25 diciembre 2016

Gran Ilusión, La / La Grande Illusion, de Jean Renoir

Francisco Peña.

La Cineteca Nacional tenía la excelente política de programar un clásico de la historia del cine dentro de las Muestras Internacionales. Fue en una de ellas que se proyectó una de las obras maestras de Jean Renoir: La gran ilusión (1937).


Esta cinta es un ejemplo clave de como se puede combinar una excelente realización con las ideas políticas de un realizador. Renoir logra un excelente equlibrio en esta película con sus ideas contra la guerra, el análisis de la aristocracia y su coincidencia con el ideario del Frente Popular francés.

De hecho, todos estos elementos se encuentran presentes en un guión balanceado, que no desdeña el simbolismo ni el melodrama, y que está reforzado por la presencia de actores – símbolo de la época como Jean Gabin y Eric von Stroheim.



Renoir ubica el argumento en la Primera Guerra Mundial y de inmediato presenta una división social tanto en el ejército alemán como en el francés. Por un lado aparece la clase aristocrática, con ideales caballerescos, respeto por la dignidad del enemigo, por una forma de vida sofisticada que termina precisamente con el estallido de esta guerra. Frente a esta clase aristocrática Renoir presenta a la clase popular cuyo símbolo primordial son los peronajes representados por el actor Jean Gabin (en esta cinta es el Teniente Maréchal). Alrededor de Gabin se muestran otros tipos de personajes proletarios. Finalmente, en medio de estos dos extremos de clase, Renoir introduce al intelectual y artista, y al judío con dinero, sin rasgos antisemitas.


Hay otra presencia macabra entre todos estos personajes. El subcomandante del campo de prisioneros es el único alemán que tiene rasgos autoritarios y de falta de humanidad, con el que Renoir crítica la mentalidad nazi. Es el enemigo común de todos, tanto de aristócratas en desaparición como de personajes populares, intelectuales y judíos.

Como se ve, Renoir plasma en La gran ilusión, varios de los postulados políticos que mantenía la izquierda francesa en 1937 arraigados en el Frente Popular.


Otro de los rasgos presentes en La gran ilusión es que por encima de la guerra entre naciones existe la posibilidad de la confraternización entre clases sociales que, en cierto sentido, tienen más puntos en común entre sí que entre distintas clases sociales en un mismo país. De esta forma, aunque conservando sus intereses nacionales en la vida diaria -donde los franceses intentan huir de los alemanes y regresar a Francia, y los alemanes que intentan retenerlos-, Renoir muestra una camaradería común.

La clase aristocrática respeta la gallardía del enemigo caido, lo trata con humanidad y procura que entre sus miembros se comparta la misma condición de vida, con autonomía de que sus naciones sean enemigas. Renoir usa a los personajes del capitán alemán Von Rauffenstein (Eric von Stroheim) y el capitán francés Boeldieu (Pierre Fresnay). Con ellos muestra el canto del cisne de toda una cultura a través de pequeños rasgos: compartir cognac, hablar inglés y conservar la única flor que existe en el campo de prisioneros.


Pero esta clase, a pesar de toda su educación, caballerosidad y gallardía –que ya se plantean como obsoletas luego de esta guerra-, tiene una grave deficiencia. Es incapaz de compartir la vida con el resto de los hombres. Su Torre de Márfil cae en pedazos mientras se muestra incapaz de entender o relacionarse con la clase proletaria.

Entre Gabin y Boeldieu hay un abismo que ambos intentan cerrar personalmente, pero que la misma condición de clase se los impide. Es sólo con el sacrificio patriótico de Boeldieu –y su desaparición literal de la historia, tanto de la cinta como de la Historia- en que encuentra su reivindicación para que otros se salven.

De igual forma, Von Rauffenstein es relegado a ser un administrador. Sus ideales caballerescos y su humanitarismo de élite son ya inoperantes, son criticados amargamente por el subcomandante, y sólo los comprende y comparte Boeldieu.

En ese sentido, la aristocracia, a pesar de sus virtudes, está condenada a desaparecer en la Historia como a desaparecer en la película.

Pero Renoir plantea que la confraternización de las clases proletarias, de los personajes populares, no sólo es posible sino que se da con mayor facilidad. La convivencia entre soldados alemanes y franceses es más sencilla; comparten comida y el trato es humanitario. Sólo la presencia del subcomandante del campo hace que la “hermandad” no salga fuera de los límites impuestos por “la disciplina alemana”.

Enmedio de este retrato de los pueblos, los únicos que no sacan buen partido son los ingleses, a los que se retrata como superficiales, sólo preocupados por el tenis y las comedias musicales –It’s a long, long way to Tipperary. It’s a long way to go-. Hay que recordar que Inglaterra, en esos años era aliado MILITAR frente a la amenaza del rearme alemán propiciado por el régimen nazi. El arquetipo del inglés en pro de la postura de fuerza militar para frenar a Hitler era Winston Churchill.

La confraternización no es perfecta pero es posible. Ambos bandos celebran sus propias victorias alrededor de Douramont, pero en el fondo alemanes y franceses deploran el alto costo en vidas en una guerra de trincheras que no lleva a ninguna parte.

Pero Renoir también no perdió la oportunidad de comentar sobre la Revolución Rusa. En el castillo donde se albergan los prisioneros hay rusos. Lo que reciben no es comida ni apoyo sino libros usados sin ningún orden ni concierto ni beneficio. El resultado es una revuelta –no contra los carceleros alemanes- contra el Zar y la Zarina.

Renoir es claro en su planteamiento: las clases proletarias tienen intereses en común que están por encima de las barreras nacionales –en el sentido de un nacionalismo ciego y fanático-. Entre ellas vive realmente un verdadero humanismo, en donde ya no tienen cabida los ideales caballerescos de la aristocracia porque ya no tienen un lugar operante en la historia.


El director francés deja a un lado a sus personajes aristócratas.y se concentra en Jean Gabin, en el proletario. La parte final de La gran ilusión se concentra en el encuentro entre el teniente francés y una vida campesina alemana. La alemana recibe a los prisioneros franceses y les da casa y comida; incluso los oculta de las autoridades alemanas. Obviamente, en el trato cotidiano, surge el amor entre ambos personajes. Los problemas ante la guerra injusta –la mujer perdió a todos los hombres de su casa- son comunes, y el hecho de que dos personajes proletarios se unan por encima de las diferencias nacionales, es el signo claro que Renoir presenta al cinéfilo para encarnar sus preocupaciones sociales.


El hecho de poder ver La gran ilusión se debe al redescubrimiento del negativo original de la cinta. No hay añadiduras ni cambios sino el hecho de poder ver la película en una copia nueva y no desgastada por el paso del tiempo.

De esta forma, las imágenes creadas por Renoir llegan con toda su fuerza y frescura, lo que permite al cinéfilo adentrarse en el gozo de una de las cintas representativas de este magnífico director.


Producción: Les Réalisations d’Art Cinématographique, Frank Rollmer y Albert Pinkovitch (nueva copia: Rialto Pictures). Dirección: Jean Renoir. Guión: Jean Renoir y Charles Spaak. Año: 1937. Fotografía en blanco y negro: Christian Matras. Música: Joseph Kosma. Edición: Marguerite Renoir. Intérpretes: Jean Gabin (teniente Maréchal), Eric Von Stroheim (capitán Von Rauffenstein), Pierre Fresnay (capitán De Boieldieu), Marcel Dalio (teniente Rosenthal), Dita Parlo (Else), Julien Carette (actor), Georges Péclet (oficial), Gaston Modot (ingeniero), Jean Dasté (profesor), Sylvain Itkine (teniente Demolder), Jacques Becker (oficial inglés), Werner Florian (sargento Arthur), Georges Péclet (soldado). Duración: 120 minutos. Distribución: Cineteca Nacional.