Salieron de la nada, impulsados por el viento contra las velas de su nave, y se han dedicado a cañonear la pantalla de cine. Entre los barcos que han hundido están las películas chafas de terror de la temporada y uno que otro superhéroe. Se trata de los Piratas del Caribe, en su tercera incursión fílmica "en el fin del mundo".
Jack Sparrow, Elizabeth Swann y Will Turner regresan a la pantalla con una nueva aventura, y llevan de la mano la resurrección hollywoodense del género “de piratas”, a los que muchos creían enterrado desde hacia 40 años. Van de nuevo contra el villanazo Lord Cutler Beckett y uno que otro pirata chino. Bueno, es sólo parte de la historia…
Piratas del Caribe es ya una serie exitosa cuando nadie daba un peso (o un dólar) por el proyecto original. “Los piratas” se lanzan con una nueva aventura de toques cómicos (algunos de humor bastante negro), con el estilo visual de algunos clásicos del género adecuado hoy para mentalidades postmodernistas. Lo logran: por unas horas dejamos atrás videojuegos, celulares, chats y toda la parafernalia electrónica actual.
Sparrow (Johnny Depp) y Elizabeth (la bella Keira Knightley) despliegan el dulce encanto de ser piratas cuando él, malo como la carne de puerco en viernes de vigilia, deja ver rasgos buenos; ella, buena como el pan dulce en agua salada, quiere ser pirata y muestra sus dotes con voluntad propia. En síntesis, Los Piratas del Caribe son un cóctel “vuelve a la vida” delicioso.
No fue así en los últimos 40 o 50 años. Los piratas fílmicos estaban sepultados en el fondo del mar cinematográfico junto con sus tesoros. Desde mediados de los 50 Hollywood y la taquilla habían decretado su muerte. Al público y a los estudios ya no les interesaban esas aventuras y emociones. Por el lado de la aventura, la gente se fue por los westerns clásicos; los estudios generaron emociones con películas excelentes de terror / horror y (hasta la fecha) toneladas de cinebasura vampírica y fantasmal que hundieron los galeones piratas. El canto del cisne de las películas de piratas se ubica en 1952, con el estreno de El pirata escarlata/The crimson pirate (Robert Siodmak), con Burt Lancaster como el capitán Vallo. Los piratas fueron expulsados de Hollywood y tuvieron que refugiarse en Italia.
No fue así en el cine de los años 30 y 40 del siglo XX. Tampoco en los siglos XVI a principios del XIX durante el auge de la piratería real. Lo que lleva a aclarar la diferencia entre piratas y corsarios.
Los piratas no tenían más bandera que la famosa de calavera y tibias, atacaban a los barcos de todas las naciones sin respetar “las reglas de la guerra”, no tenían refugio en algún país. Por eso, se reunían en la famosa Isla Tortuga en el Caribe, zona de protección común frente a las flotas española, inglesa y holandesa. Sin embargo, varios piratas se volvieron corsarios; es decir, obtuvieron una “patente de corso” que consistía en un permiso oficial de una potencia europea –especialmente Inglaterra- para atacar sólo las naves de potencias enemigas: España. Así surgieron famosos corsarios como Sir Francis Drake.
Drake
Drake (1540-1596) fue uno de los grandes navegantes de su época. Luego de obtener su patente de corso hizo incursiones en ciudades españolas del mar Caribe. Entre 1578 y 1580 navegó alrededor de la Tierra, llegó al Pacífico buscando el mítico Galeón de Manila que llegaba a Acapulco. A diferencia de la leyenda (y el cine) los españoles si lo derrotaron un par de veces en Las Canarias y en Isla de Pinos.
Un pirata extraordinario fue Jean David Nau, El Olonés (1630-1669). Su vida copió al cine antes de que éste existiera. A los 20 años ya era pirata y muy sanguinario (mató a toda la tripulación de algunos barcos asaltados). Se paseó por Maracaibo, Venezuela; Puerto Príncipe, Haití; Puerto Caballos, Honduras y, perseguido, desembarca en El Darién, Panamá, donde terminó entre las mandíbulas de indios caníbales. Es el pirata en estado puro.
El Olonés
El pirata Morgan (Henry, no el luchador mexicano) era de Gales (1635-1688). Fue “alumno” del pirata Christopher Mings y se “graduó” en incursiones contra la costa cubana. En 1668 tomó Puerto Príncipe y mató a todos los colonos que se habían refugiado en una iglesia; en 1671 pasó a cuchillo a Panamá. Su vida terminó en happy end pues muere en su plantación de Jamaica, de la que fue gobernador de 1674 a 1678 (el crimen si paga con conexiones en el gobierno británico a la “James Bond”; o sea, el pirata respetable).
Morgan
¿Mujeres piratas? Si hay, si tenemos: Anne Bonnie (Irlanda, 1697-17xx) y Marie Read (Londres,1690-Jamaica, 1721), que además navegaron en el mismo barco. Anne fue hija ilegítima y llega a Bahamas con su esposo, al que abandona para unirse por amor con el pirata Calico Jack. Diestra con la espada, lo sigue en todas sus correrías y le da un hijo. En el asalto a un barco, ambos se encuentran con Marie Read y la perdonan; los tres forman un conocido trío de piratas marítimos pero son apresados en 1720 cuando capturan su barco mientras toda la tripulación estaba borracha. Calico es ejecutado en Jamaica pero perdonan a las dos piratas por estar embarazadas (de Calico, claro). Marie muere en prisión por infección sin dar a luz a su hijo; Anne si sobrevive y con el niño se pierde para la historia en la colonia inglesa de Virginia.
Para los siguientes piratas hay que brincar a la literatura. John Long Silver, el villano de La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson, es el prototipo visual del pirata: perico al hombro, pata de palo, muletas. Por supuesto que llegó al cine, donde el personaje fue encarnado por Wallace Beery, Orson Welles, Charlton Heston y Jack Palance entre otros.
Sabatini (1875-1950) empieza a escribir después de Salgari, pero caló más en Hollywood. Los productores tomaron de sus novelas los personajes de Scaramouche y, sobre todo, del Capitán Sangre/Blood, una de las mejores creaciones fílmicas del actor Errol Flynn (olvídense de los “blandengues” Bruce Willis y Vince Diesel, por favor). Sabatini destaca con sus tres novelas del ciclo Capitán Sangre/Blood: El capitán Blood (1922), Las crónicas del capitán Blood (1931) y La fortuna del capitán Blood (1936). Con este material literario, Hollywood creó el arquetipo del pirata con Blood a la cabeza. Desde 1924, David Smith lo llevó a la pantalla en Capitán Blood, seguido por El Halcón del Mar ese mismo año, dirigido por Frank Lloyd.
Pero, a diferencia de quienes quieren convertir en axioma irrebatible lo que es tesis discutible -segundas partes “nunca” fueron buenas-, a veces los remakes si son mejores que las originales. Es el caso de las Películas Clásicas de Piratas.
Con el impulso del italiano Sabatini, el magnífico director Michael Curtiz creó dos de las mejores películas clásicas de piratas y ambas son remakes. La acción, la aventura, la fantasía se mezclan con la construcción artística con toques histórico/realistas. Las películas están armadas con imágenes tan bien fabricadas, tan precisas en sus coreografías de batallas navales, espadas, cañonazos y vuelos entre mástiles que por eso son el referente clásico del género de piratas contra el que se miden las realizaciones posteriores. Se trata de El Capitán Blood (1935) y El Halcón del Mar/The Sea Hawk (1940), ambas protagonizadas por Errol Flynn.
El Capitán Blood de Errol Flynn es un romántico ubicado en un ambiente realista; el actor le da al personaje un vigor y pericia en pantalla inigualables: los duelos a espada son magníficos. La secuencia final de la batalla naval es extraordinaria: el ambiente de combate, la ronda de cañonazos, las velas desgarradas, el abordaje de barco a barco con cuerdas, van creando una galería de imágenes inolvidables para el cinéfilo de corazón.
El Halcón del Mar es, si se puede decir así, más espectacular que Capitán Blood, tanto en el mar como en las coreografías con espadas, de las cuales Flynn era un experto (como muestra también en Robin Hood). Además, cinco años después, Curtiz y Flynn muestran madurez cinematográfica. La batalla naval del final es aún impresionante: auténtico estilo clásico de Hollywood que pasa a la historia del cine por mérito propio.
Pero Hollywood no fue el único que dominó los mares cinematográficos. Italia tenía a Emilio Salgari (Verona, 1862-Turín, 1911). Este autor es más conocido que Sabatini en Latinoamérica. Basta con mencionar dos de sus series literarias para que muchos lectores de habla española revivan su imaginación infantil de nuevo: Los Piratas de la Malasia encabezados por Sandokan y los Piratas de las Antillas lidereados por el Corsario Negro.
Salgari
El ciclo de Sandokan, Yañez y los Tigres de Mompracem, que abarca once libros, inicia en 1895 (Los misterios de la jungla) y se cierra en 1913 (La venganza de Yañez) y es, quizás, el más leido del autor en sus más cien años de existencia desde que fue publicado.
Prefiero, por gusto personal, el ciclo de El Corsario Negro: Emilio de Roccabruna, señor de Ventimiglia, por vengar la muerte de sus dos hermanos, los corsarios Verde y Rojo. Los ocho volúmenes de la serie van desde El Corsario Negro (1898) hasta Los últimos filibusteros (1908) pasando por Yolanda, la hija del Corsario Negro y Morgan. Allí están los entrañables personajes de Carmaux y Van Stiller, Yolanda, el pirata Morgan (no, tampoco se trata del luchador mexicano), el villanazo Van Guld y, claro, el mismísimo Corsario Negro.
El cine italiano tomó a Salgari como su mito nacional del cine de aventuras. Tanto el Corsario Negro como Sandokan aparecieron en muchas cintas desde 1937 hasta mediados de los 70 en que el género “de piratas” se desplomó en la taquilla local ahogado por las impresionantes cantidades industriales del cinebasura de horror/terror. Las mejores son de un estudiado anacronismo, con momentos brillantes y, sobretodo, extravagantes. Algunos directores italianos conocidos que deambularon por Mompracem o las Antillas fílmicas fueron Mario Soldati y Luigi Capuano.
Desde el Capitán Blood -pasando por esos últimos años de exilio en costas italianas- hasta la aparición de Jack Sparrow en pantalla, uno y sólo uno merece ser reconocido como pirata cinematográfico hecho y derecho: el Capitán Garfio, Hook, eterno enemigo de un muchachillo imberbe, insolente y volador conocido en los barrios bajos literarios como un tal Peter Pan. Garfio, a quien hay que llamar respetuosamente Capitán James Hook cuando lo volvamos a ver, es una creación del escritor escocés James Matthew Barrie (1860-1937).
Pero las imágenes de Garfio que todos recuerdan son las proyectadas en el Peter Pan de Walt Disney, un clásico del cine infantil (y adulto, por supuesto, para todos los que se han graduado de padres y la han visto mil y una veces en DVD acompañados de sus hijos, ¿o no?). Sus enojos, zalamerías (nomás pregúntenle a Campanita), hipocresías y actitudes lo convierten en el pirata de cine perfecto. ¿Cómo no justificar su odio a Pan (el tal Peter, pues), si le cortó la mano que se tragó el cocodrilo, que lo persigue siempre? Pues claro que eso merece cien batallas y todos los intentos por destripar al pretencioso volador.
Este Garfio animado de dos dimensiones nos lleva a recordar a Dustin Hoffman en Hook (1991), de Spielberg. Es, sin duda, lo mejor de la película. Mientras Robin Williams lloriquea por ser un Peter Pan entrado en años que descuidó a su familia, Hoffman encarna a un Garfio de tres dimensiones que no le pide nada a su hermano animado. Ambos capitanes Garfio, o uno solo ya sumado, es el pirata que todos queremos ser.
Ahora que Jack Sparrow cañonea de nuevo la pantalla es el momento de apartar una bolsota de palomitas –con bastante sal y mantequilla, para que amarren-, sentarse en la fila tres del cine para que nos mojen las olas, y disfrutar de Los Piratas del Caribe al grito emocionado de ¡Al abordaje!