24 marzo 2016

Festen, la celebración / Festen / Dogma 1, de Thomas Vinterberg

Francisco Peña.



Festen, la celebración / Festen, de Thomas Vinterberg, es expresión del manifiesto “Dogme95”, presentado en Cannes 98 y firmado por Lars von Triers y Thomas Vinterberg, en donde se define su intención de modificar la forma de hacer cine y se presentan reglas de filmación y producción a las cuales está cinta se adhiere.



En realidad, el manifiesto es una reacción contra la forma que priva en este momento en el quehacer cinematográfico mundial, y su propuesta es una sólo estética, es decir una de las posibles maneras de filmar. Ellos se pliegan a las reglas de su manifiesto, pero hay otras formas de hacer películas. En ese sentido, no creo que el manifiesto Dogme95 deba entenderse como una preceptiva, es decir, como los únicos preceptos para filmar.


La anécdota de la película se centra en la celebración de los 60 años de Helge Klingenfelt, patriarca de una familia acomodada compuesta por esposa y 4 hijos en edad adulta. Desde la llegada de 3 de los hermanos sabemos del suicidio de su hermana Linda, y de las mutuas recriminaciones y rencores en el seno familiar.

Christian, Michael y Helene giran alrededor de la ausencia / presencia de la hermana muerta porque no se explican la causa del suicidio, ya que no se ha encontrado nota explicatoria al respecto. La llegada del resto de los invitados marca el inicio de la festividad, pero en la noche explotan de nuevo las discusiones, las relaciones de los patrones con la servidumbre y los encuentros sexuales furtivos.


El festejo formal arranca con una comida y con los clásicos brindis en honor de Helge, donde se repiten los lugares comunes con los que se agradecen las bondades del festejado. Al llegar el turno a Christian, el hijo menor brinda por su padre e inesperadamente devela un grave secreto familiar: Helge, el padre, abusó sexualmente de sus dos hijos menores y cometió repetidamente incesto. Christian y Linda, su hermana gemela que se suicidó, fueron las víctimas de esta conducta.


Todos guardan una actitud civilizada y conservan el patrón social tomando la revelación como una broma de mal gusto. Christian abandona la escena y se siente fracasado en su intento por enfrentar y desenmascarar a su padre. Su amigo de la infancia, chef del evento, lo convence de seguir peleando y exponer al padre y a todos a la verdad.

Sigue la comida que ya es “tomida”. Christian regresa y en nuevo brindis en lugar de disculparse como todos esperan, acusa a su padre de ser el asesino de su hermana. A partir de ese momento se da el enfrentamiento entre Helge (que dice no recordar nada) y Christian. El tejido de la reunión no se deshace, siguen los cantos y el festejo. Entre expulsiones de la casa y regresos a la escena de Christian transcurre la acción.


La madre, Else, apoya a su esposo y conmina a Christian a que se disculpe y arguye cierta inestabilidad y fantasía por parte de su hijo. Christian responde acusándola de hipócrita porque sabía de las actividades sexuales del padre.


Michael apoya a Helge por conveniencia propia y para adquirir las prebendas prometidas a Christian. Helene oscila entre ambos polos, preocupada más por las agresiones racistas que los civilizados daneses propinan a su amante norteamericano por el hecho de ser negro. Pero es Helene quien descubre la carta de despedida de Linda y públicamente la lee para aclarar los hechos sobre la acusación a su padre.

Toda la trama, de alta carga emocional, gira alrededor del abuso sexual de menores en el seno familiar y las secuelas en la vida adulta de las víctimas. Está narrada con una forma cinematográfica que trata de ser innovadora para el cine que se ve en estos momentos en el mundo.



Vinterberg usa todos los recursos cinematográficos que la estética hollywoodense considera prohibidos. La cámara se mueve continuamente y se siente su presencia; los fueras de foco, el grano reventado de la película, los paneos de la cámara que van de un personaje a otro presentan una “pantalla sucia”. Asimismo, la edición es iconoclasta con brincos de eje, cortes sin finalizar movimientos, entradas y salidas de imagen sucias.

Todos estos “defectos” son asumidos conscientemente y se manifiestan a lo largo de toda la película. En realidad se trata de una elección del director danés, que quiere hacer cine de esta forma, que desea demostrar que puede narrar una historia con todos los elementos que se consideran inadecuados para el cine “normal”.



El resultado es sorprendente porque la cinta demuestra una solidez estética que muchas cintas comerciales apenas rasguñan. A lo largo de Festen se observa que los recursos rechazados son válidos y funcionan narrativamente si se usan de acuerdo a una idea central que los estructure. Hay muchas formas de hacer cine y Vinterberg demuestra que la suya funciona. El director no pretende establecer su manera de hacer cine como la única posible; en realidad se trata de una opción posible, de una estética y no de una preceptiva.

Es cierto que el espectador NO está acostumbrado a estas imágenes “sucias y caóticas”, pero si deja que la cinta avance podrá entender y disfrutar esta forma de expresión cinematográfica particular.


Vinterberg no revoluciona al cine, no crea expresiones totalmente innovadoras, pero apunta a una puesta en escena que puede reformar o modificar las formas que actualmente dominan en el cine, de extracción hollywoodense.

La historia que narra Festen es un asunto muy delicado porque el abuso sexual de infantes en el seno familiar es muy doloroso en hechos y consecuencias. El hecho de que Vinterberg toque precisamente el tema mediante una expresión cinematográfica distinta implica riesgos. Proponer una estética distinta a la usual, con una historia tan dura, habla de la confianza profunda del director danés en su quehacer cinematográfico y en su manifestación fílmica.

Festen prueba que la manera de hacer cine no está aun agotada, y que la que muestra como opción tiene fuerza real para ser incorporada por otros realizadores en el mundo. Festen bien vale la fiesta que es ir al cine.

FESTEN. 1998. Dinamarca. Producción: Nimbus Film, Brigitte Hald. Dirección: Thomas Vinterberg. Guión: Morgens Rukov y Thomas Vinterberg. Fotografía en Color: Anthony Dod Mantle. Música: Larbo Bo Jensen. Edición: Valdis Oskarsdóttir. Intérpretes: Ulrich Thomsen (Christian), Henning Moritzen (Helger), Thomas Bo Larsen (Michael), Paprika Steen (Helene), Trine Dyrholm (Pia, la mesera), Birthe Neumann (Else), Helle Dolleris (Mette).. Duración: 105 minutos. Distribución: Latina.