28 marzo 2015

Onegin, de Martha Fiennes

Francisco Peña.

El cine de producción británica lanza una nueva película basada en una obra literaria. En esta ocasión se toma Onegin, del escritor ruso Alexander Pushkin.


De la obra literaria, José Emilio Pacheco ha escrito: “Ya casado (Alexander Pushkin) con Natalia Goncharova, terminó tras ocho años de trabajo Oniéguin, novela en verso, poema narrativo que funda la gran tradición novelística rusa y al mismo tiempo es la cumbre de su poesía nacional. Para escribirla inventó la llamada estrofa oneguiniana, un soneto que mezcla la forma itálica con la inglesa: tres cuartetas que terminan en un pareado. Como en Lope de Vega o en Darío, para Pushkin la rima no es un obstáculo sino un medio natural, una forma de hablar con la que todo puede decirse” ( “Pushkin o el rayo que no cesa” / Reloj de Arena. Revista Letras Libres # 7, Julio de 1999. México. pp. 72).

Pero la cinta inglesa, dirigida por Martha Fiennes, se encamina cinematográficamente por otros rumbos que la apartan de la fuente original. Toma lo esencial de la anécdota y la plasma en una forma cinematográfica que, conforme avanza la trama, se revela como visualmente retórica, preciosista por sí misma y que al final desdibuja a los personajes.



En este sentido, esta cinta no se relaciona con la vigorosa cinematografía inglesa que toma las obras literarias británicas y las recrea en el medio cinematográfico para lograr cintas de excelencia, desde El mensajero / The go – between (Losey) hasta Sense and Sensibility (Ang Lee) pasando por A room with a view (Ivory).

El inicio es brillante y prometedor, pero la cineasta y los actores principales –Ralph Fiennes (Onegin) y Liv Tyler (Tatiana)- no sostienen la promesa plasmada en la primera media hora.


La trama se conoce: Evgeni Onegin hereda propiedades de su tío y deja su cínica vida de mujeriego en la ciudad de San Petersburgo. En sus nuevas tierras conoce a Vladimir Lensky, poeta educado en Alemania y con quien establece amistad. Entre los vecinos terratenientes de Evgeny se encuentra la familia Larin. Lensky, a su vez, se enamora de Olga Larin, mientras Onegin conoce a Tatiana, la hermana menor. Onegin no abandona su actitud. La vida rural le aburre tanto como la citadina de San Petersburgo. Pero Tatiana es una mujer romántica y con iniciativa, y manda una carta donde declara su amor al escéptico Evgeni.

En el cumpleaños de Tatiana, el frío seductor de mil batallas conversa con ella y da las razones de su rechazo: carta – beso – compromiso – matrimonio – aburrimiento – adulterio. En síntesis, Onegin dice: “no tengo el deseo secreto de salvarme a mí mismo”. Tatiana percibe que Onegin, con esta decisión, se condena a sí mismo. De regreso en la fiesta, Onegin baila con Olga y causa los celos de su amigo Lensky. Peor aun cuando en pocas palabras define a Olga: “tu novia es joven, tonta y fácil”. La situación desemboca en un duelo en el muelle de un bello lago.

A lo largo de la narración cinematográfica, cuando menos hasta el punto referido en la trama, Martha Fiennes presenta algunas escenas brillantes que parecen prometer una película más convincente a pesar de su ritmo lento y pausado que adopta a propósito para contar la historia.


La mejor de ellas es cuando Tatiana escribe una carta de apasionado amor a Onegin. La directora hace uso adecuado del flash forward, de los acercamientos extremos, de la edición, y deja que Liv Tyler actúe libremente. El resultado es el mejor momento de la cinta. Las palabras van cayendo en el papel mientras una Tatiana enfebrecida deja correr los sentimientos; imágenes que se entrecruzan con la frialdad con el Onegin lee la carta y luego la rescata del fuego. Edición, imagen y actuación llegan –por única vez- a cuajar un momento de buen cine.

Aun el obvio simbólismo de las manos llenas de tinta negra que se retuercen con angustia sobre la ropa blanca mientras se intercorta con Onegin que salva la carta del fuego tiene fuerza.
Otra escena destacable es cuando Onegin (Fiennes) llega por primera vez a la casa de los Larin por invitación de Lensky). Mientras espera solitario, en la ventana se asoma Tatiana (Tyler) a quien el espectador ve por primera vez de cerca. La revelación del rostro durante unos instantes marca la pausa de como se captará la belleza de Tyler durante toda la cinta.

Finalmente, mientras Onegin recomienda ciertos libros de su biblioteca a Tatiana, el rostro de la actriz se muestra casi envuelto por una aureola de luz que destaca bellamente el rostro de la Tyler.

A partir de este punto es evidente para el espectador que la cámara se enamora del rostro de Liv Tyler y se concentra más en su belleza que en la psicología de su personaje. Es evidente que Martha Fiennes dedica mucho de su esfuerzo visual en crear tomas preciosistas que destaquen la expresión de la actriz.


Este culto de la hermosura de Liv Tyler es muy agradable para sus fanáticos, pero rompe el equilibrio narrativo y brinca por encima del personaje de Tatiana –y de la misma actuación de Tyler- para abordar la belleza por la belleza misma.

En una tercera escena, en la segunda parte de la cinta, Onegin (ahora más Fiennes que Onegin) ve patinar a Tatiana (ahora más Tyler que Tatiana) y observa la indiferencia con que lo trata. Pero la cámara y la edición sólo tienen ojos e imágenes para la belleza icónica de Liv Tyler por su propio e intrínseco valor.

El rechazo del personaje femenino por Onegin se diluye en la retórica visual. Para este momento de la película, con su ritmo lento –otra vez se equipara literatura en cine a lentitud narrativa, lo cual es un error-, el espectador sólo quiere que termine este hermoso pero vacío film.


Esta es la tónica cinematográfica que domina en la segunda parte de la cinta. Un preciosismo visual hueco –con todo y cámara lenta- porque termina por no tener relación con la historia sino con los actores. De allí se desprende que el desenlace melodrámatico que se quiere tragedia, cuando Onegin y Tatiana conversan, sea totalmente fallido.

Liv Tyler por fin tiene en su poder la escena cumbre de la cinta, lo que han esperado sus pacientes fanáticos, pero la dirección de Martha Fiennes destruye cualquier posibilidad de veracidad cinematográfica.

Tyler es una excelente actriz aparte de ser una mujer muy bella; su participación en Belleza Robada, de Bertolucci, basta para fundamentar esta aseveración. Pero no es lo mismo ser dirigida por Bernardo Bertolucci que por Martha Fiennes.


En la escena cumbre Liv Tyler y Ralph Fiennes naufragan ante la mano débil y el método erróneo con que Martha Fiennes hace el montaje de la escena. Probablemente basándose en una mala interpretación del método de Stanislavski, Martha Fiennes hace que Tyler derrame verdaderas lágrimas, que muestre una emoción desgarradora frente a la cámara.

Pero la veracidad y la fotogenia cinematográfica, cuyo instrumento de captura es la cámara, traiciona a la directora y a su objeto de belleza que ha capturado a lo largo de toda la cinta. La actuación de Tyler se ve falsa e inverosímil. La escena falla: ya no se siente a Tatiana desgarrada por su decisión sino a Tyler mal dirigida. Onegin no es el hombre atormentado por el rechazo de su amada sino un Ralph Fiennes que no puede dar volumen a la crisis de Onegin.


En síntesis, una fotografía de calidad no puede sostener por sí misma toda una narración porque no hay directora que de dimensión a los personajes, ni un montaje de escena que los apoye. Todo queda en un exceso visual que se vuelve hueco y retórico.

Así Onegin –el film- está ya muy lejos del espíritu del Onéguin de Pushkin, y todavía más lejos de ser la buena película que todos los espectadores queríamos ver.

Producción: Baby Productions, Rysher Entertainment, Simon Bosanquet, Ileen Maisel. Dirección: Martha Fiennes. Guión: Peter Ettedgui, Michael Ignatieff, basado en la novela Yevgeny Onegin de Alexander Pushkin. Año: 1999. Fotografía en color: Remi Adefarasin. Música: Magnus Fiennes. Edición: Jim Clark. Intérpretes: Ralph Fiennes (Evgeny Onegin), Liv Tyler (Tatyana Larina), Toby Stephens (Vladimir Lensky), Lena Headey (Olga Larin), Martin Donovan (príncipe Nikitin), Alun Armstrong (Zaretsky), Harriet Walter (Mme. Larina), Irene Worth (princesa Alina), Jason Watkins (Guillot), Francesca Annis (Katiusha), Simon McBurney (Triquet), Geoffrey McGivern (Audrey Petrovich), Gwenllian Davies (Anisia), Margery Withers (Nanya), Tim McMullan (Dandie). Duración: 106 minutos. Distribución: Gussi-Artecinema.