10 julio 2015

Desayuno con diamantes / Breakfast at Tiffany's, de Blake Edwards, con Audrey Hepburn

Francisco Peña.


A mi hermana María del Rosario, que me mostró New York, Tiffany, Breakfast at Tiffany’s, Audrey Hepburn… y se quedó con el gato sin nombre, que hoy son much@s con muchos nombres).

A Dora, que recogió al gato sin nombre (y varios más, y ya todos también tienen nombre, para buena fortuna).



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Oh, I love New York. Holly Golightly.

En Nueva York no hay un alma en la calle. Son las seis de la mañana cuando un solitario taxi amarillo se para frente a la joyería Tiffany. Del auto baja una mujer joven, delgada, con un vestido largo de noche color negro de Givenchy. El taxi parte y ella se acerca al aparador a ver las joyas, mientras se come un bagel y un café. Luego de unos momentos, da la vuelta y se aleja caminando. Toda la escena está ambientada con Moon River, la extraordinaria canción de Henry Mancini (¡gracias a nombre de todos los cinéfilos!), joya de la corona de una banda sonora musical que, desde niños, simplemente adoramos.



La secuencia de créditos iniciales de Breakfast at Tiffany’s / Desayuno con diamantes recogía la esencia de un Nueva York mítico, chic y sofisticado que aún no era cuestionado en pantalla por la generación de cineastas encabezada por Scorsese y De Niro. Ese Nueva York mítico ahora sólo es una parte del complejo rompecabezas social de la Gran Manzana y las películas posteriores que se le han dedicado. Pero, curiosamente, a 45 años de producida (1961), Desayuno con Diamantes / Breakfast at Tiffany’s ha resistido el paso del tiempo y se ha convertido en una cinta entrañable para el verdadero cinéfilo. En parte es porque recoge una realidad y un sueño aún vigentes tanto en la vida como en el imaginario público.


A la cinta de Blake Edwards, con las actuaciones de Audrey Hepburn y George Peppard y un cuadro de actores de primera se le ha llamado comedia romántica, pero sólo puede considerársela así en la superficie. En lo profundo están los elementos de la obra de Truman Capote transformados por la mano de George Axelrod. En medio de las situaciones cómicas y caóticas que rodean o son causadas por la inolvidable Holly Golightly (Audrey Hepburn) está anidado el drama.

Las observaciones sociales del ojo clínico de Capote, que pasaron a través del guión de Axelrod, muestran que el mundo sofisticado y chic también esconde sus grandes o pequeñas tragedias, sus altibajos emocionales. El secreto, parece decirnos autor y film, es enfrentar o esquivar los obstáculos con gracia, diría Holly.


En medio de las aventuras de Holly Golightly y Paul (Fred) Varjak en la Gran Manzana se esconden muchos rasgos humanos que todos compartimos: romanticismo, la lucha diaria por mejorar, enfrentar las adversidades y encontrar la felicidad en los momentos de alegría colectiva o cotidiana (en esos pequeños detalles amorosos). Para que estos rasgos humanos florezcan, pocos escenarios son tan propicios como New York, la ciudad que nunca duerme aunque hoy tenga señales graves cicatrices.

En ese sentido, de manera general, habitantes y visitantes de esa ciudad saben que puede ser un infierno desalmado (en el campo de la imagen, por ejemplo, la NYC de Taxi Driver, 1976, o de la serie de TV La Ley y el Orden: unidad de víctimas especiales); pero saben también que, si son positivos, les ofrece oportunidades vitales para oir un concierto dirigido por el austríaco Peter Maag, ver un cuadro en el MOMA (por ejemplo, El mundo de Christina, de Wyeth -favor de poner aquí su favorito-), escuchar los cuartetos de Beethoven en el nido de aguilas de Hugo Maier (Swissair) o asistir a una exposición de Roberto Mattiello (hay al menos dos cuadros en México de él, en colección privada). En ese sentido, para habitantes y visitantes de la ciudad, en vivo o en el recuerdo, New York City es un amor eterno o, como diría Holly: Oh, I love New York.

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Por eso, una de las partes más deliciosas de Desayuno con diamantes son los recorridos de Holly y Paul por las calles de la ciudad, desde la clásica Park Avenue hasta las calles pequeñas (elegantes remansos de paz) como Beekman Place, donde creo que aún vive Ted Jennings. Este es uno de los valores fílmicos de la película: por momentos coloca al espectador en las calles y parques como si fuera uno más de sus ciudadanos, en esa cotidianidad mágica que da su aura inconfundible a New York.

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32 Beekman Place. Desde la escalera que da al parque junto a la F. D. Roosevelt, a la esquuina y luego frente al edificio.



You could always tell what kind of a person a man thinks you are by the earrings he gives you. Holly Golightly.

El film mezcla una buena dosis de comedia con momentos dramáticos para perfilar poco a poco personajes y situaciones. Abre con la relación, a punta de timbrazos, entre Holly y Mr. Yunioshi (Mickey Rooney), un japonés que vive desesperado por los desmadres (y atracción) de su vecina. Esta relación es un elemento de comedia que se repite como rolling gag pero que también tiene su función narrativa. Las amenazas frecuentes de Yunioshi de que llamará a la policía salvan a veces a Holly de visitantes molestos o provocan situaciones que develan la verdadera personalidad de un personaje (ya hablaremos de José Da Silva, cuya importancia narrativa es capital).

Para la época (1961), el film de Edwards es crítico e innovador mientras se reviste con toques cómicos. En el curso de la narración se sugiere que los personajes se ganan la vida de forma “indecente”. Se sugiere que Holly es una especie de renuente Escort o acompañante (sin ser una call girl exactamente) y Paul es un escritor -en período estéril- que vive un “amantazo” con 2E (Patricia Neal, muy bien en su papel) de una forma menos "together y más apart" (a la mexicana “juntos pero no revueltos”). Hoy la sugerencia se siente púdica, pero para esos años plantear estas situaciones en una “comedia” con tintes familiares era burlarse con éxito de la censura.

Holly Audrey y Cat (Gato)

Holly vive frenéticamente, pisando el acelerador en la mejor tradición neoyorquina. Su apartamento es un desastre, su único acompañante es el gato CAT (GATO), al que le pondrá nombre cuando tenga un lugar donde vivir que le provoque la misma paz que le da ir a Tiffany. Es correo inocentón del mafioso Sally Tomato, que está en Sing Sing. Todas estas situaciones absurdas, que van desde la fina comicidad cotidiana a la exageración de astracán, van perfilando a Holly Golightly: viste, como puede, a la moda, y con lo poco que tiene consigue combinaciones perfectas. Aunque gana dinero, de alguna manera “misteriosa” sólo tiene siempre 200 dólares en el banco. Cat está siempre presente y tiene estatus de personaje: Holly, cuando está sola o conversa con Paul, muchas veces atiende al gato. Puede no haber comida en el refrigerador o sólo champán, pero leche para Cat siempre hay (en copa de champán)

Pero la motivación profunda de Holly es darle una nueva vida a su hermano Fred, a quien dejó atrás. Junto con Cat, Fred es lo único que realmente le importa a Holly.

En medio de las situaciones se crean las escenas de antología.

A partir de este punto, el texto contiene Spoilers y la descripción del final del film.

Una de las escenas de antología es la famosa fiesta en el departamento de Holly. Es la clásica fiesta neoyorquina: se sabe cuando empieza pero no cuando termina y jamás quienes van a llegar. Edwards se apoya con fuerza en una edición muy dinámica (de Howard Smith) que usa el punto de vista de la cámara de Franz Planer. Así desfilan, decantadas, las observaciones de Capote de la fauna neoyorquina que oscila entre los que “son!” (pocos) y los que “quieren ser” (la mayoría). Así aparecen distintos tipos: la modelo trepadora, el agente O. J. Berman (Martin Balsam, en una buena actuación de cuadro), ligadores, trepadores, fiestosos, el supuesto millonario Rusty Trawler y el “educado” JOSÉ DA SILVA. Todo fondeado en la banda sonora con una versión de Moon River en chachachá perfectamente gozable y bailable (de nuevo la mano del maestro Henry Mancini).


En ese pequeño espacio Holly disfruta de la alegría colectiva aunque, claro, aprovecha para tender redes hacia probables parejas. Tiene que casarse con un rico para asegurar la vida de Fred (primero) y la suya.

El ojo cinematográfico de Edwards recrea y comenta un ambiente que existe hasta la fecha. En medio de la comedia (el sombrero a punto de incendiarse por la boquilla que usa Holly para fumar, las borrachas en crisis que miran al espejo o que beben hasta caerse) se hacen apuntes y bocetos visuales de los personajes secundarios para mostrar un segmento de la sociedad neoyorquina: una especie de “fiesta móvil” que va de lugar en lugar en perpetuo movimiento.


A O. J. Berman (Balsam) Holly no lo engaña. La ve más allá de su sofisticación y sabe que algo hay de falso, pero la quiere y la respeta porque sabe que, al mismo tiempo, es auténtica, cosa que es importante para el desenlace. Berman tiene toques de vulgaridad “naca” pero sí es humano y ayuda a Holly. En cambio, el “decente y educadísimo” JOSÉ DA SILVA no es más que un cobarde hipócrita.
La escena de la fiesta también funciona como contraste narrativo frente a las escenas íntimas entre Holly y Paul. En la fiesta es imposible que se encuentren; es sólo en las madrugadas cuando su amistad e intimidad se convierte en romance.

Lo que lleva a otra secuencia de antología.

Paul por fin se destapa literariamente y escribe:

MY FRIEND

There was once a very lovely, very frightened girl. She lived alone except for a nameless cat.

En ese momento Paul escucha a Holly tocar la guitarra y cantar Moon River como sólo pudo hacerlo Audrey Hepburn: Moon River, wider than a mile / I´m crossing you in style / Someday…

Blake Edwards, en un encuadre inolvidable, se cierra hasta un close up del rostro de Audrey Hepburn, con esos Ojos y esa Mirada inimitables. La toma es un ícono imperecedero en la historia del cine. Por sí misma, esa escena mantiene vivo y válido el romanticismo en la pantalla de cine.





Como contrapunto de la sofisticada Holly, se descubre que debajo de ella vive Lula Mae Barnes, chica texana rural de fuerte acento sureño. Está supuestamente casada desde los 14 años con Doc Golightly (Buddy Ebsen, el “Pa” de la serie Los Beverly Ricos y el detective Barnaby Jones). Las escenas entre el trío Peppard, Ebsen y Hepburn son un aparador de la indiscutible capacidad actoral de Audrey, que podía oscilar sin dificultades entre la mayor propiedad y sofisticación a lo rural y mundano con todo y acento tejano.

Tan logró Audrey Hepburn impresionar con esta versatilidad actoral entre Holly y Lula Mae que posteriormente haría la heroína de Charada (Stanley Donen, 1963, con Cary Grant) bajo el patrón de Holly, y repetiría la oscilación entre ambos polos (sofisticación-vulgaridad) con su Eliza Doolittle en Mi bella dama (My fair lady, George Cukor, 1964).

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A partir de este punto del film, los rasgos dramáticos van desplazando poco a poco a los cómicos. Esto se logra gracias a la habilidad del director Blake Edwards y a Audrey Hepburn, que se mimetiza en Holly. Al mismo tiempo, la narración se concentra en la atracción romántica que sienten Holly y Paul, teñida de amistad.


Paul vende su cuento y ambos deciden, con ese dinero, hacer cosas que nunca habían hecho. Caminan por Nueva York, entran en Tiffany (¡por fin!) y roban dos máscaras (gata y perro – de nuevo el amor por los animalitos) de una tienda. Con un diálogo medido y en momentos con pura actuación gestual y corporal, toda la secuencia es de comedia fina donde las emociones de personajes y espectadores se unifican con suavidad: es momento de compartir las pequeñas alegrías cotidianas en pareja, a pesar de las carencias económicas. La escena remata con la sugerencia de que la pareja pasa la noche junta. La buena actuación de Hepburn y Peppard, que desde el inicio plasmaba la química entre los personajes, ahora la hace evidente.


Hay que anotar también que, a lo largo de la cinta, el dinero tiene una importancia capital. Está presente en muchos de los diálogos de los personajes y parece determinar la conducta de ellos. Pero este paradigma será quebrantado al final. José da Silva, el personaje que tiene más dinero en el universo narrativo (Can’t buy me love… Beatles dixit) , quedará como el más infame al terminar el film.

Con Holly el dinero va y viene, Paul lo recibe de su amante pero después lo consigue por su propio esfuerzo, Berman lo tiene pero no lo presume, Trawler dice que lo tiene pero debe 700 mil dólares. Moraleja: aun con poco se puede disfrutar de la vida (y de Tiffany: no compran diamantes pero graban un anillo sin valor financiero pero si sentimental… algún día comprarán una tanzanita).

Tres de las escenas más dramáticas de la cinta (también de antología) son la lectura del telegrama que recibe Holly, la lectura de la carta de José da Silva y la discusión final entre Holly y Paul en el taxi. La escena romántica que cierra el film es clásica y de culto del cine romántico, equiparable, sin duda, al famoso final de Casablanca (Curtiz, 1940).

En la primera, Audrey Hepburn pasa al dramatismo con una fuerza desgarradora (que volverá a mostrar en Wait until dark / Espera en la obscuridad, Terence Young, 1967). La información que contiene el telegrama le destroza a Holly el objetivo de su vida; todo el eje sobre el que giraba su existencia se hace añicos. La Hepburn, con su vestido rosa, da cuerpo a la crisis de Holly en toda su magnitud hasta conmovernos –y si, llorar-. No hay exageración en su trabajo actoral sino la medida justa, impecable. Ni gemidos sobreactuados de actrices “intensas” que “maravillan” a filmópatas adictos al cinebasura, ni faramallas del producto hollywoodense comercial de hoy.


Narrativamente, esta escena marca el momento en que el espectador llega a conocer por completo a Holly / Lula Mae Golightly. La rebelde chica rural desaparece junto con la sofisticada neoyorquina para mostrar el dolor profundo, intenso, de una mujer sola frente a la tragedia.

No hay rastro de comedia. Blake ha equilibrado los elementos de drama y comedia para arribar a este punto de intenso dramatismo. El espectador no se queda impávido porque ya está involucrado en las emociones que le genera esta película clásica.

La segunda es la misiva cobarde de José da Silva donde se deshace de la relación con Holly. Mientras transcurre su lectura, Audrey Hepburn deja pasar por su rostro, de manera casi imperceptible, varias emociones. Gracias a la correlación entre rostro y texto leído, entre imagen y sonido, podemos sentir como la humillante carta destroza la última esperanza de Holly. José da Silva hunde cruelmente a Holly en la desesperación.

La reacción de la chica es seguir en la misma vía: buscar un nuevo millonario. Pero la desesperación causada por José da Silva provoca en ella una acción significativa e inesperada: abandona a Cat (Gato) frente a un callejón en medio de la lluvia. Holly se deshace del único ser (y vínculo emocional) que parece ligarla todavía al mundo.

Luego de algunos enfrentamientos anteriores entre la pareja, de propuestas de amor y negativas, toca el turno de que Holly sea cuestionada. El monólogo de Paul encierra el eje argumental del film: “La gente se enamora. La gente se pertenece una a la otra porque es la única oportunidad que tienen todos para la felicidad real. Te proclamas un espíritu libre, salvaje, y estás aterrorizada de que alguien te encierre en una jaula. Bueno, cariño, ya estás en esa jaula… Porque no importa adónde corras, terminarás por tropezarte contigo misma.” Paul baja del taxi…

Esta extraordinaria cinta, que navega con bandera de comedia (y claro que tiene elementos, y muy buenos) es, en en fondo, un estudio de la naturaleza humana en el medio neoyorquino como sólo podía captarlo Capote, sólo podía realizar Edwards y actuar Audrey Hepburn. La conjunción de atmósferas, situaciones narrativas, diálogo y actuación se combinan perfectamente en esta extraordinaria (y muy humana) película.


Audrey Hepburn tiene una de las mejores actuaciones de su carrera, equiparable a las de la primera parte de su carrera (Roman Holiday, 1953; Sabrina, 1954), o posteriores (Mi bella dama, 1964; Espera la obscuridad, 1967) hasta la hermosa y madura que plasmó en Robin y Marian (1976).

Por otra parte, mucho del atractivo cautivante de Desayuno con diamantes es la banda sonora compuesta por Henry Mancini, encabezada por “Moon River”. Ha sido clásica desde su lanzamiento en los 60 y aún es de culto. A lo largo de los años se le asocia (adecuadamente) con ambientes románticos, como una forma de expresar el amor.

Pero en síntesis la fuerza del film, que parece no decaer con los años, está en su tema y el modo en que se plasmó en pantalla: la historia de una mujer que busca su libertad, su felicidad, mientras corre el peligro de perderse a sí misma. Inmersa en la fragilidad humana que agrupa el crisol neoyorquino, las encuentra gracias al azar y la necesidad… justo como nos pasa a todos nosotros… con todo y Gato.


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Mientras tanto… digamos algo de la escena final.

El monólogo de Paul sacude a Holly, que toma una decisión sobre su propia vida y da pie a una de las Secuencias Románticas más Extraordinarias del Cine.



En un corto plano secuencia, en medio de la lluvia torrencial, Holly regresa al callejón a buscar a Cat; Paul ya lo hacía. Holly registra con desesperación entre cajas de madera mientras la cámara va captando la mirada desesperada de Hepburn. Al hallar a Cat, todo mojado, lo protege con su abrigo mientras comienza a escucharse Moon River. Las lágrimas se confunden con la lluvia mientras la pareja se mira a los ojos. Holly se acerca a Paul. Sin decir palabra, ambos sellan su amor con un beso mientras, como siempre, en medio de los dos está Cat...




Two drifters / Off to see the World / There’s such a lot of world / To see…
We’re after the same… / Rainbow’s end / Waitin’round the bend / My huckleberry friend…
Moon River… And me…