18 diciembre 2016

Woody Allen es de diamante (con trailers de algunos de sus films)

Francisco Peña.


Cortado y pulido como un diamante, Woody Allen refleja las múltiples facetas de su personalidad creativa en sus películas, que forman parte de nuestra “educación sentimental”. Celebremos a este neoyorkino nacido en el barrio de Brooklyn, el 1 de diciembre de 1935, al recordar algunos momentos de sus películas más queridas, que engalanan sus distintas musas, todas ellas “con el sol en los ojos” como cantó John Lennon (Lucy in the sky with diamonds). Detonemos el recuerdo fílmico para que cada quien haga su lista y pasemos el día con una sonrisa en el rostro.


Comencemos con Robó, huyó y lo pescaron (1969) cuando Allen intenta robar un banco y dos cajeros discuten la ortografía de la nota que escribió, incluso le piden que muestre su pistola, y ¡lo mandan con el vicepresidente porque es la política del banco! Le avisa a su novia que no puede verla y que la llamará en unos… 10 años. O la escena visual donde intenta tocar con la banda del colegio en la calle moviendo su silla y su chelo.



En Todo lo que quería saber del sexo y temía preguntar es inolvidable la frase de Allen como juglar que grita “¡Pronto va a llegar el Renacimiento y todos se van a poner a pintar!” junto con “¿!Qué estoy haciendo aquí!?” del espermatozoide negro en medio de la eyaculación de “blancos”. Con El dormilón acaba el “corte y pulido del diamante”; destaca el pitorreo de la escena más famosa de Un tranvía llamado deseo, donde Allen la hace de Blanche DuBois y se burla de Vivien Leigh mientras Diane Keaton hace lo propio con los manierismos de Marlon Brando.



El “diamante Woody” adquiere fama internacional con su obra maestra Annie Hall, donde Diane Keaton es su musa de “ojos caleidoscópicos”. Inolvidable la escena donde Annie y Alvy conversan en la terraza y lo que dicen va por un lado y sus pensamientos por otro:

Annie: Bueno, me gustaría hacer un curso de fotografía en serio.
(- Annie: Va a pensar que soy una estúpida)
(- Alvy: Me pregunto qué tal estará desnuda)



Sumen el recuerdo de la comida con langosta viva, la comida con los padres de Annie donde acaba vestido como judío ortodoxo y la pantalla dividida entre la familia de Annie y Alvy que terminan hablando entre sí. O la escena donde, mientras hacen el amor con un foco rojo, la mente de Annie se despega de su cuerpo que finge el orgasmo y su “espíritu” se fuma un churro de mota.

Pero la escena de antología, “sueño mojado” de tod@ universitari@, es cuando ambos van al cine (The sorrow & the pity, de Marcel Ophüls) y en la cola, atrás de ellos, un tipo vetarroide presume de intelectual:

Alvy: ¿No le da vergüenza pontificar de esa manera? Ah, y eso es lo mejor, Marshall McLuhan. ¡Usted no sabe una palabra de Marshal McLuhan ni de su obra!
Tipo: Un momento. ¿De veras? ¡Pues da la casualidad de que en la universidad de Columbia tengo un curso sobre Medios Televisivos y Cultura! Creo que mis intuiciones sobre McLuhan son perfectamente válidas.
Alvy: Pues tiene gracia porque resulta que McLuhan está aquí en este preciso momento.
Se dirige a un lado del cine y saca a McLuhan de atrás de un cartel.
Alvy: Aquí, permítame un momento.
Tipo se sorprende: ¡Oh!
Alvy (a McLuhan): Digaselo usted.
McLuhan (al Tipo): He oído lo que estaba usted diciendo. Usted no sabe nada de mi obra. Hasta mis falacias las explica al revés (¡!). Que haya llegado usted a dictar un curso es algo que excede los límites de mi comprensión.
Alvy (a cámara): ¡Cielos, si la vida pudiera ser siempre así!






Manhattan multiplica por dos el humor negro sobre las relaciones amorosas, que van del sarcasmo a la frágil reiteración de la mutua confianza. Desde la frase antológica “Lo que me estás diciendo es que, es que vas a dejar a Emily. ¿Es verdad? ¿Y huir, huir con la ganadora del premio a la madurez emocional Zelda Fitzgerald?” (pocas veces Allen brilla con un sarcasmo tan fino) hasta el breve monólogo final de Mariel Hemingway: “Seis meses no es tanto tiempo. No todo el mundo se corrompe. Debes tener un poco de fe en la gente”. Con la música de Gershwin al fondo en el homenaje máximo de Allen a Nueva York.



Su veta sarcástica saca la mejor casta en Edipo reprimido, narración que cierra Historias de Nueva York donde su madre, desaparecida por un mago, reaparece en el cielo para regañarlo y “sacarlo al balcón” con vecinos y peatones comentando las peripecias emocionales y sexuales de su hijo Sheldon (Allen).



Allen, que ya es Woody para los cuates, innova abiertamente también el cine en Zelig y La rosa púrpura de El Cairo.

Acompañado de Mia Farrow, la segunda chica con “el sol en los ojos”, realiza la extraordinaria Zelig. De las múltiples transformaciones de Zelig hasta el baile del Camaleón, es de risa loca la escena donde Zelig, mimetizado en un nazi SA, interrumpe un discurso de Hitler cuando ve a su amada Dra. Eudora Fletcher, escena recreada después en una cinta romántica B de Hollywood: ¡todo en el mismo filme de Allen!



En La rosa púrpura de El Cairo, por primera vez en la historia del cine Woody rompe la barrera de la pantalla en ambos sentidos. La devoción de Cecilia (Farrow) al cine hace que el personaje Tom Baxter salga de la pantalla y viva en el mundo real con su caballerosidad cinematográfica, y que Cecilia entre al mundo fílmico en blanco y negro. “Los reales quieren ficción y los de ficción quieren realidad” hasta que la cinta cierra con Ginger Rogers y Fred Astaire bailando “Cheek to Cheek” en Sombrero de Copa (1935) y le vuelve la sonrisa a Cecilia, en un sentido homenaje de Woody a la cinefilia de todos nosotros.



Por lo anterior, pero sobre todo por lo que ustedes ahora recuerdan personalmente de sus películas es innegable que, a pesar de sus altibajos, Woody ya pertenece a ese exclusivo “cielo de diamantes” con “nubes de mermelada” y chicas con “ojos de caleidoscopio” que es el cine.