Francisco Peña.
A Claudio Avogaro.
¡Cuando necesitaba un arma en mi mano derecha pensaba en ti. Pero aprendí a disparar con la mano izquierda! El hombre que habla le apunta a la cara con chico pistolón calibre 45 a un paisano mexicano que se baña en una tina entre pompas de jabón. Retumban cuatro balazos que brotan de la tina y el hombre cae desplomado. El paisano le da el tiro de gracia: ¡Cuando tengas que disparar, dispara! ¡No hables!
No se trata de un ajuste de cuentas entre narcos fronterizos ni una conferencia de prensa de una estrellita con guaruras desbocados. Es una escena de El Bueno, el Malo y el Feo, película del italiano Sergio Leone (1967), que parece resumir en pocas palabras el estilo fílmico de este director.
No inventó el spaghetti western pero le dio su forma más excelsa y depurada porque siempre fue un hombre de Cine. Hijo de un director, trabajó como asistente con directores renombrados y comerciales, hasta que un día escribió un guión basado en Yojimbo, de Kurosawa, y lo llamó Por un puñado de dólares.
El puñado se convirtió en millones y millones de dólares en todo el mundo. Los cinéfilos de pronto se encontraron con un Oeste que era, a la vez, más realista y mitológico, más creible y vital, alejado de las convenciones moribundas del western estadounidense. Tan logró impactar el cine internacional que el mísmisimo Hollywood tomó después sus aportaciones más superficiales para filmar spaghetti westerns en pleno Estados Unidos, aunque sin el vigor y la inteligencia del director italiano.
Lo que Leone ponía en pantalla era un héroe ambigüo, socarrón y marrullero, pero que terminaba del lado de los débiles o de los amigos. Sus historias eran amorales frente al bueno / villano del cine gringo encabezado por John Wayne y sus comparsas ultraconservadoras.
Su Hombre sin Nombre (actuado por Clint Eastwood) hablaba poco, fumaba puros y era letal con el revólver. Se alquilaba al mejor postor, era un cazarrecompensas, pero tenía la suficiente sensibilidad para entender las tragedias personales de los otros y sentir amistad o compasión.
Para filmar sus mejores películas volvió a la historia real de la conquista del Oeste norteamericano y de allí sacó los famosos abrigos largos, vestuarios realistas, personajes mugrosos y sin rasurar, el desierto, los pueblos olvidados y las venganzas personales. Sumó la atención en el detalle filmando con close ups extremos donde los ojos, las manos, los gestos de las caras decían más que mil palabras: su manejo de la cámara parecía un ballet visual lleno de violencia y ritos paganos. Acortó los diálogos y los hizo más significativos, con un estilo mordaz y seco que abrevaba en sus lecturas de Hemingway y Hammett.
Sus tres mejores cintas son El Bueno, el Malo y el Feo; Erase una vez en el Oeste y Erase una vez en América: dos westerns y una película de gangsters que tardó años en filmar. Sumadas a Por un puñado de dólares y Por unos dólares más hizo una galería de películas inolvidables con escenas y personajes de antología.
Destaca la creación de Tuco Benedicto Pacífico Juan María Ramírez, el bandido mexicano delineado con profundidad, cariño y simpatía por Leone en BMF. Era lo opuesto al arquetipo hollywoodense que presentaba a los mexicanos como simples asaltantes violentos, amigos del héroe que se sacrificaban muriendo en el penúltimo rollo, o extras dormidos en su sarape junto a un nopal, igual de anónimos y desdibujados que los índigenas en el Zapata de Alfonso Arau.
En apariencia Tuco cumple con el arquetipo hollywoodense: violento, cochino, tramposo. Pero a diferencia del cine gringo maníqueo de buenos y malos puros, Leone si explica las causas de su conducta en un díalogo entre Tuco y su hermano sacerdote Pablo: la pobreza, la marginación, el hambre. Trató de vivir con sus padres en medio de la miseria campesina, donde sólo sobrevivían los que se convertían en curas o bandidos: al final fue forzado a la delincuencia.
Pero Leone anota cualidades en el mexicano. Tuco tiene la misma o mayor habilidad técnica que los otros personajes, pues es capaz de conjuntar el mejor revólver con pedazos sueltos de otros. Su conocimiento preciso de las armas es deslumbrante y Leone dedica una larga secuencia a la elaboración de la pistola "hechiza": Tuco no es un payaso sino un hombre eficiente y creativo.
Además, el Bueno (Eastwood) reconoce la humanidad del Feo Tuco (Eli Wallach) y sellan su amistad compartiendo un puro. Son ahora socios solidarios para enfrentarse a la pandilla del Malo (Lee van Cleef), para volar un puente donde se desarrolla una absurda batalla de la Guerra Civil de Estados Unidos, y en el duelo Tuco dispara contra Angel Eyes, no contra su socio Blondie (si no lo creen, revisen su DVD en cámara lenta).
Es con la mancuerna Tuco - Blondie que el italiano Leone expone abiertamente uno de sus temas más queridos en su cine: la amistad. A la pareja del mexicano y el Hombre sin Nombre siguen las de Armónica y Cheyenne (Erase una vez en el Oeste), Sean y Juan (Erase una vez la Revolución), Noodles y Max (Erase una vez en América).
El tema de la amistad, iniciado en la obra de Leone con un personaje mexicano, es sólo uno de los hilos conductores de su filmografía. Un punto importante es el papel de la mujer, que brota con fuerza en Erase una vez en el Oeste: Jill (Claudia Cardinale) es el centro de todos los personajes masculinos y, al final de la cinta, se convierte en el verdadero símbolo de la cultura que se establece entre todos los accidentes, tragedias y sinsabores de una civilización.
El telón de fondo de todos los temas es una crítica de la sociedad estadounidense, vista como crisol donde se mezclan con dificultad diferentes culturas. A lo largo de sus películas la violencia visual de Leone va perdiendo su gratuidad para convertirse en un rasgo inherente al tejido social norteamericano; testifica la traición de los valores humanistas por los comerciales; la traición de los valores personales por el dinero o la destrucción de los personajes por no ceder ante el billete.
Para exponer estas preocupaciones temáticas, la filmografía del cineasta italiano está volcada a la acción, al cine como un arte de la imagen y el movimiento accesible para todos y no para unos cuantos.
Pero está acción en pantalla representa más de lo que se ve... En la vida y obra de Sergio Leone lo importante es relacionarse con la realidad, modificarla, enriquecerla con la propia creatividad, con el cine como eje. Ante eso, la frase ¡Cuando tengas que disparar, dispara! ¡No hables! podemos transformarla en algo tan sencillo de entender y tan difícil de cumplir: ¡Cuando tengas que actuar, actúa! ¡No hables!