24 marzo 2016

Naranja Mecánica, de Stanley Kubrick. ¡Tantos años... y sigue tan violenta!

Francisco Peña.


“¡Videa bien, hermanito. Videa bien!”, dice Alex desde pantalla antes de encabezar una violación tumultuaria. Desde su premiere en diciembre de 1971, Naranja Mecánica provocó un escándalo mundial por la agresividad de sus imágenes, confrontó censuras en varios países que retrasaron su estreno acusada de elogiar la “ultraviolencia”. Kubrick y Anthony Burguess, autor de la novela homónima, sonrieron: no sólo se criticaba la sociedad de los 70, era la profecía fílmica de un futuro inminente.





Después de 4 nominaciones al Oscar el mundo decidió videarla (verla). En México se estrenó 3 años después cuando ya era innegable su calidad artística y los jóvenes que la habían videado no se transformaron en pandilleros violadores. Para resarcir el retraso, los funcionarios cinematográficos de entonces convirtieron a Naranja Mecánica en la “estrella”, junto a otras 9 cintas, de la inauguración en enero de 1974 de la vieja Cineteca Nacional (Tlalpan y Churubusco). El martes 22, para la función de las 4 pm, ya había una larguísima fila de jóvenes estudiantes, cinéfilos y curiosos. Estuvimos parados por más de 3 horas antes.



Los presumidos “ya la habían videado” en Nueva York, Roma, Londres o París y lo que contaban aumentó la curiosidad. Dieron las 4 y la taquilla cerrada. Empezaron los empujones. Se perdió la fila, se oyó un cristalazo y el vidrio de la taquilla se desplomó en pedazos. “¡Van a abrir! ¡Portazo, portazo!” Muy cabreados nos acercamos a las puertas en completo desorden y “mágicamente” se abrieron en sincronía.


Entramos como manada de bueyes en estampida a la Sala Fernando de Fuentes. Volaron suéteres, libros, mochilas para apartar lugar: muchos terminamos sentados en las escaleras. En la penumbra salió un fotógrafo frente al telón que sacó fotos con flash en medio de nuestro coro enardecido de mentadas. Hasta hoy, el mito-rumor dice que la distribuidora sacó las fotos para documentar en el extranjero cómo los “violentos” jóvenes mexicanos videaban el estreno.

Se apagó la luz y corrió la película.


Hoy, esa violencia que vimos está más que viva que nunca en la realidad. Durante los 20 primeros minutos Alex (Malcolm McDowell) y sus drugos (sic) se drogan; golpean a un viejo ebrio; pelean con otra pandilla rival (con La Urraca Ladrona, de Rossini); roban un auto y causan accidentes de carretera; asaltan una casa, dejan paralítico al dueño, violan en tumulto a la esposa (Singin’ in the rain). Alex se va a dormir con total impunidad oyendo la Novena Sinfonía de Beethoven.


Alex no conoce límites: lo que desea, lo toma, todo con violencia. El dinero es rey, la agresión sexual su reina, la violencia es la amante de ambos. Hoy hay zonas urbanas donde este trío tiene todo el poder real. Las escenas de Kubrick sólo difieren de las reales por la intelectualidad y arte con que están filmadas (gran angular, uso impactante de la música, montaje rápido, cámara lenta, etc.). Luego de la Cura Ludovico que lo imposibilita a ser violento, Alex reencuentra a sus víctimas que se la cobran caro: la sociedad ejerce la misma violencia como venganza.


Hoy está vigente la misma violencia individual y social. Los asaltos a casas habitación, residencias, “changarros”, tiendas, departamentos siguen el mismo patrón de Alex y sus drugs. ¿Cuál es la diferencia entre Alex y el adolescente sicario El Ponchis? La impunidad es la misma, así como el perfil psicológico “a la Alex” de los perpetradores: tomo lo que quiero, cuando quiero y me vale todo lo demás. Esto sólo provoca que, ante la impunidad, la sociedad vejada reaccione con la misma violencia: se trata de venganza disfrazada de justicia inmediata, reflejada en el incremento de los intentos de linchamiento en zonas semirurales o rurales, donde entonces sí aparecen la fuerza pública y autoridades de todos los niveles.


También importa videar a detalle la violencia política soterrada, que Kubrick hace patente con gran habilidad: se trata del papel relevante de la violencia del Estado y los partidos. Alex es sólo un peón del partido en el poder y también peón de la oposición. No importa quién es sino cómo usarlo ante los votantes: todo el espectro político, sin importar el color ideológico, quiere sacar ventajas con absoluto cinismo. Para el partido en el poder, Alex y la Cura Ludovico son instrumentos: “Sólo nos concierne la disminución del crimen… El punto es que funciona”. Para la oposición, Alex es otra herramienta para golpear al gobierno y tumbarlo con escándalos, periodicazos y amarillismo antes de las elecciones: “La gente común… venderá la libertad por una vida más calmada”.


Claro, el partido en el poder tiene más recursos. El ministro del Interior establece un pacto corrupto con el “recuperado” Alex porque ha recuperado su violencia innata. El precio: trabajo en el gobierno y un excelente sueldo. Político y delincuente ahora “son amigos”. Más que eliminar, conviene incorporar al “enemigo” dentro del sistema político.


El fondo del film que expone Stanley Kubrick, la elección ética de Alex, que el bien salga de adentro, los valores humanistas, son sólo “sutilezas” morales que tanto el gobierno en el Poder como sus opositores de cualquier signo dejarán de lado. La brutalidad individual de Alex sólo se compara con el brutal pragmatismo de los políticos para arrebatarse votantes entre sí, ya que lo único que importa es llegar al Poder. Lo que queda a los electores es presuponer que político los va a joder menos que los demás.

Sin embargo, el mensaje más actual de Naranja Mecánica es el único que la casta política nunca toma en cuenta pero que la sociedad comienza a tomar en serio: la solución en la ética de cada uno, dentro de nosotros mismos (para dar pie a movimientos sociales ciudadanos). Por qué su profecía cinematográfica sobre un futuro violento inminente ya se cumplió: ese futuro es nuestro presente.

Si no lo creen ¡videen bien, hermanitos. Videen bien!