25 septiembre 2016

¿Qué es la vida? / C'est quoi la vie?, de Francois Dupeyron

Francisco Peña.


¿Qué es la vida? / C’est quoi la vie?, película de Francois Dupeyron, llegó a las pantallas mexicanas con el prestigio de ser premiada con la Concha de Oro a la Mejor Película en el Festival de Cine de San Sebastián, España.

Para los cinéfilos cuyo gusto se inclina a favor de un cine de edición rápída, acción en la pantalla, argumentos de conflictos eslabonados para sostener la acción, entonces ésta no es una película que deben ver.

Para el espectador cuya preferencia se inclina al cine europeo, de ritmo más lento, tomas más largas, edición pausada, análisis del conflicto y de los personajes más que de la acción, cierta preocupación filosófica que permea la trama, ésta si es una película que pueden disfrutar.

Hecha esta distinción, se puede afirmar que dentro del estilo e historia que escogió Dupeyron, su film es una buena película; pero ese estilo e historia no son del gusto de muchos cinéfilos, que la podrían calificar de lenta y aburrida.



No es este el caso para la otra parte de espectadores que encuentran valores en el estilo que usa el director francés en su puesta en escena.

El planteamiento que permea toda la cinta de Dupeyron podría condensarse en la clásica frase hemingwayana: “el hombre puede ser derrotado pero no destruido”.

De entrada, Dupeyron escoge a una familia campesina y los conflictos personales y económicos que se derivan de vivir de la tierra y de una lechería. La situación se dirige a la quiebra y la familia la enfrenta de varias maneras.

El abuelo Noël (Jacques Dufilho), con el conocimiento de años de relación con la tierra y el ganado, que gusta de los amaneceres y del trabajo, trata de comunicar esos valores a su nieto Nicolás (Eric Caravaca) como algo que enriquece la existencia humana. En medio está el padre, abrumado por las deudas, la frustración y el fracaso económico.



Mientras el nieto juguetea y se enamora de toda mujer que conoce, más “enamorado del amor” que de otra cosa, la plaga de las vacas locas termina con el negocio familiar. Como opciones para Nicolás y su hermana está la emigración a la ciudad, aunque paradojicamente Nicolás ve como los citadinos regresan al campo en la persona de María (Isabelle Renauld).

El padre se deja abatir por la derrota económica y la desilusión. Su elección es el suicidio, por lo que este hombre destruido se entrega a la derrota final. Nicolás descubre su propia falta de compromiso, la falta de dirección de su vida, por medio de la cobardía del padre. También pesa sobre su conciencia la actitud de su abuelo, que no se deja vencer: “No, no ha terminado. Hay todo por hacer”. Lo que impide que el abuelo siga adelante es su decadencia física.


Nicolás también descubre que otro miembro de la familia no se rinde a pesar de sufrir su misma situación de no tener rumbo en la vida. Su hermana rescata al último becerro y lo esconde de los veterinarios que matan a las vacas enfermas.

Nicolás sigue en el desorden existencial y en la soledad pero algo por dentro ya se mueve.

En el colmo de la insatisfacción visita a sus abuelos en un asilo y no soporta esta situación. Toma una decisión que altera su vida y la de sus seres queridos. Con unas tierras heredadas de los abuelos, en una zona muy difícil, se lanza a construir su vida de campesino, e intenta vencer en donde fracasó su padre.

Ahora, con una idea distinta, lucha por salir adelante: puede estar derrotado pero Nicolás no será destruido por las circunstancias económicas y las asfixiantes regulaciones que impone el gobierno. Reúne a toda la familia, a los abuelos y emprende su propia aventura. La decisión lo saca de la inestabilidad juvenil y lo conduce a la madurez adulta.

Curiosamente, su decisión lo lleva a un encuentro fortuito con María, del cual puede nacer un verdadero amor que estabilice a ambos.

En principio, esta historia suena a un melodrama cinematográfico normal. Pero la realización de Dupeyron logra que los ambientes naturales formen parte de la historia, que mantengan una relación con los personajes y los afecte en sus decisiones.


El mismo ritmo pausado –o lento, si se prefiere- hace que cada una de las acciones de Nicolás, María, Noël y los otros adquiera un nuevo significado.

En ese sentido, estos personajes que viven en la campiña, con un ritmo existencial distinto a quienes viven en la ciudad, también toman decisiones y viven los cambios de otra forma. La ventaja del film de Dupeyron –aparte de la hermosura de su fotografía, por ejemplo- es plantear una búsqueda del sentido de la vida, de la pareja, en un ambiente rural y con un ritmo que se asemeja a lo que allí sucede.

De esta forma, es explicable el triunfo de la cinta de Dupeyron en el Festival de San Sebastián. Una cinta que rescata otro ritmo de vida y lo expone con un fondo existencial que puede ser interesante para el cinéfilo. Es, en síntesis, una buena película francesa, pero en el medio rural.