16 octubre 2016

Jean-Paul Belmondo, el feo del cine francés

Sin ser galán, Belmondo creó una carrera que lo convirtió en sinónimo del buen cine francés. Tras larga enfermedad luchó por volver a filmar y logró.

Francisco Peña.


Duro, feo, frío pero humano: el arquetipo de lo que todos creemos que es un francés gracias a la magia del cine. Claro, Jean-Paul Belmondo no es el verdadero francés promedio pero sí una de las caras más importantes que el caleidoscopio fílmico de Francia ha mostrado al mundo.


No es un galán como Alain Delon o un pícaro adorable como Gerard Depardieu, pero es de los pocos actores que las ingenió para tender puentes entre el cine de arte (vía Godard) y el popular (sus papeles taquilleros de policía). Belmondo nació el 9 de abril de 1933 en Neuilly-sur-Seine pero entonces nada hacía prever que un chico indisciplinado, apasionado por el futbol y el box, podría llegar a la fama. Quiso ser comediante en teatro, tomó clases con Raymond Girard y fue compañero de Jean Rochefort (actor preferido del director Patrice Leconte). El encontronazo fílmico con Jean-Luc Godard lo convirtió en figura de la Nueva Ola Francesa y actuó en cintas dirigidas por Truffaut, Chabrol, Malle, Resnais, de Broca, Leconte y Melville: la crema de los cineastas franceses.


Todo comenzó en 1960 con Sin aliento (A bout de soufflé) donde Godard lo transformó en la figura juvenil del momento como Michel Poiccard, ladrón de poca monta enredado con la rubia Jean Seberg. Son memorables muchas de sus frases, que (con la mano de Godard atrás) marcaron una era del cine francés:


- No hay necesidad de mentir. Es como el poker. La verdad es mejor. Los demás piensan que estás bluffeando, así que ganas.

- Ustedes los americanos son estúpidos. Admiran a Lafayette y Maurice Chevalier, que son los más franceses más estúpidos.

- Si no te gusta el mar, no te interesan las montañas y tampoco te gustan las ciudades… ¡ahórcate!

- ¿Nos robamos un Cadillac?

- Te dije que tener miedo era el peor pecado.

- Siempre me intereso en chicas que no me convienen.


- Te amo. Quería verte para saber si quería verte.

- Cuando hablamos, yo hablo de mí, tú hablas de ti, cuando deberíamos hablar de nosotros.

- Está bien, contaré hasta ocho y si no sonríes te estrangulo.

- Patricia: ¿Conoces a William Faulkner? Michel: No, ¿quién es? ¿Te acostaste con él?

Los jóvenes que entonces se identificaron con Belmondo-Michel siguieron su carrera con fidelidad: no tuvo una taquilla estilo “Di Caprio” pero siempre generó ganancias sólidas. Muchos cineastas importantes querían su nombre en los créditos y así eslabonó títulos clásicos como Moderato cantabile (Peter Brook, 1960), La ciociara (De Sica, 1960), Una mujer es una mujer (Godard, 1961), El hombre de Río (De Broca, 1964), Pierrot, el loco (Godard, 1965), El ladrón (Malle, 1967), La sirena del Mississippi (Truffaut, 1969), Borsalino (Deray, 1970), El magnífico (De Broca, 1973), Stavisky (Resnais, 1974), Los miserables (como Jean Valjean, Lelouch, 1995), Los actores (Blier, 2000).


Entre los 70 y 90 se atrincheró en el mercado local y se convirtió en un superpolicía valiente, honesto, al mismo tiempo elegante, calculador, eficaz e invencible: personaje a su medida. El ciclo lo conformaron cinco películas taquilleras de acción: Peur sur la ville (Verneuil, 1975), L’alpagueur (Labro, 1976), Flic ou voyou (Lautner, 1979), Le marginal (Deray, 1983) y Le solitaire (Deray, 1987).


En 2001 llegó su mayor reto: sufrió un derrame cerebral que lo semiparalizó. En su vida privada encontró apoyo en Naty, su compañera, con quien se casó en 2002 (tiene tres hijos de un primer matrimonio) y en 2003 nació su hija Stella. Con esos alicientes regresó al cine luego de siete años de ausencia forzada. En enero de 2008 volvió a los estudios con Un hombre y su perro, dirigido por Francis Huster y guión basado en Umberto D (Vittorio de Sica, 1952).

Con la intensidad con que se abrió paso en el cine, la inteligencia con que escogió sus papeles, la fuerza con que realizó los trucos peligrosos sin recurrir a dobles, la entereza con que venció la enfermedad, Jean-Paul Belmondo nos demuestra que… sí se puede renacer.