Francisco Peña.
La película es una declaración de principios y pensamientos de los realizadores sobre el conflicto palestino - israelí, así como una declaración de su esperanza por encontrar una vía para la solución del enfrentamiento, por débil que ésta pueda ser.
Alrededor de las historias de siete niños israelíes y palestinos, los cineastas muestran la complejidad del conflicto, sus múltiples ramales y laberintos, sus profundas raíces religiosas de matiz fundamentalista. Pero lo más doloroso es que de todas estas historias, sólo hay un encuentro de las dos culturas con los niños como puentes que las enlazan.
Tal parece que la imagen que abre y cierra el documental de Shapiro, Goldberg y Bolado, una llanta ardiendo que recorre una calle, se convierte en una cruel metáfora del conflicto devenido un círculo vicioso histórico, en donde se queman los individuos de los dos pueblos, en un relevo generacional empapado de desconfianza, odio, justificaciones religiosas de a quien pertenece la tierra, fundamentalismos enfrentados, etc.
Frente a este panorama, los realizadores se colocan en una posición de análisis liberal laico y presentan su opción. Los adultos no son opción de solución, encerrados en el dolor y poco permeables a cambiar su posición para tolerar la existencia del Otro, especialmente cuando tienen raíces profundas religiosas de corte fundamentalista, especialmente en el lado israelí, al que pertenecen los realizadores.
La opción son los niños, más permeables, tolerantes y con curiosidad para conocer al Otro y descubrir que es más semejante a uno mismo de lo que se creía.
Entre ciudades o pueblos que se pueden comunicar en 20 minutos en coche hay una profunda división que impide, por seguridad, el paso libre de los miembros de los dos pueblos. Inclusive, los barrios de Jerusalén están divididos a veces por una calle que es tierra de nadie. En esos escenarios viven, que no conviven, los niños.
En la Ciudad Vieja de Jerusalén, en el lado Este vive Mahmoud (palestino y musulmán); en el lado Oeste, en el Barrio Judío vive Shlomo, que se educa ortodoxamente en el conocimiento de la Torah en una escuela religiosa o Yeshiva.
A 15 minutos de Jerusalén, en un campo de refugiados, vive la niña Sanabel, cuyo padre está en la prisión de Ashkelon sin ser juzgado porque el gobierno israelí lo considera un líder palestino peligroso.
Moishe, niño que crece en los asentamientos judíos ubicados en la zona palestina. Educado ortodoxamente, es capaz de citar la Torah, las Escrituras y darles una actualización mientras discute la política del conflicto. Su hermana habla de los procedimientos rituales que debe ella cumplir durante el Sabbath.
Los hermanos gemelos Yarko y Daniel Solan, chicos hebreos educados laica y liberalmente, que tienen en perspectiva a futuro choques sociales con las comunidades ortodoxas en el seno del estado de Israel.
Faraj, muchacho palestino que vive en el campo de refugiados de Deheishe. Gusta de los deportes de pista y corre los cien metros. Escucha las anécdotas de su abuela cuando fueron expulsados de sus casas durante la guerra de 1948.
Estos siete niños encarnan un espectro social de ambas sociedades, que reflejan distintas posturas y grupos al interior de la sociedad israelita y palestina. Quedan pues marcados el centro y los extremos.
Así que, mientras el conflicto en el resto del mundo se ve como un enfrentamiento de palestinos e israelitas, hacia el interior de ambas sociedades hay grupos de distinto pensamiento y acción, que inciden en el comportamiento de los gobiernos y en el rumbo de las sociedades.
La tesis de los realizadores es que los extremos religiosos fundamentalistas, tanto en la zona palestina como en la israelita, impiden el acercamiento, el conocimiento del Otro, y entorpecen y hacen estéril cualquier esfuerzo de paz, especialmente a partir de que los niños conozcan la comunidad en la que viven los otros infantes, considerado ese conocimiento del Otro como única solución posible a largo plazo. Es uno de los pocos terrenos fértiles en los cuales se podría sembrar la semilla común de la paz, la tolerancia y la igualdad.
A partir de este planteamiento los realizadores hacen su documental con medios sencillos: cámara en mano, sonido directo. La forma cinematográfica está en función de recoger el material que da cuerpo a la situación por medio de entrevistas, material fílmico histórico, recorridos por las zonas de conflicto.
Pero además, los realizadores intervienen decisivamente en el curso de los acontecimientos que narran. En ese sentido no se limitan a observar y captar el estado de las cosas, a partir de las distintas visiones de los niños. Intervienen sobre sus vidas para probar, ante el público que ve su película, que la hipótesis que plantean podría convertirse en un terreno común de paz y entendimiento para ambas comunidades.
De los niños entrevistados encuentran que sólo los de educación laica liberal tienen disposición a tener contacto "con el enemigo". De ellos, sólo los gemelos israelitas Danko y Daniel, y Sanabel y Faraj aceptan conocer a los Otros niños.
Los realizadores participan activamente en la concertación de esos encuentros. Por un lado cruzan a Faraj y a su abuela al lado israelita para que ambos vean en donde vivían antes. Sólo hay ruinas, pero la visita de la abuela y Faraj le da al joven la posibilidad concreta de entender que allí están sus raíces, de las que sólo queda la gran llave de la casa, que su abuela le cederá a él, y así de generación en generación hasta que "recuperen sus terrenos".
Los gemelos si tienen curiosidad de visitar el campo de refugiados palestinos donde vive Faraj. Los realizadores concertan la cita y sucede lo inimaginable: los niños israelitas visitan el campo, juegan con los palestinos, e intercambian puntos de vista políticos. Tratan de entenderse unos a otros a pesar de las distintas vivencias.
Hablan de la Intifada, de los soldados israelitas, encuentran que les gustan los mismos platillos, los mismos deportes y para el mundial todos le van a Brasil. Hablan de tennis, de ropa. Al terminar todos los niños son concientes de que falta mucho por arreglar y que el conflicto no se acaba, pero que se puede convivir con el Otro.
Este es el planteamiento de la cinta, de corte liberal y laico. Plantean una solución semejante que otros adultos han perseguido después de la conclusión de la cinta. Es el caso del director de orquesta Daniel Barenboim, capaz de crear una orquesta de jóvenes músicos palestinos y israelitas que dan conciertos a ambos lados de la frontera, en la cual sólo circulan tanques, se infiltran terroristas y hay numerosos puestos de control.
Pero los realizadores, aun enarbolando su tesis de que puede haber paz y convivencia entre ambos pueblos a partir de los niños y que desean abiertamente que triunfe su idea, son honestos al presentar la realidad.
Los otros niños, a los cuales la cámara da el mismo tipo de presencia y calidad de imagen, encarnan otros puntos de vista que son incompatibles entre si.
Es cuando la visión laica - liberal muestra las profundas raíces religiosas, de corte fundamentalista, del conflicto.
No se trata sólo de dos pueblos enfrentados sino de dos religiones, de dos maneras de concebir el mundo que no quieren ceder terreno.
Las afirmaciones (y el destino de Palestina) están basadas en una pregunta y una afirmación: ¿De quién es Jerusalén? (Y por lo tanto, de quien es el territorio que la circunda).
Los miembros fundamentalistas de cada religión dicen que Dios les entregó el territorio a ellos y no a los Otros. Esto lo comparten, claro, los otros creyentes de cada religión, pero los fundamentalistas se apoyan en los Textos Sagrados para impulsar su interpretación y mantener su dura postura en el conflicto palestino - israelí.
Sólo así se entiende que cada uno de los bandos enfrentados se justifique, curiosamente, con la misma frase: "Peleamos porque esta tierra es nuestra".
Mahmoud cita que el Profeta Mahoma ascendió al Cielo desde Jerusalén, santo lugar del Islamismo. Esto da pie a que los realizadores expliquen que los Santos Lugares de las dos religiones están en la misma zona, a pocos metros uno del otro. Ambos están en el Monte Sión. En la parte alta están las Mezquitas de El Domo de la Roca y Al-Aksa, pero al pie del monte está el Muro de los Lamentos, los únicos restos que quedan del Templo donde los judíos adoraban al Dios único, del cual ellos son el pueblo elegido.
El cristianismo es la tercera gran religión que tiene como centro a Jerusalén, pero los Santos Lugares cristianos (con sus distintas denominaciones separadas) están en otra parte de la Ciudad Vieja, y no tienen el mismo significado para las otras dos religiones. En ese sentido, no forma parte del conflicto religioso ni su presencia atiza los fenómenos discriminatorios entre las otras dos grandes religiones del lugar.
La honestidad de los realizadores se marca al plasmar los puntos de vista de los chicos educados con puntos de vista fundamentalistas, y claro, al ser ellos israelitas, dedican más tiempo a la visión de la comunidad ortodoxa judía, sin ocultar su visión liberal - laica.
Así, niños y realizadores visitan el Muro de los Lamentos y los niños chicos expresan que tienen más miedo a los miembros ortodoxos judíos que a los palestinos.
Por otra parte, también aparecen dos chicos educados bajo esta fé. Moishe y Shlomo. Uno definitivamente descarta cualquier contacto con niños palestinos, el segundo tolera la presencia siempre y cuando ambas comunidades se ignoren. Pero para ambos, Jerusalén pertenece a los judíos. Un matiz distinto en la misma coincidencia básica.
El punto esencial donde inicia la diferencia está en lo que cree cada religión a partir de la figura del Patriarca Abraham, para ambas el padre común. Pero allí termina la coincidencia. Para el judaísmo, Dios bendice a Abraham en la descendencia de Isaac y Jacob / Israel. Para el islamismo, Dios bendice a Abraham en la descendencia de Ismael.
A partir de este punto, los miembros de cada religión argumentan, según el Corán o la Torah, que la tierra de Palestina les pertenece por designio divino, pero en personajes totalmente diferentes.
Lo que muestran los realizadores es que, las creencias religiosas llevadas al extremo, cancelan cualquier posibilidad de diálogo y tolerancia. Muestran como Shlomo puede divertirse con un chico palestino, pero llevado al extremo puede declarar con toda su fé y sinceramente que el estudio de la Torah es tan fuerte e importante como un tanque.
Moishe, que vive en un asentamiento judío rodeado de comunidades palestinas, ni siquiera llega a este punto. Desde el inicio cierra cualquier posible contacto y lo justifica con la lectura de sus Libros Sagrados.
Esto, manifiestan los realizadores en imágenes, lleva a terribles contradicciones donde cada pueblo impide al otro el ejercicio de su religión en los lugares que cada una considera sagrados. Hasta 1967, el pueblo judío oraba viendo hacia el Muro de los Lamentos, al que no tenía acceso; ahora la situación es la inversa: no todos los musulmanes pueden llegar a Jerusalén y orar en las dos mezquitas más sagradas de la zona.
En ese sentido, el punto de vista de los realizadores es que ambos lados pierden, aun en el ejercicio de sus creencias religiosas.
En el marco de la película, ésta cierra con la larga secuencia del encuentro entre los chicos israelíes y palestinos, que cierra con una nota de tristeza. ¿Cómo podrá seguir la amistad recién creada cuando se vayan los cineastas que la facilitaron?
Frente a las raíces religiosas en su modalidad fundamentalista, el intento liberal - laico de Shapiro y Golberg se siente "débil". Pero los realizadores mantienen la pequeña esperanza de que si se incrementa la interacción "nuestro respeto crecerá".
Esperanza que queda planteada en una cinta cuya tesis va a contracorriente de fuerzas sociales e ideológicas mucho más poderosas. Pero de allí su valor y su logro nada despreciable: proponer una vía concreta para lograr la paz entre ambos pueblos, con base en lo más valioso que ambos tienen, sus niños.
PROMESAS / Promises. Dirección: Carlos Bolado, Justine Shapiro y B.Z. Goldberg . País: Estados Unidos. Año: 2001. Guión: Justine Shapiro y B.Z. Goldberg. Fotografía en color: Ilan Buchbinder y Yoram Millo. Edición: Carlos Bolado. Con: Yarko, Daniel, Mahmud, Shlomo, Sanabel, Faraj y Moisés. Producción: Promises Film Project, Independent TV Servicie, Open Society Institute, Justine Shapiro, B.Z. Goldberg. Duración: 106 minutos. Distribución: Nu Visión.