28 marzo 2015

Solas, de Benito Zambrano

Francisco Peña.

La cinta del director español Benito Zambrano ha recorrido varios festivales de cine -el más reciente en Cartagena, Colombia- y ha obtenido algunos reconocimientos por su calidad.


No es la mejor cinta española porque ha coincidido con el lanzamiento de Todo sobre mi madre, de Almodóvar, y La niña de tus ojos, de Trueba, que han arrasado con los reconocimientos.

Pero la virtud que tiene Solas es retomar la tradición del melodrama y actualizar los sentimientos humanos, razón de ser de este género, gracias a una impecable realización, un guión muy bien estructurado y excelentes actuaciones de sus protagonistas. En ese sentido, ha seguido un camino semejante en objetivos a Almodóvar aunque con procedimientos narrativos más ortodoxos que el afamado director manchego.

Solas parte de planteamientos melodramáticos clásicos y conocidos: un matrimonio de viejos llega a la ciudad en busca de servicios médicos para el padre. La madre -Rosa- tiene que vivir en el departamento de su hija María (Ana Fernández), que es alcohólica y trabaja como personal de limpieza en una compañía.

María tiene sus propios problemas, derivados de una infancia pobre y un padre golpeador. Su vida en la ciudad no ha solucionado las cosas, las ha empeorado: la salida es el alcohol.



Madre e hija están separadas por sus costumbres. Rosa (María Galiana) le molesta a María; es una vieja que estorba con la simple presencia, ya no digamos con su conversación. Todo lo que dice Rosa es tomado como una interferencia en la vida de la hija. La solución es ignorar su presencia como una forma de desprecio velado a la vieja como ser humano. Nada de lo que sabe o dice es interesante... es, simplemente, un cero a la izquierda.

Pero madre e hija comparten un rasgo común en sus vidas: la soledad.

Sea en el pueblo o en la ciudad, ninguna de las dos tiene valor social. Como mujeres, una acabada por la edad, la otra ya pasada la juventud, no tienen nada que aportar a los demás en el sentido de valor de cambio. No pueden dar nada que interese a una sociedad egoista y centrada sólo en valores materiales.



María, la hija, se encuentra al final de sus posibilidades de valor de cambio como mujer. Tiene 35 años, poca educación, un trabajo socialmente despreciado. Por eso, en el mercado de relaciones humanas y sexo sólo es capaz de relacionarse con un camionero que la embaraza.

Este camionero, como pareja, hace de la verdad un arma egoísta para golpear a María como mujer y ser humano. Con la frase de que siempre fue sincero y que nunca había que esperar nada de él, le requiere a María únicamente un favor sexual: una felación. Ella es solo un instrumento de la satisfacción del hombre: el problema del embarazo y el aborto es algo que a él no le concierne, con excepción de algo de dinero.

La misma cara de la moneda la presenta el marido de Rosa: celoso. gruñón. déspota y despreciable. La madre sufre el embate de su carácter mientras la hija no cae en la trampa emocional: si el viejo no quiere comer, que no coma.

Ambas, madre e hija, a la vez tienen algo más que comparten: sus sentimientos y valores humanos. Tienen un conocimiento de la vida y de las personas. Este conocimiento puede equipararse al concepto de valor de uso; es algo valioso en sí mismo que se puede compartir pero que no tiene "valor económico" en una sociedad donde todo es relativo e intercambiable.

Es aquí donde comienzan los puntos valiosos de la película Solas, de Zambrano.


Se muestran y revalorizan situaciones y conceptos que, por el abuso y mala calidad de muchas de sus manifestaciones narrativas, han devaluado el melodrama como género y vehículo de ideas.

El primer punto llamativo de Solas es el tratamiento de la vejez cuando la gran mayoría de los mensajes de los medios de comunicación exaltan la juventud -sin hablar jamás del paso del tiempo- y la inexistencia de dicha vejez.

Zambrano toma el camino más difícil y poco comercial. El eje de la narración y causa de su desenlace son un par de ancianos sumergidos en la cotidianeidad: Rosa y el vecino jubilado (Carlos Álvarez – Novoa) a quien sólo acompaña el perro Áquiles. A esta pareja se suma la hija María.

Rosa tiene que romper con la esfera de aislamiento que María ha construido al meterse de lleno en sus propios problemas y soledad. El método de Rosa es hacer patente su propio valor de uso, su propio conocimiento de la vida, su sabiduría que maneja coherentemente los detalles cotidianos.

Dentro de esa cotidianeidad Rosa es la única que sabe que hacer frente a los problemas sencillos de la vida diaria: se acerca poco a poco a su hija por medio de detalles y sin imponer su presencia: un desayuno aquí, un tejido allá, una pequeña conversación que desvanece la soledad más allá y una flores que alegren el entorno.


Con los pequeños detalles se cierra la brecha que separa a las dos mujeres. Así, el valor abstracto de la solidaridad -mencionada por todos, ejecutada por pocos- toma cuerpo real en la conducta diaria de Rosa.

El vecino, que tiene los mismos problemas de soledad pero también ese conocimiento de los detalles cotidianos como forma de expresión del humanismo, busca que surja el amor entre él y Rosa sin tomar en cuenta sus edades.

Así, la vieja Rosa, a la que nadie hace caso, que en el medio social es sólo un bulto que estorba y que todos ningunean, se convierte en el puente que humaniza a su hija y a su vecino. Los detalles de la comida compartida, del baño para lavar una diarrea de viejo, la ropa tejida a mano, se convierten en signos de humanidad que logran exorcizar la soledad del Otro.

Zambrano pues, a contracorriente de ciertas creencias sociales, plantea que la vejez tiene un valor humano innato.

Luego, el director hace que su guión de un nuevo giro y prescinde de la presencia del personaje de Rosa para poner a prueba las ideas que quiere comunicar. Rosa ha cumplido su papel humanizador y regresa al pueblo. Toca ahora a María y a su vecino cimentar lo que Rosa les ha entregado: tienen que lograr que su relación sobreviva a la ausencia de quien los acercó.

El primer contacto es vacilante. El vecino es el primero en buscar el acercamiento y mostrar su propia debilidad. En la frase "Como los jubilados no tenemos nada que hacer, nos dedicamos a espiar" desnuda su soledad. María habla de sus temores ante el aborto y sus deseos por conservar al hijo.

En la única cena que Rosa no cocinó pero su hija sí, los dos personajes intercambian secretos y confesiones. Es decir, muestran su propia vulnerabilidad y confían en el Otro, en el Extraño.

En ese sentido, Zambrano va hilando su historia con un guión muy bien armado, que equilibra las escenas y deja fluir la humanidad de los personajes. No carece tampoco de cierto humor y de un buen manejo del perro Aquiles como el clásico comic relief, por ejemplo.

A partir del sólido cimiento argumental, el director consigue una excelente actuación de las dos protagonistas. Sin la pirotecnia actoral tan celebrada en las "chicas Almodóvar", Zambrano logra resultados semejantes al director manchego, en relación -cada director- a los fines que persigue.

Zambrano entrega otra película dedicada a las madres, con un estilo cinematográfico sobrio que recupera lo mejor del melodrama como género.

El director español muestra que aun puede hablarse en forma válida de valores humanos sin caer en la tiranía del rating televisivo, que ha puesto al melodrama al servicio mercantil telenovelesco -de valor de cambio y no de uso- de detergentes, pastas de dientes y candidatos presidenciales.

Producción: Maestranza Films, Antonio P. Pérez. Dirección: Benito Zambrano. Guión: Benito Zambrano. Año: 1998. Fotografía: Tote Trenas. Música: Antonio Meliveo. Edición: Fernando Pardo. Intérpretes: Ana Fernández (María), María Galiana (madre), Carlos Álvarez-Novoa (vecino), Antonio Dechent (doctor), Paco de Osca (padre), Juan Fernández (Juan). Duración: 98 minutos. Distribución: Quality.