15 mayo 2016

Río Suzhou, de Lou Ye

Si lo miras con atención / El río te lo mostrará todo.

Por Francisco Peña.


El cine chino, a jalones y peleándose con la censura del gobierno, ha madurado en los últimos años, como lo muestran los diferentes reconocimientos y premios que ha cosechado en los principales festivales cinematográficos.

Dentro del conjunto del cine chino podemos admirar Río Suzhou: una delicia poética y fílmica.

Ya no se trata de una película china como las que hemos visto en los años recientes: rural, familiar, con búsqueda y/o defensa de la cultura china ancestral. Tampoco se trata de choques generacionales entre lo nuevo y lo viejo donde implícitamente se defienden valores tradicionales.

La cinta del director Lou Ye es renovadora en muchos sentido frente al cine chino al que estamos acostumbrados: se refiere a la China actual, tiene como escenario la megalópolis Shanghai, sólo aparecen jóvenes, está inmersa en el proceso globalizador que también ocurre en el país oriental, tiene complicaciones interesantes en el guión, está filmada con estilos occidentales y, finalmente, es una historia de amor loco.



Lou Ye toma como base un triángulo amoroso (que se abre imaginativamente a un extraño cuarteto) entre un mensajero en moto (Mardar), un videoasta y una joven que durante gran parte de la cinta no se sabe si es una y la misma (Moudan) o dos diferentes (Moudan / Meimei).

Es precisamente el personaje videoasta sin nombre quien maneja la narración y la hace fluida, se detiene en ciertos puntos y suelta otros, quien finalmente selecciona lo que se cuenta de la historia, de la ciudad y de la sociedad china. Y por medio de ese triángulo amoroso, de esa historia de amor loco, se dicen muchas cosas de la sociedad china actual.

No es casualidad que el videoasta no se identifique por un nombre. Su lugar lo ocupa precisamente la cámara subjetiva, sobre todo al inicio y final de la cinta de Lou Ye.


Este videoasta es quien pone las cartas sobre la mesa al aclarar que hay miles de historias en Shanghai pero sólo un río que la atraviesa, y que si se pone atención se verá todo. Es precisamente en esta idea donde se encuentra el fondo de la historia y del tipo de realización de la cinta.

No es el Shanghai de El Imperio del Sol de Spielberg, es la ciudad actual donde la gente vive en los botes, donde hay bares con cerveza Budweiser, McDonald’s, Barbies y sirenas humanas. Donde los jóvenes secuestran, roban, viven, ven videos y se enamoran en medio de las altas y bajas de la luz. Es pues, un ambiente realista el que sirve de fondo a un amor loco y fantástico.

Lou Ye abre su cinta con un estilo que tiene raíces en el video casero, el cinema verité, el film noir estadounidense y el documental. Pero además, presenta cortes en la misma toma, brincos y zoomarazos.


Es decir, usa un estilo de “imagen sucia” anárquica para contar su historia, que también es caótica por los juegos de imaginación que propone al espectador a partir de la falsa / verdadera binidad Moudan / Meimei, que finalmente quizás se resuelve en una misma contradicción amorosa.

Se trata entonces de una China diferente que muestra acontecimientos distintos.

Este videoasta subjetivo se convierte entonces en una especie de ojo / cámara (no a la Vertov) en donde una historia de amor así no se puede contar si no se está de alguna manera involucrado. Tan es así que el ojo de la cámara narra una totalidad impactante a través de los pedazos sueltos, de las imágenes voyeurísticas, hasta armar una impresión general que supera la suma de sus partes.


Luego de la llamativa introducción a la ciudad, al personaje del videoasta, a su relación con la joven Meimei que la hace de sirena en un bar, el director Lou Ye, tras un rápido fade out – negro – fade in, ajusta su estilo visual para narrar con más calma y detenimiento la primera parte del triángulo amoroso: Mardar y la chica Moudan.

Es la historia del primer amor de una joven casi colegial con un mensajero de todo tipo de comercio ilícito. Pero el romanticismo se da entre amaneceres y puestas de sol en un paisaje industrial, borracheras, videos y bares. En ciertos momentos, ese amor de paisaje industrial parece evocar a la obra de Antonioni, como El desierto rojo.


Lou Ye, apoyado en la excelente actuación de la actriz Xun Zhou como Moudan / Meimei, entrega al espectador a una adolescente vital, que encuentra su primer amor en el mensajero. Los diferentes cambios de humor, de la alegría a la entrega pasando por el amor, son verosímiles gracias a la fresca actuación de Xun Zhou.

De la emocionalidad de la actriz surge una Moudan que se va mostrando su femineidad paso a paso, y que termina por conquistar al hampón mensajero Mardar.

La construcción llena de matices en pantalla de la chica Moudan está también cimentada que también convence al espectador para que siga la trama de toques film noir, y se interese por ese amor loco que se convertirá en búsqueda obsesiva del perdido objeto de deseo.


Mardar no puede evitar, a pesar de sus indecisiones, involucrarse en un crimen de secuestro dirigido precisamente contra Moudan. Y en esta parte de la cinta es la chica la que hace creíbles las dudas del personaje y su posterior amor loco. La llegada de Moudan en plena lluvia al departamento del joven, su ansiedad reflejada en el rostro por el rechazo, es una de las mejores escenas de la cinta.

De igual forma, Moudan / Xun Zhou recorre en segundos toda la gama de emociones desde el enamoramiento, la duda, el rechazo y finalmente el dolor de saberse no amada cuando descubre que su amante es cómplice de su secuestro. Todo ocurre en close up, que el director sostiene sobre la cara de la actriz. Esta excelente labor actoral, que usa el rostro como un pintor el lienzo de un cuadro, confirma una de las tesis del teórico Bela Balazs: la fisonomía de un rostro en pantalla es un espejo de las emociones.



Moudan, por despecho, se arroja al río Suzhou y amenaza a Mardar: ¡Regresaré como sirena y te encontraré!. Así nace un mito más en el río y, como no aparece el cadáver, Mardar se entrega a una búsqueda sin tregua de Moudan, en un amor loco, trágico y sin esperanza.

Para complicar la historia Meimei, la sirena del bar y especie de novia del cineasta, es idéntica a la desaparecida Moudan. ¿Son la misma persona o son dos chicas diferentes?

La duda que corroe a los dos personajes masculinos se hace extensiva al espectador. ¿Meimei es Moudan? ¿El asumir dos personalidades distintas es parte de una venganza contra Mardar?

Lo que va tejiéndose en la cinta es la incertidumbre de los personajes, la ansiedad por descubrir una verdad que sólo la chica conoce. Meimei niega rotundamente ser Moudan, pero las coincidencias dejan mucho espacio a la ambigüedad.


Lou Ye la refuerza magistralmente con el manejo de su cámara subjetiva, que ahora usa más significativamente. También los ambientes de Shanghai que seleccionó el director refuerzan perfectamente la trama. Este es uno de los logros del director, y no uno de los menores entre varios, que logra en Río Suzhou. Pero la imagen es la parte clave de la cinta…

En una secuencia subjetiva que tiene mucho de voyeurista, Mardar (y el espectador con él) ve la conversión de Meimei en sirena de bar, siguiendo todos los pasos de su transformación. De la chica normal que llega a trabajar, que se desviste, que se transforma con la peluca, que se convierte en una sirena, no puede más que surgir la duda sobre quién es verdaderamente la chica. Pero también, en esta forma tan sencilla, el cinéfilo ve el nacimiento del mito de la mujer amada en la mente de un hombre. En esa mirada uno ve los pasos cómo el amor surge de los lugares más sombríos para erigirse en un mito en la mente de un hombre.

De esta forma, también Lou Ye muestra que las cosas no son lo que parecen a primera vista, y se emparenta así con esa otra obra maestra es Exótica, de Atom Egoyan. Ambas películas se hermanan en el estudio de la mirada, del amor tortuoso, en el ambiente de los antros como centro de reunión donde se intercambian y alteran roles y máscaras entre los amantes.

Ante la igualdad física de las dos mujeres, Mardar interrumpe la relación Meimei – videoasta, que se convierte en testigo visual subjetivo de las alteraciones interpersonales. Meimei ya no es la misma desde que descubre la verdadera causa de la obsesión del mensajero motociclista: una búsqueda eterna de la amada.

Afecta tanto a Meimei que el juego ambiguo entre los tres se instala definitivamente entre apariciones y huidas, entre encuentros y desencuentros. Las canciones, los tatuajes, las preguntas que surgen de Meimei se encadenan para resumirse todo en la pregunta: ¿Soy la chica que estás buscando?

Pero ni Mardar, ni Meimei ni el videoasta parecen tener la respuesta en un guión que se entreteje muy hábilmente, que se expresa en una realización que sorprende por el manejo de sus medios, que usa muy bien los recursos de la cámara subjetiva y que, finalmente, convierte al espectador en un miembro más de ese universo narrativo de imágenes ambiguas donde la única certidumbre es el río.

El final de la cinta deja todas las piezas en su lugar y resuelve las dudas de los personajes y del espectador. No hay que olvidar que Lou Ye es el verdadero cineasta, quien controla la narración, el que se interesa por esta historia de amor que surge de las márgenes habitadas del río Suzhou.

De un amanecer en Shanghai a la orilla del río, lleno de amarga poesía, Lou Ye pasa al desenlace. Es cierto, Mardar mintió a Moudan pero nunca a Meimei, y el amor loco encuentra su lógico desenlace.

Esta magnífica película, que entrega un fragmento de la China actual, convierte a Lou Ye en un director al cual se le debe seguir la pista en el futuro. No son muchos los que pueden manejar la ambigüedad y el mito inmersos en un ambiente realista; no son muchos los que pueden controlar un amor loco en pantalla sin que se les vaya en algún momento de la mano y se les caiga la cinta.

Si el espectador duda sobre el fin de esta cinta, puede recordar las últimas palabras del personaje videoasta, que podrían salir directamente de la boca del director: Estas cosas sólo ocurren en las historias de amor… (y porque nada es para siempre) se queda “esperando que empiece la siguiente historia” en un río que, si se tiene paciencia, te lo mostrará todo.

RIO SUZHOU. Producción: Essential Filmproduktion GMBH, The Coproduction Office, Philippe Bober y An Nai. Director: Lou Ye. Año: 2000. Fotografía en color: Jörg Lemberg. Edición: Karl Riedl. Intérpretes: Xun Zhou (Meimei / Moudan), Hongshen Jia (Mardar). Duración : 83 minutos. Distribución: Cineteca Nacional.