29 diciembre 2017

Tren de la vida, El / Train de vie, de Radu Mihaileanu

Francisco Peña.



La cinta de Radu Mihaileanu ha sido promovida en el mundo como el antecedente (o la idea original) de la cinta La vida es bella, de Roberto Benigni, y que inicía la corriente que se dedica a revisar el Holocausto a partir de una visión tragicómica del acontecimiento histórico.

Se dice que Benigni “tomó prestadas” para su película ideas del guión que Mihaileanu le envió, y que no dio respuesta al director rumano.

Pero todos estos hechos son extracinematográficos a la película de Mihaileanu, sucesos posteriores que no deben afectar la visión de este film que comienza, como se ha dicho, la corriente que incluye comedia en el ambiente del Holocausto.



Pero a diferencia de la cinta de Benigni, que se desarrolla y culmina en el campo de concentración, El tren de la vida muestra una fuga a la libertad, lo que le permite mayor sentido del humor en las situaciones que plantea.

Este planteamiento de la fuga de la comunidad de un pueblo judío para salvar su vida le permite al director mostrar –y reírse de- los juegos sociales al interior de esa pequeña sociedad. Los disidentes, la religión, el amor, el encuentro con el Otro, los juegos de poder, el fanatismo ideológico sin conocer los fundamentos de la ideología que se dice practicar, los conflictos sociales, la confusión y el miedo brincan en este microscosmos.



El verdadero milagro de esta película es que todos los puntos son abordados en un delicado equilibrio que funciona, y al cual se le agrega la cereza en el pastel: el sentido del humor. Tanto el guión como la realización de El tren de la vida, bajo esta óptica, trabajan para lograr un film redondo que, bajo la risa, no evade la reflexión ni la tragedia real.

Ante el peligro nazi, el pueblo consulta a los ancianos que hacer. En el colmo de la indecisión y las discusiones bizantinas, terminan por hacerle caso al loco, que propone una fuga en tren hacia Palestina.

Mihaileanu, haciendo uso de un humor que en momentos es particularmente judío, toma a sus personajes y los pone a interactuar, cosa que crea las situaciones cómicas casi sin que el público se de cuenta.

Así, presenta al rabí, al loco del pueblo, al contador, a los distintos artesanos, a los jóvenes enamorados. En síntesis, a la comunidad.

Lo que permea la cinta es precisamente el esfuerzo comunitario frente al peligro común. Esto unifica el esfuerzo y poco a poco consiguen su tren. Los pasos que da la comunidad -y cada uno de quienes se dedican a tareas específicas para conseguir el tren- da verosimilitud a todo el proceso. El sueño imposible se obtiene si todos cooperan.


Al usar una puesta en escena realista, con sus marcados tintes de comedia que se basan mucho en la paradoja, Mihaileanu logra que el espectador acepte con mayor facilidad lo que en La vida es bella es, en momentos, difícil de aceptar: el carácter de fábula moral del film, que conlleva una reflexión por parte del público.

Esto se demuestra al observar el excelente tejido del guión y la realización que lo respalda. Cada voz de un sector de la comunidad se manifiesta en la pantalla: los religiosos ortodoxos hablan y se desesperan con los jóvenes comunistas que no han leido a Marx; las mujeres calman a los niños, los que personifican a los nazis tienen momentos autoritarios, etc. Pero todos cooperan con algo al esfuerzo común.


Dentro del proceso de huida general de la comunidad, Mihaileanu no evita la crítica cómica a todos los sectores. Hay regateos por el tren, por los “papeles” en la representación que se monta ante el mundo, inconformidades, celos, expulsiones del partido político. El director – guionista ve las contradicciones al interior de su sociedad y esboza una risa ante la incoherencia de fondo.

La paradoja es el arma de esta comedia: el loco que da las mejores ideas, el maquinista que no sabe conducir trenes, el general nazi que se comporta despóticamente y abusa de sus privilegios… para salvar a un compañero perdido y obtener comida “kosher” su comunidad; el uso de los argumentos más racistas (homosexualidad con un judío) para doblegar a un oficial nazi y que libere al prisionero judío.


Así, cada representante de un sector de la comunidad toma características del papel que tiene que desempeñar, pero a pesar de los conflictos internos que ocurren por este hecho, ninguno olvida que sus intereses particulares están sujetos al bien común, a la sobrevivencia de todos como un solo pueblo.

En ese sentido, la fábula está en el fondo y es motor de todas las acciones. No importan las paradojas ni los intereses propios al interior de la comunidad mientras se consiga seguir adelante como unidad social y no se desgarre irremisiblemente su tejido, aunque éste sea complejo y contradictorio. La moraleja es evidente: primero la comunidad, y luego los sectores. El punto de unión es la negociación interna frente al peligro común de desaparecer.

Ese peligro de aniquilamiento se muestra en varias secuencias del film, estructuradas en situaciones cómicas: el tren pudo ser volado en varias ocasiones por guerrilleros comunistas que sabotean las vías, pero que también discuten entre sí (la disculpa de que “es difícil interpretar la historia mientras se hace”); los encuentros con los verdaderos nazis, donde funciona la astucia; la celebración del Sabbath y el mantenimiento de la religión como aglutinante de la comunidad; el artesano que elabora uniformes que se rompen en el momento más peligroso.



Pero la paradoja que nace del guión también se expresa en las imágenes: los “nazis” que celebran el Sabbath (aunque no se quitan el casco), los jóvenes comunistas que se la viven expulsándose del partido por motivos más bien amorosos revestidos de justificaciones ideológicas, etc.

La paradoja como mecanismo narrativo, y la fábula moral como contenido, hacen que finalmente El tren de la vida se vuelva símbolo de la búsqueda humana de la utopía. Previo al último encuentro con un destacamento nazi en camiones, los representantes de los sectores se toman de las manos mientras el tren se dirige a su destino.


En esa imagen Mihaileanu funde simbólicamente toda su película y los elementos que usó para darle forma.

Pero el director no se conforma con mostrar su argumentos sino que los repite variándolos en nuevas situaciones que suben y suben de tono. Así, el encuentro de la comunidad judía con la gitana, el encuentro de los perseguidos, refuerza la fábula y la utopía.

Mihaileanu usa los mismos procedimientos narrativos: el reto entre músicos individuales desata una confrontación entre judíos y gitanos que deriva en una gran fiesta de confraternización. Nadie renuncia a su cultura sino que se comparte en la búsqueda de la utopía: vivir libres, sea en Palestina o en la India.

Hasta el momento se ha hablado de la cinta como un gran fresco donde todas las partes interactúan. Pero Mihaileanu también ha cuidado los detalles aun en las tramas secundarias de la narración de su film.

Mihaileanu

El caso más claro es el tratamiento del sexo a partir de la joven Esther (Agathe de la Fontaine), nombre muy significativo para el pueblo judío. Esta joven rechaza a un pretendiente que luego deriva en líder comunista y la rechaza en nombre de La Causa; se relaciona con otro muchacho y finalmente termina enamorada de un gitano. El loco del pueblo también está enamorado de Esther.

El punto es ver como el amor y el sexo como compulsión que deriva en conducta también afectan el tejido social. Si se sigue con atención esta trama se descubre como la paradoja está finamente incrustada, al igual que la confraternización y la búsqueda de la utopía, en las vidas individuales.

El tren de la vida es una película disfrutable, que Mihaileanu crea teniendo en mente que la existencia real de la tragedia, del genocidio, del odio, amenaza con destruir irremisiblemente a la humanidad. Que esto no se podría evitar o soportar sin la existencia de esa “sublime locura” que es la búsqueda del bien común, que en ocasiones se viste con los ropajes de la utopía.

EL TREN DE LA VIDA / TRAIN DE VIE. Producción: 7A, Hungry Eye Lowland Pictures, Noé Productions, Raphaël Films, Marc Bashet, Ludi Boeken, Frédérique Dumas-Zajdela, Eric Dussart, Cédomir Kolar. Dirección: Radu Mihaileanu. Guión: Radu Mihaileanu. Año: 1998. Fotografía en color: Yorgos Arvantis y Laurent Dailland. Música: Goran Bregovic. Edición: Monique Rysselink. Intérpretes: Lionel Abelanski (Schlomo, el loco), Rufus (Mordechai), Clément Herari (rabino), Agathe de la Fontaine (Esther), Bruno Abraham – Kremer (Yankele), Michel Muller (Yossi), Bebe Bercovici (Joshua), Mihai Calin (Sami). Duración: 103 minutos. Distribución: Gussi Artecinema.