Para Arturo Vaillard.
Con agradecimiento al gran compañero en el viaje por el universo "virtual" de la www y sus soles digitales resplandecientes.
La verdadera Ciencia Ficción, en manos inglesas, llega con más frecuencia a las cimas más destacadas del género. La mayoría de los autores estadounidenses sólo se enfrascan en imaginarios imperios galácticos, escenarios postatómicos y batallas interminables contra extraterrestres que son máscaras de los nuevos villanos musulmanes. Las excepciones a la regla son importantes: los autores ciberpunk, los clásicos alternativos y de ciencia dura, los escritores que forman la Nueva Ola aún sostienen el prestigio de ese país frente a los lectores.
En la Ciencia Ficción cinematográfica la situación es más equilibrada. Nombres como Kubrick, Tarkovski o Spielberg (Minority Report) brillan frente a fracasos fílmicos como Solaris (la de Soderbergh, con George Clooney). Ahora, el inglés Danny Boyle suma su nombre al grupo de directores que generan buena Ciencia Ficción. En ese sentido, su film Sunshine / Sunshine - Alerta solar puede convertirse en el primer gran clásico fílmico del género del siglo XXI.
La cuestión es que Sunshine contiene elementos de ciencia ficción y cinematográficos que le pueden dar el carácter de primer clásico del género del siglo XXI. Uno de ellos es nuevo en la ciencia ficción en cine y los otros son aportaciones -visuales y argumentales- dentro de su mejor tradición, a la que también rinde tributo.
La anécdota gira alrededor de la expedición Icarus II que se dirige al Sol para arrojar una bomba atómica con material fisionable del tamaño de la isla de Manhattan. El Sol se enfría y la Tierra sufre las consecuencias de un cambio climático hacia el congelamiento: por ejemplo, está congelada la Bahía de Sydney, en Australia. La bomba en el Sol provocará un nanobigbang que renovará sus procesos atómicos hacia el calentamiento, evitará que se convierta en gigante roja y que la humanidad desaparezca con el congelamiento de la Tierra.
En el viaje la tripulación de ocho miembros detecta señales de misión anterior, la Icarus I, y surge la discusión entre un posible rescate o seguir sin detenerse. El psicólogo de la nave, Searle (Cliff Curtis), sugiere que hay una razón objetiva para desviarse: se recupera la primera bomba y se obtienen dos oportunidades de renovar el Sol en lugar de una. Mace (Chris Evans) menciona que los riesgos son altos y es mejor seguir adelante. El capitán Kanada (Hiroyuki Sanada) sugiere dejar la decisión en manos de Robert Capa (Cillian Murphy), el físico de la misión y encargado de detonar la bomba. Capa decide ir al encuentro de la Icarus I.
A partir de ese momento se precipitan los acontecimientos. La Icarus II entra en problemas durante las maniobras manuales, pierde su jardín hidropónico y cinco paneles del escudo protector contra el Sol. Trey (Benedict Wong), causante de los problemas por un error de cálculo, entra en un proceso de catatonia suicida. Conforme avanza la misión y se da el acoplamiento con la Icarus I, los miembros de la tripulación van muriendo en distintas circunstancias hasta que sólo quedan tres personajes en la confrontación final frente al Sol.
Al igual que otras cintas (no sólo de Ciencia Ficción), los tripulantes de la Icarus II son personajes bocetados más por sus funciones dramáticas en la trama y no tanto por sus propios rasgos psicológicos - existenciales. Sin embargo, en ese sentido, Sunshine sigue con la mejor tradición del género expresada, por ejemplo, en la tripulación de 2010: el año que hacemos contacto (Peter Hyams, 1982). Es decir, Boyle define a sus personajes por sus acciones y cómo hacen avanzar la trama; pero también invierte tiempo para dotarlos con suficientes rasgos propios para humanizarlos, acercarlos a los espectadores: el resultado es enriquecedor.
Aunque el mayor cuidado al respecto se dedica al personaje del físico Capa, eje de la trama, todos los personajes reciben suficiente atención en pantalla para mostrar su humanidad y producir empatía. Un ejemplo es Corazón (Michelle Yeoh), encargada de la zona hidropónica, a quién se dedica el descubrimiento de que la vida sigue a pesar de la catástrofe; otro es Kanada, el capitán de la nave, que a pesar de su breve presencia en pantalla deja huella en la memoria.
Hay que remarcar el punto de que, como la Ciencia Ficción literaria inglesa (y europea) y a diferencia de la estadounidense, no sólo vemos una tripulación multiétnica sino de aspecto multinacional. No se trata de una space opera donde los estadounidenses WASP, y sólo ellos, son los únicos capaces de enfrentar con éxito las amenazas del "espacio exterior". Este aspecto en pantalla, por sí mismo, es refrescante y está en línea con la mejor tradición del género: por ejemplo, 2010 (Peter Hyams, 1982), film basado en la novela del inglés Sir Arthur C. Clarke, con sus tripulaciones rusa y estadounidense.
El elemento novedoso en el cine de Ciencia Ficción es que se trata de la primera cinta que tiene al Sol como eje central de la trama. Antes se ha viajado en pantalla a los planetas del Sistema Solar, galaxias alejadas, a civilizaciones perdidas (en la Tierra, planetas y galaxias), universos paralelos y hasta "al infinito y más allá".
Pero hasta Sunshine el Sol no era escenario (casi un protagonista) principal en cine.
Esto ha permitido que Danny Boyle ponga toda su creatividad visual al servicio de unas imágenes del Sol que resultan impresionantes. Es la primera vez que en pantalla se recrea nuestra estrella en todo su esplendor. No sólo los personajes disfrutan del espectáculo de amarillos, naranjas y blancos en el observatorio solar del Icarus II, también nosotros.
No se trata de una relación ser humano – espacio, como en 2001 (Kubrick, 1968), donde los encuadres recreaban la alteración de la perspectiva, de las coordenadas espaciales normales y la ingravidez (y donde la luz estaba presente pero no en primer plano narrativo). En este excelente film, Boyle encuentra nuevas formas de expresión fílmica para el éxtasis que se produce en la relación ser humano-luz.
Esto es notorio en el manejo de los encuadres y la edición de las secuencias donde Boyle alterna grandes acercamientos a los ojos con imágenes solares, refulgentes escudos de protección de las Icarus I y II acopladas frente a zonas de oscuridad del resto de las naves. Ahora la innovación se centra en la manera de captar rostros y ojos por medio de nuevos ángulos, poderosos acercamientos y presencia en los diálogos de esta relación.
Esta cualidad de imágenes novedosas y edición se extiende al resto de la película y la historia, aunque su brillantez artística no es tan evidente para el espectador común. En primer lugar se puede citar todo el manejo visual de las Icarus vistas desde el espacio, donde se muestra un diseño actualizado de nave espacial, más emparentado con el Ramjet Bussard que muestra Carl Sagan en su serie Cosmos (capítulo VIII - "Viajes a través del espacio y del tiempo") que con el Proyecto Orión (mismos datos en Cosmos), que fue el primero en el que pensó Stanley Kubrick para 2001: odisea del espacio y que desechó después.
En ese sentido otra de las grandes ventajas de Sunshine es que, a partir de los personajes, se dirige a un público adulto que gusta de la Ciencia Ficción. Remarca la madurez que siempre ha impulsado a la rama europea frente a la perpetua “adolescencia” de su contraparte estadounidense ya que hace las clásicas preguntas (¿De donde venimos? ¿A dónde vamos?) sin recurrir al lenguaje de la religión, lo que muestra una continuidad con posturas como las del escritor Arthur C. Clarke. Boyle lo hace evidente porque el enemigo de la misión del Icarus II no es un ángel (o "eloim", en otros contextos), un “alien” o una computadora enloquecida: nosotros somos nuestros propios oponentes.
Y precisamente lo somos porque hay una concepción religiosa en juego que, por dogma, se opone a la solución científica: algo así como “mi dios es más poderoso que el tuyo” que se escucha en un diálogo hacia el final de la cinta precisamente en boca de los dos personajes más relevantes a nivel narrativo.
Después de la confrontación final entre ambos, se da quizás el momento más atractivo del film, cuando el espacio-tiempo, como lo conocemos, se anula por unos momentos en la pantalla. Es el momento de la epifanía o de éxtasis que atraviesa uno de los personajes y que la película comparte con nosotros como espectadores. En ese instante se logra una fusión entre ambos polos.
Cierto, no es la única cinta que lo ha logrado y a lo largo de Sunshine se perciben homenajes a otras cintas de Ciencia Ficción ya clásicas como 2001, 2010 y Solaris (la de Tarkovski), por mencionar sólo tres. Pero los homenajes no distraen: Sunshine no es un catálogo de citas fílmicas. Es una cinta que, a partir de sus innovaciones, retoma lo mejor de la tradición clásica y construye una película vibrante, adulta, con un buen equilibrio entre drama humano y cósmico: sobrados elementos para ser el primer gran clásico del cine de Ciencia Ficción en el siglo XXI.