Francisco Peña.
En plena desvelada, en medio de cientos de canales (o de los cuarenta y tantos de paquetes básicos) y en el frenesí de la cambiadera de señales o vulgar zapping para encontrar algo interesante, en un instante todo se paraliza con un frenazo en seco. Entre los millones de puntos de colores aparece una deslumbrante cara morena que nos sonríe mientras la cámara va para atrás descubriendo poco a poco su cuerpo totalmente desnudo. No es en este momento del recuerdo, sino en el futuro del fanático que ya es pasado, que sabré que ésta fue la primera vez que ví a Catalina Larrañaga en pantalla.
Por azar del destino (y luego por sistemática persecución) caí en una función nocturna para adultos donde se exhibía una película comenzada donde Catalina Larrañaga estaba en sus inicios fílmicos allá por 1999. Me impresionó su rostro y su expresión y, por supuesto, su innegable belleza mexicana. ¿Qué hacía Catalina en medio de una película erótica –que no porno- entre varias bellezas rubias de plástico? Aquí había una diferencia y esto fue lo que descubrí al investigarla.
Primero me dí cuenta de que Catalina Larrañaga aparecía sólo en películas eróticas, softcore tipo Playboy. Resultó reina del género y no deambulaba por videos porno o hardcore. Después de verla en películas como La casa del amor, Castillo Erótica y Confesiones de una voyeur, filmadas para televisión, ví las constantes en las que desarrolla su trabajo, que le permitían ser el toque de canela en el sabor del cine erótico.
Casi siempre se entiende por cine erótico ese que se queda en la raya, en la frontera, y no pasa a la pornografía abierta. Este tipo de películas buscan un mercado donde la censura es clara: no se permite la representación del acto sexual donde se vean genitales, haya penetraciones o se vean fluidos de cualquier tipo. Hace unos 30 años su campo eran los cines “calientes”, que la mayoría de las veces proyectaban cintas francesas, suecas o la serie infinita de Emmanuelles.
Pero la explosión del video porno de factura estadounidense, europea y japonesa, junto con las videocassetteras que permitían la privacidad para verlo, fue un duro golpe para el cine erótico. El boom del porno no termina aún: representa hoy un mercado que vale 13 mil 300 millones de dólares anuales, casi la mitad de lo que obtiene todo Hollywood. En el porno no importa lo que se cuenta y, de hecho, casi nunca hay una historia: todo es gonzo, es decir, cero imaginación y pura acción visual directa, a veces sin el menor cuidado técnico.
Ante este hecho, el cine erótico tuvo también que evolucionar mientras respetaba las leyes de censura y del juego económico. Emigró de los cines hacia los canales de televisión por cable y satélite. Se concentró en la sensualidad, en los rasgos psicológicos de los personajes, cuidó los diálogos y se alejó del “yeah, baby, yeah, baby” y demás expresiones repetitivas del porno y los hizo más realistas. También dio espacio a los juegos eróticos de la seducción previa. La productora reina de estas cintas fue Indigo Entertainment, filial de Playboy.
Dentro de este campo delimitado del cine erótico, Catalina Larrañaga apareció para ampliar sus fronteras. Como toda actriz, comenzó haciendo pequeñas partes. Por ejemplo, aparece como parte de un trío lésbico en I like to play games too / Me gusta jugar juegos también (1999) donde en el reparto ni siquiera alcanza un nombre: sólo es identificada como Ladrona 1, aunque aparece de perfil en la portada del DVD.
Sin embargo, su encuentro con el director Tom Lazarus dio un giro a su carrera. Ambos descubrieron que tenían raíces iniciales fuera del cine erótico, y que bien podían emigrar hacia el cine serio. Lazarus venía de dirigir capítulos de series exitosas en la televisión comercial como Los ángeles de Charlie, Columbo, Hunter y Stingray.
Lazarus no sólo le dio a Catalina Larrañaga papeles estelares sino que estableció con ella una relación creativa. Los personajes de Catalina empezaron a ser muy eróticos gracias a su belleza y se perfilaron con más profundidad: Catalina dio voz a las motivaciones reales que impulsaban las conductas de sus personajes. De pronto, Catalina era “documentalista” de situaciones eróticas, con declaraciones a cámara de los personajes (ella incluida), donde se hablaba y se discutía sin reservas de voyeurismo, lesbianismo, prostitución y otros temas. En sus películas, todos estos temas se convirtieron en símbolos de lo que se oculta, de lo que se niega y no se discute abiertamente de la sexualidad. Ni en el cine normal ni en el porno aparecen estos rasgos con frecuencia.
Un ejemplo es La Casa del Amor (2000). Catalina Larrañaga es una realizadora que filma un documental en un elegante burdel. Entrevista a las prostitutas que allí trabajan y, en medio de la atención a los distintos clientes (las escenas eróticas, claro), obtiene de ellas su perfil psicológico, deseos, motivaciones y objetivos de vida. En el proceso, el personaje de Catalina evoluciona: descubre su propio deseo, su hipocresía social y termina por aceptar su bisexualidad.
En otro punto del mismo film, Catalina / Melinda filma a escondidas la vida sexual de Rosemary (Tracy Ryan), la dueña del burdel que resulta ser lesbiana. La dueña confronta a Melinda y llega a un acuerdo: testimoniará frente a cámara sobre su relación lésbica si Catalina acepta el rol de clienta del negocio. En la entrevista a cámara, Rosemary da sus razones de vida más profundas y afirma contundente que, antes que nada es un ser humano, y luego es lesbiana por orientación sexual. Obvio, no siempre se encuentran estas escenas en cine erótico, comercial y mucho menos porno.
Pero las dotes innegables de actriz de Catalina Larrañaga son las que le dan vida y verosimilitud a su personaje en esta y otras películas. En esta cinta es, sobre todo en los últimos monólogos a cámara que cierran La casa del amor, donde vemos su gama como actriz: pasa de la tristeza a la risa, del autocuestionamiento a la satisfacción en un parpadeo; todo con frescura y credibilidad inusuales para el género soft y ausentes en el hard.
“Catalina es un sueño. Es inteligente, sexy y está muy cómoda con su cuerpo y su sexualidad. Es, de muchas maneras, no sólo una actriz sino una colaboradora. Escribo papeles específicos para ella. Sabemos cuál es nuestro objetivo en el cine erótico y ahora colaboramos creativamente. Respeto su talento, su belleza, su sensualidad. Es muy abierta y franca”, comentaba Lazarus.
Mientras que algunas actrices del género erótico pasaron directo al porno (como la misma Tracy Ryan), Catalina Larrañaga brincó hacia el cine y televisión comercial con películas como Radius, Read you a book (con Danny Glover) y Las Vegas (con Alec Baldwin).
¿Qué le permitió a esta belleza mexicana el salto a otro tipo de películas? Esta actriz, nacida en El Paso, Texas, contaba con una preparación actoral poco común entre las rubias plásticas del género y que rindió frutos. Tomó clases de actuación con maestros como Paul Sorvino (Paulie en Goodfellas, de Scorsese, por ejemplo), tuvo entrenamiento en los métodos actorales de Stanislavski y Mamet y, finalmente, en la Academia Real de Arte Dramático de Londres.
Temo pues que los erotómanos la han perdido para siempre. Ya no se verá su presencia en el cine erótico estadounidense como la brisa ardiente que había sido hasta entonces, ya no se verá su sexualidad desenvuelta y libre que cautiva frente a las otras muñequitas plásticas. Para ello habrá que “cazarla” en las noches de insomnio con el control de canales como brújula errante. Pero, espero y desespero que veamos su bello rostro latino en pantalla y podamos admirar su erótica belleza mexicana.