07 mayo 2016

Carandiru, de Héctor Babenco

Francisco Peña.


Carandiru, del cineasta Héctor Babenco, es un gran fresco o tapiz que intenta captar la vida de los presidiarios en dicha cárcel, tan famosa como la vieja prisión de Lecumberri en el Distrito Federal. Carandiru fue una cárcel modelo, resultado de las ideas arquitectónicas funcionalistas de finales de los 50, donde a veces se confundía lo grandioso con lo grandote. El hecho es que la prisión fue diseñada para albergar a 4 mil presos y llegó a tener más de 7,500.



Babenco, con algunas películas en Hollywood, entre las que sobresalen El Beso de la Mujer Araña e Ironweed, vuelve a los ambientes de lumpenproletariado que manejó en la cinta Pixote, que lo lanzó a la fama internacional al tratar el tema de los niños de la calle, antes de que se convirtiera en bandera de fundaciones filantrópicas, hipócritas preocupaciones sociales y reportajes amarillistas de televisión.

El director organiza su cinta de manera clásica, es decir, toma una serie de personajes tipo y los interrelaciona para dar una idea del hacinamiento y corrupción de la cárcel de Carandiru. Pero en su presentación no desdeña los elementos comerciales del tremendismo, la violencia, el sexo, la droga y ciertos toques cómicos y amarillistas.


El resultado es una cinta comercial con altibajos: secuencias muy logradas y otras malas. En síntesis, una cinta a la que le sobra como media hora de material, lo que causa redundancia y da la impresión de que se le cae el ritmo y la intensidad dramática a la película.

Su narración clásica hace que todo gire alrededor de un personaje testigo: el doctor de la cárcel. Desde su posición de médico, que no juzga moralmente a los presos, se convierte en depositario de las historias de los personajes secundarios: presos de todo tipo, desde asesinos hasta ladrones, pasando por drogadictos y homosexuales. Además, Babenco se toma su tiempo para que cada personaje cuente su historia, sea a cámara o con flashbacks que ponen a la cinta en relación con el medio social exterior.


Algunos de estos personajes tipo son Peixeira, el frío asesino que termina convertido en evangelista; Moacir, el ladrón de joyas, convertido en líder y juez de los presos; Zico, el vendedor de droga al menudeo, que termina muerto por su conducta errática; Deustede, el asesino que venga la honra de su hermana.


Además están los asaltantes de carros blindados que transportan dinero; la historia de amor de los homosexuales Ladi Di y Sin Remedio, que se casan en prisión; la historia pícara y cómica de Su Majestad, vendedor de droga al mayoreo, casado con dos mujeres; Chico, el viejo de la cárcel y el único que sale de la prisión.


Cada uno de ellos cuenta su historia al médico, lo que le permite a Babenco revisar rápidamente el ambiente del crimen en las distintas clases sociales de Brasil, claro, con énfasis en los pobres.
Uno de los logros evidentes de la cinta es la ambientación realista de la cárcel, con su amontonamiento, con su atmósfera personalizada donde cada preso convierte a la celda comunal en un espacio propio lleno de fotos, graffittis, etc. Esta ambientación, tan latinoamericana, está muy lejos de las prisiones impersonales y deodorizadas del cine estadounidense.


Algunas de las historias de los presos abordan las relaciones interpersonales fuera de la cárcel. Destacan los problemas de pareja y sexuales de los asaltantes de carros blindados, y la comedia con la que se narra la historia de Su Majestad, quizás la más redondeada de la película.

También destaca la relación amorosa gay de Ladi Di y Sin Remedio. Estos dos personajes están más alejados del estereotipo porque son de los que más muestran sentimientos y de donde surgen los mismos. Su amor está teñido por el temor al Sida y, al superarlo porque están sanos, confieren a su relación el toque de la fidelidad. En ese sentido, Babenco evita el regodeo sexoso amarillista y se concentra más en la emoción, por lo que la escena del matrimonio no resulta grotesca sino humana.


Luego de plantear las historias personales de crimen, interrelaciona a los personajes dentro de la cárcel. Así, aborda el tráfico y consumo de drogas, las ejecuciones decididas por la Suprema Corte del crimen, las conversiones religiosas y otras situaciones al interior de Carandiru.

Obvio, Babenco quiere contar todo y no deja caer nada, por lo que la película se extiende demasiado. Sin embargo, hay secuencias interesantes como el día de visita a los presos, que incluye la visita conyugal; también está el clásico partido de futbol y el evento artístico del año, con la visita de una cantante sexy que les recuerda cómo usar los condones en medio del entusiasmo popular.


Los altibajos se presentan cuando Babenco extiende demasiado sus hallazgos. Se regodea en el ambiente carcelario, alarga las historias personales y las explicaciones. Así, la atmósfera se vuelve redundante y los rasgos de carácter que definen a los presos dejan de aportar novedad: todo se vuelve predecible.

Para cuando se llega al motín en la cárcel de Carandiru, hecho que causó conmoción y es el origen creativo de la cinta, ha pasado demasiado tiempo en pantalla. Para colmo, el motín está narrado de la misma forma: se extiende demasiado. Los detalles se acumulan sin aportar nada al desarrollo de la historia ni a los personajes.


El problema entonces es el regodeo en las imágenes y en las situaciones de violencia, como oferta comercial para el morbo de los espectadores. Babenco insiste -literalmente- en ríos de sangre por las escaleras, ejecuciones reiteradas a plomazos, cadáveres por todos lados... Se tarda en ver como mueren o se salvan los personajes.

La vena amarillista y morbosa de regodeo le resta al film intensidad, precisión y honestidad. Su innecesaria extensión perjudica el retrato social y rompe con la trama de la cinta: las buenas secuencias se van aislando al ser interrumpidas por escenas redundantes que vuelven a decir lo mismo.


Sin embargo, en general es una cinta que se puede ver mientras el espectador sea consciente de los altibajos que contiene. Las secuencias logradas dejan ver lo mejor de este realizador, aunque también se notan en el film sus concesiones comerciales y falta de disciplina en el manejo del guión y la edición final.

Carandiru es un microcosmos que refleja las contradicciones del cine comercial brasileño, que oscila entre la descripción social acertada y las concesiones al morbo y el tremendismo. Esas mismas contradicciones del film también son espejo de la carrera de Babenco: un talento innato para manejar imágenes, que se ha desdibujado al paso del tiempo en su lucha por sobrevivir en el cine comercial.


Producción : HB Filmes, Sony Pictures Classics, Columbia TriStar, Globo Filmes y BR Petrobras Dirección : Hector Babenco Guión : Héctor Babenco, Fernando Bonassi y Víctor Navas, basado en el libro Estaçao Carandiru de Dráuzio Varella Países : Brasil-Argentina Año : 2003 Fotografía : Walter Carvalho Música : André Ambujamra Edición : Mauro Alice Actores : Luiz Carlos Vasconcelos (médico), Milton Gonçalves (Seo chico), Ivan de Almeida (Ebony), Aílto Graça (Majestade), María Luisa Mendoça (Dalva), Aída Leiner (Rosirene), Rodrigo Santoro (Lady Di), Gero Camilo (Sem Chance), Lázaro Ramos (Ezequiel), Caio Blat (Deusdete), Wagner Moura (Zico), Julia Ianina (Francineide), Sabrina Greve (Catarina), Floriano Peixoto (Antonio Carlos), Ricardo Blat (Claudiomiro), Vanessa Gerbelli (Célia), Leona Cavalli (Dina), Milhem Cortaz (Dagger), Dionisio Neto (Lula), Antônio Grassi (Seu Pires), Enrique Díaz (Gilson), Robson Nuñes (Dadá), André Ceccato (Bristles) Duración : 148 minutos Distribución : Buenavista Columbia TriStar