28 diciembre 2017

Pequeños milagros, de Eliseo Subiela

Francisco Peña.

"...en Pequeños milagros se muestra (más que se cuenta) la historia de una mujer que se cree hada. Esta película es un cuento para adultos heridos y asustados frente a la noche. Adultos necesitados de recuperar algo de la niñez perdida: un poco de fantasía y amor." Eliseo Subiela


El film de Subiela pretende que la realidad tenga rasgos mágicos, donde con pequeños detalles se altere lo sombrío de la vida y se cumplan los pequeños deseos con pequeños milagros.

El resultado es un pequeño horror fílmico insoportable por su pedantería, su falso intelectualismo, sus emociones teñidas de citas, cartas y diálogos pretenciosos. De cómo una buena idea primigenia se puede convertir en un infierno fílmico.



A partir del personaje de Rosalía (Julieta Ortega), una joven obsesionada por las hadas y que es una hada también, Subiela intenta unir una serie de situaciones narrativas que no tienen ni pies ni cabeza.

Desde el príncipe azul tecnológico que se enamora de Rosalía por medio del voyeurismo de Internet hasta el par de ciegos extasiados por las lecturas de la muchacha, todos los personajes caen bajo el peso de un guión sobrecargado de esnobismo.

Rosalía es una joven cajera de super que oscila entre la vigilia y la imaginación, entre la realidad y un mundo mágico que, con sus pequeños trucos, quiere hacer más habitable este planeta a las personas que la rodean.


Bajo este eje narrativo se quiere someter al espectador a que acepte con gusto todo tipo de acontecimientos inconexos, contradictorios, plasmados en una cinta aburridisima donde cada una de las escenas está permeada por el humor involuntario.

Parafraseando una de las frase de la misma película, Subiela "se quiere hacer el fino pero es un snob".

Con una mezcla indigestante de new age, literatura, poesía, diccionario de hadas, música "celta" de moda, hadas alucinadas que van y vienen, Subiela bombardea al espectador con algo que quiere decir que siempre triunfa el amor como milagro cotidiano.

Eso quiere uno pensar después de soportar 100 eternos minutos revolcándose en la butaca del cine, tratando inútilmente de encontrar coherencia donde no la hay.


Tener que soportar escenas donde la joven cajera de supermercado trabaja totalmente pirada como si hubiera aspirado thinner y sin que ningún cliente lo note o se queje. Ver escenas donde una mujer ciega se extasía cuando Rosalía le lee cartas de amor eróticas llenas de metáforas obvias donde bosque = pubis = .31416 = E = mc2 = cualquier cosa que al espectador se le antoje.

(Muy lejos de la frase "Tiene un diamante negro entre las piernas" en La ciudad blanca, film de Alain Tanner -si Subiela puede ser pedante, quien esto escribe también-).

Pero allí no terminan las cosas. En una especie de Atinele al precio, Jeopardy, o los concursos del Chacal en Sábado Gigante de Don Francisco pero a lo "intelectual", Rosalía lee fragmentos de poesía a Estas ruinas que ves en que se ha convertido Paco Rabal, donde el espectador se ve sometido al juego de Adivíname a quien estoy citando que implementa Subiela.


Rosalía le lee poesía al único personaje que por ser ciego ve que es una hada, mientras todos los espectadores juegan a ver de quien es el poema. Subiela contesta: ¡Lastima, Margarito... Se trata de Fernando Pessoa! Pero en lugar de expulsarnos del paraíso intelectual a media función el director nos somete a más pruebas...

Rosalía, seguramente inspirada por el hada, paga el favor de ser culturizada con una canción que une la música de Marcello con los versos de Pessoa, en una micromezcla pedante que reproduce en segundos los insoportables 100 minutos toda la cinta.

Pero Subiela tiene que estar a la moda new age (¿¡Queeé!? ¿¡No se acabó el mundo en 1999!?), así que Rosalía sueña siempre que el hada la rescata de escenas de cine mudo (de las vías del tren, del ataúd, de la sierra eléctrica) y despierta para que el director la haga cantar en un idioma desconocido, cuya música sólo puede recordar después de soñar con el hada.


¡Claroooo! Después de sesudas investigaciones académicas resulta que Rosalía canta en un idioma perdido que se hablaba hace cientos de años en Irlanda y que es celta (¡Ya me lo había revelado mi psicólogo-alquímico-veggie!).

Lo que no sabíamos los latinoamericanos pero Subiela nos revela en Pequeños milagros es que desde los años 80 todos somos irlandeses reencarnados que hablamos celta (Perdón, pero no se trata de Gaélico. Bueno, sí, pero es más díficil de pronunciar y no está de moda).

Si Subiela hubiera filmado en los años 30, la canción sería en egipcio (ojo, no árabe... nos referimos al espíritu de Tuthankhamon).

En los 50 la letra sería en creole.

En los 60 Rosalía cantaría en hindi.

En los 70 en yaqui o mazateco.

En los 80 en tibetano.

En los 90, en celta (oh, pues, ¿no qué era gaélico?), aunque Subiela no entiende el significado y la filosofía que encierra Gur bheir grá a thabhairt / na é a fháil Agus nuair a gheobhaimid bás Múscailte muid i mbeatha síoraí

Subiela nos da sorpresas, sorpresas nos da Subiela, ¡Ay!



Por ejemplo, la noche de reventón de Rosalía con tres muchachas que son como las hermanastras de Cenicienta (¿o eran las tres hadas madrinas de la princesa Aurora en La Bella Durmiente concediendo sus dones a la joven?) y que hacen que la chica cajera se vuelva un hada maluca.

En el tramo final, Rosalía convertida en hada e hija comprensiva, se dedica a alivianar a su padre (Héctor Alterio) a quien le obsesiona la muerte. Ante la imposibilidad de hacerlo decide dejar de hacer pequeños milagros y hacer uno no grandioso sino grandote.

El voyeur internetero tecnologizado encuentra el amor con Rosalía en la parada de autobús y finalmente cambia a su perra Lola por la joven morocha. Ese es el milagrote. Y chapulín colorado, este cuento se ha acabado.


Si este texto se perdió hace rato en disquisiciones, divagaciones y tonterías, la causa es la película de origen.

Si no me creen, el lector puede ver la película de Subiela con una ligera variante: cerrar los ojos durante cinco minutos y escuchar los diálogos -más bien monólogos-.

A ver que reacción le produce.

La artificialidad se nota de inmediato. No es lo mismo observar "que lindos" se ven los diálogos impresos en las páginas del guión que pronunciados en la pantalla.

Este simple ejercicio desnuda toda la pedantería de Pequeños milagros.

El pequeño milagro hubiera sido nunca ver la película de Subiela porque las malas imágenes pretenciosas contaminan los ojos y la memoria sin remedio.


PEQUEÑOS MILAGROS. Producción: Promisa, INCAA, Omar Romay, Eliseo Subiela, Susana Castiglione, Ricardo Avelluto. Dirección: Eliseo Subiela. Guión: Eliseo Subiela. Año: 1997. Fotografía en color y blanco y negro: Daniel Rodríguez Maseda. Música: Osvaldo Montes. Edición: Marcela Sáenz. Intérpretes: Héctor Alterio (padre de Rosalía), Antonio Birabent (Santiago), Mónica Galán (Susana), Julieta Ortega (Rosalía), Ana María Picchio (madre de Rosalía), Francisco Rabal (don Francisco), Guadalupe Subiela (hada). Duración: 100 minutos. Distribución: Latina.