Por David Guzmán
La historia que voy a contarles bien podría asimilarse a narrarles lo que experimenta alguien a punto de perder su virginidad (ó que ya la perdió jaja). Es lo que podría denominarse la pérdida de la inocencia. Una inocencia que estuvo latente muchos años de mi auto-preparación cinéfila (que solamente consiste en ver muchas películas) y que me hacía disfrutar prácticamente cualquier film que me pusieran enfrente. Todo comenzó porque en un periodo vacacional que tuve en bachillerato, decidí meterme a trabajar como empleado de mostrador en un videocentro (¿los recuerdan?). Sin importarme que me pagaban 2 pesos, mi estancia ahí se prolongó más de lo que yo había planeado pues descubrí todo un mundo nuevo y al que yo siempre había permanecido distante: el cine. En ese sentido, el mayor goce del trabajo ocurría al final de la jornada cuando nos permitían llevarnos a casa un máximo de dos películas diarias, bajo el supuesto de tener que estar preparados para atender lo mejor posible a los clientes y hacerles recomendaciones adecuadas cuando lo requirieran.
Así comenzaron a desfilar títulos por mi todavía virgen visión cinéfila y cuyas tramas han quedado hoy prácticamente en el olvido: Tango y Cash con Silvester Stallone, Rescate en el Barrio Chino con Kurt Russell, Peligro en la Noche con Mimi Rogers, Depredador, etc.). Pero el gusto se fue refinando. Y comencé a volverme más exigente. Comenzaban a aburrirme ciertas temáticas y ya sabía a lo que me exponía si Steven Segal aparecía en la portada de la caja. Y comencé a fijarme en los nombres de los directores; formas, estilos...
Y dentro de las formas y contenidos (y ya para entrar en materia de una vez por todas), me he percatado de ciertas manías que me asaltan -casi con metralleta en mano- el visionado y que otros no ven (o no quieren ver) por tener todavía esa inocencia cinéfila que reconozco me pesa no tener en ciertas ocasiones y en otras actúo como que la tengo precisamente para no echar a perder el posible goce de una cinta. Sé que con el paso del tiempo, esto que comento pudiese relacionarse con clichés en los que caen los realizadores fácilmente en tantas temáticas tan reconocibles: Muchacho guapo y rebelde del que está enamorado las más fea del grupo y no se da cuenta; la mujer que contra todas las adversidades triunfa; los dos enamorados que no pueden realizar su amor porque tienen todos los inconvenientes del mundo encima, etc., etc. Todo esto lo puedo tolerar a gusto siempre que este tipo de historias tan vistas y refriteadas me sean contadas con cierta originalidad. Y a veces esa originalidad puede ser tan sutil que puedo terminar enamorado del film en cuestión sin darme cuenta. Pero ¿qué pasa si mi -a veces- inquieto ojo detecta cosas que deliberadamente (por no decir descaradamente) buscan provocarme una sensación, emoción o pensamiento? Casi nada: me encabrono rotundamente. Me siento engañado, asaltado a plena luz del día.
Y hay dos cintas, que por tenerlas frescas en la cabeza me gustaría mencionar para ejemplificarles este malestar profundo; la primera y más relevante: The Notebook ó Diario de una Pasión. Una anciana que relata en flashback su gran amor con un chico. Uno no sabe sino hasta el final de la cinta que la chava que vemos en el 90% del metraje es ella, la anciana, en la actualidad. Todo el enamoramiento de los jóvenes –con todo y broncas por las que tienen que pasar- está lleno de clichés tan evidentes, que casi puedo ver al director con su equipo de guionistas y creativos buscando las situaciones que nos hagan decir: “ay, ¡que bonita película!”. Un paseo en un río rodeados de gansos, atardeceres mágicos, una petición de salir juntos con ella sentada en lo alto de un juego mecánico mientras el individuo sostenido de un tubo la amenaza y le dice que de no aceptar salir a bailar con él se dejará caer al vacío; ellos mismos acostados sobre una calle solitaria viendo las estrellas dizque exponiendo sus vidas a que pase por ahí algún vehículo y los aplaste (que esa si no habría sido mala idea), etc.
Segundo ejemplo: A Touch of Spice (Un Toque de Canela) con un niñito y mentor estilo Cinema Paradiso que adulto recuerda a su abuelo quién le enseñó (y aquí es donde viene el cliché mal llevado) los secretos de las especias, de los olores y sabores de la comida y que por analogía a todo en su vida le tiene que poner ese toque que lo haga disfrutar al máximo su existencia. Toda la cinta enmarcada en un realismo mágico que a ratos amenaza con hacerme dormir a pierna suelta, aún cuando la experiencia global no es del todo insatisfactoria. Veo pues una mano ‘manipuladora’ de mis emociones que parece decirme: ‘yo sé que es lo que te gusta ver para lograr que llores, así que ahí te va esto…'. Lo malo –repito- no es que ocurra, pues la gran mayoría de los filmes lo hacen: buscar emocionar al espectador (ya sea para hacerte llorar, reír o acojonarte de miedo) y para ello se valen de muchos artificios; lo malo es que se note descaradamente, sin estilo, copiado y con mala intención; esto es casi -por decirlo más gráficamente- como percibir un micrófono saliendo a cuadro ó ver al equipo luminotécnico atrás de una ventana que ilumina en el interior del recinto a la actriz; es como ver que lo que parece nieve es en realidad espuma de jabón (¿recuerdan La Noche Americana?) ó ver al actor poniéndose gotas para ojos creando la ilusión de que llora.
¿Así o más cliché la pose del niño en el póster?
A veces un encuadre puede hacer la diferencia y engañar a mi memoria y ver lo que me salta en un film como algo que fluye con normalidad en otro. No descarto la posibilidad de haber perdido sensibilidad, que pudiese llamarse también inocencia cinéfila. Pero por otra parte y aunque suene contradictorio sé que poseo esa sensibilidad cuando veo como Wong Kar Wai con su 2046 (y de la que hablaré en otra ocasión) me rebasa y me deja bañado en lágrimas en una obra desesperanzadoramente romántica. En este caso, sé que existe su mano creadora detrás PERO NO LA VEO…lo cuál me llena inmensamente de gozo emocional y placer intelectual (y el póster que sigue no representa necesariamente éste último comentario).
Tal vez sea mucho pedir, tal vez sueno exigente, pero creo que es una de las formas efectivas de ir haciendo a un lado los filmes que valen de los que no ó al menos (y para no quedar como pretencioso) de los que sí ameritan estar en mi videoteca.