05 mayo 2015

Ojos bien cerrados / Eyes Wide Shut, de Stanley Kubrick

Francisco Peña.

Eyes Wide Shut/ Ojos bien cerrados, la última película de Stanley Kubrick, se estrenó en Latinoamérica y Europa precedida por una fuerte públicidad que giró alrededor de las escenas sexuales y de la participación de la pareja de actores Tom Cruise — Nicole Kidman.


Pero la cinta, su atmósfera e historia se encuentra muy apartada de los puntos publicitarios. Este hecho dividió a la crítica internacional en dos grandes bloques:

1. Los críticos que aceptan la película como una magnífica obra, que encuadra bien dentro de la trayectoria fílmica de Kubrick. Dentro de esta tendencia se matizan secuencias, se discuten resultados; pero la reacción general es positiva.

2. Los críticos que odiaron la película. La consideran la obra de viejo voyeurista y perverso. O bien, que el film es condenable porque sienten una veta moralista que defiende el matrimonio y la fidelidad, cosa que para ellos, a priori, es deleznable por atentar contra la libertad sexual.

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Dos trailers distintos, diferentes en su grado de desnudez. El segundo contiene el decisivo diálogo entre Kidman y Cruise sobre la fidelidad: "Si sólo los hombres supieran..."





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Quien esto escribe se encuadra dentro de la primera corriente. Considero que Eyes Wide Shut entra en el canon de las mejores películas de Kubrick, con algunas precisiones de por medio.

El planteamiento general se basa, en el fondo, en la actitud ética que frente a la conducta sexual debe construir cada individuo. A partir de dicha premisa, Kubrick toma al matrimonio Harford y lo analiza en distintas situaciones de involucramiento sexual.

La primera situación se da en un baile. Ambos tienen oportunidad de ser infieles y tener sexo con otras personas. William — Bill (Tom Cruise) puede escapar con dos modelos: su esposa Alice (Nicole Kidman) deja correr un proceso de seducción mientras baila y se embriaga. En ambos casos la seducción es rechazada: en forma ambigüa por Bill, en forma coqueta pero tajante por Alice.

Establecidas las personalidades del matrimonio, se pasa a otra escena significativa. Bill, como doctor, salva de una sobredosis a la modelo Mandy y del escándalo a su anfitrión Ziegler (un excelente Sidney Pollack). Esta escena se intercorta con el proceso de seducción alrededor de Alice. Pero Kubrick imprime su primera expresión formal en la cinta: el primer desnudo femenino es el de una mujer que agoniza.


En la fiesta se establecen también los hilos narrativos de la cinta. Bill encuentra al pianista Nick Nightingale (Todd Field) y obtiene la gratitud de su anfitrión.

Ante la primera prueba, Kubrick reúne a la pareja Harford y muestra, en una de las mejores escenas de la cinta, en que está basada la ética de cada uno de ellos. De por medio un cigarro de mariguana, Alice confronta a su marido y estallan los celos.


Kubrick maneja perfectamente a sus dos actores, pero Nicole Kidman se roba totalmente la escena al imprimir a su personaje vitalidad, indignación, pasión y deseo: en manos de un director como Kubrick, Kidman se revela como una actriz de primera, cosa que apuntaló después en cintas como Dogville (Lars von Trier) y Birth / Reencarnación (Jonathan Glazer). El cinéfilo debe poner especial atencíón al trabajo dramático de esta actriz en la cinta. Aparece poco, pero tiene al menos tres momentos claves donde Kidman imprime a su personaje una humanidad y profundidad que no aparecen muy seguido en la pantalla cinematográfica.


Gracias a esta actuación, Alice se muestra como la parte más fuerte y estable de la pareja. Tiene el valor humano de expresar a su marido de lo que verdaderamente está hecha una mujer: habla con sinceridad y sin falsos sentimentalismos de su deseo por otro hombre. Muestra en pocos minutos, casi en un mismo plano secuencia, con pocos cortes, el amor, el deseo, la pasión, la fuerza y el desprecio que una mujer puede sentir.


Kidman enseña la tensión que recorre a una mujer mientras oscila entre el deseo y la libertad sexual que puede consumarse, enfrentados al miedo de perderlo todo, inclusive el amor que siente por su marido que es “tierno y triste”. Alice expresa la verdad de como, en medio de la cotidianeidad, la mente de una mujer puede estar ocupada por la compulsión del deseo. Vive el dilema del libre albedrio sexual.

En ese sentido, Alice Harford se convierte, quizás, en el personaje femenino más perfecto de toda la obra de Stanley Kubrick. Ya no sólo es portadora de la belleza —que lo es- sino que además tiene tal cantidad de luces y sombras que lo hace inigualable a otros personajes femeninos dentro de la obra del director.

Claro, Bill (Cruise) no entiende esta confesión porque ella usa la frase “si ustedes los hombres supieran”. Pero en esta ocasión no es una frase hueca —nunca lo es cuando la dice una mujer, pero así suena para un hombre muchas veces-.

Bill se encierra en su ética personal y no comprende que esta sinceridad está basada en el hecho de que Alice comparte su humanidad completamente con él, al grado de poner en riesgo su relación. En medio de la ira —“Estás tan seguro de ti mismo”-, Alice declara que una mujer puede sentir dos amores al mismo tiempo, uno arrebatador y el otro sosegado, y no por eso dejar de ser humana y convertirse en un monstruo.


Esta dura conversación es un acto de amor porque esta mujer entrega en esas palabras su verdad completa.

Esta confesión femenina y humana es el perfecto contrapunto a la sexualidad fría y rígidamente codificada que aparece en la escena de la orgía, donde una parte de la sociedad cristaliza su deseo en formas delirantes. Esta parte de la sociedad —secreta en este caso- obtiene un pedazo de libertad sexual y de fantasía realizada al renunciar a la libertad más amplia de poder decir si o no. Tampoco los miembros tienen la libertad de renunciar. Este tema se ha presentado antes en Kubrick, basta recordar a Alex en Naranja Mecánica y la cura Ludovico contra el crimen.

Para Bill resulta devastadora la confesión de Alice. No puede manejar el reclamo de su mujer. Ante la posibilidad del adulterio, Bill se refugia en frases que indignan a Alice porque se sienten huecas y basadas más en una moral pública débil que en una ética personal adoptada libremente.

De allí el reclamo final de Alice a Bill… porque ella siente que el respeto de su esposo está basado en premisas débiles y no en el verdadero hecho significativo: que ella es una mujer hecha y derecha, completa y humana, capaz de generar hacia sí misma todo el amor que puede sentir su hombre.


Kubrick ha delineado perfectamente a su personaje femenino. El resto de la cinta es la búsqueda por parte de Bill de esa humanidad completa, con luz y sombra aceptados por cada individuo, que ya posee su mujer.

Por esa razón, Bill se somete y busca inclusive varias pruebas donde tiene que decidir sobre su conducta sexual. A base de encuentros forja su propia ética respecto de su conducta sexual, pero ya asumida conscientemente. Pero el inicio es difícil porque está anclado en el deseo inconsciente y en una actitud masoquista generada a partir de los celos: Bill fantasea que su mujer hace el amor con otro hombre, para lo que Kubrick usa el blanco y negro en esas secuencias de fantasía, claves fílmicas que vienen de las películas porno de los 40 y 50.

El primer reto se da con la hija de uno de sus pacientes, que le declara su amor frente al cadáver del padre. La lectura freudiana de esta escena es inevitable. La inercia de la moral pública hace que Bill supere esta prueba, pero personalmente comienza a madurar porque puede oponer la lógica al deseo.

El segundo encuentro es con una prostituta amateur —estudiante- que lo invita a su departamento. La llamada de Alice le impide seguir con el juego porque se activan los mecanismos morales de Bill. Pero cumple con un gesto humano al pagar el servicio, lo que hace que en esa conversación haya un contacto humano. La construcción de la ética real de Bill sigue adelante (porque bien pudo mentir y acostarse con la "puchacha", pero decide irse...).

Frente a Nick Nightingale consigue la señal para entrar a una orgía. Bill se pone en riesgo total para conocerse a sí mismo. Busca por todos los medios asistir a la orgía organizada por la sociedad secreta. Para ello debe cumplir con el disfraz, lo que le hace descubrir a una adolescente (Lily Sobieski en sus comienzos) y dos hombres en el negocio de alquiler de disfraces.


La escena de la orgía ritual, junto con la escena ya descrita de Bill — Alice, es la más dura de la cinta. Al entrar en la orgía Bill entra a otro mundo.

La orgía está perfectamente organizada: se da rienda suelta a los deseos sexuales de sus miembros, sin ataduras. La existencia real de este tipo de sociedades, enfocadas al placer sexual irrestricto, es materia de otro texto aparte; para la narración de Kubrick basta ver que esa sociedad secreta está hipercodificada en todas sus manifestaciones.


Kubrick presenta una casa totalmente estilizada, en donde se desarrolla una ceremonia pararreligiosa. Las mujeres reciben ordenes para mezclarse con algunos de los asistentes y perderse en la mansión. Luego, a través de Bill, el espectador recorre las distintas escenas sexuales donde se miran grupos de entre 5 a 8 gentes que observan a parejas o trios. Heterosexualidad y lesbianismo están presentes.



Kubrick estiliza la orgía con medios cinematográficos y de puesta en escena hasta volverla lo más fría posible. En imágenes semejantes a la pornografía soft Kubrick logra un efecto totalmente contrario al pornográfico. La belleza de las mujeres es perfecta, los cuadro sexuales están estilizados, pero el resultado para el espectador no es la excitación sino la angustia.

Es un universo cerrado y cristalizado hasta el mínimo detalle, al cual no se tiene acceso. El espectador comparte con Bill el desconocimiento de las reglas del juego. Por esa razón, también junto con Bill, el espectador sólo puede mirar y cuestionarse sobre esa otra realidad presente ante sus ojos. Pero esa mirada —la del espectador, la de Bill, la de Kubrick- no es voyeurista porque todos los elementos de la puesta en escena de la orgía están organizados para rechazar al no participante, al supuesto mirón.


Esa frialdad y distancia la provocan las máscaras, las capas negras, la ritualidad de esa sociedad secreta que recrea un mito desconocido, los cuadros estáticos de los verdaderos voyeurs ante las parejas y trios. Se añade la iluminación y una cámara que deambula y se mueve sin permitir fijar la vista en un punto determinado.

Es la descripción de un lugar utópico en donde se da rienda suelta a la sexualidad pero que a la vez impide el ejercicio de la libertad. Bill y Kubrick muestran al espectador un posible final social de la libertad sexual conquistada a partir de los años 60: una especie de Liliputh erótico habitado por unos morlocks que se devoran entre ellos, si me admiten estas imágenes sacadas de la Ciencia Ficción, a la cual, claro, Kubrick no era ajeno.

En la orgía viene el rompimiento interno de Bill al ser sometido no tanto a la amenaza de la sociedad secreta —que si existe- sino a mostrar su personalidad y dejar atrás la máscara. Debe asumir las consecuencias de sus actos: el periodo de aprendizaje ha terminado. Pero sus actitudes anteriores, basadas en su ética incipiente, rinden frutos y lo salvan. Una mujer se ofrece al castigo para que él recupere su libertad.


A partir de ese momento, la cinta entra en un ambiente de thriller, de suspenso, al cual tampoco Kubrick era ajeno. Bill recorre los mismos lugares y busca a los mismos personajes que se involucraron con él en las pruebas sexuales.

Por esa investigación que hace de lo ocurrido por su presencia en la orgía, Bill también conoce las consecuencias de sus actos.



La hija del difunto está ausente, la prostituta tiene SIDA, la adolescente es prostituida por su padre con los mismos orientales con quienes fue descubierta. Nick Nightingale desaparece, el homosexual del hotel —al que no considero que se le trató en forma denigrante por parte del director-, todo lleva a mostrar que hay una crisis interna dentro de Bill.

Ya no tiene la seguridad moral sino una crisis ética. Ya no se involucra en los encuentros sexuales porque se gesta un cambio interno. La conducta sexual personal tiene consecuencias para los otros, y las de los otros para la propia conducta.

Además, sabe que es "Lucky to be alive" —como dice el diario- porque la sociedad secreta es poderosa y llega hasta la intimidad de su casa.

Ziegler aclara una serie de puntos y deja al espectador la decisión final. ¿Las muertes fueron ordenadas por la sociedad sexual secreta? ¿O esa sociedad es tan poderosa que no tiene que recurrir al asesinato y sólo deja fluir —bajo control- la conducta de los involucrados hasta su lógica conclusión? Toca decidir al cinéfilo sobre este punto… la cinta da elementos para ambas conclusiones.

Me inclino por la segunda. Ziegler tiene razón: el poder es tan grande y codificado que esta situación no amerita ejecuciones externas, basta que una mujer caiga en la sobredosis luego del verdadero castigo ejecutado; basta regresar a un pianista a su casa, basta amenazar el hogar de Bill. Un organismo social codificado al interior, y poderoso al exterior, no necesita excesos de fuerza para asegurar su sobrevivencia y anonimato.


Viene otro dato psicoanalítico. Bill regresa a casa y puede comparar su aburrida cotidianeidad familiar amenazada con el mundo que acaba de dejar atrás. Además Alice ha captado en el subconsciente algo de lo ocurrido: al reseñar su entrega a cientos de hombres está relatando a Bill lo sucedido con la mujer que lo salvó. El círculo se ha cerrado. Bill debe entender que su ética y libertad recuperada tuvieron el costo de una muerte voluntaria.

El círculo del matrimonio se cierra también. Bill tiene el conocimiento propio —obtenido a alto costo- para decidir si continua su matrimonio. Enmedio de una tienda de juguetes la pareja conversa —y Kidman da la tercera parte de su extraordinaria actuación-. Estarán juntos por un largo tiempo, aunque Bill promete que será para siempre.

Alice sigue siendo la más fuerte y realista: no para siempre… y, lo único que queda es seguir viviendo y coger / follar / fuck, como una manifestación del deseo de vivir. La pareja responde a los retos de su decisión de mantener el matrimonio, con la conciencia de la fragilidad que a éste le imponen los riesgos externos sociales de la oferta sexual, y los internos creados por la mente del individuo, el deseo y la pasión. Sigamos, parecen decir, por decisión propia de que el matrimonio funcione como opción libremente elegida.


Ante este panorama, algunos críticos han acusado a Kubrick de moralina y decrepitud por el hecho de defender —aparentemente- el matrimonio y la fidelidad. Olvidan la trayectoria de un cineasta que siempre fue a contracorriente tanto en el plano estilístico como en el de contenido.

En este, por desgracia su último film, Kubrick retoma elementos estilísticos que han sido constantes en su obra. Eyes Wide Shut es una cinta planeada hasta el último detalle y construida cuidadosamente. El cinéfilo puede observar esto no sólo en el argumento sino en los elementos de la puesta en escena: el uso de la disolvencia, el manejo exquisito de la cámara que frecuenta los planos secuencia y los travellings y dollys, el uso de colores significativos en las distintas secuencias.

La reconstrucción en estudio de Nueva York hasta el mínimo detalle, la estilización plástica de la orgía, la belleza fría, son otros elementos que tienen conexión con sus anteriores obras: la reconstrucción de época de Barry Lyndon, la dureza de Full Metal Jacket, cada una en su ambiente, son sólo dos pruebas de ello.

Además, como siempre en sus cintas, la banda sonora y la musicalización son puntos que hay que tomar en cuenta. Si Strauss está asociado permanentemente a la connotación del espacio sideral se debe a su uso significativo en 2001: odisea del espacio, la música usada en Eyes Wide Shut probablemente tendrá el mismo curso popular.

Pero Kubrick reserva la sorpresa final en su temática. ¿El matrimonio y la fidelidad aun son vigentes? Kubrick parece decir si y no al mismo tiempo. No, porque se necesita un replanteamiento de la relación de pareja, que no puede seguir bajo los dictados de la moral pública comunitaria. Sí, porque ante la situación social actual es una elección de vida posible, basada en una decisión ética personal.

Y este es el punto de mayor escándalo: ¿Valores tradicionales hoy y ahora, señor Kubrick?

Si, Kubrick parece asentar que esta opción resurge porque la libertad sexual no ha sido asumida como algo que surge de una decisión madura del individuo, sino que es resultado del deseo y la pasión que pueden desequilibrar la psique de la persona.

Además, siempre a contracorriente, Kubrick usa una lógica fría y cortante para presentar esta opción a los individuos que viven en una sociedad más permisiva en lo sexual pero a la que amenaza su falta de responsabilidad.

Ante el paradigma de pensamiento dominante que aboga por la libertad sexual irrestricta, Kubrick enfrenta una ética personal que se da el lujo de decir sí a valores que dominaban hace menos de 50 años, pero ahora asumidos por decisión individual y no impuestos por una sociedad hipócrita, misma que se desmorona en opciones como el mutuamente insatisfactorio together - apart de algunas parejas "modernas".

Esta situación es una dura polémica que desde hace años se discute en las comunidades homosexual y lesbiana que son mas conscientes que la heterosexual, donde la cuestión debatida no es la opción heterosexualidad / homosexualidad sino promiscuidad / fidelidad. La comunidad heterosexual, más rezagada en el estudio y discusión de la libertad sexual, empieza a plantearse los límites de la libertad sexual, asumidos, de nuevo, con base en una decisión personal.

Ante el film de Kubrick, el espectador siente angustia, ansiedad, perplejidad. Todo porque re-conoce que, tarde o temprano, deberá tomar una decisión personal e intransferible sobre su conducta sexual, porque así lo plantean los tiempos actuales.

Queda a cada espectador de la película decidir libremente al respecto de este dilema. Esta es, finalmente, la herencia que Kubrick dejó a su público con su último film. Nada más… y nada menos…