Francisco Peña.
A Guillermina de Lourdes, Rosario, y Elena Victoria Barroso Moguel, a quienes agradezco como hijo y sobrino todo su amor, conocimiento y alegría de vivir aunque las tres ya hayan partido.
La conocí por azar en el parque.
No ocupaba mucho, del tamaño de una paloma con sus plumitas.
Envuelta en palabras, en nombres como el mío.
Me dio un libro, otro, y las páginas se iluminaron.
No te mueras ahora, hay tiempo, espera.
No es la hora, florecilla.
Dame un poco más de ti.
Dame un poco más de tu vida.
Espera.
Hollywood le huye como a la peste a un tema: la Vejez. El cine abiertamente comercial, cuyo objetivo es obtener la mayor ganancia en taquilla en el menor tiempo posible, considera que la vejez y los adultos mayores son veneno puro cuando se convierten en el eje central de cualquier narración fílmica. Se trata de la vejez, no de la muerte, que como tema se ha transformado en diversión pública, con géneros cinematográficos especializados en exaltar –y vender- toda una “espectacular cultura de la Muerte”.
El ocultamiento de la vejez en el cine es sólo un ejemplo de cómo en la mayoría de las sociedades los adultos mayores son olvidados, esquivados o arrinconados por la academia, instituciones gubernamentales y privadas, funcionarios públicos, activistas, bancos, empresas, familias enteras de parientes. Parece que envejecer es lo peor que le puede pasar a una persona.
Por suerte no siempre es así. En el caso de algunas cinematografías nacionales -como espejo de sus sociedades- aún se producen cintas donde la persona adulta mayor es respetada: tiene un lugar apropiado en los procesos sociales, es productiva y, finalmente, es fuente esencial en la transmisión del conocimiento a las nuevas generaciones. Así ocurre todavía en las cinematografías europeas y asiáticas, con películas donde el adulto mayor es personaje central de la historia y no una figura secundaria o inexistente.
Mis tardes con Margueritte (Francia, 2010), del director y guionista Jean Becker, pertenece a esa estirpe fílmica que considera al cine como el Séptimo Arte, como vehículo digno de expresión humanista donde los adultos mayores son seres humanos plenos, e independientemente de cómo haya sido su vida son sujetos de amor, respeto y un lugar decoroso bajo el sol. Mis tardes con Margueritte no está sola en su enfoque de la vejez. Entre otras, la acompañan películas como Los años dorados (On golden pond, EU, 1981, Mark Rydell), Todos estamos bien (Siamo tutti bene, Italia, 1990, Giuseppe Tornatore), La lengua de las mariposas (España, 1999, José Luis Cuerda), El baño (The shower, China, 1999, Zhang Yang), Pauline y Paulette (Bélgica, 2001, Lieven Debrauwer), y parcialmente Begginers, así se siente el amor (EU, 2011, Mike Mills) entre otras más.
Mis tardes con Margueritte destaca entre ellas por la claridad con que aborda la vejez, por los matices clarobscuros de las dos mujeres adultas mayores de su argumento, y por la sencillez con que expone la personalidad de Margueritte a sus 95 años.
El punto de vista con que se mira el mundo de los adultos mayores es el de Germain Chazes (Gerard Depardieu). Es un “hombre joven” de 50 años, “hombre joven” en comparación a los 95 de Margueritte como ella misma le dice. Pero no es el único representante de su generación: también están algunos de sus amigos y Francine, la dueña del bar que todos frecuentan.
Esta generación de 50 años entreteje narrativamente todos los puntos de vista: el de la infancia, la adultez (de los 30, de los 50) y la vejez. Generación que, de golpe, toma conciencia del tiempo transcurrido, ya sin las compulsiones de la juventud (sexuales, de prestigio, de ascenso clasista, etc.). A partir de Germain, la generación de “adultos contemporáneos” (como los “etiquetan” los mercadólogos) hace un balance de su vida y descubre que tiene cosas que aprender de los adultos mayores, a cuya condición se acerca por el simple paso del tiempo. De esta forma, la infancia de Germain y las situaciones actuales lo preparan para abordar sus relaciones con los adultos mayores con un nuevo enfoque; es decir, replantearse las relaciones con su madre (de unos 70-73 años) y con Margueritte con lecciones de madurez (¡a sus 50 años!) para ser un mejor ser humano, y enfilarse a sus nuevas responsabilidades como pareja y como padre.
Para Germain (y los espectadores), las lecciones sobre el paso inexorable del tiempo se presentan de inmediato en el film: empiezan a pagarle menos por su trabajo; las bromas sobre su ignorancia, falta de sensibilidad y modales toscos se incrementan, y es testigo del deterioro emocional de la gente de su generación (Francine pierde a su amante por una mujer más joven; Landremont amenaza con suicidarse por soledad, ya que su esposa murió hace 3 años). Germain está a un paso de paralizarse emocionalmente por la indiferencia de su madre, por el desconocimiento de quién fue su padre, por una relación sentimental para la que se siente inadecuado. En ese momento, el azar lo pone frente a la frágil Margueritte… y su vida cambia.
Encuentra a Margueritte (Gisèle Casadesus) en un parque y la cadena de momentos cotidianos, sencillos y comunes se enlaza para producir un cambio cualitativo por acumulación en Germain. Esos momentos humanos son cada vez más escasos en el cine de Hollywood enfocado a explotar monetariamente a los adolescentes, su mercado histórico cautivo por excelencia. Germain y Margaritte entablan una conversación “superficial” sobre las 19 palomas del parque que para él, al ponerles nombre, son como su familia. Y en medio de la conversación se le cae un libro a Margueritte… y en medio del azar inicia la transmisión del conocimiento de una generación a otra.
La transmisión del conocimiento.
Un eje narrativo toral del film de Becker es la transmisión del conocimiento de la generación vieja a la generación joven.
Hasta el siglo XVIII, antes de la Revolución Industrial, dicha transmisión se hacía de boca a boca, de maestro a aprendiz, ya que apenas se iban implementando los sistemas educativos de un maestro con un número mayor de alumnos en clase para niños y jóvenes. Este proceso de aprendizaje está bellamente expuesto en La joven del arete de perla (Girl with a pearl earring, EU, 2003, Peter Webber) donde el pintor flamenco Johannes Vermeer enseña a su joven trabajadora del hogar, que tiene una habilidad innata para ser pintora, a ver los colores en la naturaleza, perspectiva, preparado de pinturas, hasta que ella se convierte en la modelo de uno de sus cuadros más famosos y queridos.
Este mismo proceso de transmisión del conocimiento se puede extrapolar a la relación Margueritte – Germain. En principio parece que se trata sólo de un conocimiento exclusivamente libresco, literario, de diccionario… que se amplía cuando Germain lo hace suyo y lo usa en su vida diaria con sus amigos. Pero el flujo de las palabras, metáforas e imágenes literarias contienen también un conocimiento que va más allá del dato duro. Las artes, en este caso la literatura en particular, también conllevan el conocimiento de la vida que tienen las y los autores. Entonces se transmite también un conocimiento emocional, sentimental, psicológico, existencial…
Margueritte comienza con la lectura de La peste, de Camus, y el potencial de Germain se despierta: su imaginación visual, su memoria auditiva. Al concatenar los significados de las palabras se transmite el sentido de la novela, de la poesía: la visión compartida de los autores culmina en la maduración de las y los lectores, que hacen suyas las vivencias narradas. Así, Margueritte le abre nuevos mundos a Germain: los mundos literarios de Albert Camus, Luis Sepúlveda, Jules Supervielle, A. J. Cronin…
La generosidad de Margueritte vence la resistencia de Germain creada por las burlas de un maestro y compañeros en su infancia, por la indiferencia y regaños de su madre, todo por una supuesta “torpeza” de carácter, inteligencia y trato social del chico Germain que lo acompaña en su madurez.
El “hombre joven” de 50 años atribuye sus defectos personales a su madre y sobre todo a la falta de padre, a la relación superficial de la que él nació: “Carezco de modelo. Tuve que descubrirlo todo solo”, le dice con amargura a su pareja sentimental Annette (la actriz Sophie Guillemin), mujer de 34 años, chofer de autobús, de quien ya escribiré después. Margueritte entiende este hecho en la vida de Germain, pero en lugar de darle un matiz amargo lo enfoca como algo positivo al decirle después en el film: “”Si alguien no recibe bastante amor de pequeño, le queda todo por descubrir”. Pero ya no es más el “tuve que” sino el “tienes todo por…”.
La clave en la transmisión del conocimiento Margueritte - Germain está en la ternura y delicadeza con que la adulta mayor se acerca al “hombre joven”. No pontifica, no se da aires de intelectual a pesar de ser una científica: ubica la relación en un plano de Igualdad Real donde Margueritte nunca está “por encima” de Germain. En ningún momento lo discrimina por ser iletrado o tosco o gordo o torpe socialmente; ella maneja la relación como seres humanos iguales que intercambian experiencias diversas, diferentes, pero mutuamente enriquecedoras… ya que Margueritte también recibe respeto y conocimiento. Germain le aporta su propio saber: la cosecha de verduras, de tomates, “la tierra negra con terrones”, de cómo son sus amigos y así le brinda compañía contra la soledad y el aislamiento.
El cambio interno en Germain se acelera. Su rechazo a los libros –y la intelectualidad- se requebraja aunque duda entre “leer o no leer, he ahí el dilema”. Mientras cultiva su huerto, le confía a su gato (si, a su gato, los animales son nuestros silenciosos interlocutores muchas veces): “Fíjate en la Margueritte. Cuarenta kilos, arrugada como una amapola. Con miles de estanterías en la cabeza, y en las estanterías, libros y más libros. Y ella comprende todo”.
De esta forma, el proceso de transmisión del conocimiento existencial se afianza y el mutuo intercambio enriquece a ambos. Surge así el amor entre los dos en su variante conocida como amistad, que explica a profundidad el final del film y los destinos de Margueritte y Germain.
La otra forma (difícil) de amar.
A esta altura de la película se da el momento en que Germain compara la relación de Margueritte con la que tiene con su madre Jacqueline. La segunda está teñida desde la infancia por la violencia familiar, donde Jackie tiene que defenderlo y defenderse de un amante seductor (la escena del collar rojo en su infancia) que resulta ser un macho violento pero cobarde (la escena del tridente). Jackie tiene la valentía de la madre soltera pero, por las circunstancias de su juventud y quizás de su propia infancia, no puede demostrarle a su hijo el amor que le tiene.
Germain es testigo, con tristeza e impotencia, que la gran diferencia entre Margueritte y Jacqueline es la claridad mental. Margueritte a sus 95 años tiene en perfectas condiciones sus facultades mentales; Jackie, su madre, a los 70-72 años ya da señales de senilidad mental.
Sin embargo, la humanidad de Margueritte y “La promesa del alba” de Supervielle le permitirán a Germain comprender que su madre si lo amaba, como descubre en la escena con el notario que le revela cómo Jackie logró que la casa donde vive sea realmente de Germain. Una parte importante de la vida de su madre, que él desconocía, estuvo dedicada completamente a él aunque no le dijera “te quiero”.
El laberinto de las palabras.
Dentro del proceso de transmisión del conocimiento ya planteado siempre hay momentos de riesgo, donde el intercambio puede fracasar si los personajes insisten en ser egocéntricos y no ceder una parte de sí mismos al Otro.
Margueritte, al ser mayor que Germain, lo tiene muy claro por su condición de adulta mayor: “La vejez estorba, sobre todo a los demás. Pero la edad tiene un privilegio, si uno se aburre sabe que no durará mucho”. Percibe que Germain puede regresar a la amargura generada por su infancia, a su vieja resistencia a las palabras porque el conocimiento provoca que uno se confronte a sí mismo. Lo sabe cuando le regala un diccionario aunque la nota es positiva: “Con un diccionario se viaja de palabra en palabra. Se acaba perdido en un laberinto. Uno se detiene, sueña…”.
…y Germain se pierde en el laberinto porque el diccionario no recoge todo lo que él sabe ni le explica todo lo que quiere, como le confiesa a su gato (si, de nuevo el gato es su locutor inteligente… y lo es).
Por eso Germain le reclama después a Margueritte la insuficiencia del diccionario, pero lo que enmascara el reclamo es el dolor del conocimiento de sí mismo y de los demás: “…es como dar anteojos a alguien miope. De pronto se ven todos los defectos, los agujeros, se ve uno mismo. Con usted he intentado aprender, pero duele. Estaba mejor antes… todo borroso, todo simple”.
Margueritte entiende el reclamo y lo acepta con humildad, sin aspavientos y está a punto de regresar el libro que iban a leer juntos a la estantería… pero momentos antes él descubrió QUIÉN es Margueritte: doctora, científica que formó parte de la misión médica de la Organización Mundial de la Salud en el Congo (hoy Zaire) en los años 60. Y la magia de la lectura compartida no muere… vuelve a generarse.
Hoy por ti, mañana por mí.
La amistad es sólo una parte del "continuo arco del amor", que abarca desde el amor a Dios, al amor filial, al amor familiar, al amor para la pareja y que pasa, claro, por la amistad; la amistad es el mismo amor por otros medios. En su novela 2010, el escritor de Ciencia Ficción Arthur C. Clarke definió la amistad como el intercambio de vulnerabilidades, como la confianza amorosa que permite a dos personas intercambiar información íntima que podría dañar o herir al amigo si se difunde. Y tenía razón… Eso es precisamente lo que hace Margueritte al término de una nueva lectura: le confía a Germain su tragedia personal, sin amargura, sin dramatismo, porque comprende que lo que le ocurrirá es parte del proceso de envejecimiento.
Margueritte: La verdad, me parece que no voy a poder seguir leyéndole mucho tiempo.
Germain: ¿Y por qué?
Margueritte: Porque ya no veo muy bien. Padezco una degeneración macular propia de la edad. Tengo manchas en el centro de los ojos y estas manchas aumentan. Me cuesta leer.
Germain: Por eso tiene una lupa.
Margueritte: Sí. Muy pronto, mi querido Germain desaparecerá entre sombras. Ya no podré contar las palomas.
Germain: ¿No se opera?
Margueritte: Mi vista se muere, no se opera a la muerte.
Es el punto donde se da la correspondencia, el reflujo, el cambio de la marea.
Hasta este momento, Germain ha sido el receptor del conocimiento (léase, por qué no, por primera vez “sabiduría”) de Margueritte. Después de la confesión de Germain sobre su dolor al conocerse a sí mismo y los demás, ella muestra el amor y la amistad que le tiene al confiarle la vulnerabilidad de su próxima ceguera total. Las dificultades que estuvieron a punto de derribar el puente que comunica su amistad amorosa se diluyen. Sus cimientos ahora son fuertes porque cualquier mutua ayuda está anclada en el cariño: “hoy por ti, mañana por mí” en la única manera en que puede funcionar. El circuito de la transmisión del conocimiento se ha invertido para el mutuo enriquecimiento de los personajes.
El amor en cascada: la importancia de Annette.
Es el momento en que el personaje de Annette interviene en la historia para multiplicar el amor en sus distintas variantes. Al principio no entiende la conducta de Germain y estalla en celos hasta que él confiesa la existencia de Margueritte (¡95 años!) a pesar de que él sabe que es una historia increíble… pero Annette le cree… y con su sensibilidad encuentra la solución para que siga la amistad de su pareja con Margueritte.
Germain: ¿Qué será de ella si pierde la vista? ¿Qué pasará con todos sus libros? ¿Con ella? La lectura es su vida.
Annette: LÉELE TÚ.
Annette prepara a conciencia a Germain. Ambos comienzan con un fragmento de Las estrellas miran hacia abajo, de A. J. Cronin. Lo guía para que pueda leer en voz alta, para darle ritmo y volumen. Lo acompaña y entre ambos comentan el libro y es ella ahora quien, con amor, le resuelve las dudas a Germain.
El punto es importante porque ASÍ es cómo Annette abre un espacio en su vida a Margueritte, con una acción real y concreta de igualdad más allá de leyes (justas o injustas) y palabras universitarias (con contenido o discurso hueco). Podría ser egoísta y reservarse para sí todo el tiempo de su pareja; pero, precisamente porque lo ama comprende la importancia que tiene para él esta persona adulta mayor. Toma la decisión de que en su vida cotidiana de pareja Margueritte tendrá un espacio digno y propio, y ACTÚA.
La importancia de Annette es incuestionable. Representa la aceptación de la continuidad del conocimiento humano por la vía femenina, de generación en generación (como lo plantea, por ejemplo, Doris Lessing en su novela La Grieta). Así, a través de Annette, en el film toma cuerpo la idea de la incorporación de los adultos mayores en el seno familiar, con espacio e importancia propios.
Pero también Annette y después Germain representan a los adultos de cada generación que toman sus propias decisiones. El film no está a favor de una gerontocracia, y esa idea no debe desprenderse de la lectura de este texto. Cada generación debe tomar de sus adultos mayores, del conocimiento existencial que ellos tienen, lo que crea conveniente, tal y como Annette y Germain lo hacen. Esta es la responsabilidad de cada generación, lo que toma y lo que deja.
De ahí que el actual paradigma social “Los viejos no sirven para nada” sea la peor posición posible de jóvenes y adultos, porque al condenar todo el conocimiento de los adultos mayores y en consecuencia a los adultos mayores mismos, no saben que se condenan a sí mismos a padecer las mismas condiciones de desempleo, soledad, aislamiento y vida cuando llegue su turno ineludible con el paso del tiempo.
Para subrayar esta idea clave de la historia, el film contrapone a Annette con la esposa del sobrino de Margueritte.
Margueritte a Germain: El asilo… “es muy caro. Mi sobrino me ayuda, pero ¿hasta cuándo? Su mujer no está de acuerdo”.
Por lo que se infiere de las imágenes y diálogos en pantalla, las dificultades económicas llevan a que la esposa no quiera “recortes” en su nivel de vida ni en la de sus hijos, pero que estos “recortes” si son perfectamente aceptables en el caso de la persona adulta mayor. No hay ningún espacio cedido y eso le enseña a sus hijos porque es la idea que empapa a su sociedad; que no le extrañe que sus hijos la “recorten” a ella de la economía familiar cuando le llegue el momento de ser adulta mayor.
Sin embargo, la nota que domina en Mis tardes con Margueritte es proactiva. En el film, Annette muestra que el ser humano si puede actuar positivamente bajo la premisa de “Haz algo hoy por quién serás mañana”. Al abrirle un espacio físico y emocional a Margueritte como adulta mayor, Annette incrementa sustancialmente las probabilidades de que sus hijos y nietos respeten y cuiden su espacio cuando, a su vez, le toque ser abuela. Eso les enseñará, eso es lo que recibirá: la retribución a su aceptación inicial, al efecto en cascada del amor y la amistad.
Margueritte, ¿abandonada o muerta en un rincón?
La historia que narra Mis tardes con Margueritte es aparentemente sencilla, pero su desenlace es significativo. Por las circunstancias que rodean a Margueritte y a Germain, los factores externos que los afectan, todo el planteamiento de la cinta lleva a una decisión final sobre el destino último de esta persona adulta mayor. ¿Quedará olvidada en el rincón de un asilo hacinado, con personal sobresaturado que proporciona servicios de baja calidad? ¿El amor amistoso entre los dos personajes será capaz de generar una solución satisfactoria para ambos?
Para saber el desenlace hay que ver la película; para hacer nuestro su mensaje final hay que estar muy atentos para escuchar el monólogo que cierra el film, con una voz en over fuera de cuadro.
Una historia bien contada.
La historia de Mis tardes con Margueritte no funcionaría para los espectadores si no estuviera filmada con habilidad por parte de Jean Becker. Por herencia familiar, por formación, Becker relaciona su film con la tradición cinematográfica llamada Realismo Poético Francés.
Al ubicar por completo la acción en locaciones ubicadas en el departamento de la Charente Maritime, de entrada se obtienen ambientaciones locales, cotidianas, desprendidas del sello “fílmico” de un estudio actual. Con este primer paso, el guión sólido del film se desarrolla con un “atmósfera” emparentada con las mejores obras campiranas de Jean Renoir y Marcel Carné.
El parentesco se acentúa con el trabajo cinematográfico de Arthur Cloquet, que con una fotografía adecuada capta esa famosa luz francesa de la campiña, y no tiene el menor escrúpulo en asemejarla a la tradición de Renoir. De hecho, el color está perfectamente balanceado para que esa “luz” –sobre todo exteriores, claro- recuerde precisamente esa tradición.
Si a esto añadimos que los personajes son “gente como uno”, se incrementan las posibilidades de que el sentido profundo de la cinta llegue a su público. Este objetivo se cumple en alto porcentaje por las actuaciones de Gerard Depardieu, Gisèle Casadesus y Sophie Guillemin, que subrayan el parentesco de los personajes con nuestras vidas diarias.
Germain es creíble porque Gerard Depardieu lo convierte en uno de sus mejores papeles dentro de su veta “contenida” para personajes cotidianos; la “exaltada” la emplea para personajes más épicos como en Vatel, Cyrano o El regreso de Martin Guerre. Aquí el rango de su actuación es pleno de matices, de pequeñas variantes para connotar estados de ánimo o de pensamiento. Se conduce como se puede comportar cualquier persona del público. En ese sentido, pone su actuación al servicio del personaje y de la trama y no, como en ciertas ocasiones, al servicio de la imagen pública de Depardieu mismo.
A Sophie Guillemin se le conoce sobre todo por su papel en Un amigo como Harry (2000, Dominik Moll). Ahora, a sus 34 años, entrega un buen trabajo actoral que hace verosímil a Annette ante los espectadores. A pesar de sus pocas apariciones en la historia, es esta actriz la que se encarga de uno de los puntos clave del film y su visionado: “Léele tú”. Gracias a Guillemin, el público de su edad (los 30) y género puede observar la actitud ética y generosa de su generación con los adultos mayores: abrirles espacios, participar en la transmisión del conocimiento en ambos sentidos y el respeto a su persona. De ahí que su trabajo, que se ve sencillo, sea en el fondo una labor de matices muy cuidadosa y profesional.
El caso de la actriz Gisèle Casadesus es el que más ha llamado la atención. Giséle tenía precisamente 95 años al momento de actuar en esta cinta; hoy tiene 97. La vitalidad y, al mismo tiempo, fragilidad de Margueritte son aportaciones directas de Casadesus al personaje. El impulso vital de seguir trabajando es un sello de “ambas”. Y así como Margueritte sigue adelante, Casadesus continúa trabajando en el cine francés: después de esta cinta colaboró en La llave de Sarah.
Si no se entiende que para las y los adultos mayores es esencial tener empleo, basta con conocer algo de la vida de esta actriz. Nacida en 1914, hace su primer film en 1934, a los 20 años. Desde entonces ha trabajado en el cine francés, con un intermedio forzado por la ocupación alemana de Francia durante la Segunda Guerra Mundial. Jean Becker, su director en esta cinta, tenía 1 año de edad (si, era un bebé) cuando Casadesus debutó en el cine.
En el caso contrario se ubican muchas estrellitas juveniles de hoy en Hollywood, que aún no se dan cuenta que no tendrán futuro al cumplir 35 años: serán cartuchos quemados, virtuales “adultas mayores” desempleadas para siempre en la industria cinematográfica hollywoodense a menos que se dejen transformar en “víctimas sexosas” de sierras eléctricas, hachas, puñales, varillas, cuchillos, sogas y demás parafernalia de las películas de horror/terror y su “espectacular cultura de la Muerte”.
En síntesis, el film de Becker se basa en la observación íntima de su cámara, en una fotografía sobria y en una dirección precisa. Todos estos elementos arropan esta cinta de corte clásico con sus características de ligereza, como si un aire fresco o una brisa ligera recorrieran la pantalla. Eso le permite al film exponer sin trabas su belleza, sus emociones y, claro, sus mensajes e ideas.
De salida.
Todo el film es una confrontación. Por una parte, el paradigma social que considera a “los viejos”, a “los rucos”, como despojos ya inútiles al proceso económico (lo que efectivamente acelera en muchos casos su muerte real); por la otra, una concepción novedosa que en realidad es antigua: los adultos mayores pueden ser productivos hasta el final de su vida, si se les reconoce y cuentan con una función positiva en la estructura social.
La concepción de que “los viejos” son inútiles aparece en el film como una atmósfera que rodea a los personajes, no toma cuerpo en uno de ellos. La edad es una preocupación que empapa a varios por las consecuencias del paso del tiempo: la senilidad de Jackie, la preocupación de Francine que pierde a su pareja ante una mujer más joven, los intentos de suicidio de Landremont. El paradigma negativo no tiene que tomar cuerpo porque ya habita en la manera de pensar de ciertos personajes. De ahí que el paradigma positivo de que los adultos mayores son productivos hasta el fin de sus días tiene que predominar primero en la cultura de una sociedad, para que las medidas legales e institucionales en contra de su discriminación puedan ser efectivas.
Por otro lado, este paradigma positivo es novedoso porque hoy utiliza los instrumentos de la lucha por la igualdad y la no discriminación en pro de los adultos mayores; es decir, lo novedoso es el cómo: leyes, políticas públicas, defensa de derechos inalienables del adulto mayor. Pero es antigua porque, en realidad, se trata de retomar un espacio que ya era suyo históricamente en muchas sociedades. La combinación de lo nuevo y lo antiguo debe generar algo distinto donde todos sean responsables de la situación: los adultos mayores de sí mismos en la medida de su capacidad física y mental, las familias en la medida de cómo tratan serán tratados por las siguientes generaciones, las instituciones por medio de la aplicación de la ley y con acciones positivas concretas.
En el caso de Mis tardes con Margueritte se conjuntan todos los elementos del paradigma positivo (pero hay que estar atentos al desenlace). Margueritte es responsable de sí misma en la medida de su capacidad física y sobre todo mental, es consciente de sus limitaciones –incluso legales, económicas-; la familia está representada por Germain y Annette, con sus propios problemas pero con decisiones bien cimentadas en su ética personal. Las instituciones son contrastantes porque el asilo privado es bueno (¡así cuesta!) mientras que el asilo de gobierno en Bélgica es más caótico y hacinado.
Pero sobre todas estas interrelaciones entre ideas, paradigmas, comportamientos y situaciones narrativas, este film expone una visión positiva de la vejez y el adulto mayor. No es un mensaje fílmico menor ni intrascendente, mucho menos aburrido. En el fondo se trata de nosotros mismos, de lo que hacemos con nuestro tiempo para construir la forma en que nos tratarán en el futuro. Si Mis tardes con Margueritte nos hace pensar en “lo que podemos hacer hoy por quiénes seremos mañana”, entonces dejaremos una herencia positiva a las nuevas generaciones; mientras tanto, podemos pedirles a los adultos mayores que nos den un poco más de ellos, que nos den un poco más de su vida. No, no es poca cosa.
Mis tardes con Margueritte / La tête en friche / My Afternoons with Margueritte.
Director: Jean Becker.
Guión: Jean Becker y Jean-Loup Dabadie.
Basada en el libro de Marie-Sabine Roger.
Año: 2010.
Música original: Laurent Voulzy.
Edición: Jacques Witta.
Cinematografía: Arthur Cloquet.
Con: Gerard Depardieu (Germain), Gisèle Casadesus (Margueritte), Sophie Guillemin (Annette).