Ojos, rostro y sonrisa de Jeanne Moreau son símbolo del mejor cine de arte de Francia. Con el paso de los años, el público ha sido testigo en pantalla del paso de su juventud a su vejez con una dignidad y coherencia que pocas actrices han logrado combinar. Moreau ha estado presente en los mejores momentos del cine francés, desde el surgimiento de la Nueva Ola hasta sus manifestaciones actuales. Una vida empapada en Arte.
Nació el 23 de enero de 1928 (es Acuario) en París, hija de un restaurantero y una bailarina del Follies Bergere. Estudió en el Conservatorio de París y a los 19 años se enfocó en el teatro y fue actriz protagónica en la compañía de la Comedia Francesa. Pero el cine sería el arte donde desarrollaría talento y fama. Empezó con papeles pequeños hasta que, cuando tenía 30 años, Louis Malle la lanzó a la fama nacional con Ascensor para el cadalso y la controvertida Los amantes (ambas de 1958).
Fue una de las actrices representativas de la Nueva Ola Francesa al participar en Los 400 golpes (Truffaut, 1959) y Una mujer es una mujer (Godard, 1961), lo que le permitió trabajar con directores como Peter Brook (Moderato cantabile, 1960), Orson Welles (El proceso, 1962; Melodía inmortal, 1968), Antonioni (La noche, 1961) y Buñuel (Diario de una recamarera, 1964).
El reconocimiento internacional vino cuando dio vida a la desenfadada Catherine en Jules et Jim (Truffaut, 1962). De golpe la mujer vital, amante de la vida y dueña de su sexualidad, arquetipo de los años 60, tenía rostro: Jeanne Moreau. “Jules et Jim no fue sólo un momento especial de mi carrera sino de mi vida. La cambió y de ella se derivó un período muy grande de felicidad y aprendizaje. Fluían amor, amistad, originalidad, que se combinaban con la potencia del cine”, declaró en 2002. “La hicimos entre 22 personas e inclusive puse dinero. Éramos jóvenes y libres, sin ambición de fama o dinero porque creíamos en el sentimiento que animaba a Francois: el amor. Desde entonces, en mi carrera, he preferido estar con la minoría que expresa la verdad. Y la verdad reside sólo en los deseos de las personas. Por eso Jules et Jim es un film moderno, típico del siglo XX: se reconocen las exigencias sexuales y amorosas del ser humano. Por eso parece ser que lo que se recuerda es su sentido de libertad y no su final trágico. El cine antes de la Nueva Ola se interesaba sólo por la esfera emocional masculina. Con nosotros cambió el punto de vista”.
Su filmografía muestra que ha sido fiel a su propia ética al trabajar con los mejores como Tony Richardson (Mademoiselle, 1966), Truffaut (La novia vestía de negro, 1968), Blier (Les Valseuses, 1974) y Losey (Klein, 1976). También expuso esa verdad como directora y guionista en Lumière (1976), La adolescente (1979, con Simone Signoret) y en el homenaje personal a una de sus precursoras en su documental Lillian Gish (1983).
De las últimas cintas que se le han visto en México se le recuerda, ya madura, en Nikita (Besson, 1990) y Tiempo de vivir (Ozon, 2005). En la última, actriz y personaje se entrelazan ante la muerte e intuimos la voz de Moreau. Romain, con cáncer terminal, explica que no sólo es por cariño que le cuenta la verdad de su enfermedad a su abuela (Moreau): "Eres como yo. Morirás pronto". Con humor negro, al revisar las medicinas que toma, ella le contesta: "Con todo ésto moriré muy sana". En síntesis, siempre una mujer fuerte.
“Nunca tuve la impresión de que se me viera como objeto (sexual), aunque algunas escenas que hice eran muy fuertes. Al contrario, siempre tuve la impresión de que los directores dejaron que hablara mi femineidad. Ésta era tan fuerte que a los directores les daba miedo lo que sacaba de mí pero se atrevían porque querían saber sobre las mujeres. Lo agradecía porque yo también quería saber de las mujeres”.
Sobre su edad ha dicho: “Creo que lo más sorprendente, para una mujer de mi edad, es el hecho de que aún puedo cambiar al ritmo en que cambia el mundo… y cambiar muy, muy rápido. Creo que mi madre no tuvo esa oportunidad de cambiar”. Palabras que definen con claridad su vida plena.