A dos décadas de su estreno, Mujeres al borde de un ataque de nervios permanece como una de las mejores cintas del director manchego: su humor negro y desparpajo aún son vitales.
Francisco Peña.
En blanco y negro, un hombre recorre la pantalla dedicando una frase galante a cada mujer hermosa con la que se encuentra. Es una de las primeras secuencias de Mujeres al borde de un ataque de nervios, que este 23 de abril de 2008 cumplió 20 años de su estreno. Muestra el “estilo Almodóvar” en su estado puro, cuando aún no llegaba el éxito internacional, Oscar, Palma de Oro de Cannes y Goyas; cuando la burla y el ingenio fluían sin freno en pantalla.
El posmodernismo en cine, que amalgama elementos de chile, de limón y de manteca, le cuaja artísticamente a muy pocos directores que se cuentan con los dedos: Almodóvar, Tarantino, Robert Rodríguez… Mujeres al borde de un ataque de nervios es una de las películas más logradas de esta corriente. La anécdota es conocida. Pepa (la extraordinaria Carmen Maura, que ganó un Goya por esta actuación ya que se roba toda la película impunemente) es una actriz de doblaje y TV que mantienen un amorío con Iván, hombre seductor, débil e inestable. Descubre su embarazo y trata de hablar con él. En el intento se le cruzan a Pepa todo tipo de peripecias como terroristas chiítas, amigas histéricas, el hijo de su amante y su novia, policías drogados con gazpacho. La historia es inverosímil pero sublime por ridícula. Es un pastiche delicioso que reúne melodrama, comedia, películas B, persecuciones y todo tipo de confusiones cuyo fondo es la burla irreverente de lo que más se ama: la cultura popular.
Lo popular tiene en esta cinta imágenes imborrables que son clásicas. Desde los títulos con la canción “Soy infeliz” con Lola Beltrán hasta el famoso “Mambo Taxi” con vestiduras de plástico de piel de leopardo, colgajos, revistas que se alquilan y hasta colirio. El taxista (Guillermo Montesinos) y Pepa tienen algunos de los mejores diálogos como:
Pepa: (Carmen Maura): ¡Siga ese taxi!
Taxista: ¡Creía que eso sólo pasaba en las películas!
Pepa: Hola. Soy la madre del famoso asesino de Cuatro Caminos. Cuando mi hijo vuelve a casa después de cometer uno de sus famosísimos crímenes, ¡me trae la ropa que es una pena! (muestra la camisa blanca llena de sangre).
Tocan a la puerta, abre y entran dos policías.
Pepa: ¿Qué?
Policía 1: ¿Dónde está la ropa que llevaba su hijo anoche?
Policía 2: En el momento del crimen.
Pepa: Pues aquí está. Mire que hermosura.
Policías huelen la camisa.
Policía 1: Ni rastro de sangre.
Policía 2: Ni de vísceras.
Policía 1: Parece mentira.
Pepa (muestra detergente a cámara): Ecce Omo. Parece mentira.
El diálogo entre Pepa y la abogada feminista Paulina Morales (Kivi Manver), actual amante de Iván, es lo que todos quieren decirle alguna vez a un abogangster:
Abogada: ¿No será a usted a quién han engañado.
Pepa: Pues si. A mi también me han engañado.
Abogada: ¿Un terrorista?
Pepa: Se le puede llamar así. Pero no es chiíta. Es de aquí, de Madrid.
Abogada: Pues se ha equivocado de sitio. Este no es un consultorio sentimental.
Pepa: Y usted tampoco es una abogada. ¡Usted es una hija de perra!
La abogada Paulina Morales
Pepa tiene una habilidad peculiar para definir situaciones y a los otros personajes de un plumazo verbal:
Pepa: Porqué se va de viaje con otra.
Lucía, la primera esposa (Julieta Serrano): ¿Te lo ha dicho él?
Pepa: Iván no sabe viajar solo.
O en este diálogo genial que resume el espíritu del destape y la movida española:
Ana: ¡En esa moto no se sube otro chocho más que el mío! ¡Me tiene hasta los huevos! Mira, pienso hacerme un business, sacar pasta y comprarle la moto a él. ¡Y después puerta! ¿Para qué necesito yo un tío teniendo la moto?
Pepa: Es mucho más fácil aprender mecánica que psicología masculina. A una moto la puedes llegar a conocerla. A un hombre jamás.
Se puede conocer a muchos directores mediocres (no digo nombres, que cada quien haga su lista), pero a los verdaderos cineastas como Almodóvar jamás. Allí están estas chicas Almodóvar más vivas que nunca para probar que, como canta Gardel (y cada día canta mejor) veinte años no es nada.