Con amistad, para Pablo Oddone.
Su combinación de azul profundo con una amplia gama de miradas de lo romántico a la ira transformó a este par de ojos en los más bellos del cine francés.
Francisco Peña.
¡No me mires así que me derrito! es lo que un cinéfilo siente cuando ve ese par de ojazos azul profundo que lo miran desde la pantalla, enmarcados por una cascada de pelo negro, labios plenos y una piel de alabastro. No importa en qué película los vio por primera vez: desde ese momento son inolvidables. Su primer encontronazo con los ojos más hermosos del cine francés en décadas.
Su poseedora es Isabelle Adjani, la actriz francesa más galardonada desde 1976 a 2010 con cinco premios César a la Mejor Actriz del cine galo. Desde que tenía 20 años hasta ahora en su década 60, la Adjani ha hipnotizado a generaciones de cinéfilos. Sus ojos han sido la entrada a personajes femeninos complejos, atormentados, románticos, independientes.
Con su mirada, Adjani marcó a fuego a su primera generación de admiradores con La historia de Adèle H. A los 20 años, en 1975, Truffaut la escogió para protagonizar la historia real de un “amor loco” donde dio vida a Adèle, una de las hijas del escritor Víctor Hugo, capaz de cruzar cielo, mar y tierra en busca de su hombre hasta que terminó “enamorada del amor”. Isabelle Adjani, sin sobreactuar, la encarnó con una intensidad que deslumbró al mundo cinematográfico.
¿Quién era esta joven actriz? No era una improvisada. La hija de padre argelino y madre alemana actuaba desde los 15 años y pertenecía al cuadro de actores de la Comedia Francesa, toda una institución del teatro francés. En 1976 filmó El Inquilino dirigida por Roman Polanski, que se vio rebasado por la intensidad de la actriz. En una entrevista en México a finales de ese año, el director polaco se quejó de que Isabelle rechazara el truco de las lagrimas artificiales –muy usadas en cine-, se tomara su tiempo para prepararse psicológicamente y llorar lagrimas reales en escena. Esto habla de la fuerza con que la Adjani encara sus personajes.
La segunda generación marcada por los ojos de Isabelle la encontró en Nosferatu, el vampiro (1979) donde protagonizó a Lucy de la mano de Werner Herzog. En esta cinta gótica, los ojos de la actriz cautivaron al verdadero y único vampiro perverso que existe en el cine. La mirada azul y fatalista de la Adjani fue el contrapunto perfecto a la mirada enloquecida de Klaus Kinski y su perfecto Nosferatu.
Estas dos generaciones se enfrentaron a la actuación más alucinada en la carrera de la Adjani: Posesión (1981, del polaco Andrzej Zulawski). La recuerdan enamorada y embarazada por un monstruo, y no olvidan la escena donde, tambaleante, comienza a vomitar por los pasillos desiertos del metro de Berlín. Su actuación contestataria, contra todo molde comercial, le valió el Premio a la Mejor Actriz en el Festival de Cannes ese año.
Margarita López Portillo, sin comprender quien era la Adjani y con evidente oportunismo sexenal, la combinó con Carlos Saura para filmar ese bodrio mexicano llamado Antonieta (1982). Ni sus ojos brillaron en esa “biografía” fracasada de la Rivas Mercado. Hollywood tampoco entendió nada y la desperdició en Ishtar (1987, Elaine May) al emparejarla con ¡Warren Beatty y Dustin Hoffman en una comedia en el desierto iraní!
Con la misma determinación y fuerza de carácter que tiene en su vida real, Isabelle recompuso ella sola su carrera. En 1988 coprodujo Camille Claudel (Bruno Nuytten, con Depardieu) y sus ojos azules cautivaron a una nueva generación mientras proyectan la desesperación de una artista frustrada que no puede alzar su propia voz frente a un Auguste Rodin dominante: ese año fue nominada al Oscar para la Mejor Actriz. Desde entonces la Adjani no desvía su rumbo. En 2009 se dio el lujo de ganar su quinto César.
En todas estas películas y otras más (hasta completar 30), Isabelle Adjani nos ha regalado su belleza y arte desde la pantalla. Sin duda, ¡no hay ojos más lindos –y bellos- en el cine francés!