14 mayo 2016

Réquiem por un sueño / Requiem for a dream, de Darren Aronofsky

Francisco Peña.

They held each other and kissed
And pushed each others’ darkness into the corner
Believing in each others’ Light
Each others’ Dream.
Hubert Selby Jr.



Si el Réquiem de Mozart hubiera sido la música perfecta para acompañar el desplome y desaparición del Imperio Austro-húngaro en 1918, Réquiem por un Sueño es la película perfecta para visualizar la muerte del Sueño Americano y del país que lo ha vendido al resto del mundo.

La extraordinaria película de Darren Aronofsky es un poema fílmico que confronta a la pesadilla monstruosa que se esconde detrás del Sueño Americano, y que anuncia, quizás, la manera en que se autodestruirá finalmente.



Aronofsky, el mismo director genial de Pi: el orden del caos, muestra una madurez impresionante, un dominio de la técnica y una creatividad visual sorprendente. Todos estos atributos están perfectamente conjuntados para narrar en cine una película seca, dura, estremecedora y maravillosa.

Réquiem por un sueño tiene muchos elementos innovadores, a la vez que maneja con gran creatividad muchos recursos del cine clásico, como el montaje paralelo. Las innovaciones visuales, la edición, los cambios de ritmo, el uso de la técnica, las actuaciones están al servicio de una narración que aumenta la presión sobre el espectador hasta hacerlo trepidar en su asiento.



Basado en la novela homónima de Hubert Selby Jr., que colaboró en el guión junto a Aronofsky, el film va del verano al invierno de una ciudad y de unos personajes. En síntesis, estas personas sólo quieren el amor y la felicidad como cualquier persona en el mundo, como soñamos todos alguna vez. Pero están entrampados en las formas, maneras e ideas que el Sueño Americano y su verdadera realidad, les propone para lograrlo.

A través de los sueños y aspiraciones de cuatro personajes, distorsionados por los valores de un Sueño Americano ya podrido, Aronofsky hace un retrato devastador de la sociedad estadounidense, y muestra las formas posibles de su muerte.


Con base en cuatro personajes, que son Sara Goldfarb (Ellen Burstyn); su hijo drogadicto Harry Goldfarb (Jared Leto); Marion Silver, la pareja de Harry (Jennifer Connelly) y Tyrone C. Love (Marlos Wayans), el director teje una narración extraordinaria donde los sueños legítimos de la gente han sido distorsionados hasta la masacre por las formas que una sociedad propone para la (falsa) obtención del amor y la felicidad.

Por una lado, Sara Goldfarb es una viuda solitaria que conoce su inutilidad en la vida, y cuyo único escape es su total dependencia del mundo televisivo. Sólo la consagración en el mundo irreal electrónico parece darle una alternativa de vida.


Harry es un drogadicto que roba “decentemente” hasta a su propia madre para conseguir la última dosis.


Marion es una mujer bellísima con aspiraciones, y que oculta su alta dependencia de la droga, especialmente a sí misma. Pero que cree haber encontrado el amor en Harry.


Tyrone es un negro del ghetto que recuerda que el único deseo de su madre es que se quieran (de nuevo la búsqueda del amor).


Los cuatro sólo desean su pedazo de amor en la Tierra, pero tienen totalmente trastocados los valores, y no pueden escapar a los símbolos que propone el Sueño Americano para obtenerlo.

Sara sólo quiere ser la estrella de un programa de concurso, Harry y Tyrone quieren vender droga como distribuidores en pequeño para aumentar sus ganancias y salir del ghetto, Marion quiere ser diseñadora de ropa y tener su propia tienda.


Pero los símbolos que representan el amor y la felicidad están trastocados; los medios para obtenerla están envenenados y, por todos lados aparece en sus vidas el mundo de la droga, desde la heroína a la cocaína pasando por las anfetaminas.

En un momento de la cinta, en la primera parte llamada Summer / Verano, todos parecen estar a punto de conseguir su meta dentro del Sueño Americano y por los medios que les parecen los más adecuados. Sara es una posible invitada a un programa de TV de concurso; Harry y Tyrone obtienen altas ganancias de la venta de droga al menudeo en la calle; Marion encuentra en su amor con Harry el respeto, la autoestima que quiere como persona, y el amor.

Pero son víctimas de los símbolos ilusorios que representan el éxito y de los medios para conseguirlo: la droga invade todos los recovecos de su vida diaria hasta destruir todos los espacios.


Para narrar la historia, Aronofsky usa magistralmente los recursos cinematográficos. Al inicio del film usa dos estilos diferentes para marcar el mundo de la madre Sara y del hijo Harry.

El mundo de Sarah se toma con una cámara encuadrada “normalmente”, el ritmo es más lento, la edición es convencional: todo indica cierta “normalidad” con excepción de la adicción de Sara por la televisión. La imagen del video se muestra acelerada y llega a plantear que es otra realidad, a la cual aspira Sara.


En cambio, desde el inicio, el mundo de Harry es mucho más acelerado. Esto queda demostrado en la impactante edición de cómo se droga el joven. Aronofsky no enseña el momento en que los personajes se drogan, sino que compacta varias imágenes, de un segundo o menos de duración, de los utensilios usados. Estás imágenes son todas en close up extremo, donde resalta de golpe entre ellas la dilatación de la pupila y la vasodilatación de los capilares sanguíneos.

Esta brillante secuencia se usará a lo largo de la cinta, con distintas variaciones, para significar las alteraciones producidas por la droga sin mostrar el momento en que ejecutan esa acción los personajes. Los cambios se ven en la conducta de los personajes antes y después de esta secuencia, y en el estilo visual ya alterado que les provoca la droga.


Así, desde el inicio, el estilo visual “normal” se contrapone al “alterado” (que proviene del cine independiente), tal y como también significa la pantalla dividida del inicio de la cinta que marca la separación madre Sara – hijo Harry.

Pero conforme avanza la historia de los personajes y su situación se complica (especialmente en el notorio caso de Sara), el estilo “normal” va desapareciendo y es substituido por estilos visuales “alterados”. Estas sensaciones “alteradas” que marcan la relación de los personajes con el mundo que los rodea están apoyadas brillantemente por el manejo de la banda sonora y por una edición que se hace cada vez más frenética.


Pero uno de los puntos más llamativos de la brillantez que Aronofsky exhibe como director es que todos los elementos cinematográficos están correlacionados perfectamente con el incremento en el frenesí de la historia de sus personajes. No hay momento en que forma y fondo cinematográficos estén divorciados, en que la imagen vaya más allá de lo que sufren sus personajes.

El resultado es una sinergia brutal, y a la vez exquisita por su perfección, que avasalla al espectador y lo sumerge en ese mundo hasta su propio sacudimiento interior / personal.


Aronofsky logra este manejo deslumbrante de las formas fílmicas y de la trama a lo largo de toda la cinta y sin excepciones. Ejemplos a citar de esta maestría sobran, pero mencionemos algunos de los más significativos.

Uno de ellos es el diálogo entre Harry y Sara, con pantalla dividida y sus rostros de perfil. De acuerdo a los diálogos, en una parte de la pantalla se miran los tocamientos en close up, los dedos sobre la piel, mientras en el otro espacio sigue un rostro. Esta combinación visual y el diálogo dan cuenta de la intimidad lograda en ese momento entre ambos jóvenes, y transmite artísticamente el sentimiento de Marion al sentir quizás por primera vez el amor. Es uno de los pocos momentos de Luz que menciona Selby en las frases que se usan en este texto como epígrafe.



En el caso de Sara, interpretada por una increíble Ellen Burstyn, Aronofsky marca las primeras alteraciones de su vida no en la imagen sino en la banda sonora. Su deseo por salir en la televisión y recuperar su Yo más estimado, que simboliza el vestido rojo que intenta ponerse en vano, la llevan a intentar bajar de peso tomando una cantidad cada vez mayor de anfetaminas.

Las primeras alteraciones se dan en los ruidos normales del medio ambiente –como el rechinar de sus dientes- que pasan desde un tercer plano hasta uno primerísimo.


Pero, como hemos mencionado anteriormente, Aronofsky muestra su indiscutible maestría no sólo en el manejo impecable de las nuevas técnicas cinematográficas al ponerlas al servicio de su historia. También usa los elementos clásicos del cine como el montaje paralelo.

De hecho, el montaje paralelo es una de sus mejores armas narrativas y la usa con extraordinaria habilidad para marcar la semejanza en el deterioro interno de sus personajes, que ocurre casi al mismo tiempo. Así, puede acelerar el ritmo de la edición interna de la secuencia de un personaje, y hermanarla en el montaje con el ritmo trepidante de lo que le ocurre a otro.


Pero el toque maestro que usa Aronofsky para sostener la intensidad de su montaje paralelo es que lo unifica en un único conjunto con la música que utiliza en la banda sonora, que está presente en todas las secuencias individuales.

Es el caso del clímax de la cinta donde convergen y se resuelven las situaciones vitales de los cuatro personajes principales, donde los recursos narrativos mencionados llevan al espectador a un momento sobrecogedor.



Donde el espectador puede observar el increscendo visual con más facilidad y detenimiento es en la historia de Sara. De la “normalidad” entra paulatinamente al alucine por las anfetaminas. Pero el recorrido es paulatino y Aronofsky lo marca visualmente.

Por ejemplo, en la secuencia de un largo travelling en el departamento. Allí la cámara viaja lentamente en un movimiento normal, mientras la actriz desempeña frenéticamente las labores del hogar a una velocidad muy distinta de la cámara. La maestría técnica es perfecta porque lo que marca es la alteración de la vida del personaje, y cuadra perfectamente su uso para describir su estado personal.


Así, los desdoblamientos de Sara al jugar con el vestido, el uso del gran angular para distorsionar su rostro en la última visita a su médico, el uso de los sonidos naturales en primer plano, impactan al espectador porque lo hacen vivir el deterioro mental de la señora paso a paso y en forma muy cercana.

En cambio, el estilo cinematográfico que usa para narrar la vida de los tres jóvenes es muy dinámico desde el inicio. Pero para marcar sus cambios juega con los tiempos, los ritmos de la edición y con la misma imagen.

Así, cuando los jóvenes tienen dinero, Aronofsky usa la cámara rápida para narrar lo que ocurre en un departamento mientras toman la decisión de vender droga; o cuando Harry y Marion montan el negocio de diseño de ella. Sólo lo frena, usando la cámara lenta, en momentos de drogadicción o de las pequeñas reflexiones personales que los chicos se permiten en tiempos muertos.



Todos estos elementos mencionados se unifican para contar la destrucción de los cuatro personajes dentro de la maquinaria del Sueño Americano.

De pronto, las circunstancias los ponen contra la pared y sus vidas se derrumban. La dieta, la espera por el programa y la ansiedad derrotan a Sarah. Harry y Tyrone sufren la temporada “de seca” cuando los grandes distribuidores de droga dejan de abastecer Nueva York.


En un montaje paralelo sólo superado por el que Aronofsky usa al final de la cinta, el síndrome de abstinencia golpea a Harry y a Marion hasta corroer hasta el hueso su relación amorosa; mientras tanto, Sara está inmersa en la paranoia y el desequilibrio mental provocado por el abuso de las anfetaminas.

La persecución del espejismo del Sueño Americano, imbuido en todos sus rincones por la droga, hace que los cuatro personajes insistan en buscar una solución cada vez más desesperada. Sara se lanza enloquecida en busca de la agencia que le prometió salir en TV; Harry y Tyrone se embarcan en un viaje a Florida para reabastecerse; Marion busca al único distribuidor disponible que le propone darle dosis a cambio de la degradación personal que tanto detesta con una escena porno hardcore en vivo.


Las cuatro búsquedas desesperadas culminan en la destrucción inevitable de los sueños personales. Es claramente un Réquiem por un sueño.

El impacto extraordinario de la cinta no sería posible sin las actuaciones principales. Los hombres (Leto y Wayans) tienen actuaciones impecables, pero son las dos mujeres las que llegan a lo extraordinario.

La paulatina destrucción de Sara es estremecedora gracias a la actuación de Ellen Burstyn, que pasa impecablemente por todas las gamas emocionales que le requiere su personaje. Basta anotar esta situación porque lo más recomendable para el cinéfilo es verla directamente en pantalla.


Pero hablemos al menos de una muestra de su extraordinaria labor. A la mitad de la cinta Sara sostiene un diálogo con su hijo Harry en el departamento. Aronofsky suelta a Ellen Burstyn al final de la escena en un conmovedor monólogo sobre la soledad y el sentimiento de inutilidad de la vida, y donde termina por exponer patéticamente su pequeño deseo de ser amada a través de un programa de televisión. Secuencia de antología de una magnífica actriz.

Jennifer Connelly muestra su innegable capacidad actoral para encarnar mujeres de profunda conflictiva sexual y existencial. La gama visual de emociones que pasan por su rostro a lo largo de la cinta, que van desde la belleza más fascinante a la descomposición física por el síndrome de abstinencia, culminan en el vómito y el helado fatalismo que exhibe al final de la película. De nuevo, lo más recomendable es que el cinéfilo vea este trabajo directamente en pantalla.


También hay que citar al menos uno de los momentos más extraordinarios de esta actriz durante la película. Luego de un encuentro sexual aborrecible, Connelly / Marion se da un baño de tina y sumerge su cabeza en el agua. Toda la carga emocional del personaje se expresa en una imagen en close up de Connelly Marion, que de pronto suelta un único grito de desesperación distorsionado por el agua. También es una secuencia de antología de esta actriz.


Finalmente, hay que citar la secuencia del final narrativo de Réquiem por un sueño. Todos los componentes de la cinta apuntan a esta secuencia contundente tanto por su maestría fílmica como por su fuerza emocional. Todo culmina alrededor de electrochoques, gangrena, trabajo en cárcel, amputaciones y espectáculo porno hardcore, que devoran a los individuos y a sus sueños personales en los obscuros intestinos que alimentan al sonriente Sueño Americano.

El cinéfilo debe enfrentar el clímax de la película, que gracias a la maestría artística de Aronofky, estalla y golpea al espectador con toda su dureza. La palabra escrita no alcanza a describir la contundencia de las imágenes y la devastación de los personajes. Aquí, si hay que verlo para creerlo.

Después Aronofsky cierra los hilos narrativos de la historia. Lo hace tanto para terminar con sus personajes como para dar una pausa a los espectadores. Luego del sobrecogedor clímax narrativo, el director deja que su público observe las ruinas del desastre, los pedazos del Sueño Americano hecho añicos.

Lo que queda es una mirada azorada sobre el paisaje de la Tierra Baldía donde todo ha desaparecido, único paisaje en que puede rematar esta deslumbrante película.

RÉQUIEM POR UN SUEÑO. Producción: Artisan Entertainment, Bandeira Entertainment, Industry Entertainment, Protozoa Pictures, Requiem for a Dream LLC, Sibling Productions, Thousand worlds, Truth and Soul Pictures, Eric Watson, Scott Franklin y Palmer West. Dirección: Darren Aronofsky. Guión: Hubert Selby Jr. y Darren Aronofsky, sobre la novela homónima del primero. Año: 2000. Fotografía en color: Matthew Libatique. Música: Clint Mansell. Edición: Jay Rabinowitz. Intérpretes: Ellen Burstyn (Sara Goldfarb), Jared Leto (Harry Goldfarb), Jennifer Connelly (Marion Silver), Marlon Wayans (Tyrone C. Love). Duración: 100 minutos (se van como agua). Distribución: Nu Visión / Videocine.