28 marzo 2015

Sobibor, de Claude Lanzmann

Francisco Peña.

Sobibor, 14 de octubre de 1943, 16 horas, de Claude Lanzmann, es una película muy difícil de ver. No es una cinta para el público normal ni tampoco para el cinéfilo, por la forma en que está hecha. Este documental parece dirigido a especialistas en el tema del Holocausto, porque es precisamente el contenido lo que es todo y la forma fílmica es nada.


Dentro de su propia obra cinematográfica, Sobibor es un desprendimiento de Shoah cuya duración es de nueve horas y media. Es un desprendimiento temático y formal. El material de Sobibor fue rodado junto con el de Shoah, pero no se incorporó a la obra madre porque la anécdota de Sobibor no cuadraba con el planteamiento general.

El espectador se enfrenta con una obra difícil y en momentos insoportable por la forma que Lanzmann escogió para su cinta.

El tema lo es todo. La rebelión de prisioneros en el campo de concentración nazi de Sobibor, ubicado en Polonia, y que representó un éxito en tanto que varios pudieron escapar.

Para Lanzmann este hecho histórico de Sobibor representa “la reapropiación del poder y la violencia” por parte de los judios, en una legítima defensa contra el genocidio nazi. También, con su punto de vista busca con ello derrumbar algunos mitos del Holocausto y decir la verdad:

Los judíos no fueron al Holocausto como ovejas al matadero, dóciles y resignados. Fueron víctimas de engaños planeados a lo largo de todo el procedimiento que los arrancó de sus hogares hasta su muerte en las cámaras de gas. Cuando algunos grupos se dieron cuenta de la realidad, implementaron sublevaciones, resistencia, rebeliones. Las frustró el desconocimiento técnico del manejo de las armas y el condicionamiento psicológico al que fueron sometidas las poblaciones judías.



Con este enfoque, Lanzmann cuenta los hechos de Sobibor con la voz única de Yehuda Lerner, una de las personas que participó en la planeación de la sublevación y que consiguió fugarse del campo de concentración. Al respecto, Lerner refuerza el objetivo central de la cinta al declarar a cámara: “No queríamos morir como ovejas sino como hombres. La realidad nos forzó a actuar así”.

Lerner cuenta su propia historia, y a través de su voz, la de quienes padecieron circunstancias semejantes, especialmente los rebeldes de Sobibor. Lanzmann plantea el inicio de su cinta desde en el Ghetto de Varsovia y el punto de partida de los deportados: la Umschlagplatz.

Luego, con la voz de Yehuda Lerner en off, sigue el derrotero personal del entrevistado: Bielorrusia, campos de trabajo, la ciudad de Minsk, su incorporación a un grupo de prisioneros que eran soldados judíos pertenecientes al Ejército Rojo, el paso por Chelm y la llegada final a Sobibor.

Toda esta parte de la cinta está ilustrada con imágenes sueltas de los lugares que se mencionan, en su estado actual después de 50 años de que ocurrieron los hechos.

Al menos aquí hay imágenes que ilustran, que muestran algo a los ojos. Se ven monumentos, campos, bosques, las ciudades de Varsovia y Minsk, la actual estación ferroviaria de Chelm, las vías de entrada a Sobibor. Hay algo de montaje, de movimiento en pantalla. Pero el ritmo es lento, pausado, desesperante.

Para un espectador normal la cinta se vuelve confusa, difícil de soportar, pero todavía falta para que llegue la parte más polémica.

La narración entonces no está en las imágenes de la pantalla. Esta cimentada en el sonido, en lo que cuenta la voz de Yehuda Lerner.

Para colmo, durante toda la cinta, Lanzmann opta por el tiempo real, es decir, se oye la pregunta en yiddish, la respuesta en yiddish, la traducción de la respuesta en francés, una nueva pregunta en francés, la pregunta en yiddish, la respuesta en yiddish y la nueva traducción al francés. Así, durante los 95 minutos de la cinta.



Aun dentro de esta mecánica que va contra la narrativa cinematográfica, por el tema destacan ciertas partes del relato: los juegos al tiro al blanco humano donde los judíos eran los blancos vivos; la tenue diferencia entre los judíos soldados del Ejército Rojo y los civiles del ghetto de Minsk en el acceso a la comida, que significaba la sobrevivencia de los soldados y la muerte por hambre de los civiles; la salida de Chelm y la llegada al campo de concentración de Sobibor.

Dos puntos sobresalen en el relato de Lerner:

- En Chelm, un trabajador polaco advierte a los deportados que escapen, que los llevan a Sobibor para ser quemados. La advertencia es tan “inverosímil” que no hacen caso a pesar de contar con una vía de escape. Por desgracia, cuando descubren que el polaco dijo la verdad es demasiado tarde para escapar.

- Lerner narra que cuando los judíos eran ejecutados en las cámaras de gas, los alemanes asustaban a grupos de gansos, para que los gritos de los gansos taparan los gemidos de los seres humanos.

Como se puede ver, el peso dramático de la película NO está en la película misma; el núcleo esta desplazado de la pantalla a la voz de Yehuda Lerner y lo que él cuenta sobre lo que vivió.

Tan consciente está Claude Lanzmann de esta situación que escoge que el resto de la historia de la sublevación de Sobibor sea a cámara fija frente a Yehuda Lerner. Los únicos movimientos posibles son con el zoom, y el ajuste de los encuadres que van del close up al plano americano y viceversa.

Durante el resto de la entrevista, la cámara está fija, y lo único que se mueve en pantalla son los gestos de Lerner, su mirada, sus énfasis o sus silencios.

Es decir, Lanzmann apuesta por completo al peso de la Historia, y a Lerner como su vehículo testimonial. Por el lado de la forma cinematográfica, Lanzmann escoge hacerla a un lado por completo. No hay cine, no hay montaje, no hay imágenes variadas. Está misma historia se pudo cristalizar en radio, en cassette, en cualquier otro medio. El cine como tal no añade una dimensión extra ni dramática al relato de Lerner.

Ese relato consiste en la preparación del alzamiento, la muerte de los 16 alemanes en control del campo de Sobibor, la participación de Lerner en la ejecución de un oficial a quien ejecutó incrustándole un hacha en la cabeza y partiéndole el cráneo en dos pedazos.

Mientras Lerner habla a cámara, el tiempo es real, y se empata lo que se narra con lo que ocurre en pantalla. Esto es vía segura para hartar al espectador y “tronarlo” en su asiento.

El interés del espectador depende totalmente de la plática de Lerner. Lanzmann optó por esta vía, pero el problema es que la mayoría de los espectadores de la cinta se desplazan en las direcciones del cansancio, del aburrimiento, la falta de atención o el sueño.

Pero para Lanzmann la historia contada es el todo, el vehículo del cine como tal es nada.

Así, quienes no son atrapados por el tema, por las palabras de Lerner, sufrirán esta cinta como pocas en su vida a menos que se salgan de la sala. Para los que quieran conocer más sobre el Holocausto encontrarán material poco conocido e interesante.

Sobibor no es para un cinéfilo; es para un especialista en el tema. Sobibor no es cine sino un testimonio en celuloide que sería mucho más efectivo en su difusión plasmado otro medio de comunicación.

SOBIBOR, 14 DE OCTUBRE DE 1943, 16 HORAS / SOBIBOR, 14 OCTOBRE 1943, 16 HEURES. Dirección: Claude Lanzmann. País: Francia. Año: 2001. Guión: Claude Lanzmann. Fotografía en color: Caroline Champetier y Dominique Chapuis. Edición: Chantal Hymans y Sabine Mamou. Con: Yehuda Lerner. Producción: Why Not Productions, Les Films Aleph, France 2 Cinéma, Pascal Caucheteux, Grégoire Sorlat. Duración: 95 minutos. Distribución: Cine, Video y Televisión.