Y cuando despertamos… las contradicciones del capitalismo seguían allí.
Esta variación del famoso microcuento de Augusto Monterroso podría ser la divisa de Recursos humanos, del director francés Laurent Cantet.
Con una claridad extraordinaria en su análisis de un microcosmos familiar y fabril, que no es panfletario ni didáctico, Cantet penetra en el drama de la clase media, sandwich clásico en medio del conflicto entre capital y trabajo.
A partir del personaje de Franck Verdeau (interpretado por Jalil Lespert, único actor profesional de la cinta), el director toca el proceso de toma de conciencia de un profesionista de clase media baja recién salido de la escuela. En ese proceso asoma también su incapacidad de tomar una decisión para cargarse de un lado o del otro entre capital y trabajo, y translada la pregunta al público.
Franck es un profesionista que regresa a su pueblo a ejercer sus prácticas profesionales. Es el sueño dorado de muchos padres que son obreros especializados: tener un hijo profesionista que ascienda en la escala de las clases sociales y la economía.
Pero Franck desconoce las trampas reales que existen en su camino, generadas por la realidad y las reglas del juego del conflicto capital – trabajo agudizado en esta era de la globalización económica. Pero ese conflicto no es teórico sino que está encarnado por ejecutivos de empresa y sindicatos, es decir, por personas de carne y hueso, y él sufre como ser humano las consecuencias.
Al inicio del film, Franck es toda una promesa para la fábrica en la que trabaja su padre como obrero. El director parece brindarle su aprecio, cosa que causa la envidia de su jefe inmediato.
Gracias a un consejo sacado de un “caso de libro de texto” que estudió, Franck se convierte en el instrumento para que la dirección evada las negociaciones con el sindicato sobre la implantación de las 35 horas de trabajo en la fábrica.
Su sugerencia es un cuestionario que se aplica a los obreros de la planta. El sindicato reacciona mal porque sabe que es una maniobra “legal” que se usará como arma en las conversaciones –si es que llegan a ese punto- entre el capital y el trabajo.
Por un lado, el director le ofrece a Franck un futuro promisorio en el consorcio (la fábrica es sólo una de las empresas que tiene), pero le niega la participación en las juntas de decisiones importantes. Por el otro, el sindicato desconfía de él, especialmente la líder comunista Danielle Arnoux.
Franck sigue siendo de la clase media que intenta integrarse a la clase que tiene el poder, pero que lo rechaza; de paso, también es rechazado por sus viejos amigos, que son obreros y que le echan en cara la educación que lo separa de ellos.
En medio de la situación Franck también tiene que lidiar con su situación familiar. Su padre tiene la esperanza deque su hijo se coloque en la empresa pero en el ámbito ejecutivo, con lo que mejorarían los ingresos monetarios y la situación social.
Un punto interesante que Cantet muestra es que la actividad del padre fuera de la fábrica es hacer muebles en un taller de carpintería que tiene en su casa. Allí, en ese taller, se dan algunas de las conversaciones más importantes entre padre e hijo.
Franck descubre casualmente la manipulación de la es objeto por parte de la dirección: su idea, tal como lo preveía el sindicato, ha sido usada para golpear a los obreros. No sólo eso, sino que habrá un despido de doce personas entre las que se encuentra su padre, porque su máquina y su actividad manual serán substituidas por robots.
El rechazo de Franck es patente y ahora se inclina al lado de los obreros, pero su padre no se muestra entusiasmado y sigue trabajando en la fábrica y en su taller: no es un esquirol, le gusta su trabajo. Franck tampoco está bien con los obreros aunque los ayuda, ya que es “diferente” a ellos a pesar de acercarse a su posición política.
El conflicto capital – trabajo estalla, sobre todo desde que Franck da a conocer los despidos en una manera muy original, que desenmascara al director quitándole la careta paternal y mostrando que las estrictas realidades del dinero no toman en cuenta la calidad humana.
Toda la trama está armada con una pulcritud sorprendente, ya que Cantet hace que en pantalla el conflicto entre los factores de la producción no se vea como algo teórico sino una situación que afecta la vida cotidiana de todos.
El diálogo entre los personajes, tan normal como cualquier conversación que el espectador tiene en su vida diaria; la hilación de las escenas, que siempre dan un giro nuevo a la historia; una dirección precisa que saca el mejor partido de los no profesionales; el tratamiento semidocumental de la imagen y de la puesta en escena, sumados sinérgicamente, aumentan la veracidad ante los ojos del espectador.
Lo anterior trabaja en conjunto con la trama paralela de la confrontación padre – hijo, que hace crisis al unirse con la posición de ambos personajes en relación al trabajo. Franck ayuda a los obreros, el padre se rehusa a hacerlo.
La película es mucho más compleja y sutil de lo que aparenta por su sencillez. En primera instancia, la situación de Franck es la más comprensible: su idealismo destrozado por la realidad del capital, su vergüenza porque su padre es obrero, su indecisión clasemediera, el conflicto entre búsqueda de identidad personal frente a la necesidad social de incorporarse al mercado de trabajo. Todos estos elementos lo hacen aparecer como el eje de la narración por las contradicciones que presenta.
Pero queda un punto por aclarar: ¿por qué reacciona así su padre? La mayor parte de las explicaciones que he leído se refieren a que él ha puesto todas sus aspiraciones sociales en Franck y se siente traicionado, frustrado porque su hijo no sube en la escala social.
Cierto, pero sólo en parte, porque no se aclara su actitud en la fábrica. La siguiente tesis la ofrezco al cinéfilo lector para que medite sobre otra posibilidad de enfocar el conflicto padre – hijo y la actitud social del padre ante el capital – trabajo en la cinta Recursos humanos.
Cantet muestra visualmente otro factor que opera en la personalidad del padre pero que casi no aparece en el diálogo. El padre quiere su trabajo en la máquina a pesar de que sabe que es “aburrido”, e inclusive ayuda al novato a adaptarse.
En ese sentido, el padre no parece enajenado por el trabajo sino adaptado. La razón aparece en su tiempo libre: es un artesano, un creador de objetos, por lo que vierte su trabajo en forma humanizada en su pequeño taller y lo entiende a la planta.
De esta forma, el director Cantet sugiere la vía de salida al conflicto de Franck por medio de la labor del padre. Ante la indecisión, ante la contradicción entre identidad personal y necesidad social de Franck, él ignora que hay una vía casi perdida: la artesanía, la actividad del padre que humaniza su propio trabajo y las relaciones con sus semejantes.
Cantet no hace un juicio ni se inclina por uno u otro de ambos personajes, aunque sus simpatías están con los obreros. Lo que hace es dejar sin solución la problemática de Franck para que el espectador piense en resolver la propia y, desde mi punto de vista, señala una posible dirección para hallar la respuesta.
Por estas razones, y por el estilo cinematográfico semidocumental que Cantet ha manejado en Recursos humanos, el espectador se encuentra frente a una película digna que apela, con respeto, a su inteligencia.
Recursos humanos. Producción: Haut. Et Court, la Sept – Arte, Caroline Benjo, Barbara Letellier, Carole Scotta. Dirección: Laurent Cantet. Guión : Laurent Cantet y Gilles Marchand. Año: 1999. Fotografía en color: Matthieu Poirot – Delpech. Edición: Robin Campillo. Intérpretes: Jalil Lespert (Franck), Jean – Claude Vallod (padre), Chantal Barré (madre), Véronique de Pandelaére (Sylvie), Michel Begnez (Olivier), Lucien Longueville (director), Danielle Melador (Danielle Arnoux). Duración: 103 minutos. Distribución: IMCINE.