26 octubre 2015

Sonata para un hombre bueno / John Rabe, de Florian Gallenberger

Francisco Peña.



Desde la caída –implosión por pudrimiento del sistema comunista- del Muro de Berlín y la reunificación de Alemania, su cine ha experimentado una explosión inusitada con películas comerciales de alta calidad que no le piden nada al cine estadounidense, y que revisan su historia reciente con plena libertad desde el surgimiento del nazismo hasta la violación de los derechos humanos por la Stasi en Alemania del Este (La vida de los otros).

En México, con eventos como Espejo de Alemania, hemos podido conocer este tipo de películas a partir de la proyección de Comedian Harmonists (1997, Joseph Vilsmaier). Desde entonces, el reducido pero aún existente “circuito de arte” de la Ciudad de México (alrededor de unos 20 cines, no más de 20 copias por película) ha exhibido varias cintas alemanas de calidad como Bella Martha (2001, Sandra Nettelbeck), Operación Valkiria (2004, Jo Baier, y no, no es la copia “pirata” protagonizada por Tom Cruise), Aimée y Jaguar (1999, Max Färberböck) y quizás las tres mejores: En algún lugar de Africa (2001, Caroline Link, ganadora del Oscar a la mejor película extranjera), La vida de los otros (2006, Florian Henckel von Donnersmarck, otra ganadora del Oscar a la mejor película extranjera) y La Caída / Der Untergang (2004, Oliver Hirschbiegel).

A esta selección se une otra excelente cinta de altura producida en 2009: John Rabe / Sonata para un hombre bueno y dirigida por Florian Gallenberger.


En México, “gracias” a la sucesiva e impune amputación de los planes de estudio en primarias y secundarias, que han cercenado no sólo la historia mundial sino también elementos importantes de la historia nacional entre otras materias “humanistas”, las nuevas generaciones de jóvenes cinéfilos desconocen los contextos históricos de la Primera y Segunda Guerras Mundiales, por mencionar dos ejemplos. Sólo se conoce lo que “presenta y explica” el cine estadounidense sobre esos acontecimientos.

Así, no es de extrañar que se conozca bien a Oscar Schindler por La Lista de Schindler, de Spierberg; tampoco extraña entonces que se desconozca la labor humanitaria del alemán John Rabe durante la Masacre de Nankín, la ciudad china que en 1937 padeció el genocidio de más de 300 mil personas civiles a manos del Ejército Imperial Japonés durante la invasión japonesa de China, una de los acontecimientos que fueron preludio de la Segunda Guerra Mundial como la invasión italiana de Abisinia y la anexión de Austria por Alemania.

John Rabe / Sonata para un hombre bueno narra con precisión los acontecimientos en la vida de este hombre en diciembre de 1937 y cómo, en unas semanas, pasa de una simple e ignorante militancia nazi (llevaba 27 años sin vivir en Alemania sino en China) al enfrentamiento con el invasor japonés a riesgo de su vida, y a una toma de conciencia de que el régimen nazi no era como él lo percibía a la distancia geográfica. Este proceso psicológico y político personal está relacionado dialécticamente con los acontecimientos sociales. El resultado es que, en una acción humanista, Rabe se convierte en el motor de la salvación de 250 mil civiles chinos ante una muerte segura en Nankín.

Con una duración de 134 minutos, la cinta dirigida y escrita por Florian Gallenberger presenta esta dialéctica persona/historia con solvencia. Establece un buen contrapunto entre situaciones individuales y sociales para establecer un fresco visualmente impresionante que incluye aciertos dramáticos en el comentario social. Asimismo, la alternancia entre secuencias violentas/de guerra e íntimas de los personajes está bien equilibrada

En las primeras escenas se plantea el funcionamiento de la empresa Siemens Nankín, de la que Rabe era director general. El ambiente es alemán pero no nazi. Sin embargo, se plasman críticas y estigmas hacia los chinos por parte del mismo Rabe y otros occidentales: les cuesta trabajo aprender, son ignorantes, no siguen las instrucciones adecuadamente, etc. Lo que está en el fondo es ignorancia por prejuicios que entrañan discriminación porque colocan a la civilización occidental por encima de la oriental (“Los chinos son como niños. Hay que enseñarles todo”, comenta Rabe al inicio de la cinta). La verdad es que los chinos no eran incapaces sino que no habían adoptado los valores occidentales y sus formas de conducta, por lo que eran “inútiles” para rendir al máximo en el proceso occidental de producción implantado por Siemens y Rabe (recordemos que el año es 1937).

Sin embargo, estos prejuicios basados en la ignorancia eran menos perjudiciales que la actitud de Werner Fliess, militante nazi convencido y enrolado en las Fuerzas SA, y nuevo director de la empresa. Desde el inicio Gallenberger contrapuntea a Rabe y a Fleiss.


El primero es representante de una cultura alemana clásica y burguesa pero humanista (que ha sido criticada por directores como Herzog y Schlöndorff) que con todo y sus defectos puede abrirse a los Otros (chinos en este caso), aceptar su responsabilidad histórica y pasar a la acción. Fleiss es el nuevo hombre nazi que terminará por ejecutar el asesinato metódico de millones de judíos. Podríamos hacer el paralelismo con La Lista de Schindler: Rabe y Schindler se asemejan en su proceso de toma de conciencia; pero Fleiss es el comandante de campo de exterminio, Amon Goeth en estado de larva o que aún no rompe la crisálida.

En este sentido, el cine alemán ha sido muy crítico sobre el proceso de transformación de una sociedad democrática y clásica en una nazi-fascista, y ha subrayado la grave responsabilidad de la clase media acomodada y su “no hacer nada” o su “dejar pasar, dejar hacer” frente a los problemas sociales, lo que da como resultado la toma del poder “por la vía democrática” de políticos extremistas y dictatoriales, mismos que ya no abandonan ese poder una vez adquirido.

Otra escena donde existe contrapunto social es el club de alemanes que comparte el sitio con los veteranos ingleses, donde conviven el retrato del rey inglés Jorge VI con el de Hitler. Sólo Fleiss, nazi auténtico, reacciona con desprecio. Pero se trata del campo civil… al que volveremos después.

Gallenberger presenta también este contrapunto social entre sectores liberales y fanáticos en el campo militar: el Ejército Imperial Japonés es la matriz donde se enfrentan el Mayor Oze (militar liberal que respeta los códigos de honor de la guerra, toma prisioneros y evita las bajas civiles) y su Alteza Imperial el príncipe Yasuhiko Asaka (militar educado en Francia, de inclinación ultranacionalista y militarista que impulsaba la idea de la “supremacía racial japonesa” sobre el resto de las poblaciones asiáticas).

En el plano personal de la vida de Rabe, el guionista Gallenberger establece otro contrapunto menos polarizado entre Dora, la esposa de Rabe, y la maestra francesa Valérie Dupres que está enamorada platónicamente de él.



Esta dialéctica le sirve al director Gallenberger para modular los matices emocionales de los personajes femeninos así como sus actitudes frente al acontecimiento histórico mismo. En este sentido, tesis y supuesta antítesis tienen en la cinta su síntesis: la joven fotógrafa china Langshu, protagonizada por la actriz china Jingchu Zhang.




Todas estas dialécticas narrativas se conjuntan en diversos grados de complejidad en distintas secuencias de la cinta, desde el detalle de las apariciones del pastel alemán Gugelhupf y su significado hasta los complejos enfrentamientos in crescendo de John Rabe con el príncipe Asaka.

Varias secuencias destacables de este tipo en John Rabe son:

Casi al inicio Rabe se despide de la comunidad europea en una fiesta. La ambientación es cuidada al extremo y recuerda las escenas en Tientsin de El Último Emperador (Bertolucci, 1987) donde Henri Pu-Yi termina en la embajada de Japón. Uno de los detalles que se observa es que Gallenberger construye su cinta con la presencia equilibrada de cuatro idiomas, según la presencia de algunos personajes: alemán, inglés, chino y japonés. El antecedente de este tipo de realización que respeta históricamente los lenguajes de cada comunidad está ya presente en En algún lugar de Africa (Link).

Luego del planteamiento de las posiciones políticas expuestas en la cena sobreviene el ataque aéreo japonés sobre Nankín, y ocurre otra secuencia sobresaliente. También comienzan las decisiones humanitarias de Rabe frente a la dureza ideológica de Fleiss. Rabe regresa a la fábrica y abre las puertas a sus trabajadores durante el bombardeo.

Gallenberger recrea con maestría cinematográfica una escena histórica, real, pero que produce en el espectador un shock ideológico por la fuerte paradoja que implica. Rabe mandar extender a toda velocidad una bandera nazi, la de la cruz gamada, para que los chinos se oculten debajo de ella mientras prende la luz para que se vea. En instantes sorprendentes los extras chinos van entrando debajo y la bandera se convierte en signo de refugio quizás por primera vez en una película (hay que recordar que el hecho fue real, en otro lugar del mundo). El director construye de forma clásica el resto de la escena. Se hace el silencio mientras se ven las caras angustiadas, en la banda sonora se oye la aproximación de un avión japonés (¿bombardeará o no?), el vuelo rasante, la salida del avión y no dispara. Los chinos, Rabe y su esposa festejan la salvación. La paradoja es que un signo de muerte, por virtud de la inteligencia y humanismo de Rabe, por una vez se volvió techo protector.





El giro ideológico de la bandera forzado por Rabe también implica un cambio en el personaje. Rabe mantiene la autoridad en la empresa mientras humilla a Fleiss. De acuerdo a sus creencias de la época, los chinos corren el rumor de que “la bandera es a prueba de balas”.

Pero las contradicciones también estallan en el bando japonés. Oze busca un sitio militar que evite tantas muertes civiles mientras Asaka da la orden de No Prisioneros. En un ejército de jerarquía rígida, Oze se atreve a señalarle a Asaka la ilegalidad de su orden: “Me parece que esas ejecuciones podrían considerarse ilegales”. Asaka insiste: “No quiero un solo prisionero para mañana” y comienza el genocidio con la ejecución de cientos de prisioneros chinos. “Nankín debe sentir nuestra superioridad”, dice cínicamente Asaka.

Otra escena interesante es la reunión de los extranjeros donde surge la idea de crear una zona internacional de protección para la población civil china. Allí entra en acción el Dr. Robert Wilson, que les echa en cara a los europeos su inacción, su tibieza, el que sólo se preocupen si los sirvientes chinos preparan bien o no el té. Wilson, como conciencia política, parece emanado de una novela de George Orwell: lúcido, cínico, sin falsas esperanzas, que no cree en la propaganda y dice las verdades. Es el nuevo contrapunto de Rae, que inicia el proceso de toma de conciencia ideológica del alemán. La escena también es un reflejo de la postura de las democracias occidentales ante las situaciones que prefiguraron la Segunda Guerra Mundial: parálisis, duda, discusión de detalles insignificantes… en síntesis, debilidad y miedo.


En una escena que hay que ver con detenimiento y que genera emociones en el público, Rae parece escapar con su esposa en el último barco que salió de Nankín ante los ojos de sus compañeros europeos que lo habían nombrado encargado de la zona internacional. Gallenberger empieza a destacar la figura de Valérie Dupres como activista, una de las tres presencias femeninas decisivas en la película (Dora –la intimidad del matrimonio- y Langshu –la creatividad artística vía la fotografía- son las otras dos). Rabe se queda ante el asombro europeo, la comprensión de su esposa y su propio dolor: impotente, atestigua desde el muelle el bombardeo salvaje de la aviación japonesa del barco neutral donde viajaba su esposa.


Mientras el cine comercial estadounidense hubiera cortado 45 minutos de esta cinta con una edición frenética, que desprecia el detalle significativo para halagar al adolescente estadounidense, especie de analfabeta funcional educado sólo para el consumo superficial, Gallenberger muestra los detalles de la vida cotidiana alterada por los ataques japoneses. La película va desarrollando la dialéctica de sus hilos narrativos con precisión con un montaje pausado, más pensado, con atención al detalle significativo –“la parte por el todo” del cine clásico-. Tampoco muestra la violencia con chorros de sangre y sadismo “hollywoodense”: la realización es “recatada”, toca la violencia “fuera de cámara” en un espacio que el espectador no ve pero percibe, y que SI OBSERVA a través consecuencias en los personajes. De esta forma la violencia es menos impactante pero más profunda en el ánimo de los espectadores. Por ejemplo, Valérie Dupres entrega a 153 prisioneros de guerra (y la petición oficial de 20 mujeres chinas para diversión sexual de los oficiales japoneses, a lo que se niega), que son ejecutados “fuera de cámara”… el espectador descubre los cadáveres de los ejecutados al mismo tiempo que, junto con Valerie Dupres y Langshu. El impacto no es directo pero es más lacerante su injusticia.


Para el hilo narrativo intimista, personal, se establecen dos parejas en medio de la guerra: John Rabe y Valérie Dupres / Langshu y Georg Rosen (personaje real, diplomático alemán pero no nazi sino de ascendencia judía). En medio de los tiempos muertos de los ataques, Gallenberger profundiza en la psicología de sus personajes, en sus fortalezas y debilidades ante la nueva situación. Lo que marca a ambas es el respeto y el esfuerzo común para sostener la Zona Internacional, lo que no impide que los sentimientos fluyan, aunque también “recatados” y hasta tímidos en su expresión porque lo individual pasa a segundo término frente a la tragedia social. Este último punto –individual frente a social- se expresa también en el corte de pelo de las alumnas chinas: dejan la belleza personal para asemejarse a hombres, evitar violaciones y sobrevivir como grupo.


En el plano ideológico Rabe se transforma. No sólo Wilson –y su canción satírica antinazi- cuestiona las creencias del alemán, que incluso le escribe a Hitler con la “seguridad” ilusa de que el Führer intervendrá para frenar a los japoneses. También Rosen desenmascara al nazismo, su profundo antisemitismo como ideología y confronta en directo a Rabe.


A John Rabe, en situación de profunda soledad personal, con sus creencias sacudidas, sólo le queda ser quién es: un humanista confrontado al extremo que no se traiciona a sí mismo. “Sopesar el valor de una vida contra otra. No hay respuesta”. Al igual que Schindler, que tenía que escoger entre un posible trabajador y otro, Rabe tiene que escoger 20 chinos que vivirán en la zona entre un ciento de soldados a quienes les cortarán la cabeza con una espada samurái o katana, en la competencia entre oficiales japoneses que ganará el que corte más.

Como en toda la cinta, aquí destaca la magnífica actuación de Ulrich Tukur como Rabe. En unos pocos minutos muestra la desesperación, el fatalismo y la resignación de estar obligado a dar vida y muerte a un grupo de hombres, perfectamente consciente de que ese papel que le asigna el oficial japonés es también una humillación cruel, abismal, en su contra. Pero Rabe siente-sabe que a pesar de la humillación personal, del injusto juego muerte-vida que se le impone, al menos 20 chinos tendrán una oportunidad real de vivir y, por ellos, se somete a uno de los momentos más crueles de su vida.


La película también narra otro momento cruel, de profunda humillación, donde “parece” que la sobrevivencia es el único valor predominante en una comunidad. Langshu, la joven estudiante china con el don de la fotografía artística y documental, se mete en un grave problema fuera de la Zona Internacional y es perseguida por una patrulla japonesa hasta su escuela. Los japoneses creen que se oculta un soldado chino, un hombre, y para “salir de dudas” obligan a todas las estudiantes a desnudarse, con la manos atrás y mostrar su cuerpo desnudos, sus senos. A pesar de esta obvia humillación nadie delata a Langshu; las chicas saben que su única salvación es el grupo, la comunidad. No se tiene que “sopesar una vida contra otra” cuando el grupo puede proteger a uno de sus miembros. La escena está trabajada con la misma calidad de toda la cinta, y es uno de sus momentos emocionales culminantes donde destaca el trabajo de la actriz china Jingchu Zhang.



En cuestión de días, las personas y sus problemas individuales pasan a segundo término y el objetivo central es la sobrevivencia de la Zona Internacional donde están más de 200 mil chinos. Ahora Rae se enfrasca en un “ajedrez” personal con Asaka, que quiere masacrar la zona con cualquier pretexto (el de ocultar soldados chinos). Rae gana la primera ronda al obligar a Asaka a saludarlo de mano; Asaka se la cobra al ocultarle a Rae lo que pasó con Dora (¿está muerta o vive?). La última confrontación ocurre cuando Asaka va a arrasar la zona y Rae quiere ganar tiempo para la llegada de diplomáticos y prensa internacional. En cada uno de los enfrentamientos se incrementa la importancia de lo colectivo frente a lo individual.


Finalmente, es en el plano colectivo donde los chinos cambian su papel de víctimas a protagonistas. Con excepción de Liangshu, hasta esa escena son anónimos; así, podrán ser ignorantes (por falta de educación) pero no estúpidos: saben bien quién ha promovido y defendido la Zona y, en un momento corean el nombre de Rae como agradecimiento y homenaje. De alguna forma busca recuperar un protagonismo negado por la invasión japonesa.


Todos estos elementos convierten a John Rabe / Sonata para un hombre bueno en una película importante que rescata un momento histórico y el papel determinante de un hombre en su resolución. Pero además tiene la ventaja de exponer su argumento con buena solvencia fílmica. Su forma es clásica pero no antigua; es decir, maneja fotografía, edición, actuaciones y efectos con moderación y les da tiempo para desarrollarse en pantalla. Por ejemplo, los efectos especiales usan la tecnología actual pero están al servicio de la historia. No son usados para atascar la pantalla como en el cine estadounidense comercial, que busca la saturación de los sentidos, la generación de emociones superficiales, en detrimento de la reflexión del público. De igual forma, la fotografía se nota cuidada con toques artísticos pero no distrae por sí misma sino que colabora al impacto general de la película.

De esta forma se observa que las formas del cine clásico siguen vigentes y funcionan si se respeta su relación con el contenido; el cine clásico estadounidense entró en crisis cuando las historias contadas perdieron vigencia social por no estar relacionadas con la vida de sus espectadores. Pero el cine alemán en este caso, y el europeo en general, ha reflexionado sobre este punto y ha recuperado lo mejor del cine clásico.


Claro que este tipo de cine “europeo” no habría podido existir desde los años 90 a la fecha sin el cambio social que se generó por la caída del Muro de Berlín en 1989, y la incorporación de nuevos estados a la Unión Europea. Ahora que políticamente es necesario mantener esta Unión, se ha buscado que el cine cuente anécdotas que exponen más lo que une a los europeos que lo que los separa.

En ese sentido no sólo el cine alemán busca plasmar argumentos con situaciones históricas de cooperación entre ciudadanos de distintas naciones en momentos de conflicto entre gobiernos. Por ejemplo, también lo han hecho otras cinematografías como la francesa con Noche de Paz / Joyeux Noël (2005, Christian Carion) donde soldados franceses, alemanes y galeses conviven en paz en la Navidad de 1914 y después son castigados por sus Altos Mandos; o la cinematografía checa con El amor en tiempos de odio / Divided we fall (2000, Jan Hrebejk). El acercamiento China-Japón ha llevado a tocar temas que eran tabú en sus cinematografías sobre situaciones que ocurrieron entre 1937 y 1945.


Todas estas manifestaciones buscan analizar la Historia desde nuevos enfoques, estudiar cómo se gestaron los acontecimientos, y señalar tanto a los verdaderos culpables como a las poblaciones inocentes que fueron engañadas por la propaganda de sus políticos, que eran su única fuente de información, de educación y percepción del mundo. Si el cine alemán ha producido más películas con esta orientación seguramente se debe a que, a diferencia de otros pueblos europeos, siente la necesidad de reflexionar más sobre su pasado y exponer sus conclusiones en pantalla.

Así, John Rabe / Sonata para un hombre bueno ocupa un lugar destacado dentro de este movimiento fílmico y la industria de la cultura que lo promueve. Por medio de la microhistoria de un hombre, de un momento decisivo de su vida, la visión de la cinta se expande para mostrar acciones concretas de alto riesgo en la defensa de los derechos humanos (fundamentados por Naciones Unidas años después), en este caso de la población china, frente a una agresión japonesa provocada por ideas y prejuicios concretos de superioridad racial (e incluso religiosa), social y económica.


El hecho de dar a conocer el acto de defensa de John Rae, de sus compañeros, y la creación de la Zona Internacional de Nankín en 1937, es cuidar y difundir la memoria de estos hechos con la esperanza de que no se repitan bajo ninguna circunstancia; también es reconocer públicamente la integridad de un hombre que lo arriesgo todo para defender con su ética y su moral a los Otros, que murió empobrecido y olvidado casi por todos –alemanes y aliados-. Casi por todos... porque los chinos no lo olvidaron: los restos de John Rae fueron exhumados, trasladados desde Alemania, y hoy reposan en un lugar especial en el Monumento que recuerda a las víctimas de la Masacre de Nankín, rodeado del reconocimiento de quiénes siguieron viviendo gracias a su integridad.



JOHN RABE / Sonata para un hombre bueno. Director y guionista: Florian Gallenberger. Producción: EOS Entertainment, Hofmann & Voges Entertainment GmbH, Majestic Filmproduktion. Música original: Annette Focks. Dirección de fotografía: Jürgen Jürges. Edición: Hansjörg Weissbrich. Reparto: Ulrich Tukur (John Rabe), Dagmar Manzel (Dora Rabe), Anne Consigny (Valérie Dupres), Jingchu Zhang (Langshu), Steve Buscemi (Robert Wilson), Daniel Brühl (Georg Rosen), Teruyuki Kagawa (príncipe Asaka), Ming Li (Chan, el chofer), Arata (Mayor Oze), Matthias Hermann (Werner Fliess). País: Alemania. Año: 2009. Duración: 134 minutos. DVD disponible en Amazon, región 1 y región 2.