La hermosa actriz rubia, de las más adoradas en el Hollywood clásico y el cine negro, fue devorada por la industria que la endiosó.
Para Pablo Oddone, que en su jardín cinéfilo cultiva el recuerdo de las orquídeas del Hollywood clásico.
Ojos azul profundo enmarcados por una larga cabellera rubia que cae más allá del hombro mientras semicubre el ojo derecho: Verónica Lake sonríe desde la pantalla, la foto o el recuerdo con unos labios plenos. Promete con picardía el paraíso carnal, pero que advierte que la consumación del deseo depende de ella: su decisión es un misterio.
Verónica Lake fue la rubia misteriosa del cine clásico de los 40. Rubia natural en un cielo fílmico de güeras de peróxido –de Jean Harlow a Marilyn Monroe, sorry-, la chica nacida en noviembre de 1922 tuvo un breve reinado fílmico entre 1941 y 1944 donde fue referencia para toda una generación de mujeres. La Segunda Guerra Mundial provocó un cambio radical al convertir a miles de mujeres educadas para “amas de casa” en obreras, profesionistas, etc., actividades reservadas antes sólo a hombres. Con el cambio social vino la autonomía económica, el deseo de libertad sexual entre otras cosas.
Fue en el cine negro donde cristalizaron los miedos masculinos a una mujer independiente que tomaba sus propias decisiones y la iniciativa sexual: por lo mismo, las mujeres se identificaron con las actrices y mujeres proactivas de este género y copiaron peinados, vestuario y actitudes agresivas. Verónica Lake fue una de las pocas rubias aceptadas en el panteón de perversas diosas morenas (Gene Tierney, Gloria Grahame) del cine negro, al final “castigadas” por sus “excesos” contra el predominio masculino.
Verónica (Constance Frances Ockelman), de ascendencia irlandesa y danesa nacida en Brooklyn, Nueva York, tenía una belleza natural que atraía a los hombres y con la que se identificaron las mujeres. Sus personajes impulsivos y decididos, que seducían al hombre que deseaban a pesar de ser casadas o estar comprometidas, se incrustaron en el imaginario femenino.
Basta verla en La llave de cristal (1942) o el resumen de sus escenas en youtube.
Esto se reflejó cuando miles de mujeres adoptaron el peinado “peek-a-boo” de Verónica Lake, su sello personal: una cascada de pelo rubio que semiocultaba su ojo derecho y que aumentaba el misterio de su rostro. Fue tan popular el peinado que el gobierno estadounidense le pidió que lo modificara para evitar que las obreras sufrieran accidentes en las fábricas de armas, como se puede ver en YouTube:
Pero la desgracia de Verónica Lake se incubó desde el inicio: Cuando fue estrella tenía sólo entre 22 y 26 años: el éxito la mareó. Adoptó actitudes de sus personajes y se volvió una “perra” en la vida real. La devoradora de hombres no sólo “se comió” crudo a Alan Ladd en pantalla (This gun for hire) sino que se casó cuatro veces. Ya para Me casé con una bruja (1942, antecedente de Hechizada en TV) no la soportaban en los foros.
El final de la guerra cambió los gustos del público y los estudios le negaron la oportunidad de adaptarse: Hollywood comenzó a devorar a una de sus hijas predilectas.
Con tan sólo 27 años, Verónica comenzó el descenso al infierno de las películas intrascendentes y la TV hasta que se quedó sin trabajo. Se volvió alcohólica, se alejó de sus hijos, se convirtió en ermitaña y acabó de mesera en un bar. Luego de un ligero repunte, sus excesos del alcohol reclamaron su vida a los 55 años por falla renal: la devoradora fue devorada sin piedad por la industria.
O casi… el Hollywood cinéfilo no la olvidó. En ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (1988), Jessica, la esposa del conejo, porta con estilo el peinado de Verónica Lake; ya más en serio, Kim Bassinger ganó un Oscar en L.A. Confidential (1997) como una prostituta que se convierte en clon de Verónica Lake a petición de los clientes.
Hollywood devoró a la persona pero no pudo con el mito de esos ojos azul profundo que aún nos miran a través de una cascada de pelo rubio.