Francisco Peña.
La película española de Montxo Armendáriz recoge un pedazo poco conocido de la Guerra Civil Española. La historia oficial da como fechas del conflicto los años de 1936 a 1939, pero el estallido de la Segunda Guerra Mundial oculta un hecho real, la Guerra Civil Española siguió como un conflicto de baja intensidad entre la guerrilla antifranquista y la guardia civil durante varios años más.
Es ese trozo perdido de la historia el que rescata el realizador. De hecho, la cinta marca con letreros tres fases de esta guerra olvidada: Otoño 1944, Verano 1946 e Invierno 1948.
El punto de partida de la película es la llegada al pueblo de Lucía. A su llegada toma contacto con una realidad que desconocía por la propaganda franquista de paz y unidad: hay guerrilla antifranquista en los montes cercanos, en la cual participan personas que ella ha conocido.
A lo largo de la cinta, Montxo Armendáriz no oculta sus simpatías por los antifranquistas, pero tiene la honestidad intelectual para intercalar en su narración algunas de sus contradicciones.
En ese sentido, el pueblo es una especie de tierra de nadie que sufre las ocupaciones de la Guardia Civil y de la guerrilla en acciones coordinadas más generales. Entre el ir y venir de guardias y guerrilleros se nota el tipo de ocupación de cada uno y sus efectos sobre los habitantes que, como civiles, son los que más sufren constantemente.
La mayoría de los personajes del pueblo apoyan a la guerrilla de una u otra forma; los franquistas son pocos pero detentan el poder apoyados por la Guardia Civil.
Armendáriz suma a la situación social las vidas individuales de Lucía y de Manuel, el joven herrero. El amor que se profesan hace que Lucía colabore con la guerrilla como correo. Sus idas y vueltas al monte permiten que el guión muestre al espectador los dos lados de una lucha donde el pueblo es el terreno disputado.
Las ocupaciones son muy distintas. Los franquistas someten por miedo a la población, la atormentan, la torturan, la persiguen para cortar la base social que sostiene a la guerrilla en los montes. La presión y las delaciones obligan a Manuel a irse al monte.
A partir de ese momento, las mujeres del pueblo son las que tienen el papel principal. Apoyan la guerrilla mientras sostienen la magra economía del lugar y sobreviven a su manera. Sin embargo, junto a la postura de apoyo, tanto ideológico como de acción, también manifiestan poco a poco un deseo de que las cosas terminen y se reestablezca la paz. El deseo se manifiesta en ambos bandos.
Pero la película muestra como la brutalidad no permite que la población tenga respiro. No hay alternativa más que resistir la ocupación militar.
La ocupación guerrillera tiene otro tono muy distinto. Su llegada da pie a las celebraciones, a los cantos, al encuentro de las familias separadas. Pero Armendáriz es honesto. El padre de Manuel tiene una posición diferente al resto de los guerrilleros. Finalmente será “desaparecido” por sostener esa diferencia en expectativas y métodos.
Las ocupaciones del pueblo llevan a ejecuciones sumarias entre los juicios populares de la guerrilla y los asesinatos abiertos fascistas. Todo va subiendo de tono a lo largo de la cinta, que muestra el desgaste con los años de la guerrilla rodeada, condenada al fracaso por las condiciones reales en que se desarrolla el conflicto en esta etapa: los aliados sostendrán a Franco porque lo consideran menos peligroso que la guerrilla antifascista.
Pero Montxo Armendáriz se concentra en los hechos cotidianos que vive el pueblo. En los efectos que causa la guerra a su alrededor.
Nada está seguro y nada es estable, desde las relaciones personales hasta las actividades de trabajo, desde la misa hasta el pragmatismo cotidiano para sobrevivir. Las mismas relaciones sexuales son encuentros fortuitos y ocultos; los verdaderos amores también se esconden. Todo está en peligro por una delación, que inclusive llega a ser pública en la plaza del pueblo.
Esta es una de las escenas más álgidas de la cinta. Luego de una breve ocupación guerrillera, donde el pueblo ha tenido una breve celebración, llegan tres camiones de la Guardia Civil. El teniente reúne a todo el pueblo y pregunta quienes han sido colaboracionistas en la ocupación guerrillera. Nadie habla y entre todos se protegen, a pesar de las diferencias de la vida diaria.
Pero es el hijo del secretario quien delata, uno por uno, a los más cercanos a la guerrilla, sean adultos, mujeres, ancianas o niños. El destino es la tortura. Solamente Lucía se salva porque le gusta al muchacho delator. De ese gusto surgirá la venganza de Lucía y el pueblo a quien los entregó, en otra escena muy bien lograda por Armendáriz.
Así, en medio del conflicto de idas y vueltas, se entiende que haya un reclamo pragmático del pueblo frente a la ideología guerrillera sin cuarteaduras: ¿qué es lo que le sucede a la población civil cuando los guerrilleros se van?. La vida diaria popular, del pueblo, confronta al ideal guerrillero puesto en el futuro, sin que por ello la población niegue su ayuda.
El punto queda claro cuando Lucía sube al monte a buscar a Manuel.
Encuentra al camarada encaramado sobre otra camarada. La compañera del compañero se molesta y abandona el lugar: la tierra es de quien la trabaja, pero en las relaciones sexuales no necesariamente.
Esa tensión entre lo individual y lo colectivo, que se condensa en la frase “La causa es justa, pero lo que hacemos no lo es”, se resuelve por el gran factor externo que es la ocupación fascista. Ante ella no queda más que la resistencia y el individuo termina por plegarse a ella. No se puede encontrar otro remedio ante la opresión del contrario.
En ese sentido, Armendáriz apunta que la única solución para que las vidas individuales florezcan es la resistencia, en mayor o menor grado, hasta que desaparezca el fascismo. Los pactos personales con la situación general del tipo “No pienses que soy una cobarde, sólo quiero vivir” sólo provocan más dolor a otros.
Para rescatar este trozo de historia pérdida, toda la cinta tiene un carácter estilístico acorde con el contenido que narra, lo que crea colateralmente una marca artística innegable.
La fotografía hace hincapié en tonos fríos donde predominan los azules, los grises, los castaños. Armendáriz busca el clarobscuro con iluminación low key pero que en los momentos significativos no evita el alto contraste.
A diferencia del Dogma 95, usa la música, con algunos solos de cello, para remarcar las atmósferas melancólicas o tristes en que viven los personajes.
En conjunto la destreza fílmica del director, aplicada a una idea que se nota muy cercana a él por el cuidado que puso en el guión, consigue como resultado una buena película que, con fuerza y decisión, saca a la luz un pedazo perdido de la Guerra Civil Española que no por menos conocido es menos doloroso.
Montxo Armendáriz lo logra al construir una cinta de tesis a partir de la descripción de la cotidianeidad de un pueblo ocupado. El estar de acuerdo, a medias o en nada con dicha tesis no afecta el hecho de que sea una excelente película. Muestra una situación, plantea su propuesta, y es el espectador quien decide su propia posición.
SILENCIO ROTO. Producción: Canal + España, Oria Films, Televisión Española, Alta Films S.A., Altavista Films; Montxo Armendáriz, Puy Oria. Dirección: Montxo Armendáriz. Guión: Montxo Armendáriz. Año: 2001. Fotografía en color: Guillermo Navarro. Música: Pascal Gaigne. Edición: Rosario Sáinz de Rozas. Con: Lucía Jiménez (Lucía), Juan Diego Botto (Manuel), Mercedes Sampietro (Teresa), Álvaro de Luna (don Hilario), María Botto (Lola), María Vázquez (Sole), Rubén Ochandiano (Sebas), Joseba Apaolaza (teniente), Asunción Balaguer (Juana), Ramón Barea (Antonio), Gonzalo Baz (Tomás), Maiken Beitia (Julia), Patxi Bisquert (guerrillero), Jordi Bosch (sargento), Joan Dalmau (Genaro), Andoni Erburu (Juan), Pepo Oliva (Cosme), Helio Pedregal (Matías), Alicia Sánchez (Rosario), Kandigo Uranga (guardia civil). Duración: 110 mins. Distribución: Nu Vision.