Con agradecimiento, para Filiberto López.
Werner Herzog es un cineasta de culto desde hace más de 30 años y su obra se ha difundido por canales comerciales y culturales desde la década de los 70, especialmente vía el Instituto Goethe, Cineteca Nacional, Filmoteca de la UNAM y Cinemateca del INAH.
En esta ocasión, tocaré un documental que Herzog consagra a la figura del desaparecido actor Klaus Kinski. A lo largo de 30 años, entre el actor y el director se dio una relación amor - odio como pocas han existido en la cinematografía mundial y que, a pesar de sus graves enfrentamientos y sinsabores, dio como resultado una serie de films extraordinarios que forman parte de la cultura mundial.
Herzog ha elaborado su visión de Klaus Kinski de la manera más sincera posible, con un balance final lleno de nostalgia por el actor alemán que esconde un profundo cariño a pesar de lo volátil y conflictivo de su relación.
Cinematográficamente hablando, Herzog recurre a la entrevista -de sí mismo-, material inédito levantado durante sus filmaciones con Kinski, testimonios de las personas que trabajaron con el actor -destacan la entrañable Claudia Cardinale y Eva Mattes-, y secuencias completas de las películas que realizaron juntos, especialmente Aguirre, la ira de Dios y Fitzcarraldo, pero que también abarcan Nosferatu, Woyzeck y Cobra Verde.
Para mostrar la compleja personalidad de Klaus Kinski, estos materiales se organizan en forma honesta porque Herzog tiene que mostrar su propia personalidad para relacionarla con la del actor, y transmitir un retrato de una personalidad feroz y tierna, de un talento extraordinario rodeado de una soberbia descomunal. En el fondo, todas estas contradicciones de Kinski, según la óptica de Herzog, tenían manifestaciones muy encontradas pero en el fondo de todas ellas estaba una gran sensibilidad.
Desde el primer encuentro entre los dos creadores, cuando ambos no eran nadie, hasta la muerte del actor, Herzog procura dar fé de la compleja vida de Kinski; pero inevitablemente también tiene que dar un juicio de sí mismo, de su terquedad para crear uno de los cines más personales y únicos en la cinematografía mundial.
Para el espectador, este documental es testimonio del paso del tiempo, del aquí, del ahora y el final de una estrella controvertida del cine. Pero, por la circunstancia de edad del público el film puede ser visto desde dos ópticas.
Los jóvenes -la mayor parte del público evidentemente- ven a un Herzog dando testimonio de un hombre y una obra que han pasado en el tiempo. Es decir, se sitúan con este Herzog ya formado que recuerda: se trata de una ventana al pasado a la que se asoman los jóvenes, acompañados de un cineasta consagrado y que ya forma parte de la historia del cine. Para estas generaciones es la única visión posible: bajar a un infierno fílmico con un Herzog en plan del Virgilio que recuerda; un viaje del presente al pasado.
Pero para las generaciones que vieron las películas de Herzog en el momento de su estreno, que vivieron también el contexto social e histórico de su surgimiento, Mi enemigo preferido: Klaus Kinski se puede ver desde otra óptica psicológica.
Me explico. En las primeras secuencias del documental, Herzog habla de cómo fue filmada Aguirre, la ira de Dios, y los conflictos que surgieron con Kinski por las condiciones de la filmación. El cineasta habla a cámara con la impresionante escenografía de los Andes a sus espaldas y describe como se realizó una de las tomas más memorables de esa cinta. Se trata de una larga cadena de hombres que baja las montañas y se ven como hormigas. La cámara se vuelve hasta captar en primer plano a los hombres que encabezan la expedición de Gonzalo Pizarro, de la cual Aguirre forma parte.
Herzog describe las condiciones de filmación ese día, las dificultades del clima, la actitud rebelde y egocéntrica de Kinski que quería destacar en la pantalla mientras Herzog buscaba la imagen inédita y altamente significativa. Kinski no participó en la toma y Herzog se impuso.
En el momento en que Herzog calla, corta y mete en el documental la escena original y precisa de Aguirre, la ira de Dios que ha descrito, mientras suenan los acordes de la música del grupo Popol Vuh.
Por la magia del cine, quienes vivieron el estreno de Aguirre en su momento histórico (el film es de 1972) al ver estas imágenes son catapultados no al recuerdo sino a la vivencia. De pronto, el pasado está borrado y el "presente" puede mirar hacia el "futuro"… a lo que ha de ocurrir en el futuro a Kinski, a Herzog y a su obra fílmica conjunta que se formará frente a los ojos de estos cinéfilos que vuelven a estar "allí y ahora".
Por este desplazamiento en el tiempo, con un giro psicológico y de los sentidos que convierte al pasado existencial en un presente cinematográfico que borra años de existencia, los espectadores de 40 años en adelante viven la cinta de Herzog en sentido contrario a la mayoría de los espectadores: abren una ventana en el presente fílmico y pueden sentir que miran al futuro.
Esta sensación es reforzada por otros elementos del documental porque Herzog usa pietaje tomado en las locaciones de Aguirre y Fitzcarraldo donde se le ve interactuar con Kinski. Así, vemos al actor en sus coléricas reacciones por nimiedades o sus momentos más humanos y tiernos (el pietaje que cierra el documental).
Otro refuerzo fílmico en ese sentido, que para los jóvenes espectadores es un detalle vivo del pasado, es cuando Herzog habla de la posición única de Klaus Kinski en el universo de sus personajes cinematográficos. Al hablar de Fitzcarraldo el cineasta coloca material de los primeros actores que participaron en el film: Jason Robards y Mick Jagger.
Luego de presentarlos, para que el cinéfilo vea como la personalidad de Fitzcarraldo estaba al comienzo dividida en dos personajes, pasa a una escena con ambos actores en el campanario de la iglesia de Iquitos.
Luego, de inmediato, corta a la misma escena actuada por Klaus Kinski. Allí, en ese momento donde la ventana del "presente" mira al "futuro" se ve como el actor alemán ES Fitzcarraldo y supera los esfuerzos histriónicos de los actores anglosajones.
Así se entiende como la visión onírica de Herzog sólo podía lograrse con un actor tan complejo como Kinski. Sólo así se comprende que un espectador que vivió esos estrenos en su momento pueda re-vivir ese "presente" y considerar el retrato de Kinski por Herzog como un viaje premonitorio al futuro.
En medio de estos cambios temporales en la mente de los espectadores, las personalidades del dúo Herzog - Kinski alcanzan alturas míticas. Todos los espectadores sienten la mezcla realidad - ficción en la tarea imposible de filmar un imposible: el sueño de dos soñadores que conjuntan la realidad con la ficción: En la filmación y en la película hay que subir un barco por la montaña: el sueño de Herzog se equipara al sueño de Fitzcarraldo - Kinski.
En ese sentido, las tomas del barco en los rápidos de Pongo das Mortes, colocadas en el contexto del documental y en el contexto del film terminado que se llama Fitzcarraldo muestran la obsesividad conjunta de Herzog y Kinski, separados sólo por el método para llegar al objetivo artístico.
Esta diferencia en el método hacia casi imposible su colaboración (las visiones distintas de la naturaleza, las declaraciones viscerales del mutuo odio, las mentiras sobre las filmaciones) pero, a la vez, los atraía sin remedio para crear arte cinematográfico.
Así, no es extraño que al ver las escenas finales de Aguirre, la ira de Dios, donde vemos a un Aguirre - Kinski en la balsa rodeada de monos, quede muy claro al espectador que hay mucho de Kinski en el personaje y viceversa, que se rebela ante una autoridad -Herzog- que lo observa en acercamientos o gira una y otra vez su ojo - cámara alrededor de la balsa.
Pero tampoco es extraño que, para Herzog, la muerte de Kinski signifique la pérdida de una parte de si mismo. Por ello cierra su cinta con las imágenes que equiparan a Klaus Kinski con una mariposa, porque el documental termina por ser una declaración de amistad a pesar de todas las diferencias.
Herzog, creador de mitos del siglo XX, buscador incansable de imágenes inéditas a costa de la propia vida, autor de visiones primigenias que descubren un nuevo significado del mundo y de quienes lo habitan, logra en Mi enemigo preferido: Klaus Kinski el retrato del artista contradictorio, complejo y genial.
Sólo un creador de mitos cinematográficos es capaz de entregar la imagen mitificada de uno de los actores más extraordinarios del siglo, y de jugar con los tiempos internos del pasado y del presente de los espectadores.
Mi enemigo preferido: Klaus Kinski. Producción: Arte, BBC, Bayerischer Rundfunk, Café Productions Ltd, Finnish Broadcasting Company, Independent Film Channel, Werner Herzog Filmproduktion, Westdeutscher Rundfunk, Zephir Film, Christine Ruppert, André Singer, Lucki Stipetic. Alemania - Reino Unido - Finlandia - Estados Unidos, 1999. Director: Werner Herzog. Fotografía en B&N / Color: Peter Zeitlinger. Edición: Joe Bini. Música: Popol Vuh. Participan: Claudia Cardinale, Justo González, Werner Herzog, Klaus Kinski, Eva Mattes, Guillermo Ríos. Duración: 95 minutos. PC: Instituto Goethe.