Para Pablo Oddone... mientras seguimos fumando y platicando en el recuerdo, en una acera/banqueta frente al restaurante "El Fogón", en su hermosa Montevideo, en su acogedor Uruguay.
Una imagen clásica de violencia en cine es aquella donde Al Capone, en plena cena de etiqueta, mata a batazos a uno de sus colaboradores por traidor e impone muy gráficamente su autoridad entre los gángsters de Chicago (Los Intocables, 1988). “¿Me estás hablando a mí? Por qué soy el único que está aquí” es un diálogo de antología del taxista Travis Bickle, que se prepara ante el espejo para convertirse en un arsenal humano más mortífero que un terrorista de Al Qaeda en Taxi Driver (Scorsese, 1976).
Detrás de estas imágenes memorables está Robert de Niro, que nació en Nueva York el 17 de agosto de 1943. Con él pasa algo extraordinario. Podemos acordarnos de los personajes que ha representado en pantalla por su nombre (Vito Corleone, Noodles, Capone, Jack LaMotta, Alfredo Berlinghieri, Monroe Stahr y muchos más), a la vez que lo identificamos como su creador. Es porque ha puesto su capacidad actoral al servicio de todos los personajes que ha encarnado en pantalla. No ha cedido a la tentación de "comerse" a sus personajes, como Jack Nicholson “haciéndole” de X, Y o Z “a su manera”. En ese sentido, es ejemplo de las bondades (y no de defectos) del famoso "Método" de actuación de Lee Strasberg, que estudió en Nueva York durante sus años de preparación.
Como Alfredo Berlinghieri en Novecento, con Gerard Depardieu.
Pero, ¿alguien se acuerda de las malas películas de De Niro? Porque existen. No me refiero a desastres evidentes como Frankenstein (de Kenneth Branagh, 1994) donde en medio del cochinero lo único rescatable era el actor en el papel del Monstruo. Son cintas como El fanático (Tony Scott, 1996), donde un beisbolista famoso (Wesley Snipes) es acosado por un fan desquiciado (De Niro). El actor está sobreactuadísimo y se nota en los diálogos “poéticos” donde vende cuchillos deportivos y le piden ¡kayaks!: “Por qué no tomas unos cuantos kayaks y te los metes en el culo, imbécil”.
En el grupo aparece también la serie de comedias “románticas” Meet the parents y Meet the Fockers (ambas de Jay Roach, 2000, 2004) y posteriores, donde De Niro, ex agente de la CIA, es el padre de la novia y suegro de un estúpido. Atorado como villano cómico en un ambiente de comedia gringuísimo, da uno de sus trabajos más flojos y, en el duelo de sobreactuaciones, sólo es superado por Dustin Hoffman en la segunda cinta. Algunas perlas falsas: “Se que pudiste tener sexo con mi hija antes, pero bajo mi techo es a mi manera, así que enjaula tu serpiente por 72 horas” o “Nunca había visto a alguien festejar la mediocridad como tú lo haces”.
Hay que volver a Nueva York para recuperar a sus mejores personajes; allí conoció a uno de sus mejores compañeros, el director Martin Scorsese. La mancuerna se ayudó mutuamente a escalar los peldaños de la fama y el arte cinematográficos. Con ocho cintas en su haber han conjuntado logros como Goodfellas (1990), Raging Bull (1980), Taxi Driver (1976) y Mean Streets (1973). El personaje del boxeador Jack La Motta en Raging Bull le valió su segundo Oscar, al Mejor Actor.
Como Jimmy Conway, en Goodfellas.
También es memorable Jimmy Conway, el gangster irlandés de Goodfellas, de una violencia contenida sólo equiparable a la frialdad de su mente criminal. El más recordado de todos es Travis Bickle, el Taxi Driver que deambula por el infierno neoyorquino para salvar a una adolescente de la prostitución (Jodie Foster) en una orgía final de sangre, violencia y disparos.
"Noodles"
En el caso de Coppola, la Pequeña Italia es el escenario perfecto para el El Padrino II (1974), la mejor de la trilogía. Es imposible separar al joven Vito Corleone del rostro de Robert de Niro: están perfectamente fusionados por el trabajo actoral y no se conciben uno sin el otro. El asesinato del jefe mafioso en su departamento, con una pistola envuelta en una toalla mientras pasa una procesión religiosa, es una de las secuencias mejor logradas en la carrera de Coppola; pero sin De Niro no hubiera tenido el mismo impacto. Por este personaje recibió su primer Oscar, al Mejor Actor de Reparto.
No todos son gángsters en la carrera del actor. Están otros personajes que ha encarnado con excelencia: Alfredo Berlinghieri, el patrón de política ambivalente de 1900 / Novecento (Bertolucci, 1976); Monroe Stahr, el romántico productor de películas, en una de las mejores adaptaciones de una obra de Scott Fitzgerald, en The Last Tycoon (Kazan, 1976); Michael Vronsky, el veterano de Vietnam, en la controvertida The Deer Hunter (Cimino, 1976) y su frenético juego de la ruleta rusa; el jesuita y ex soldado que toma las armas para defender a los índigenas en The Mission (Jaffé,1986) cobijado con la música de Morricone.
Como Monroe Stahr, en The Last Tycoon.
De Niro ha creado en su carrera una amplia galería de hombres que tienen peso en pantalla. Cada uno de ellos forma parte de la memoria colectiva del cine y habita en cada uno de los cinéfilos que los han visto. Surgen y resurgen en pláticas entre amigos, en recuerdos, en frases de la vida diaria. Todos estos hombres no existirían en nuestros ojos si no fuera por De Niro… en las buenas y en las malas.
En las buenas y en las malas…
Robert de Niro puede estar mal pero jamás ha aceptado un film de cinebasura. ¿A qué se debe su rechazo del cinebasura?
Para explicarlo basta citar una frase extraordinaria de Érase una vez en América, el film hermoso de Sergio Leone, protagonizado por el actor neoyorquino:
NOODLES: Es verdad, he matado gente, Sr. Bailey. Algunas veces por defenderme. Otras por dinero. Mucha gente acudía a nosotros. Socios, rivales, amantes. Aceptamos otros trabajos, otros no. El suyo es uno de los que NUNCA aceptaríamos.
Bailey: ¿Esa es tu forma de vengarte?
NOODLES: No. Es la forma en que veo las cosas.