matices y conceptos, como se ha descrito antes.
Con este enfoque, reitero que las situaciones cotidianas son muy significativas en el guión. Rechazadas por el Hollywood más superficial que ni siquiera las pone en pantalla, aparecen en este film como aparentes tiempos muertos en diálogos y acciones que, sin embargo, no lo están. En esas situaciones siempre ocurre algo, siempre hay movimiento de cámara y los diálogos aparecen poco a poco para irse sedimentando. Estos tiempos muertos si están vivos y gozan de buena salud.
Al final, esa cotidianeidad acumulada por capas experimenta un fuerte cambio cualitativo y salta más allá: ocurre algo inesperado que ilumina y nos hace entender la importancia real de todo lo que hemos visto antes. Ese momento es muy disfrutable para el espectador, es el momento de la comprensión estética, el mayor goce que produce Beginners como película.
Como colofón, este disfrute estético del espectador no sería posible sin un magnífico trabajo actoral y una dirección de Mike Mills que cuida el mínimo detalle sin ser obvia.
Christopher Plummer, toda una institución en la historia del cine, le da a Hal una vitalidad inusual, un goce de la vida a los 75 años que ya quisiéramos muchos de edades menores (Plummer. Su actuación tiene un registro de baja intensidad pero pleno de matices en las reacciones del personaje ante sus circunstancias. Sin duda, Plummer es un clásico del cine.
Finalmente, quien a mi juicio tiene la labor actoral más destacada es Mélanie Laurent como Anna. Es un personaje difícil por los altibajos que vive aunque siempre enmarcados en su meta final de igualdad afectiva dentro de la igualdad de género. Laurent acomete la tarea con la herramienta gestual centrada particularmente en ojos y labios; a partir de ellos desarrolla toda una gama de sentimientos que van desde el desengaño y la depresión a la risa abierta y libre. Incluso su actuación no está exenta de picardía (única entre los personajes) al percibir lo inseguro que se siente Owen frente a ella, no sólo en lo sexual sino en lo existencial. Esa brillante mezcla de picardía, atracción y comprensión frente a las debilidades del Otro sólo puede ser tripulada por buenas actrices.
En síntesis, Beginners, así se siente el amor, es un excelente film que hay que ver. Sus planteamientos acerca de la discriminación social y cómo condiciona la vida íntima de los individuos, así como la búsqueda de la igualdad afectiva de las personas, no dejarán indiferente a un público ávido por disfrutar un film respetuoso de su inteligencia y capacidad de goce estético y que, finalmente, no sólo lo trata como un espectador sino como un digno ser humano.
Beginners, así se siente el amor (México) / Principiantes (España) / Beginners (EUA).
Duración: 105 minutos. Año: 2011. Director y guión: Mike Mills. Música original: Roger Neill, David Palmer, Brian Reitzell. Fotografía: Kasper Tuxen. Montaje: Olivier Bugge Coutté. Reparto: Ewan McGregor (Oliver Fields), Christopher Plummer (Hal Fields), Marie Page Keller (Georgia), Goran Visnjic (Andy) y Mélanie Laurent como Anna. Distribución: Universal.