21 marzo 2016

Claudia Cardinale, la seducción con clase

Francisco Peña.

Si desean saber de que se trata todo esto, vean el video... Y si después ya no leen nada, no importa. Ya sienten lo que voy a decir.



Es una diva europea, no una estrella hollywoodense. Su culto vive en los ojos de cinéfilos de carrera larga, conocedores, fans de presencias terrenales en pantalla; culto imposible para filmópatas especializados en la composta fílmica del cinebasura e indiferente para consumidores de estrellitas hollywoodenses etéreas, cuya vida en pantalla oscila entre 3 y 5 años para luego caer en el olvido.



Claude Josephine Rose Cardin nació el 15 de abril de 1938 en Túnez, hija de padre francés y madre italiana. Luego de ganar un concurso de belleza en 1957 debutó en el cine a los 20 en Goha (Jacques Baratier, 1958). Desde entonces mostró que no le interesaba Hollywood aunque realizó algunas películas en la llamada Meca del Cine. “No me gustaba ni me gusta el star system. Soy una persona normal. Me gusta vivir en Europa. Es decir, he ido a Hollywood varias veces pero nunca quise firmar un contrato esclavizante, de esos que te atan 15 o 20 años con una productora”.


La Cardinale llevó a la pantalla una sensualidad terrenal creíble: es una mujer que podemos encontrar a la vuelta de la esquina, admirar su belleza, que nos sonríe para iluminarnos el día, cuyo erotismo podríamos compartir en la realidad. Esa aura sensual al alcance de la mano la convirtió de inmediato en uno de los iconos del cine europeo de arte. Era la joven que sí, sí podría enamorarse de uno y uno de ella, en la vida cotidiana.


Gracias al productor Franco Cristaldi destacó primero en Italia en películas como I soliti ignoti (Monicelli, 1958), Los delfines (Maselli, 1960), El bello Antonio (Bolognini, 1960, con Mastroianni), Rocco y sus hermanos (Visconti, 1960), Vagas estrellas de la osa menor (Visconti, 1965) y Jesús de Nazareth (es la mujer adúltera, Zeffirelli, 1977). Entre las cintas más famosas en las que ha participado están (Fellini, 1963), El gatopardo (Visconti, 1963), Érase una vez en el oeste (Leone, 1968) y Fitzcarraldo (Herzog, 1981).


Trabajar con Fellini y Visconti la pulieron. “Fellini era un mago. Me encantaba trabajar con Federico porque me veía como si fuera la chica soñada del filme y lo era, basta ver la cinta. ¡Y todo era improvisado! Visconti era todo lo contrario. Me decía ‘cuando llegues a algún sitio, al entrar camina como un leopardo, no eres cualquier mujer’. Ensayábamos todo el tiempo: ‘Claudia, tienes que separar tus ojos de tu boca. Los ojos deben mostrar lo opuesto a lo que dices’. Creo que vio mi capacidad de convertirme en la mujer que supone que soy en la película, y Luchino me explicaba este tipo de transformación frente a la cámara. Pero para transformarte así tienes que ser muy fuerte o pierdes tu identidad si no sabes quién eres. Era un director de actores maravilloso, un intelectual increíble con quien podías platicar de todos los temas. Gracias a él he vivido miles de vidas, no sólo la mía”.

En Ocho y medio, de Fellini.

En El Gatopardo, de Visconti.

Fue el símbolo de la mujer para Sergio Leone en Érase una vez en el Oeste. “En Italia no consideraban a Sergio como un buen director pero lo inventó todo: los detalles de los ojos, las manos. ¡Fantástico! Tenía la música de Ennio (Morricone) ya preparada antes de rodar y previo a cada escena mía tocaba el tema de Jill. Era fantástico porque me convertía inmediatamente en la persona. Era Jill, sus emociones, todo, después de la música. Sergio era magnífico y me sentí una diosa en su set”.




En Fitzcarraldo se enfrentó a la aventura de filmar con Herzog. “Werner es un genio que raya en la locura. Filmar fue toda una aventura y nunca me aburrí con él. Cada día no sabíamos si llegaríamos vivos a la locación. Me encanta el peligro y fue increíble. Como Werner y Klaus peleaban todo el tiempo, me tocó oir cuando los indígenas (aguarunas) le propusieron a Werner ‘si quieres, lo matamos’ y era en serio. Fue toda una experiencia”.


Embajadora de la UNESCO para la defensa de los derechos de las mujeres, Claudia Cardinale ha plasmado su presencia radiante en el cine. Sus ojos cafés hipnotizantes, mirada sexy y voz no hubieran capturado a los espectadores sin su disciplina actoral y elegancia europea. Hoy su seducción con clase todavía nos cautiva en el mundo maravilloso de sombras y luces que es el cine.