Francisco Peña.
La explosión social que recorrió el mundo en 1968, desde el Mayo Francés pasando por el aplastamiento soviético de la Primavera de Praga checa, la represión en Gdansk – Polonia hasta llegar a Tlatelolco en México, tuvo una fuerte connotación de movimiento contracultural, que también se enfrentaba por esa vía a las estructuras del poder establecido.
Una de las consignas que regía el movimiento estudiantil mundial era la famosa frase La imaginación al poder. A partir de allí, quienes participaban, usaron figuras culturales, musicales y literarias como banderas del movimiento. No sólo hubo ideas y consignas políticas y sociales sino también culturales y sexuales.
En todos lados aparecieron íconos del Che Guevara junto con míticos Jim Morrison y Jimi Hendrix por mencionar sólo a dos. También se añadían imágenes de Janis Joplin, Rolling Stones y hasta los mismos Beatles a partir de su disco Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band.
Activistas, simpatizantes, estudiantes, se reunían en mayor o menor número a ambos lados de La Cortina de Hierro para discutir la situación de los movimientos estudiantiles enfrentados a las estructuras de poder de los estados. Pero no todo era discusión y toma de decisiones. En los tiempos muertos, de entrevela, o luego de las asambleas, quienes participaban buscaban descanso e inspiración en las manifestaciones de las figuras contraculturales que se han mencionado. Asimismo, en esas madrugadas, el sol los sorprendía en la discusión o práctica de nuevas conductas sexuales, que reflejaban con otros matices la búsqueda innovadora de cambios sociales.
Han pasado ya décadas desde el surgimiento de ese ambiente, de ese viento distinto que recorrió muchas sociedades. Ahora se habla de globalización económica, pero se ha olvidado que en ese año se dio un fenómeno de globalización cultural.
Jóvenes que nunca se conocieron entre sí, que jamás se juntaron, vivían estrechamente experiencias parecidas selladas por una misma canción, por alguna melodía que marcó el recuerdo de una actitud contestataria frente a sistemas autoritarios de distinto sello ideológico, al que opusieron sus ideas y su juventud.
¿Qué ha sido de esa música? ¿Qué ha sido de esos jóvenes? De alguna forma, esa generación aún enfrenta una vieja barba contestataria contra el traje de diseñador de la generación yuppie posterior. Ese es sólo un signo visible de que dicha generación del 68 aún conserva –transformada en distintas manifestaciones- una cierta actitud ante la vida.
Las cosas no son ya las mismas que en ese año. El esfuerzo de una generación -que quizá no obtuvo todo lo que deseaba en ese momento- no fue ni estéril ni pasajero. Sí se modificaron ciertas estructuras sociales por ese impulso, y en el campo cultural son aún más visibles las huellas permanentes de un movimiento que también fue contracultural.
Muchas manifestaciones artísticas, musicales, cinematográficas actuales han abrevado en lo que se gestó en 1968. Quizás las nuevas generaciones no saben cómo y cuando surgió lo que ahora viven en el campo de la cultura. Pero si se revisan estos años podrán detectar sobrevivencias, transformaciones y cambios que se generaron a partir de 1968.
No es un ejercicio de la nostalgia el hecho de escuchar la música de esos años, ni de revisar su literatura, su cine modernista, underground o testimonial. Oír, leer o ver lo que entonces se generó como contracultura es captar de nuevo un espíritu que fue renovador en su intento por llevar la imaginación al poder. Esa idea aún vive en medio de todos los cambios ocurridos en el mundo.
Para rabia de filmópatas que hoy dicen: “El cine soy yo (o la música, la literatura, el arte, el deporte, etc.)”, o la ira de chicos retro que “explican” autoritariamente “cómo fueron en verdad las cosas” a Los Viejos que las vivieron cuando ellos ni siquiera habían nacido, la Imaginación al Poder vive -aunque sigue siendo una meta-, pero es indudable que desde ese año ya se ha recorrido parte del camino.