28 diciembre 2017

Perfume de violetas, de Maryse Sistach

Francisco Peña.

Perfume de violetas, de Maryse Sistach, es un excelente film sobre la violencia urbana contra la mujer.


Maryse Sistach entrega una cinta de calidad que se asoma a la Ciudad de México y, a través de la historia de cuatro mujeres, devela que "la ciudad de la esperanza" donde para bien de todos primero eran los pobres no es más que otro lema que se quiere convertir en verdad incuestionable en base a ser repetido hasta la naúsea.

Sistach muestra muchas de las variantes de la violencia machista que se ceba contra las mujeres en el medio urbano. Va desde las agresiones verbales hasta la violación sexual.

Para ello enfoca su cámara en la relación de dos adolescentes, alumnas de secundaria, y sus respectivas madres.


Yessica (Ximena Ayala) proviene de una familia pobre, cuyos miembros vienen de relaciones anteriores fracturadas, que vive en el hacinamiento y la promiscuidad. Miriam (Nancy Gutiérrez) viene de clase media baja, vive en un hogar donde hay ausencia paterna y donde la madre tiene que trabajar.

El patrón de violencia contra la mujer se manifiesta en todas las zonas del medio social: la familia, la escuela, el trabajo (cuando lo hay), el transporte, la calle... El único refugio, si es que existe, es el pequeño espacio donde las mujeres se encuentran a solas o pueden reunirse con su propio género.



La diferencia entre Yessica y Miriam no sólo es de carácter psicológico sino que el mismo medio social las moldea. Su inestable amistad así lo muestra: momentos de solidaridad y traición, de apoyo y confrontación. Dicha amistad es dibujada en el tejido de un guión seco y perfectamente construido; mostrada con una realización sensible y madura que atiende al detalle humano, pero que no evade lo sórdido sin regodearse en la jodidez por sí misma.

Sistach tampoco elude una sexualidad adolescente que es más marcada en Yessica e incipiente en Miriam, ni sus momentos de ambigüedad que oscila entre ellas mismas y los adolescentes que las pretenden.

Buil y Sistach muestran el microcosmos de estas dos jóvenes con riqueza de detalles y mostrando su relación con el medio.


Para la rebelde Yessica se van cerrando las opciones.

Su familia está fragmentada y carece de cohesión y valores solidarios. El hermanastro Jorge es una amenaza constante por su egoismo y la agrede con su conducta física y verbal. El padrastro ejerce su control económico contra la madre y el resto de la familia. Su propia madre (María Rojo) sólo repite los patrones de sujeción al macho y los translada a la hija (la escena donde la obliga a plancharle la camisa al hermanastro).

Con situaciones familiares breves muy bien armadas en el guión, donde a Sistach no le tiembla la mano en la realización, la directora enseña un cuadro familiar desintegrado cuya causa final es la descomposición económica y la falta de oportunidades.

En la escuela la situación de Yessica es semejante. Las autoridades escolares -femeninas- la catalogan desde un inicio y son totalmente insensibles a sus problemas.

En la calle, Yessica es asediada una y otra vez por la violencia soterrada del hermano, que vende su violación por el chofer de la micro para obtener unos tennis "que están chidos" y de moda.

El único punto de contacto humano es su amiga Miriam y su casa. A lo largo de la cinta, Yessica irá tomando cosas, dinero, y un poco de humanidad a partir de la mayor inocencia de Miriam: pero también de un modo de vida ligeramente mejor por la economía.


El resultado es que, poco a poco, Yessica desea vivir la vida de Miriam mientras más se cierra su medio: nada de familia, más violaciones, más incomprensión de los compañeros de secundaria.

El rechazo de la rebeldía de Yessica, cuyas causas nadie es capaz de comprender, da por resultado final que pierda también el último contacto humano: la amistad de la propia Miriam, a instancias de su madre Alicia (Arcelia Ramírez).


Pero así como la violencia es abierta y brutal contra el binomio Yessica - su propia madre, también es constante y soterrada contra el binomio Miriam - su madre Alicia. Ambas resienten las miradas y el acoso en las peseras como manifestación de esa violencia diaria: Alicia soporta el faje de un compañero de trabajo, Miriam ve el deseo de violación en los ojos del hermanastro de Yessica.

Todo este panorama está bien plasmado en pantalla gracias a un guión que muestra las facetas complejas de sus personajes femeninos por medio del contrapunto entre medio social VS rincón - espacio propio. La destrucción de la amistad entre Yessica y Miriam culmina con la negación del espacio personal de Miriam para que Yessica lo use: el departamento, el cuarto de Miriam.

Pero Buil y Sistach tienen además la virtud de escribir cada escena con diálogos y descripciones visuales muy adecuadas. Desde la escena del baño de las adolescentes, intimo y juguetón, hasta la escena de la violación mostrada por el mecanismo de la parte por el todo.

Los diálogos son realistas lo que aumenta la verosimilitud de la cinta y su potencial de violencia. Cada escena aporta nuevos elementos y va aumentando en grados la descomposición social y la falta de humanidad y eco humano alrededor de Yessica. Cuando parece que Buil y Sistach ya dijeron todo, introducen un cambio en el guión que aumenta la tensión y profundiza en sus personajes.

Pero un guión es sólo un guión si la realización no responde a las expectativas escritas. Y en este caso Sistach muestra su madurez como realizadora al enriquecer lo escrito en el argumento.

Su mirada y su puesta en escena enriquecen situaciones y personajes con detalles precisos que reflejan su maestría del medio. Por ejemplo: los juegos de las adolescentes con el maquillaje ambientados con música, el baño de las dos, el ambiente estudiantil de la secundaria con su gandallez cotidiana y continua, el viaje en el microbus donde las miradas de violencia dicen más que las palabras,

Sistach capta sin juicios pero con toda nitidez el monstruo urbano y la violencia que surge del caldo de cultivo de la crisis económica y el resquebrajamiento de valores que conlleva.

Para comentar y enriquecer su cinta, Sistach usa una banda sonora de rock mexicano, espejo y receptáculo cultural de la mencionada violencia urbana. De allí se desprende la presencia de ese rock corrosivo como el que toca el grupo Intestino Grueso.

Perfume de violetas es un logro de Marisa Sistach y del cine mexicano. Es una cinta que capta la crueldad de una urbe que se le ha ido de las manos a sus autoridades a pesar de sus excusas, donde la convivencia general y familiar está quebrada.

Pero a la vez, es muestra de que el cine mexicano puede encontrarse con su público y a sí mismo si es sincero ante su realidad social, despojándose previamente de interpretaciones ideológicas aprori, falsas estéticas o recursos que nacieron ya muertos en su pasado reciente. Basta con narrar la realidad que lo rodea día a día.

El logro de Sistach consiste en que la visión de la realizadora no evade la complejidad de la situación, y la encarna muy bien en la vida de estas dos adolescentes, a las que no priva de detalles tiernos y humanos.

El peligro, parece decir Maryse Sistach en su excelente film, es que la violencia externa -verbal, física y sexual- puede acabar con el último reducto de la sensibilidad femenina en particular y la humana en general: el espacio íntimo, donde puede desarrollarse la amistad, esa otra manifestación del amor por otras vías.

PERFUME DE VIOLETAS. Producción: CNCA, FOPROCINE, IMCINE, Producciones Tragaluz, Palmera Films, Centro de Capacitación Cinematográfica, Filmoteca de la UNAM, Hubert Bals Fund, John Simon Guggenheim Memorial Foundation. Dirección: Maryse Sistach. Guión: José Buil, basado en un argumento de Maryse Sistach. Año: 2000. Fotografía en color: Servando Gajá. Música: Annette Fradera. Edición: José Buil y Humberto Hernández. Intérpretes: Ximena Ayala (Yessica), Nancy Gutiérrez (Miriam), Arcelia Ramírez (Alicia), María Rojo (madre de Yessica), Luis Fernando Peña, Gabino Rodríguez, Pablo Delgado, Clarisa Malheiros, Soledad Gonzpalez. Duración: 90 minutos. Distribución: Videocine.