02 abril 2021

Padre, El / Father, The, de Florian Zeller.

Por Francisco Peña.

“Los recuerdos del porvenir”.

Esta cinta aborda con honestidad la demencia senil causada por la enfermedad de Alzheimer. Con un equilibrio muy difícil de lograr en pantalla, sin sentimentalismo, amarillismo o frialdad, se adentra en el territorio de la enfermedad mental al cual el cine comercial común le tiene fobia.

Desde clásicos del cine como Nido de Víboras / The Snake Pit (Anatole Litvak, 1948, con Olivia de Havilland) y Atrapado sin salida / One flew over the cuckcoo's nest (Milos Forman, 1975) son pocas las cintas que abordan las enfermedades mentales. Si a eso sumamos que son aún menos las que tocan la ancianidad como tema central tal como lo hace Mis tardes con Margueritte(Jean Becker, 2010, con Gisele Casadesus y Gerard Depardieu), son contadas las que combinan el deterioro físico y/o mental en las personas adultas mayores. Aparte de "El Padre" podríamos remontarnos a Amor / Amour (Haneke, 2012) como antecedente cercano e inmediato.

En este contexto, "El Padre" se atreve a narrar la condición Alzheimer, como causa de demencia senil, desde adentro de quién la padece: el personaje central de Anthony, de 83 años, interpretado por el actor Anthony Hopkins.

Con este enfoque duro sin concesiones, pero ausente de crueldad o amelcochamiento, el film de Zeller se adentra en el laberinto de la pérdida de memoria, sus discontinuidades, su incesante deterioro irrefrenable, su doloroso proceso de emborronamiento y desaparición de la personalidad.

Al ser honesta, la película no evade la corrosión que el Alzheimer y la demencia senil causan en familias, en hijas que cuidan a sus progenitores hasta el límite de sus capacidades existenciales, interpersonales y económicas; que barren con ellas al igual que con sus pacientes.

El guión, basado en la obra teatral del mismo nombre y escrita también por Florian Zeller, maneja los recuerdos discontinuos de la mente de Anthony. Al principio se abordan las primeras manifestaciones de olvido en su departamento, donde vive solo pero con la visita diaria de una de sus dos hijas, Anne. Su preferida es la otra, Lucy, una pintora, a la que hace meses que no ve, pero no recuerda porque no lo visita, aunque conserva con gran cariño una pintura de una niña encima de su chimenea.

Anne y Anthony, en el departamento de él. Cálido, paleta marrón.

Anthony se muestra reacio a aceptar que tiene problemas con la memoria, uno de cuyos signos recurrentes será su reloj de pulso. A lo largo de todo el film, el reloj es un objeto que olvida donde lo puso: lo cree robado, perdido, “expropiado” por un familiar político. Su relación con el reloj es uno de los marcadores de su deterioro mental. Termina por simbolizar su deseo de ubicación en el tiempo: saber la hora, si es de día o noche, una última forma de orden en su existencia.

Entre el inicio y la secuencia final, se entrelazan distintos momentos de la vida de Anthony. Sus peleas con sus cuidadoras alquiladas (amateurs semiprofesionalizadas por su experiencia al ser “su trabajo”), su vida en su departamento, en “nueva” vida en el departamento de su hija donde ya tiene tiempo de vivir para atendido de forma más cercana, su estancia en un asilo particular especializado. A lo anterior se suman distintas fases de las relaciones de Anthony con Anne, la ausencia de su hija Lucy, con su joven cuidadora Laura que se parece físicamente a Lucy, con su yerno Paul, con su enfermera.

Llegada de Laura

Laura atenta a lo que dice Anthony


Anthony, alegre, baila tap para Laura.

 

Laura ríe divertida con las ocurrencias de Anthony.

Estos elementos existenciales (y argumentales) se mezclan en la mente de Anthony de forma asincrónica, donde su imaginario se mezcla con su realidad de forma no líneas, con la diacronía rota con base en olvidos o revoltijos entre lo dicho, escuchado o imaginado.

En una visión terrorífica, quiénes ven la película comparten con Anthony la confusión creciente entre lo que recuerda y no, si es real o ficticio, cada vez con menos asideros en una memoria poco confiable. Así, en una narración donde el público sólo sabe lo que sabe el personaje, termina por sentir su angustia, su negación, su ira, su apatía, su desamparo e indefensión finales.

Un proceso semejante ocurre en su hija Anne (Olivia Colman). En un principio bastan las visitas diarias de supervisión, pero las exigencias de trabajo, relación interpersonal y cuidado doméstico de su padre la desgastan horriblemente.

Anne escucha a su padre durante una visita.

Ambas vertientes, la de Anthony y Anne, chocan sin patetismo ni concesión melodramática para el público. Quienes ven la película terminan confundidos como Anthony en la mezcla de lo que ocurre, lo que él recuerda y que va olvidando cada vez más con el paso del tiempo. Asimismo, comparten el deterioro de Anne como cuidado, entre el deber filial y amoroso con el equilibrio de su propia existencia llevado al límite por la condición Alzheimer de su padre.

Este juego intrincado de tiempos y situaciones mentales, de olvidos cada vez más graves y confusos generan el valor existencial, social y cinematográfico de esta película. La y el espectador “vive” en la mente de Anthony, siente su deterioro y consecuencias trágicas; atestigua el drama desgastante de Anne y, lo más valioso, se pregunta qué haría frente a una circunstancia semejante en su propia vida. ¿Quién eres? ¿Quién soy?

Esta película, honesta y dura, logra este efecto en la audiencia gracias a su puesta en escena cinematográfica, que no olvida sus raíces teatrales sin ser “teatro filmado”. Claro, lo primero que destaca son las excelentes actuaciones de Anthony Hopkins y Olivia Colman, cuyos diálogos son una joya emocional in crescendo.

En el caso de Hopkins, la secuencia final es un diamante de su trabajo actoral al servicio de su personaje, donde consigue meternos no sólo en la piel, en la mente de Anthony, sino hasta lo más profundo de su total desamparo. Esta secuencia trágica es el resultado de una actuación brillante donde en momentos es jovial, danzarín, seductor… o un hombre iracundo que se defiende ante lo que cree son ataques del exterior.

¡No dejo mi departamento!

Por su parte, Colman se luce con su creación de Anne mediante la exposición descarnada del hartazgo que genera el cuidado de un paciente con una enfermedad sin solución. Atrapada entre su ética, su amor filial y su deseo de vivir, Colman muestra como va “día a día” desde la compra de un pollo, el quehacer doméstico de lavar platos, planchar, también trabajar, y que tiene que lidiar con su padre y su pareja que presiona para enviar a Anthony a un asilo.

Es como si fuera una extraña para él
El resto del elenco “de carácter” aporta con sus intervenciones una riqueza al contexto argumental y de puesta en escena que impulsa aún más la brillantes de los dos personajes principales.

Destaca también el asombroso manejo escenográfico en la cinta. Los departamentos y el asilo tienen una distribución semejante. Pero, así como la mente de Anthony se deteriora poco a poco por su desmemoria Alzheimer igual pasa con los departamentos. Del departamento suyo, lleno de objetos, libros, muebles, recuerdo, se pasa al departamento intermedio de Anne / suyo donde los estantes se van vaciando, los libros desaparecen, y los objetos en la cocina se desvanecen. Un ejemplo significativo es la desaparición del cuadro con la niña, de Lucy, en la pared de la chimenea. Marca la pérdida del recuerdo, el empobrecimiento de la mente y entorno del padre respecto de su hija preferida.

Anthony descubre que el cuadro de Lucy ya no está en la pared.

El departamento más desnudo (Anne) con el cuadro de Lucy al fondo.


Finalmente, en forma parecida al cuento “Casa tomada”, de Julio Cortázar, los espacios de Anthony (y de Anne) se reducen, se vacían y se pierden. El asilo es el último cuarto, con el último sillón, buró, la última fotografía familiar y la última ventana. En la realidad, el proceso se debe a que tanto paciente como persona cuidadora abandonan cuartos, zonas de la casa a las que ya no se puede dar tiempo de mantenimiento ante las exigencias que genera la enfermedad por debilidad del paciente y responsabilidades aumentadas de quién le cuida.

La ventana por donde se asoma el padre también juega un papel significativo en el esquema estructural semiótico del film. Su ventana al mundo cambia: ciertos puntos físicos son diferentes y marcan cambio de departamentos/físicos pero también de estados de desmemoria del personaje. El proceso semántico de las ventanas remata con lo que se puede ver afuera de la ventana al final de la cinta.

La ventana del departamento inicial, el suyo.

En paralelo, dentro del diseño estructural de todo el film, la edición es seca, en momentos a corte directo sin respiro que produce ligeras confusiones en el público correlacionadas con la confusión del personaje principal y que, en su correspondiente puesta en escena puede implicar la aparición/desaparición de personajes en la memoria/olvido de Anthony.

Asimismo, la fotografía -que siempre es “obscura” aunque sea de día, con cortinajes, o de noche- pasa de los tonos cálidos marrones del inicio a azules, grises y blancos cada vez más fríos (al parejo que se desnuda la memoria y la escenografía). Este rasgo constante de cinefotografía se suma a la estructura oculta del film, que sostiene los diálogos y actuaciones para interiorizar al público dentro de los dos personajes principales, con Anthony como eje.

Por otra parte, las situaciones argumentales de Anthony y Anne que expone “El Padre” no son exclusivas de personas adultas mayores con problemas de salud mental y sus familiares cercanos. Por ejemplo, pacientes con cáncer en sus diferentes manifestaciones y sus familiares viven lo mismo: ese “día a día” que muestra como la enfermedad avanza y apaga a quienes la padecen ante la impotencia de las y los cuidadores, con angustia, ansiedad, desesperanza; aún cuando enfrentan al cáncer con la esperanza de frenarlo con distintos protocolos y pelean “día a día” la larga derrota colgados de un clavo ardiente.

Otra reflexión argumental que nace de “El Padre” es cuando el público observa la violencia que sufre Anthony a manos de Paul, la pareja de Anne. Considera que el viejo se entremete en la relación y la destruye. No es su padre y se desespera antes: Paul comienza con la presión para que Anne interne a su progenitor y termina golpeando, humillando a Anthony, que llora ante los golpes porque por edad ha perdido todo vigor físico para poder defenderse ante la injusta agresión. Tan es importante esta escena que Anne, que descubre el hecho violento, se separa de su pareja.

A todo lo anterior se suma la ausencia del Estado. En todo momento, la historia se desarrolla en espacios privados, ninguno es público. Esta ausencia total es resultado de políticas donde la población adulta mayor no tiene valor económico: no produce, solo gasta y consume recursos. Pero tampoco son una solución las políticas clientelares que le dan una lanita a las personas adultas mayores (siempre insuficiente si no se suma a una jubilación decorosa, que tampoco hay muchas). Tienen algunos efectos positivos como un regreso de la autoestima de esta población porque gastan algo que “es suyo” y deciden en qué, pero que redundan en el agradecimiento acrítico de quien da la “dádiva” -aunque sea por “por ley”-: el gobierno y el partido que entregan. Mismo gobierno y partido que recortan o asfixian los presupuestos directos a las instituciones de salud mental del Estado y que rebotan en poblaciones adultas mayores con estas enfermedades concretas como el Alzheimer y la demencia senil.

“El Padre” es una excelente película, pero no es para todos los públicos, sobre todo los que buscan sólo entretenimiento. Va para público de nicho enfocado a cine de ideas, de lectura concentrada y que exige su atención, para quién acepta que se le cuestione desde la pantalla.

En síntesis, “El Padre” enfrenta a su audiencia con posibles Recuerdos del Porvenir. Le pone en pantalla cuestionamientos de que harían posibles pacientes de Alzheimer y de las personas que les tendrían a su cuidado. Se presta a múltiples reflexiones cómo, por ejemplo, qué sucede cuándo la red de protección de la o el paciente sólo tiene a otro miembro de la familia nuclear, no hay familia extendida y la política agrede a la o el paciente débil. Toca a la población adulta mayor porque es la que vive en mayor estado de vulnerabilidad, pero se abre a pacientes de otras edades con enfermedades crónico-degenerativas de alta corrosión física y mental. El hecho de que la audiencia salga de ver “El Padre” con más preguntas que respuestas y reflexiones sobre estos Recuerdos del Porvenir no es un logro menor de este honesto film.

EL PADRE / THE FATHER. Producción: Trademark Films, Cine@, AG Studios NYC, Embankment Films ($), Film4, Viewfinder, Sony Pictures. Director: Florian Zeller. Intérpretes: Anthony Hopkins (Anthony), Olivia Colman (Anne), Imogen Poots (Laura), Olivia Williams (mujer, Anne, enfermera), Rufus Sewell (Paul), Ayesha Dharker (Dra. Sarai). Música: Ludovico Einaudi. Cinematografía: Ben Smithard. Edición: Yorgos Lamprinos. Diseño de Producción: Peter Francis. Decoración de Sets: Cathy Featherstone. Dirección de Arte: Amanda Dazely, Astrid Sieben.

Estrenada en el Festival de Sundance a inicios de 2020 y antes del estallido mundial de la pandemia por SARS-CoV-2 COVID-19. Recibió seis nominaciones al Oscar en 2021 e inició su exhibición en cine en México el 1 de abril de ese año en la cadena Cinépolis. Se puede ver en la plataforma Netflix.

Francisco Peña. Viernes Santo. 2 abril 2021. 11.30 hrs. Visionado. 1 abril 2021. 16:10 hrs. Cinépolis Miramontes, Sala 6. Bajo condiciones de sana distancia.