Francisco Peña.
“Ya no puedo trabajar más como actor en el nivel que me gustaría”, dijo el actor Paul Newman. Se encontraba en una entrevista frente a las cámaras de la cadena estadounidense ABC, en el programa Good morning America. Aunque ya se esperaba su decisión de retirarse definitivamente del cine, no por eso dejó de ser un momento triste y nostálgico para los cinefilos, en especial para las generaciones de mujeres que lo admiraron en los 60 y 70.
Sus ojos azules, claros y expresivos, se plasmaron por última vez en Camino a la perdición (Road to Perdition – 2002) en un duelo de actuación con Tom Hanks, ambos dirigidos por Sam Mendes: protagonizó al gangster John Rooney con un señorío que llenaba la pantalla. Todavía su voz dio un paso más que su rostro en el mundo del cine: en 2006 participó en la cinta de dibujos animados Cars, de John Lasseter, dando su voz y personalidad al viejo auto Doc Hudson, mentor del personaje Lightning McQueen. Hizo este papel porque es un apasionado de las carreras de autos en donde participó como piloto. Pero el actor, que nació en Shaker Heights cerca de Cleveland Ohio, el 26 de enero de 1925, será recordado por muchos otros personajes a los que dio vida.
“Empiezas a perder la memoria, comienzas a perder la confianza, empiezas a perder la inventiva. Así que creo que ya es un libro cerrado para mí”, insistió Newman en la entrevista. La misma honestidad con que tocó el tema de la merma de sus facultades marcó también su carrera, inspirada en el famoso “Método” de actuación impulsado por el Actors Studio de Nueva York. Newman estudió allí en la década de los 50 con Lee Strasberg y formó parte de una famosa camada de actores: Marlon Brando, Montgomery Clift y James Dean, con los que fue comparado en innumerables ocasiones. Antes de sumergirse en el “Método”, Newman fue operador de radio en la Segunda Guerra Mundial en el Cuerpo Aéreo de la Marina y volvió para estudiar economía en el Colegio Kenyon, donde descubrió el mundo del teatro y la actuación, para no abandonarla jamás. Su primer paso lo dio en la Escuela Teatral de Yale y después se mudó a Nueva York. En 1953 debutó en Broadway y su éxito lo llevó a Hollywood donde la Warner Brothers le dio su primer protagónico en El cáliz de plata (1955).
“Siempre fui un actor de carácter pero tenía la cara de Caperucita Roja”, dijo alguna vez Paul Newman burlándose del comienzo de su carrera, que fue meteórico. La autoparodia contenía algo de verdad. Newman encarnaba una combinación ganadora: cuerpo atlético, perfil clásico atractivo, ojos azules expresivos. Le sumó una selección muy inteligente de papeles y un sentido del humor cautivador. En los 60 y 70 fue una estrella preferida por críticos, público y taquilla. Sus características físicas, que lo destacaban, a veces provocaron que no se le tomara en serio como actor pero siempre peleó contra los estereotipos.
Fue nominado nueve veces al Oscar, pero su postura política de militante demócrata de ala liberal fue un impedimento invisible para que lo ganara. Hasta 1986 y 1987 fue reconocido con el Oscar. El primero honorífico, el segundo al Mejor Actor por El color del dinero, de Martin Scorsese, secuela de otra de sus famosas cintas, The Hustler (Robert Rossen, 1961), por la cual también fue nominado sin ganar. “Fue como perseguir a una bella mujer como por 80 años. Finalmente, cuando se te rinde, le dices: lo siento mucho, pero estoy muy cansado…”, comentó entre risas luego de ganarlo.
En El Color del dinero, con Tom Cruise.
Dos de sus películas más populares las hizo en mancuerna con Robert Redford. La primera es la clásica Butch Cassidy y Sundance Kid (George Roy Hill, 1969, con secuencias filmadas en México), donde compartieron créditos con Katharine Ross (famosa por El Graduado). Se recuerda la escena donde Newman y Ross montaban una bicicleta al ritmo de la canción de Burt Bacharach “Raindrops keep falling on my head”. Fue tal el éxito que la pareja de actores se reunió con el mismo director en 1973 en El golpe (The Sting, Roy Hill), acompañados de la música ragtime de Scott Joplin, que se volvió famosa en la época. Cuando Newman coqueteaba con un retiro previo, se abstuvo porque deseaba hacer una nueva cinta con Redford: el proyecto no llegó a tomar forma.
“Me gustaría ser recordado como alguien que luchó, que trató de ser parte de su tiempo, que trató de ayudar a la gente a comunicarse, que trató de tener decencia en su vida, que trató de crecer como ser humano. Alguien que no fue complaciente, que no cedió”, aseveró en alguna ocasión Newman. Precisamente así como lo recuerdan –y recordarán- los cinéfilos por sus actuaciones más logradas. Entre ellas está la de la mencionada The Hustler, donde es el clásico joven solitario (Eddie Felson) que se enfrenta a sus propios demonios y al campeón de billar Minnesota Falls, actuado por el extraordinario cómico Jackie Gleason en una de sus apariciones dramáticas. También destacó como el alcohólico Brick Pollitt frente a la hermosa Elizabeth Taylor en Un gato en el tejado caliente (Richard Brooks, 1958), basada en la obra de Tennessee Williams. De Williams también llevó al cine Dulce pájaro de juventud (1962) de la mano del mismo director Richard Brooks. Aquí unió sus dos pasiones actorales: teatro y cine.
En The Hustler, con Jackie Gleason.
La vena anarquista de su personalidad tuvo rienda suelta con un director con la misma mentalidad: John Huston. En La vida y tiempos del juez Roy Bean (1972), Newman encarna al juez tejano que fue “la ley y el orden” arbitrarios en varios condados. Newman y Huston cantan una elegía al Viejo Oeste que desaparece con la modernización mecanizada de Texas a finales del siglo XIX y principios del XX. Es inovidable la escena cuando Roy Bean conoce en persona a su mítica actriz favorita Lily Langtry: es un encontronazo actoral entre Paul Newman y Ava Gardner, cuya belleza felina merecía su lema de “el animal más hermoso del mundo”.
Lo mismo puede decirse de su obra fílmica frente a algunos autonombrados “estrellas del cine” actuales. Todos estos años ver a Paul Newman fue un placer de primera clase. Ahora que se retiró en definitiva se pierde algo del corazón del cine y, sí, ¡lo extrañaremos!