05 octubre 2016

Bicho de siete cabezas, de Laís Bodanzky

Francisco Peña.



La cinta brasileña Bicho de Siete Cabezas, de Laís Bodanzky, se interna en el mundo de los hospitales psiquiátricos de Brasil, para hacer una denuncia de sus condiciones con base en la dramatización de un caso real.



Por este enfoque, está muy lejos de clásicos como Nido de víboras / The Snake Pit (1948, de Anatole Litvak, con Olivia de Havilland), pero curiosamente plantea secuencias y personajes semejantes a One flew over the cuckoo’s nest / Atrapado sin salida (1975, de Milos Forman, con Jack Nicholson).

El estilo de la película brasileña es semidocumental, con movimientos de cámara en mano, filmada en sitio con reconstrucción minuciosa de los ambientes. Todos elementos del cine de “denuncia” de los años 70 y 80 de este corte.


Pero la combinación entre estilo semidocumental naturalista e historia basada en hecho real que presenta Bicho de Siete Cabezas se va desbarrancando conforme avanza la película. Pierde la fuerza del tema, la contundencia de la denuncia, y se queda naufragando en una película tremendista que no profundiza en las causas del mal que denuncia.

En ese sentido, se emparenta con los programas televisivos de denuncia amarillista. Se ve todo lo que “ocurre en la realidad”, pero el énfasis está en la explotación visual de las situaciones, y no en la psicología de los personajes ni en las causas y consecuencias de una situación social específica en la que está inmerso el personaje principal.


El planteamiento general de la cinta parte de una situación familiar poco verosímil. Neto es un joven de su tiempo, que cuando se reúne con sus amigos se echa sus cigarritos de mariguana. Tiene una mala relación con su padre que hace crisis cuando se descubre su vicio.

En forma directa y automática, sin explorar otras posibilidades de solución, el padre lo interna en un hospital psiquiátrico público para que se cure del vicio. No hay concilio familiar, no hay análisis del problema ni búsqueda de alternativas. Directo, en vivo y a todo color, Neto aterriza en el manicomio

.

La base de todo el edificio argumental es inverosímil, y eso tiñe la credibilidad de todo el argumento. Además, el resto de la cinta se aboca a mostrar situaciones, pero nunca les da una dimensión social porque no ve causas ni consecuencias, que cabría esperar de una cinta cuyo estilo es de “documental comprometido”.

El análisis del entorno familiar es superficial. La conducta de Neto se justifica porque es “un chavo” y hace cosas de su edad: es graffitero, se va de viaje sin permiso, huye de contactos homosexuales, es “sanote” pues. El padre es una figura autoritaria unidimensional cuyo único rasgo anexo a su intolerancia es ser fanático del equipo de futbol Santos.


Así, todo el conflicto familiar (y por ende la decisión del padre) se “justifican” con frases de Neto “superficiales” revestidas de “contundencia” como: Lo peor no fue la cárcel. Lo peor fue mi padre.

Por otro lado, sin mediar ninguna explicación al espectador aunque fuera ajena al personaje de Neto, el padre con engaños interna a Neto en el hospital.


Dentro del hospital surgen las clásicas situaciones melodramáticas que se refieren al personaje y a su entorno.

- El director es un médico venal a quien no le interesan sus pacientes sino obtener el presupuesto gubernamental. Pero jamás vemos antecedentes del tipo: es un villano directo también unidimensional, con el único rasgo anexo de que también es narcodependiente.
- Nadie oye a Neto. Ni sus padres, ni su hermana, ni sus guardianes. De hecho, el director advierte a su familia que como reacción al tratamiento Neto tendrá fases paranoicas donde les pedirá que lo saquen del hospital.
- Sin prescripción anterior, lo atascan de pastas desconocidas para embrutecerlo.
- Los compañeros tienen todo tipo de enfermedades y están mezclados en condiciones de hacinamiento. No hay muestras reales de solidaridad entre los enfermos.
- Los compañeros toman diversos roles. Quien le dice la verdad, el viejito poeta que quiere protegerlo, los autistas, los exaltados, etc. No se sabe nada de ellos aparte de su conducta visual.


- Neto se rebela e intenta fugarse. Se convierte en una especie de líder chafa al cual quebrantan con sesiones de apando y más pastillas. Pero no se ve una toma de conciencia del personaje ni defiende al resto de los compañeros. No hay muestras de solidaridad entre los internos.
- Resultado: Neto es catalogado como rebelde y agresivo. Se le administra sesión de electroshocks. El énfasis está en el amarillismo visual. No hay diálogos que hagan clara la injusticia, la negligencia, la estupidez del método. Es una raya más al tigre.
- La madre interviene y lo sacan del hospital. Neto intenta reintegrarse a la sociedad pero falla como vendedor de seguros. Se infiere que quedó dañado por su estancia en el hospital.


- No se profundiza en el rechazo social que Neto sufre por haber estado internado en un hospital psiquiátrico. Ni siquiera se profundiza en los pormenores de dicho rechazo, sea entre la clase media, el trabajo o los mismos amigos. Se atestiguan sólo los hechos.
- Neto regresa a su vieja conducta, causa problemas en una fiesta por su conducta incontrolable. Es nuevamente internado, en esta ocasión por la policía.
- En el nuevo hospital se rebela contra un enfermero corrupto y va al apando. Escribe a su padre para reclamarle “su cobardía”. El padre lo saca y Neto vuelve a la libertad.
- En los créditos finales, se entera uno que la historia fue real, que la cinta está basada en un libro, que quien vivió realmente la experiencia es ahora un activista que lucha contra las condiciones de los hospitales psiquiátricos brasileños, donde están internadas alrededor de 70 mil personas.


Toda esta trama está manejada cámara en mano, y Bodanzky busca darle veracidad con un estilo documentalista de denuncia.

Pero la cinta se queda anclada en el tremendismo visual. Altera al espectador pero no le da vías para tomar una posición propia, ni puntos para reflexionar; los personajes vienen y van “porque así son las cosas”, pero no hay ningún amarre en la historia que profundice en lo que piensan, en lo que sienten, en lo que sufren internamente.



Ante tanta saturación de tremendismo, de sufrimiento inexplicado, pasa igual que con los programas amarillistas de la TV. El espectador se satura y se desentiende de Neto, de lo que le pasa (que se vuelve a repetir igualito por segunda ocasión, y tampoco se sabe nada nuevo), de lo que ocurre en pantalla.

Bodanzky no deja ningún espacio en su cinta para ver alguna causa – efecto de lo que plantea. No explica sino que muestra una situación; pero en este caso específico eso no basta para que su denuncia haga eco en el espectador.

El bicho de siete cabezas (la locura, la injusticia) nunca se ve completo en pantalla. Bodanzky sólo entrega piezas del rompecabezas pero ninguna instrucción para armarlo en la mente del espectador. Es otra película de buenas intenciones que fracasa porque no sabe contar su historia con seriedad y un verdadero compromiso.