29 marzo 2018

Ciénaga, La., de Lucrecia Martel

Francisco Peña.


La Ciénaga es la Opera Prima de la realizadora argentina Lucrecia Martel. La cinta ganó precisamente el premio a la Mejor Opera Prima del Festival de Berlín en este 2001.

Cuando se ve esta cinta se comprende el premio otorgado, y se entienden los defectos que aparecen en pantalla.



La Ciénaga narra la historia de dos familia a partir de dos mujeres que son primas. Las visitas a la propiedad de la Ciénaga son frecuentes, y toda la parentela convive, pasea, expone sus problemas y vive sus conflictos intrafamiliares.

El arranque de la cinta es una reunión de adultos alrededor de una piscina decadente de agua turbia. En dicha reunión no hay plática, pero el alcohol corre con singular alegría. En un accidente, la madre Mecha (graciela Broges) se corta con un vaso y acaba en un hospital. Uno de los hijos de Talí (Mercesde Morán), que vive en la ciudad, también se corta y termina en el mismo hospital.

A partir de ese momento, se ve la interrelación de las dos grandes familias y su problemática.


Lucrecia Martel, la directora debutante, se anota varios aciertos en La Ciénaga. El más evidente es la capacidad de recrear con frescura los ambientes familiares. Su imagen, su capacidad de observación, su manejo de definir el todo por medio de una parte, su planteamiento y resolución de escenas sorprenden por su frescura.

Su manejo de las situaciones fluye muy bien gracias a una cámara en mano dinámica, a sus encuadres y una edición suelta y libre.

A esto hay que añadirle el manejo de sus actores, en donde ya se ven algunas sombras de los defectos de la película. En lo que se refiere a las mujeres, Lucrecia Martel obtiene muy buen material de sus actrices, desde las adultas a las adolescentes. Niños y niñas son punto y aparte: es bien sabido que todo realizador teme trabajar con niños y animales por las dificultades que implica su manejo en pantalla.

Pero del lado de los hombres empiezan los problemas. Las actuaciones masculinas son más planas y deficientes, lo que crea un desequilibrio en la cinta.

No se trata de que la película se enfoque más a las mujeres que a los hombres, lo cual es no sólo válido sino uno de los aciertos de la cinta. No es pues, cuestión de un guión que decide enfatizar los papeles femeninos sobre los masculinos. La dificultad se nota en la puesta en escena.


Es evidente que Martel se siente más a gusto trabajando con actrices que con actores. Por un lado se siente que dejó más margen de libertad creativa que a los actores; por otro, intentó un mayor control sobre los hombres pero no obtuvo quizás los resultados que deseaba (esto es evidente en el personaje del joven José interpretado por Juan Cruz Bodeu).

Lucrecia Martel optó por un guión de revelación, es decir, una historia que narra el estado de las cosas sin dar propiamente un desenlace clásico. Este tipo de narraciones, dedicado al estado de las cosas como son y sin remate, es uno de los más difíciles de lograr en pantalla… Pero está de moda.

El problema con este tipo de historias es que el espectador capta el fondo de la película a partir de la acumulación de escenas, de variación de situaciones, que escapan al esquema clásico de las tramas de resolución (planteamiento, desarrollo, clímax, desenlace).


La acumulación de situaciones y variaciones, para que funcione, siempre debe dar nuevos datos al espectador. De esta forma, el cinéfilo puede construir y deducir la psicología de los personajes, sus relaciones, sus problemáticas.

Sin esta aportación de novedades, sean ligeras, subterráneas o evidentes, la trama de revelación fracasa. El fracaso se basa en que las situaciones se vuelven repetitivas, no dejan nada nuevo y la narración se estanca.

Es decir, la trama de revelación, del estado de las cosas, depende en esencia de la sinergia. El resultado (en este caso la película La Ciénaga) debe ser cualitativamente mayor que la suma de sus partes. Sólo así funciona adecuadamente este tipo de narración.

Si el espectador ya conoce a la mitad de la película todo lo que tiene que saber para comprenderla, el resto de la cinta trascurre diciendo lo mismo. Así, se instala el aburrimiento, se cae el interés y “se cae la película”. Esto es justo lo que le ocurre a La Ciénaga.

Se entiende entonces que el premio de Berlín fue otorgado a una directora por sus aciertos muy evidentes en la cinta. La observación, la sugerencia de las personalidades por el detalle, la frescura de los ambientes, son logros evidentes.

El problema está en la construcción del guión, problema muy frecuente de las primeras obras de muchos realizadores. Se entiende que esto ocurra porque la construcción narrativa del guión, y su visualización cinematográfica en escenas, son dos de los elementos cinematográficos más difíciles de aprender y manejar para los cineastas debutantes.

Un ejemplo en La Ciénaga de interrelación entre aciertos de puesta en escena y problemas de construcción narrativa en la película es el siguiente:

Lucrecia Martel, entre varios de los aciertos, crea en su cinta un problema de sobrepoblación. Los espacios (y los encuadres) están siempre llenos de personajes. De hecho, siempre duermen dos o más personas en una cama; un cuarto lo ocupan de 2 a cinco personas.


El ambiente familiar promiscuo está muy bien captado. Martel no tiene que hablar de él, ni dedicar diálogos de los personajes a esta situación. Deja que el espectador se de cuenta de lo que sucede, de cual es el estado de las cosas durante las noches por la repetición de este hecho en la pantalla.

Cuida los detalles, las posiciones, cuida las maneras de despertarse, de cómo se carece de privacidad hasta en el baño. Sí, así son las cosas en una familia numerosa: los espacios están saturados.

De esta buena recreación de cómo son las cosas, bien ambientada y actuada, con observación precisa de muchos detalles reveladores, la cineasta no saca conclusiones significativas para los personajes.

De este hecho de promiscuidad, a partir de la mitad de la película, no se desprenden nuevos datos sobre los personajes: no hay conflictos, ni conversaciones que suelten nuevos datos, ni se acumulan nuevas situaciones que profundicen en el estado de las cosas que ya ha contado.

Fuera del caos generalizado, del desmadre continuo en que viven los parientes, el espectador no puede ir más allá y adentrarse en los conflictos personales de cada miembro de la familia. Las relaciones interpersonales se mantienen en un nivel superficial.

Como única excepción aparece el personaje de la sirvienta Isabel. Es el único que marca un principio, un desarrollo y un remate narrativo. Pero el resto de los personajes, algunos de ellos con apuntes muy interesantes, naufragan porque el estado de las cosas en el que viven no dice más de ellos.

Así la segunda parte de La Ciénaga, a pesar de los aciertos de la realizadora, decae notablemente. Los personajes no dicen, no viven nada nuevo. No hacen otra cosa más que deambular y repetir sin mayores datos lo que ya se ha dicho desde el inicio.

Otro ejemplo. Las ideas y vueltas a La Ciénaga, las entradas y salidas de tantos personajes, termina por confundir al espectador: ya no se entiende en donde ocurren las cosas o en que día estamos. El logro de plasmar el desmadre familiar deviene en confusión espacio-temporal dentro de la película.

Otro más. Las relaciones entre los adolescentes, probablemente el filón que era más jugoso, no se explota en todas sus posibilidades y variantes para mostrar “el estado de las cosas”. La idea general que queda es que las chicas se encargan de los niños, de los adultos (que son peores que los niños) y son algo solidarias entre ellas.

Un buen logro, pero que no pasa de allí y desaprovecha los desarrollos narrativos potenciales.

No hay mucho juego entre ellas, ni se entienden sus afectos entre sí o con personajes de otras edades. Por ejemplo, porque una de las muchachas se rebela contra la madre y apoya a la sirvienta Isabel… No se sabe o no puede entender más allá de lo planteado. Las escenas entre Isabel y esta chica se repiten sin aportar nuevos elementos para entender sus matices más profundos.

Entonces, por un lado se entiende que hayan premiado en Berlín la frescura y los logros evidentes plasmados en esta opera prima. Pero el premio no la libra de los defectos, muy comunes, que también se dan en las primeras obras de muchos realizadores.

En ese sentido, en Lucrecia Martel hay una buena realizadora que tiene que madurar, apretar su control sobre el guión y no engolosinarse acumulando escenas muy queridas pero que terminan por entorpecer el conjunto.

Por lo tanto, el desarrollo de su evidente capacidad, la mejoría de sus guiones y un mayor control sobre la puesta en escena está en el futuro de Lucrecia Martel como realizadora.

Por desgracia, La Ciénaga, como película terminada, decae estrepitosamente, confunde y termina por aburrir. La acumulación de sus puntos de calidad no alcanzan a sostenerla y fracasa. Una golondrina no hace un verano; una serie de buenas escenas no hace una buena película. No hay sinergia. Las partes no crean algo más logrado que sea superior a su suma mecánica. El desmadre familiar termina en el caos cinematográfico.

LA CIÉNAGA. Producción: Lita Static Producciones, Cuatro Cabezas Films, Lita Static, José María Morales, Diego Guebel. Dirección: Lucrecia Martel. Guión: Lucrecia Martel. Año: 2001. Fotografía en color: Hugo Colage. Música: Emmanuel Crosset. Edición: Santiago Ricci. Con: Graciela Borges (Mecha), Mercedes Morán (Tali), Martín Adjemian (Gregorio) Juan Cruz Bodeu (José), Daniel Valenzuela (Rafael), Sofía Berlotto (Momi), Leonora Balcarce (Verónica), Andrea López (Isabel). Duración: 102 mins. Distribución: Latina.