13 junio 2015

Marido de la Peluquera, El / Le Mari de la Coiffeuse, de Patrice Leconte. Por David Guzmán.

Por David Guzmán.





Siempre he mencionado entre mis favoritas, una película que no es espectacular en cuanto a efectos especiales, ni contiene una trama muy elaborada o complicada; es su gran sencillez la razón por la que ocupa uno de los sitios especiales dentro de las cintas de mi predilección.

Hay que mencionar que no es una película que se encuentre en exhibición actualmente y peor aún, El Marido de la Peluquera no se consigue en México. La distribuidora que comercializó la cinta en su momento quebró y los derechos de distribución quedaron en el aire sin que hasta la fecha exista alguna compañía que pueda comercializarla. Sin embargo, Paramount tiene los derechos en Estados Unidos y la película puede adquirirse en alguna tienda de comercio virtual como Amazon ó dvdgo.com (éste último sitio para quienes decidan traérsela subtitulada en español directamente de España en DVD región 2). Cuando se estrenó en México, fue exhibida en los peores cines y prácticamente nadie se enteró de su proyección.


La historia está narrada de una forma que por las tendencias actuales ha quedado prácticamente en desuso y por ello me parece que la connotación de joya cinematográficaes por demás merecida. El director Patrice Leconte, la realiza dos años después de dirigir la magnífica Monsieur Hire; se trata de una historia mínima de tonalidad optimista, sensiblemente contada y que parte de una anécdota que conserva varias coincidencias narrativas con Monsieur Hire aunque en un plano general, sin ese aura de tragedia y pesimismo de ésta última, logrando un resultado profundamente conmovedor.

La cinta abre con una toma de un inmenso mar y al centro está Antoine; un niño de 9 años bailando graciosamente música árabe. Instantes después, un rostro entrado en años, mira fijamente a la cámara en actitud nostálgica mientras se corta –él mismo- el cabello. Es Antoine (personificado por Jean Rochefort) 40 años después y en medio de flashbacks, lo vemos en su niñez cuando su principal fascinación era ir a la peluquería del pueblo donde la Sra. Shaeffer (una mujer obesa de tintes fellinescos –coincido Mario- que aunque soltera tenía fama de tener varios amantes) atendía únicamente hombres. El gusto del pequeño Antoine por este lugar residía especialmente en los olores que percibía en cuanto atravesaba el umbral, las lociones y perfumes, pero especialmente el aroma femenino de la peluquera. Es en este sitio donde Antoine comienza a descubrir su sexualidad y el que marcará en su mente la obsesiva idea de casarse con la peluquera.

Para Antoine, es todo un viaje delicioso al mundo de los sentidos y aromas. Basta ver en el film como Leconte retrata el proceso del corte del cabello, como si fuese un arte, un ritual al que se le da un énfasis muy profundo en la película, de una actividad especial de contacto físico con otra persona, que puede provocar sensaciones encontradas cuando ésta finaliza. Son esas sensaciones las mismas que Leconte recuerda de su niñez que lo motivaron a llevar a la pantalla esta singular historia.


En una escena familiar en la que el padre de Antoine pregunta a sus hijos ¿qué es lo que quieren ser de grandes?: el mayor responde que quiere ser Ingeniero y cuando toca el turno a Antoine, el niño fascinado y sin pensar en consecuencias, se limita a decir que él sólo quiere ser 'el marido de la peluquera'. Esta promesa que hizo inocentemente en esa reunión familiar provocando el enojo de su padre, se lleva a cabo 40 años después, cuando Antoine conoce a Mathilde.


Y es justo ahí, cuando comienza una de las secuencias más hermosas y memorables de la cinta. Un desplazamiento de cámara que nos va descubriendo poco a poco, con sutileza y encanto, la personalidad de la peluquera interpretada por la actriz italiana Anna Galiena; es Mathilde quien hojeando una revista (un gran close up a su bello rostro nos deja entrever la maestría del cinefotógrafo Eduardo Serra) transmite la fascinación que ejerce sobre Antoine, quien a distancia la observa detenidamente en ese cerrado universo formado por la peluquería. Enmarcando el momento –claro!-, la espléndida música de Michael Nyman, logrando captar y transmitir todo el encanto de la secuencia. Es obvio que Patrice Leconte se regodea con la imagen de Anna Galiena con escenas en cámara lenta donde la vemos desplazarse con su etérea y sensual personalidad y especialmente cuando ella observa a Antoine; este elemento cinematográfico sirve para enfatizar el nexo que existe entre ellos y el momento que están viviendo.

El score principal de Michael Nyman para la cinta, justifica perfecto el porqué Leconte volvió a llamarlo después de haber trabajado con él en Monsieur Hire. La banda sonora incluye temas de corte árabe de diversos compositores y los escritos por el compositor en su habitual línea minimalista caracterizada por su sencillez melódica, delicadeza y espíritu intimista. Nyman participa incidiendo en la ambientación, subrayando los sentimientos de amor que existen entre los protagonistas y enfatizando también los momentos de sensualidad; que ciertamente existe y mucha, desplegada en pantalla.


Son los flashbacks los que muestran cómo se fue originando esta historia de amor. Es así como nos enteramos de cómo Mathilde se hizo de la peluquería: un obsequio de su anterior jefe (el memorable Sr. Agopian) que motivado por el tacto que ella tenía para atender a sus clientes no encuentra mejor candidata para cederle su negocio que ya le pesa por la edad. Hay que remarcar que Anna Galiena está estupenda y no exagero al afirmar que es el mejor papel de toda su carrera, al menos por el que será especialmente recordada; la ví en Jamón Jamón de Bigas Luna y en otras cintas pero nunca con esta personalidad que logra traspasar la pantalla y que hace que su personaje sea absolutamente memorable.

La historia, enmarcada en el melodrama romántico, esquiva los clásicos estereotipos como el del galán con la mujer guapa. Antoine, visiblemente entrado en años, conoce a Mathilde todavía joven y aunque la pareja visualmente podría no funcionar para ciertos estándares a los que nos tienen acostumbrados, creo que es de los detalles más acertados de Leconte para darle más coherencia a la trama. La anécdota de cómo se conocen es sencilla: Antoine (ya adulto) entra a la peluquería a cortarse el pelo y al terminar la sesión sorprende a Mathilde con una pregunta que ha esperado durante 40 años poder realizar:

-¿Se casaría conmigo?


(Las notas de Nyman de nuevo, con un solo de piano, emotivo y nostálgico, delimitando esta conversación que tienen dos seres maduros y solitarios).

Pero toda película de amor que se precie de ‘real’ no lo sería sin las infaltables (y especialmente en el cine francés) secuencias eróticas que podrían incomodar a más de uno, pero hay que tener presente que lo que estamos presenciando es una relación entre personas maduras. Por ello la cámara de Leconte realiza sorpresivamente tomas sugerentes enfocadas a mostrar la sexualidad de los protagonistas cuyos encuentros se desarrollan siempre en la peluquería. Close ups al pecho de Mathilde, a sus piernas; hay incluso alguna secuencia en la que Antoine la seduce mientras ella corta el cabello a uno de sus clientes.

Cuando se exhibió en Estados Unidos le dieron énfasis al erotismo que contiene, vendiéndose con frases como: ‘Más erótica que una docena de 'Bajos Instintos'’ y ciertamente es erótica pero ese es sólo un aspecto más de la cinta. El enfoque principal es el amor y su consecución, pues después de muchos años de un anhelo que Antoine tuvo en la infancia finalmente lo materializa décadas después.


-¿Se casaría conmigo? - le dice Antoine.

Mathilde no responde, termina su trabajo en silencio y permanece indiferente mientras hace cuentas y contesta: ‘son 35 francos’.

El se disculpa y retira.

Con algunas secuencias de la infancia de Antoine, el director remarca, figurativamente, la premisa principal de la cinta: conseguir a costa de esfuerzo y dedicación, esos sueños que siempre tuvimos.

-"El otro día probablemente usted se estuvo burlando de mí, pero…apreciaría su propuesta si todavía se mantiene en pie y sí… me casaré con usted” -Mi nombre es Mathilde.

La fotografía de Eduardo Serra -¡que belleza!- es como siempre, espléndida y digna de destacarse; está realizada con bases en tonos naranja y un magnífico manejo de la luz. Es esa deslumbrante iluminación que penetra desde el exterior, la que da vida a la peluquería, el reducido espacio en el que los amantes viven su amor y el lugar al que llegan los clientes quienes se convierten en una especie de emisarios con las noticias de lo que acontece en el mundo exterior.


¿Qué ‘pero’ le pongo a la cinta? Una nimiedad derivada de los momentos cómicos y es que por ejemplo, vemos a Antoine conservar el gusto por ejecutar esos exóticos bailes, aunque realmente no tiene ni idea de cómo hacerlo y es este posiblemente, uno de los pequeños detalles poco afortunados de la cinta pues sobreviene la sensación de un exceso de secuencias similares llegando a un punto en el que la gracia tiende a perderse.


¿El amor acaba?


-Abrázame Antoine, abrázame tan fuerte que no pueda respirar...tengo miedo de que llegue el día que ya no quieras bailar conmigo. He conocido a otros hombres, pero nadie como tú, abrázame fuerte... (Mathilde)

Y por lógica, conociendo el habitual estilo de Leconte en este tipo de historias, el toque dramático no puede faltar (“pasa en las películas, pasa en la vida real” jeje). El miedo de Mathilde de que eso tan bello que están viviendo desaparezca un día, es el detonante para un sorpresivo desenlace, aunque al final perdura la sensación de que las emociones y el sentimiento de la experiencia, valieron la pena.

Así pues, me quedo con la imagen de Jean Rochefort, sentado en la peluquería, esperando con un cliente a la peluquera, en una de las más bellas cintas que ha realizado Patrice Leconte. El Marido de la Peluquera es una espléndida fábula sobre un sueño de amor y un precioso ejemplo del cada vez menos realizado 'cine intimista'.