23 octubre 2016

Pachito Rex, de Fabián Hoffman

Francisco Peña.



Pachito Rex es malísima, pero no del todo. Para ahorrar tiempo, las partes salvables de Pachito Rex son: Jorge Zárate como Pachito, Ana Ofelia Murguía como Rosa María, y la edición de algunas secuencias, como la del inicio de la cinta.

El resto de la cinta es como la forma del Mausoleo de Pachito: todo mundo sabe lo que es en realidad… una mierda... o un "Drapy"...



Pero hay que vender la cinta, hacer creer que por su supuesta innovación técnica, por su tema político, se convierte en una especie de Drapy cinematográfico: es decir, en el ideograma de una buena película. Pero eso sólo se lo creen los ingenuos y los interesados en vender el Drapy a quien se deje.


Algunos, como Pachito en el film, van a descubrirle una misteriosa simbología, significados valiosísimos para la sociedad y el cine mexicano. Como el personaje de Pachito desea ser como presidente, esta cinta quiere ser un parteaguas cinematográfico por su técnica y su contenido.

Pero la verdad la detecta el público al verla en pantalla. Será la película de las albóndigas a pesar de todas sus pretensiones, que son fallidas.

La cinta es un laberinto desde el punto de vista argumental y técnico. Cuando parece que por fin el público saldrá de la confusión sólo se encuentra con otro callejón sin salida. La película parece que va a terminar… pero no del todo… porque arroja otra secuencia, y así ad nauseam.


El inicio es prometedor. Una buena edición va enlazando un mitin de Pachito (claro, en un cine), cantante famoso, candidato presidencial y Apóstol de la Honestidad (al que aún no le caen encima los "Complós" de villanos innombrables). A la salida ocurre un atentado y recibe varios plomazos.
A partir de ese momento, la cinta quiere narrar tantas cosas argumentalmente que termina por no narrar con claridad ninguna.

Se divide en dos zonas narrativas principales después del atentado inicial:

1. Pachito muere y vemos lo que ocurre años después con varios personajes.

2. Pachito no muere y se convierte en presidente dictador, que se reelige.


En el mundo narrativo donde Pachito muere, Fabián Hoffman, director de la cinta, cuenta primero la historia del supuesto asesino, que resulta inocente.

Se supone que Guadalupe Sobrino (Ernesto Gómez Cruz) mató a Pachito por amor, para mostrarle a su amada de lo que era capaz (versión oficial). Al cabo de 40 años de cárcel regresa y se dedica a deambular por los fondos digitales de la cinta hasta entrevistarse con Rosa María (Ana Ofelia Murguía) y su esposo don Genaro (Fernando Torre Lapham). Al final, ella pregunta si Guadalupe Sobrino mató a Pachito pero a él ya no le importa. Al público tampoco.

No hay nada detrás del personaje del asesino ni psicología, ni motivos, ni acción, ni reflexión. Se termina por no saber nada de él, con excepción de sus movimientos lentos para no echar a perder la toma y poder hacer (y después lucir supuestamente) el efecto programado. ¡No te salgas del caminito marcado porque se echa a perder el efecto después!


Desde la secuencia de Guadalupe Sobrino se nota una de las graves fallas de la cinta. La interrelación personajes – efectos digitales es nula. Si lo que se pretendía era construir una determinada atmósfera digital para relacionarla con el estado mental o existencial de los personajes, el resultado es pobre. Ni los efectos digitales tienen juego narrativo ni los personajes entran en relación con lo que los rodea.

En secuencias largas y aburridas el inocente asesino oficial termina por no aportar nada a la cinta. Así pasa con la gran mayoría de los otros personajes.

Después, se narra la historia de un investigador policiaco, pues años después se roban el cadáver de Pachito, como alguna vez amenazaron con robarse los restos mortales de Eva Perón, o del mismo Perón, etc.

Investiga a la hija de Pachito, a su amante Rumania Herzog (¡oralé!) y descubre que el muerto se sale a pasear por las noches, y de hecho termina platicando con él. La mejor idea de esta secuencia, que el investigador sea fan de Pachito -el Titán de la Canción- y se dedica más a pedir autógrafos que a desenterrar la verdad, se desaprovecha por querer darle tintes políticos al robo del cuerpo y a su máscara funeraria.


Ya instalados en las situaciones jaladas (como las de Bejárano, el Señor de las Ligas) que se pretenden farsa y nunca llegan a cuajar, está por demás que se diga que el robo del cadáver fue para venderlo en partes a los coleccionistas, que dizque se sustituya el cuerpo y otras cosas sacadas del rumor político.

Para rematar esta primera zona narrativa se incluye otra secuencia: Pachito en la ambulancia descubre la traición y que se va a morir de dos balazos por la espalda, no de frente como plantea la cinta en su inicio. Todo fue prefabricado por sus colaboradores cercanos.

Si algo es rescatable en medio del caos narrativo, de la puesta en escena y de los famosos efectos especiales digitalizados es la actuación de Jorge Zárate como Pachito. Gracias a él son soportables frases antológicas del guión como: “Mártir traicionado por una puta” y “Sin mi no son nada”, en el supuesto clímax de esta primera parta

La segunda parte surge de la nada y sólo se justifica con un letrerito inicial. ¿Es un juego de la imaginación? ¿Lo que hubiera pasado si Pachito vive? ¿Realidad alternativa? ¿O pura jalada argumental?

No hay que buscarle significados ocultos como al Drapy. El guión es como es: mal construido.


En la segunda zona narrativa Pachito es presidente, tirano y busca la reelección. Pero no es el personaje principal como en la primera zona. Aquí quien domina es el arquitecto Abel Mejía (Damián Alcázar), que vive marginado como profesor y termina cooptado por el corrupto régimen de Pachito Rex.

Se relaciona con un amigo corrupto y traicionero que es ministro, y además encargado del proyecto del mausoleo de Pachito. Abel quiere burlarse de Pachito y del ministro y hace una maqueta de la tumba, que recibe como encargo.

Pero el guión también cae en otra contradicción más en este personaje, que afecta toda la construcción de la segunda zona argumental de la cinta.

Abel se inspira arquitectónicamente en una cultura indígena pero nadie lo entiende. Se indigna con alumnos y hasta con su esposa por dicha incomprensión general. Un ejemplo es su casa, a la que se conoce por “la casa de las albóndigas”, y se enoja cada vez que la identifican así. Pero cuando se trata del mausoleo, saca de la misma cultura un diseño para burlarse: un Drapy, que tiene exactamente la forma de una mierda de perro.

Cuando enseña su diseño de mausoleo = Drapy todo mundo se da cuenta del insulto; pero Pachito, fan de la misma cultura indígena, lo salva: Drapy = ascenso del alma a la eternidad, etc.

Pachito se traga la burla evidente para todos buscando simbologías ocultas a lo que es obvio; pero Abel termina creyéndose su propio cuento. Ya se olvidó de las burlas de las albóndigas, de su propia broma al seleccionar la figura y se toma la cosa en serio. Quizás aquí cabe un paralelismo con los realizadores: terminaron todos creyéndose que su cinta = Drapy = significados profundos = buena película. El problema es que todo mundo sabe el verdadero significado del Drapy y por ende de la cinta.

Ya como termina el lío narrativo de toda la película es lo de menos.

Si la cinta usa el ideograma del Drapy, yo podría decir que la construcción de las secuencias narrativas de Pachito se asemeja a un mexicanismo muégano. Todas las secuencias están juntas, revueltas y apelmazadas alrededor de un centro hueco.

¿Hay mundo real y mundo de fantasía? ¿Pachito se enfrió, lo enfriaron o sobrevivió? Quien sabe, el guión nunca se molesta por aclarar lo que ocurrió. La película está más ocupada en tener trozos de alegoría, metáfora, farsa, comedia y demás, sin decidirse por ser alguna de sus partes. El conglomerado fílmico al “estilo postmodernista” se olvida de una de las premisas de esta corriente: el resultado debe ser mayor que la suma de sus partes eclécticas.

En cuanto a la cuestión técnica – digital mejor ni abundar en ella. Basta marcar que la puesta en escena se ve afectada por la realización de efectos, que es notorio que no todos pudieron realizarse por imprevisiones y/o desconocimiento para plasmar las imágenes finales.

La cámara amarrada en tomas fijas, lentitud en el movimiento de los actores, la imposibilidad de cortar secuencias para ajustar las tomas, son señales que marcan la ineptitud para conjuntar con éxito historia, puesta en escena y efectos digitales.

El punto que hace más evidente la incapacidad de conjugar los elementos de la cinta es la presencia de cámara negra en varias escenas. Dicha cámara negra es signo de que no se pudo juntar acción viva con los efectos digitales en varias secuencias. El resultado es que Pachito Rex, me voy pero no del todo también es un “muégano” visual y técnico de chile, limón, horchata y computadoras.

En síntesis, una mala película que falla en sus objetivos.

Por desgracia, habrá quienes intenten justificar este film con múltiples argumentos a su favor: tema, asesinato político, crítica mordaz, farsa, técnica, primera vez que una escuela de cine en México, figuras políticas latinoamericanas, el cine negro, hay que entenderla… La mano del muerto, pues…

Intentarán hallar un significado profundo (y erróneo) a este Drapy fílmico, cuando todo mundo sabe lo que es en realidad.

PACHITO REX, ME VOY PERO NO DEL TODO. Producción: Centro de Capacitación Cinematográfica, IMCINE, Centro Nacional de las Artes, CONACULTA, Estudios Churubusco – Azteca, Hugo Rodríguez. Dirección: Fabián Hoffman. Guión: Flavio González Mello. Año: 2001. Fotografía en color: Alberto Anaya. Música: Pablo Flores y Rodrigo Alton Miranda. Edición: Francisco Rivera Aguila. Intérpretes: Jorge Zárate (Pachito), Ernesto Gómez Cruz (Guadalupe Sobrino), Ana Ofelia Murguía (Rosa María), Damián Alcázar (Abel). Duración: 90 minutos. Distribución: Quality Films.