Para Pablo Oddone.
En la Cuarta Dimensión seguimos platicando
a la entrada del restaurante El Fogón.
Montevideo, Uruguay. Octubre 2015.
“Bogey”, el verdadero y único, nació en la cosmopolita Nueva York el 23 de enero de 1899, con el nombre completo de Humphrey DeForest Bogart. Al ser hijo de un afamado cirujano de Manhattan y de una exitosa ilustradora de revistas, Bogart se preparó para estudiar medicina en Yale, pero tuvo problemas de disciplina en su ciclo escolar anterior en la Academia Phillips y fue expulsado.
Posteriormente, cuando los Estados Unidos entraron a la Primera Guerra Mundial, se enroló en la Marina y, durante un bombardeo a bordo del USS Leviathan, fue herido en la cara lo que le provocó una paralisis parcial en el labio superior, lo que determinó su gesto, su acento y forma de hablar que se convirtieron en míticos.
Al terminar la guerra ingresó al teatro por intercesión de un amigo de la familia. Empezó de mensajero y llegó a ser administrador. En 1920 decidió volverse actor y por eso se encontró en dificultades económicas. En esos años se le consideró un actor simplemente “inadecuado” para los papeles teatrales románticos o de jóvenes rebeldes, en los que trabajó.
Bogart llega a Hollywood en 1930 y debutó en un cortometraje con 10 minutos de duración llamado “Broadway’s like that / Broadway es así”. Luego se dedicó a papeles de actor de reparto para las compañías productoras Fox, Universal, Columbia y otras. No lograba el triunfo y su inquietud lo hizo repartir su tiempo entre Hollywood y Broadway.
Humphrey Bogart y John Huston
En 1935 llegó su primera oportunidad real en el mundo artístico. Se le adjudicó el papel del gangster Duke Mantee en una producción de Broadway llamada “El Bosque Petrificado”, del dramaturgo Robert E. Sherwood. El inglés Leslie Howard era el actor principal de la obra. Cuando los estudios Warner adquirieron los derechos de la obra teatral y quisieron llevarla a la pantalla pretendían que Edward G. Robinson hiciera el papel de Duke Mantee porque era una figura identificada con el mundo gangsteril desde su sonado éxito de “Little Caesar” (1930). La suerte estuvo del lado de Bogart cuando Leslie Howard amenazó con abandonar la cinta si no era Bogart quien hacía el papel, como en el teatro. El estudio cedió. “El Bosque Petrificado” (1936) abrió el camino de Bogart al estrellato hollywoodense.
Pero el encasillamiento en el papel de gangster estuvo a punto de “petrificar” también a Bogart. Entre 1936 y 1940 hizo no menos de 25 películas, la mayoría haciendo el papel de gangster malo: una larga serie de papeles cortados con la misma tijera.
En 1941 nació realmente la leyenda. Un guionista experimentado le dio impulso a su actuación con High Sierra, y Bogart dotó de alma y profundidad a otro gangster. El guión era de un tal… John Huston. Aquí también Bogart entró al rescate de un personaje. Para el papel estaba contemplado George Raft, que en el último momento lo rechazó, porque preocupado por su imagen de estrella no quería que el personaje de Roy Earle muriera al final de la película, solitario y desesperado.
Bogart ocupó el puesto, lo que fue decisivo para la carrera del actor, confinado, como se ha dicho, a partes subordinadas y estereotipadas. Pero los diálogos ríspidos de Huston en boca de Bogart, el espléndido final sobre la montaña nevada, la interpretación de Bogart al lado de la excelente Ida Lupino, convirtieron a la cinta en una magnífica clásica del cine de gangsters, que también marca el paso a otra fase del cine de delito: Roy Earle es un héroe cansado, desilusionado, alejado del mundo civil y del mundo de la mala vida.
Al año siguiente, Bogart le pagó el favor al participar en la cinta en que Huston debutó como director de cine, en una película de bajo presupuesto y basada en una novela de Dashiell Hammett. Dicha cinta era “The Maltese Falcon / El Halcón Maltés”, que abrió las puertas a toda la corriente del cine negro y modificó substancialmente el género de detectives.
“El Halcón Máltes” era una producción de serie B, con un presupuesto de 300 mil dólares y 8 semanas de filmación, todas en estudio. Por segunda vez, George Raft rechaza el papel del investigador privado Sam Spade, probablemente porque tenía poca fe en el director debutante. Huston eligió a Bogart como protagonista principal, revelando el ojo clínico que Huston tuvo para escoger actores. La cinta saca fuerza de las relaciones complejas y ambigüas que tienen entre sí los personajes y cuyo centro es Sam Spade.
Bogart y Huston cambiaron radicalmente el paradigma del detective privado, que se convierte en un personaje de verdadera novela, sin adjetivos, porque expresa un punto de vista sobre el mundo.
Humphrey Bogart y John Huston
Desde ese momento Bogart nunca dejó la cresta de la ola del estrellato fílmico y su fama se expandió por el mundo. Películas como “Casablanca”, “The Big Sleep”, “Across the Pacific”, “To Have and Have Not”, “The Treasure of Sierra Madre”, “The African Queen”, “Sabrina” y “Key Largo” sólo forman parte de la cadena de cintas que acrecentaron su fama y fortuna.
Curiosamente, fue en “Key Largo” donde conoció y se enamoró de su última mujer: la actriz Lauren Bacall. Antes se había casado tres veces, también con actrices; pero este ultimo matrimonio probó ser estable y Lauren Bacall lo cuidó y protegió hasta el último día de vida del actor.
En 1947 fundó su propía productora: Santana Pictures. Esto le permitió mucha mayor libertad artística y hacer algo que siempre le gustó: trabajar con los amigos. De nuevo, con su amigo John Huston, logró otro clímax en su carrera, al ganar el Oscar por su actuación en “The African Queen / La Reina Africana”, dirigida también por Huston.
Hacia 1956, luego del estreno de lo que sería su última cinta, “The Harder They Fall”, Bogart se sometió a una operación del esófago debido a que tenía cáncer. La enfermedad no cedió y Bogart murió durante el sueño , en su casa de Hollywood, el 14 de enero de 1957.
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ORACION FUNEBRE / John Huston
Oración fúnebre que dijo el director de cine John Huston durante el funeral de su amigo, el actor Humphrey Bogart.
Humphrey Bogart murió el lunes en la mañana. Su esposa estaba en su cabecera y sus hijos en el cuarto de junto. Estuvo inconsciente por un día. No sufrió. La suya fue una muerte serena. Durante los meses de la enfermedad no pensó nunca, en ningún momento, en morir, y no porque rechazara el pensar en ella: simplemente porque ese pensamiento nunca lo tuvo en mente. Amaba la vida. La vida para él era la familia, los amigos, el trabajo, su bote. No imaginaba que tendría que abandonarlos y así, hasta el último momento, pensó en lo que haría cuando fuera dado de alta. Hizo calafatear el barco. Su hijo Stephen pronto tendría la edad para aprender a navegar y compartir con el padre el amor por el mar. Algunas semanas en barco y Bogie estaría listo para retomar el trabajo. Y habría hecho buenas películas.
Con el paso de los años era siempre más conciente de la dignidad de su profesión. Actor, no estrella: actor. Jamás se había tomado demasiado en serio, pero si mucho en el trabajo. Consideraba la imagen de “Bogart, la estrella”, con cinismo divertido, pero tenía mucha estimación por “Bogart, el actor”. Aquellos que no lo conocían bien, que nunca habían trabajado con él, que no pertenecían al pequeño grupo de sus amigos íntimos, tenían del hombre una idea muy diferente de aquella de los pocos privilegiados. Creo que aquellos que lo conocieron poco estaban en desventaja, sobre todo si eran gente empapada de su propia importancia en el mundo del cine. Los altos jerarcas aprendieron a mantener lejos sus cuellos de ciertos recibimientos brillantes de Hollywood, que exponerlos a las “banderillas” de Bogart.
En algún estanque de Versalles se obliga a las carpas a ejercitarse, pues de otra manera engordarían hasta morirse. Bogie asumía, con raro placer, el mismo objetivo en las fuentes de Hollywood. Los presuntuosos y los arrogantes eran su blanco preferido. Y sus víctimas rara vez se lo tomaban a mal, y en cualquier caso no por mucho tiempo. Sus sarcasmos estaban destinados a golpear sobre todo la superficie externa del sujeto, no a penetrar en las regiones del espíritu donde se producen las verdaderas heridas.
Las bellas moradas de Beverly Hills eran otros campos de acción para la vitalidad de Bogie, pero su casa era un santuario. Al amparo de aquellos muros, podía –cualquiera que fuese su situación- respirar a su gusto. La hospitalidad de Bogie iba más allá del beber y del comer. Curaba la moral de su huésped como su físico, alimentándolo de bienestar hasta hacerle probar la ebriedad, en el corazón como en las piernas.
Esta tradición de hospitalidad maravillosa duró mientras fue capaz de mantenerse en pie. Quiero contarles algunos esfuerzos que hizo en los últimos días. Estaba acostado en la sala, y a las cinco, después de rasurarse, se ponía un par de pantalones de flanela gris y una bata roja. Enseguida, cuando ya no podía caminar más, su cuerpo desgastado era instalado en una silla de ruedas y llevado en un montacargas al segundo piso. La parte superior del montacargas fue cortada para permitirle sentarse. Las enfermeras lo ayudaban a entrar y tomar su lugar; se le hacía descender a la cocina, luego de otro transbordo, y se le llevaba en la silla de ruedas a través de la casa hasta la biblioteca y su sillón. Allí estaba, con un vaso de cherry en una mano y un cigarrillo en la otra, a las cinco y media, cuando los invitados empezaban a llegar. Ya sólo venían aquellos que lo conocían bien y de mucho tiempo; permanecian , en grupos de dos o tres, por cerca de media hora, hasta las ocho cuando llegaba el momento de regresar a la recámara, con los mismos medios usados para descender.
Algunos de aquellos que iban a verlo en el curso de las últimas semanas no lo olvidarán jamás. Mostraba una valentía única, puramente animal. Después de la primera visita –se necesitaba al menos una para superar la terrible impresión de su aspecto devastado- se sensibilizaban pronto a la grandeza que aquel aspecto disimulaba, y se sentían extrañamente exaltados, orgullosos de estar allí, orgullosos de ser sus amigos, amigos de un hombre tan valiente.
Si Bogart era valiente, su mujer era intrépida. No pensaba jamás en la muerte. Betty sabía que estaba allí, a cualquier hora del día y la noche, sombra espantosa que lentamente se materializaba, la invitada que no se iba después de media hora. Pero ni una sola vez traicionó el secreto. Betty sabía perfectamente, desde el día de la operación, que, en la más optimista de las hipótesis, de trataba de un año o dos, pero encontraba en su propio amor la fuerza para esconder la pena y continuar siendo ella misma para Bogie. Había hecho de todo para que los otros no fueran puestos al corriente de la gravedad de la situación por temor de que el secreto le fuera revelado. Así que no sólo debía actuar su papel para Bogie sino para todos. La interpretación no tuvo defectos. Betty satisfacía cada uno sus pequeños deseos, aun incluso antes de que se enterara. No omitió ninguna estratagema. Desde el día de su matrimonio a aquel en que la muerte los separó fue leal, totalmente leal. No se puede meter todo ésto más que en el concepto de “clase”. Del amor y de la “clase”.
Un día, hace muchos años, Bogie, dos amigos y yo, discutíamos para matar el tiempo –temo que habíamos alzado demasiado el codo- sobre el significado de la existencia, y uno de nosotros preguntó si existía un período de nuestra vida que hubieramos querido revivir. Con la excepción de Bogey, la respuesta de todos fue negativa. Después habló Bogey: “Sí –dijo- hay una época que amaría vivir por segunda vez: los años pasados con Betty”.
Bogie era afortunado en el amor y afortunado en el juego. Tenía de entrada el más grande don que un hombre puede tener: el talento. Todo el mundo sabe reconocerlo. Gracias a eso, pudo vivir una vida confortable con su mujer y sus hijos. Aunque, si no fue particularmente larga, su vida fue ricamente, plenamente vivida. La fuente de sus alegrías más grandes fueron sus hijos, Stephen y Leslie, que dieron el significado principal a sus últimos años. No, Bogie no deseaba nada más. No tenemos motivo para compadecerlo, a él, si no de compadecernos, a nosotros, por ha
berlo perdido. Es absolutamente insubstituible. No habrá nadie como él.
John Huston