25 enero 2015

Todas las fiestas de mañana, novela de Miguel Cane

Por Francisco Peña

Para Miguel, camarada de guerra ganada.

“Esto poco a cambio de tanto”...

La novela Todas las fiestas de mañana, de Miguel Cane, es una grata sorpresa para la literatura mexicana en particular y la hispanoamericana en general. Su lectura se va como agua: rápida, veloz, que atrapa a tod@s sus lector@s en un vértigo literario y existencial.


Con anterioridad, Cane había publicado un libro de excelentes entrevistas con actores y directores de cine, Íntimos Extraños (también en Ediciones B). Ahora tenemos la oportunidad de disfrutar su primera novela. Pero decir “primera novela” no implica que se trata del trabajo de un escritor novato; todo lo contrario. En este libro, Cane hace gala de un oficio maduro, que muestra su capacidad literaria en distintas vertientes que conforman un todo sorprendente. En esas vertientes destacan:

1. Manejo del lenguaje

2. Perfil de los personajes – (¡Ah, Estefanía!)

3. Presencia adecuada de elementos autobiográficos

4. Manejo de la estructura narrativa

Como lector@s, en Todas las fiestas de mañana nos encontramos con un lenguaje en apariencia sencillo, de fácil acceso a la lectura y lejos de obscurantismos o barroquismos gratuitos a los que son afectos algunos escritores para “presumir que bonito escribo”. En ese sentido, Cane nos entrega una prosa clara que al leerla, como la punta del iceberg, nos hace intuir el gran trabajo de escritura y pulimiento que esconde por abajo. Aunque con motivos y estilos diferentes, nos hace recordar las premisas de escritura que manejó Ernest Hemingway. La prosa limpia sugiere, aunque en el armado de oraciones se haya invertido mucho tiempo y trabajo que desgasta al escritor pero enaltece la obra.

Dentro de esta estética de Hemingway, también se puede establecer un paralelismo en el manejo de los díalogos. Cane sugiere psicología, cambios, crisis y problemas de sus personajes en conversaciones que se van modulando conforme avanza el tiempo interno de la novela. En ese sentido, los diálogos de confrontación son especialmente atractivos y son ejemplo de “esgrima verbal” literaria, que se vuelve muy verosímil al cotejarla con las conversaciones reales.

En ese sentido hay varias conversaciones deslumbrantes en Todas las fiestas de mañana. En la recepción de la boda hay una larga conversación entre cuatro personajes: Luciano Reed (protagonista principal, en momentos narrador directo y “voz” del autor), Estefanía (personajazo, el que más me gusta a mí), Alejandro e Isabelle. Esta conversación, interrumpida por recuerdos, asociaciones, saltos en el tiempo y la memoria (como nos ocurre a todos) presenta diálogos brillantes donde en apariencia se dice poco –en pocas palabras- pero se dice mucho significativamente para los personajes. Además de este diálogo podemos mencionar: la conversación Luciano-Alejandro en “otra” fiesta donde se besan (escena excelente), de nuevo Luciano-Alejandro ya avanzada la recepción de la boda, y las confrontaciones Alejandro-Isabelle al final de la boda y Luciano-Isabelle hacia el final de la novela.


Esa maestría en el diálogo, combinado con otros elementos como la descripción y el manejo de narradores (directo, omnipresente, indirecto) hacen que la novela sea muy rica.

En paralelismo con Hemingway, el diálogo y la descripción son la punta del iceberg que va dando los rasgos que conforman al los personajes: su existencia, su psicología, conflictos e interrelación. La acumulación paulatina de las actitudes de los personajes frente a situaciones conflictivas, se va sumando para crear su perfil, que es muy rico. Claro, en primera instancia está Luciano Reed (portador, además, de rasgos autobiográficos del autor), pero además están Estefanía, Alejandro e Isabelle.

Luciano es un personaje postmodernista con un alma modernista. Situado en un mundo donde los ejes de referencia existencial están hechos pedazos y sólo queda un pastiche “postmo” de situaciones cotidianas, Reed conserva la esperanza modernista de que si hay ejes sobre los cuales puede girar la vida personal. Esto se puede resumir en la frase de Cortázar en Rayuela sobre la Maga: “andábamos sin buscarnos pero a sabiendas de que nos íbamos a encontrar”. En ese sentido, Reed da a la novela el perfil humano profundo, con sus contradicciones sí, pero con el deseo inquebrantable de encontrar la felicidad en el amor.

La otra cara es Estefanía, que podría gozar del “amor” como se entiende socialmente, pero que no compra el espejismo. Es una “dura”, casi salvaje en su mordacidad y cinismo, pero con un real corazón de oro. Cane crea a Reed con todo su cariño como autor hacia el personaje y lo hace inolvidable; pero Estefanía es su hallazgo literario más impactante: cómo devela su personalidad y los acontecimientos de su vida es otro de los logros extraordinarios del autor.

Isabelle (ya sé, me brinco a Alejandro, pero ya regreso…) es un retrato devastador del ser humano que vive aparentemente en función de los otros y sus expectativas, pero que guarda adentro un egoísmo acendrado y manipulador. Obvio, la confrontación Luciano-Isabelle, cuando el lector ya tiene toda la información de quienes son y por cuáles situaciones han pasado, es uno de los momentos álgidos de la obra, dónde Cane demuestra su capacidad literaria.

En apariencia, Alejandro podría ser un personaje más débil comparado a los tres anteriores, pero es el catalizador de las situaciones. En ese sentido, es el personaje que se desgarra de golpe y toma un par de decisiones en la novela que provocan los giros argumentales decisivos. Merece ser observado por el lector hasta en sus más mínimos detalles.

Pero Juan Ramón Biedma resume mejor el trabajo de Cane sobre sus personajes: “llegó un momento en que los personajes eran personas y no se parecían a nadie”. ¿Cuántos autores pueden obtener ese efecto en su primera novela? Unos pocos, por lo que podemos emparentar sin pudor a Cane con el Francis Scott Fitzgerald de A este lado del paraíso.

Por lo que toca a los elementos autobiográficos que permean a Luciano Reed y a situaciones descritas en la novela, basta decir que están colocados en función de la obra y no de la propia exhibición. El autor aporta su dosis de vida personal para que el texto palpite más frente al lector. Quién no conoce a Miguel Cane no puede dilucidar que elementos son autobiográficos y cuales no. Basta con mencionar que el equilibrio que logró en la novela contribuye con fuerza al impacto emocional que siente el lector.

Al uso del lenguaje, creación de personajes y temática, Cane suma una deslumbrante arquitectura para la estructura narrativa. La novela, en ese sentido, es “cinematográfica”, pues usa con gran habilidad muchas de las posibilidades que existen en el manejo de los tiempos. Usando un paralelismo fílmico, la “edición” de las escenas está muy “picadita” en Todas las fiestas de mañana. Deslumbra precisamente por el uso literario de los saltos (al pasado, presente y futuro) y cambios en el tiempo con base en la memoria: flashbacks, flashforward, presente. Al comentar Todas las fiestas de mañana en este rubro, podemos citar el paralelismo estructural narrativo que existe con películas como El conformista, de Bernardo Bertolucci (1970), o Corre, Lola Corre, de Tow Tykwer.

Esta creatividad estructural es evidente a lo largo de la novela de Cane. Es uno de los puntos literarios más sobresalientes y uno de los más vigorosos y atractivos.

Así como la novela es “fácil” de leer por su lenguaje, es “retadora” en cuanto a su estructura narrativa. Los hilos narrativos se alternan y barajan por parte del autor; en reciprocidad, el lector debe estar atento para “armar” en su mente la cronología lineal de los acontecimientos y, sobre todo, captar el peso narrativo de un acontecimiento con respecto a los anteriores y posteriores. Este uso de la estructura narrativa de tiempo está utilizada con una habilidad y brillantez semejantes a la que hemos observado en autores como Cabrera Infante, Vargas Llosa, García Márquez o Virginia Woolf.


Por último, hay que abordar la temática de Todas las fiestas de mañana. La impresión más superficial es la que afirma que se trata sólo de una novela gay. Sí y no. Sí. Hay un amor gay evidente en la trama, central y objeto del conmovedor final de la novela. No, porque el autor hace que éste trascienda en su humanidad y se convierta en el amor que todos hemos experimentado alguna vez. Sí, es una novela gay porque este amor tiene manifestaciones, complejidades existenciales y sociales propias. No, porque extiende sus rasgos hasta llegar a la raíz emocional común que compartimos los seres humanos, independientemente de nuestra preferencia sexual.

Además, Todas las fiestas de mañana marca un hito en la literatura mexicana precisamente porque logra este equilibrio frente a sus lectores. La mayoría de las novelas gay mexicanas están marcadas por la sordidez al describir las relaciones homosexuales; inclusive, parecen gozarse en ella. Esta es la característica de la que más se aparta más Miguel Cane en su novela. Plantea que la sordidez -por su ausencia en su texto- NO es una característica definitoria de las relaciones amorosas homosexuales o que está siempre presente; más bien, habría que plantear en nuestra literatura que la sordidez se presenta en ocasiones en todas las relaciones humanas y en todas las preferencias sexuales, pero la literatura gay mexicana ha usado muy poco este enfoque. En ese sentido, la novela de Cane es indudablemente innovadora.

Por el contrario, Todas las fiestas de mañana presenta problemas existenciales, dolor, pérdida irreparable, pero con tal maestría artística y literaria que nos hace coparticipes a tod@s sus lector@s de lo que ocurre, de la misma pérdida, dolor y renovación vital de sus personajes. Nosotros también somos ellos: el Otro es semejante a mí.

Todas estas características que hemos mencionado hacen que Todas las fiestas de mañana sea una novela que atrapa al lector, como decimos, en un vértigo literario. No podemos soltar la novela y la leemos de un tirón, de un solo y único golpe hasta llegar al desenlace. Es imposible soltarla si no se ha terminado, y al final pasa a formar parte de esas “mejores novelas –que- son las que no se dejan de pensar”.

Con este texto, Miguel Cane demuestra que es escritor, crítico de cine, cinéfilo… pero, sobre todo, es un artista.

Ciudad de México, 6 junio 2007.