12 abril 2015

Sed de sangre / Thirst, de Chan-woo Park. Por Angélica Ponce

Thirst… esa endemoniada “sed de sangre”

Angélica Ponce.




“Concédeme lo siguiente en nombre de nuestro Señor Jesucristo. Como un leproso pudriéndose en vida, que todos me esquiven. Como un lisiado sin extremidades, que no me mueva libremente. Extrae mis mejillas para que las lágrimas no puedan correr por ellas. Aplasta mis labios y lengua para que no peque con ellos. Arráncame las uñas para que no pueda aferrarme a nada. Que mis hombros y espalda se doblen para que no pueda cargar nada. Como un hombre con un tumor en la cabeza, que pierda el juicio. Destruye mi cuerpo jurado a la castidad, déjame sin orgullo y hazme vivir en la vergüenza. Que nadie rece por mí. Que sólo la gracia del Señor Jesucristo se apiade de mí…”


Todo comenzó en la mísera África con un virus y una plegaria atendida. Un sacerdote coreano, en su búsqueda por salvar vidas, se somete a un experimento médico para erradicar al virus Emmanuel (VE) que, en los últimos años y pese a sufrir un freno, mata a 600 personas: todas ellas caucásicas o asiáticas… ningún africano.

Como si se tratara de la maldición de Bazira, la diosa de las viudas, el 80% de estos decesos fueron de misioneros u hombres solteros que al infectarse veían crecer ampollas en sus extremidades, luego alrededor de los labios, párpados y nariz. Sus sistemas respiratorio y digestivo sufrían grandes daños mientras las ámpulas se racimaban, crecían y se reventaban infectando los músculos y órganos internos, provocando úlceras, hemorragias y la muerte.

“Como un leproso pudriéndose en vida, que todos me esquiven…” reza el sacerdote Sang-hyun (Kang-ho Song) apenas comienzan las pruebas. Transcurre un mes. La vacuna falla. A las 15:31 horas fenece…


“Destruye mi cuerpo jurado a la castidad, déjame sin orgullo y hazme vivir en la vergüenza…”. Dios escucha. Llega el milagro. La resurrección. El Santo Vendado. Pasan seis meses. La beatitud muta. El milagro condena. Sang-hyun descubre que tiene un irresistible deseo de beber sangre y una hipersensibilidad a la luz solar. Sus hábitos cambian. Se vuelve noctámbulo… es un vampiro.

Basada en la novela Thérèse Raquin, de Émile Zola, Thirst o Sed de sangre (2009) explora y explota los miedos, prejuicios, doble moral y fe de un pueblo ávido de milagros, con el vampirisimo como variante. Lo que iniciara como un adulterio se transforma en una serie de crímenes que van del robo de sangre de un comatoso hasta el asesinato serial. La culpa será el eje. Las pasiones pretextos para la transgresión.


Construida como una tragedia clásica, la cinta del director coreano Park Chan-wook adereza los “pecados” del sacerdote vampiro con absurdas y sardónicas salidas a los complejos entramados que lo debaten entre su fe y la satisfacción de sus instintos, evidenciando, las más de las veces, que “el camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones”.

Contrario a la mayoría de los filmes de vampiros, Thirst no es una cinta oscura o cargada hacia un ambiente gótico. Su fotografía, aunque retrata atmósferas nocturnas, está llena de colores y luz. No hay encierro o sensación de claustrofobia. Interiores y exteriores, de día y de noche, nunca son una amenaza pasiva, son sólo los escenarios, los contextos de los debates internos de los personajes, son lugares que igualmente podrían contar una historia de amor.


Los tonos dramáticos que apuestan por las escenas de terror fantástico se inclinan hacia iluminaciones azules, verdes e incluso blancas, donde la aparición de la sangre denota una frialdad estética, que aleja a las carnicerías de esa sensación grotesca que genera la violencia; dejando que la repulsión, el vértigo o el estremecimiento lleguen con las acciones y pensamientos más cotidianos. El horror se centra mayoritariamente en la pérdida de humanidad de los seres no vampíricos, en el enjuiciamiento por la aparición del pecado.


Ganadora en 2009 del premio del jurado en Cannes, Thirst es una de esas cintas poco convencionales de vampirismo que, sin embargo, apuesta a la naturaleza primaria de estos personajes. Y aunque la ironía de hacer de un sacerdote un vampiro, corrompa el sentido estricto del personaje principal, no cabe duda que si uno no tiene fe y no cree en la eternidad no se puede temer al infierno e incluso, quién sabe, si se pueda llegar a él. Así que cómo sea que tenga que ser, “fue divertido”.