28 mayo 2016

Katyn, de Wajda: la verdad curativa. Por Mark H. Teeter

Abril 27, 2010 Russia Beyond the Headlines. RBTH, MARK H TEETER, THE MOSCOW NEWS


Esta fue la segunda vez que la película se transmitió por la televisión rusa en ocho días y, en ambas ocasiones, sin importar el cambio de circunstancias, la intención era la misma: el consuelo y la reconciliación.




Algunos países, especialmente Rusia y Estados Unidos, pueden citar con demasiada facilidad ejemplos de grandes películas que han servido a un fin diferente -mitología- y dejaron a las naciones que las produjeron notablemente más pobres con el esfuerzo. Tal vez la experiencia de Polonia, de superación nacional a través del cine, represente un ejemplo del cuál nosotros y todos podemos aprender.

El viejo dicho de Lenin sobre la importancia decisiva del cine nunca se cumplió mejor que en dos películas de 1927, Octubre de Sergei Eisenstein (10 días que estremecieron al mundo) y El fin de San Petersburgo de Vsevolod Pudovkin, ambos autores clásicos cuyas imágenes ayudaron a la creación de una mitología soviética de la que millones de rusos todavía se están recuperando - y de la que millones de personas nunca lo harán.


En la elaboración magistral de una narrativa fundacional del bien contra el mal, visualmente inolvidable, para el estado innoble que las encargó, estas películas siempre proporcionarán refugio a las mentes que no se preocupan por el registro histórico, como para hacer distinciones grandes o pequeñas sobre lo que realmente sucedió en 1917 y más allá.


¿Y por qué deberían hacerlo? Han visto la película.

Sin embargo, como siembra de propaganda, los ejemplos de Eisenstein y Pudovkin tienen que competir con la insidiosa El nacimiento de una nación (1915), de D. W. Griffith, una película cuya "innovación sin precedentes y audacia" la hace para muchos "la película más importante que jamás se ha hecho ", nada más y nada menos. La recreación simplista, supremacista de Griffith, de los períodos de la Guerra Civil y la Reconstrucción en Estados Unidos generó disturbios contra los negros en Boston, Filadelfia y otras ciudades importantes, y el éxito de taquilla sin precedentes de la película, sin duda hizo retroceder décadas el progreso de las relaciones raciales en Estados Unidos.



Sin Griffith, por supuesto, no existiría Lo que el viento se llevó (Gone with the wind). Considerada como una de las mejores películas de todos los tiempos, LQVSL es una historia que continúa la narrativa-del-ofendido-Sur, que desde 1939 ha propagado mitos refinados y estereotipos raciales flagrantes, mientras de forma sutil y abierta distorsiona la historia de Estados Unidos con fines dramáticos. Es fácil suponer que si esta película no se hubiera hecho -o más bien, si no se hubiera hecho de esta manera- los estadounidenses se hubieran ahorrado gran parte de la agonía causada por la lucha por los derechos civiles de la nación.


Los efectos de desunión, de corrosión política, de estas cuatro grandes películas indiscutibles han sido parcialmente mitigados por películas de menor estatura, por supuesto.

Varias buenas películas post-soviéticas han ilustrado el mal pernicioso y divisorio del estalinismo (Quemado por el sol, Nikita Mikhalkov, 1994); las tristes realidades de la mala administración del Ejército Rojo y la negligencia criminal durante la Segunda Guerra Mundial (Batallón de Castigo); la ambigüedad del clero y la población bajo la ocupación alemana (El Cura / Pop, Vladimir Khotinenko, 2009); etcétera. Asimismo, los estadounidenses han visto representaciones más realistas de las minorías ignoradas o maltratadas dentro de la narrativa nacional del "crisol" como en Matar a un ruiseñor, Raíces, Danza con lobos y muchas otras -todas ellas buenas películas, como sus contrapartes rusas mencionadas aquí. Pero ninguna de ellas es una epopeya “significativa que cambie el juego”.


Para encontrar una contribución a ese nivel, hay que mirar hacia Polonia, y a Katyn de Andrzej Wajda. No sólo es una buena película, es una gran película, y en buena medida porque no sólo mejora a una nación, sino dos.

La carrera cinematográfica y la historia familiar de Wajda hicieron que estuviera perfectamente calificado para enfrentar la masacre de Katyn -la más grande tragedia de Polonia en el siglo XX, una herida en el corazón de esa nación doblemente dolorosa por las largas cinco décadas de silencio, de pretender -por la fuerza- que no estaba allí.


La narrativa nacional polaca que recorre Kanal (1956), Cenizas y Diamantes (1958), El Hombre de Mármol (1977), El Hombre de Hierro (1981) [y Walesa: El Hombre de la Esperanza (2013)] transformó a Wajda en el guardián de la percepción popular del pasado reciente de la nación.


Y, cosas del destino, el principal cronista cinematográfico del país tenía una conexión directa con la tragedia que se develó hasta después de 1989 -el padre de Wajda, Jakob, estaba entre los oficiales asesinados por la NKVD soviética en Katyn-, y una fuerte y duradera afinidad cultural con la nación responsable de la -todavía inexplicada- matanza: Wajda amó y ama la cultura rusa.


En resumen, este director tenía el talento, autoridad, experiencia e interés personal necesarios para realizar este film; y también estaba obligado, por naturaleza y disposición, a hacerlo como una historia anti-totalitaria y no como una historia anti-rusa… y eso fue lo que hizo.

Así, Katyn surgió con vigor al mismo tiempo en tres niveles. Como un arte tanto de simpatía como empatía; como arte que le devuelve a una nación su historia; y, gracias a los primeros dos, como arte que difunde esta historia también.


Si Katyn no se hubiera filmado -o mejor dicho, si no se hubiera filmado en la forma en que se hizo, representando a dos naciones con compasión pero también sin acobardarse- las proyecciones en cadena nacional de la televisión rusa no hubieran sido posibles; las imágenes indelebles de lo que le ocurrió a los polacos, hechos palpables como individuos, no se hubieran comunicado finalmente a una audiencia rusa; y el encuentro entre Vladimir Putin y Donald Tusk -con la presencia del mismo Wajda, naturalmente- no hubiera ocurrido en Katyn, para marcar un nuevo nivel de entendimiento mutuo entre las dos naciones. Eso es, con perdón de Lenin, el cine que realmente se acerca a “la más importante de todas las artes”.



Los productores rusos y estadounidenses deberían tomar nota -y notas. El papel único e idóneo de Wajda para filmar Katyn no debe frenar a los más audaces, talentosos y visionarios de estas dos grandes culturas fílmicas. ¿Quién filmará una versión verdadera y curativa de El Álamo o La tragedia de Irak? ¿Podrá filmarse alguna vez una versión de 1917 convincente y respetuosa de los hechos -o el Levantamiento de Budapest o la Primavera de Praga?

La historia no es pulcra ni ordenada; es confusa, con frecuencia es fea y se rinde de mala gana a los artistas. Cada nación necesita encontrar su Wajda.